La Tecl@ Eñe
Cristina mapuche
Horacio González analiza en esta nota los mensajes soterrados que contiene la entrevista realizada por Luis Novaresio a Cristina Fernández de Kirchner. La entrevista con Novaresio y el posterior acto en Florencio Varela, sostiene González, son capítulos difíciles pero adecuados para examinar profundas y firmes creencias colectivas.
Por Horacio González *
(para La Tecl@ Eñe)
En la entrevista con Novaresio, hubo una Cristina tensa y en guardia, como lo revelaban expresiones de ella referidas al propio curso de la entrevista, y el modo en que el entrevistador preguntaba, razonaba, la interpelaba. En principio la advertencia de no ser llamada "doctora". ¿Reflejo defensivo respecto del modo en que Jorge Asís la llama, apelando a un forzamiento falsamente galante, que habla más de las menudas astucias de este escritor antes que de los verdaderos alcances de sus lances de ingenio? Si fuera así, no era necesario, quizás, advertírselo a Novaresio, que es una pieza caballeresca del dispositivo de la "derecha democrática", concepto que no existe como capaz de explicar el horizonte político bajo el cual vivimos, pero sí para definir convicciones y personas.
A partir de allí, Cristina – y yo la llamo así también, porque pongo a prueba al régimen de intimismo que a veces sustituye la real lejanía que produce entre las personas la heterogeneidad de las sociedades - Cristina, digo, entró en el clima habitual que ofrecen los géneros de entrevistas chocantes de la televisión. Pero el trato entre las dos personas separadas por una mesa, recortadas en el trasfondo de una redacción periodística, real o irreal, que seguía indiferente con sus tareas, fue un trato donde la cordialidad implícita en la pronunciación de los dos nombres de pila – el otro, "Luis" - no lograba ocultar un dilema trascendente y único. ¿Es posible entenderse cuando los puntos de partida son tan diferentes en la visión del mundo, de la vida, de la política y del pasado? ¿Es la televisión el medio o ámbito adecuado para que eso ocurra, en caso de que alguna vez ocurra? Periodísticamente puede y debe ser posible, pero hay que preguntar a qué llamamos periodismo hoy, donde el grado cero de su escritura y actividad debería conservar una neutralidad efectiva para poder ejercer, luego, un efectivo ensayo de agudeza ideológica, en lo posible no facciosa, por parte del entrevistador. Pero si se intentó, no se vieron demasiadas evidencias de ese esfuerzo.
En un momento final, Novaresio invocó el nombre de Bernard Pivot, que marcó una época de fuerte repercusión en la televisión cultural francesa, para hacer una pregunta que supuestamente tenía esa fuente: "¿Cristina, dijo siempre la verdad en este reportaje?". A pesar de la generalmente prestigiosa fuente de donde Novaresio tomó la pregunta, no parece pertinente que ahora el entrevistador ponga en juego ese concepto, más bien semejante a un juego refinado que el periodista francés realizaba en su más famoso programa, Apostrophes. Novaresio mostraba más bien una inquisición asimétrica que en este caso representaba a todo el aparato comunicacional hegemónico con una fuerte evocación contra todo lo que habitualmente se asocia a Cristina. "Miente". "Actúa", etc. Así se entendió, más allá del trascurso mismo de la entrevista, que tuvo momentos destacables, logros explicativos de la ex presidenta que no pueden pasar desapercibidos, y en ese marco, ciertas concesiones que parecerían tener un bastidor electoral, como la mención a Venezuela, que sonó a un rápido efecto defensivo –comparar a Macri con la misma actitud agresiva que se le adjudica a Maduro respecto a la Procuradora General-, que no hace entera justicia a una compleja situación del país caribeño. Los puntos comparativos de esa índole no siempre son satisfactorios.
Si bien interesaría ahondar más en estas visiones de las que ahora parece ser portadora Cristina –explicadas en parte por la persecución mediática, en parte por la compleja situación mundial, en parte por el esfuerzo superior al que es sometido ante tantos embates-, nos enfocamos ahora en las figuras arquetípicas que implica una entrevista de esta índole. Ya lo dijimos: no vemos porqué la entrevistada se excusó del ceremonialismo pidiendo que se la llamara solo por su nombre político, "Cristina", no por su nombre civil ni su condición de doctora. Era una imposición que no parecía necesaria hacia "Luis". Pongo las comillas que Mario Wainfeld, con su acostumbrada lucidez, suele colocarle a los nombres que se pronuncian por televisión, para señalar que son aureolados por un indefinible aire de ficción, una cordialidad fabricada en el set, una intimidad forzada como si una conversación en ese espacio fuera a valer por su "verdad". Si así fuera, se debería comenzar por establecer la real diferencia que queda forjada en el mecanismo televisivo cuando se enfrentan opiniones diversas, y no por su ilusoria camaradería originada en ese momento compartido de carácter ficcional y apariencia "naturalista".
Fue, de todos modos, una gran discusión política, donde un miembro educado de establishment, no un troglodita profesional, no pudo sino cumplir con el protocolo de temas que acosan sistémicamente a Cristina Fernández de Kirchner, pero desde luego, no dándoles el aspecto judicial-policial con que se suelen presentar habitualmente. Corrupción, bienes personales, Nisman, Irán, en qué tipo de régimen político vivimos. Cristina – ahora estoy yo en problemas para mencionarla - tuvo una actuación digna, reteniendo hasta un punto adecuado su propensión a las ironías perceptibles por su punzante espesura, y dejó aflorar más bien su vocación para los retruécanos de fuerte connotación expresiva. Por ejemplo, antes no gobernaban empresarios, y sí militantes (así se definió ella), y no obstante pudieron crecer las empresas grandes, medianas y mucho más las pequeñas. Ahora que gobiernan empresarios, eximidos de establecer mediaciones políticas, las empresas cierran o están al borde de hacerlo.
Este estilo de razonar, que Cristina frecuentó abundantemente en sus discursos gubernamentales, reapareció con la cuestión de los cuerpos. En este caso se trataba de un juicio político sobre los años sesenta. Había una verdad en aquellas creencias militantes de esa época, pues el sufrimiento se alojaba en los propios cuerpos de los ideológicamente comprometidos, hasta el evento póstumo de hacerlos desaparecer. En cambio ahora, hay decisiones abstractas de carácter represivo, dadas sin riesgo, que se alojan en cuerpos ajenos que desaparecen. Se refería con esto último a Santiago Maldonado, y con lo primero, a los militantes de hace medio siglo, que se exponían a pesar de que –sugirió Cristina-, estaban equivocados.
Estas torsiones del lenguaje, revelan algo que también a Bernard Pivot se le escaparía. La verdad no es un ente fijo que se sabe a sí mismo, ni una invención festejada por los irresponsables como post verdad, que se podría mover como un autito de plástico, infantilmente, de un lado a otro. La verdad es o sería un juego de tensiones que se ejercen en un tiempo dado, definible por su ahora, por su inestable actualidad, pero nunca incapacitado de cotejarse con otras tensiones, con la historia de los propios desasosiegos locales y universales. Por eso, Cristina dijo la verdad, pero no desde el "a priori" idealista que imaginó Novaresio – la verdad del periodista perteneciente a un régimen de poderes establecidos - sino de un modo de autoreflexión, el modo en que le permite su propio balance en curso sobre su gobierno, la manera escandalosa en cómo se la ataca (ese Libreto Mayor, que a pesar de todo, Novaresio utilizó sin mayores ensañamientos) y las áreas en que se destaca comparativamente el gobierno anterior con el que lo siguió, siguiendo aquellas específicas donde aparece la fantasmagoría de López. Ese nombre flota amenazante, es principalmente una imagen de "Ciudad Gótica", una estampita religiosa herética, un relicario de historieta con casco y chaleco antibalas que revolea eternamente bolsos sobre un paredón monástico. El "relato", tanto que hablaron de eso, no puede ser más perfecto. Ya está completo, la ficha colocada en el cartón con fijeza de una chinche sobre la cartulina de la historia contemporánea del país. "Matriz Corrupta". Ni Batman resuelve el tema.
En cambio, con los mapuches, el Gobierno no encuentra el rumbo, es decir, a quien cargarle los síntomas de la tragedia, no le alcanzan las operaciones de inteligencia super-escenográficas. Así fue la de López, comisionado eminente de las ilegalidades paralelas al Estado, sobre la base de tráficos entre empresas contratistas, los gobiernos reales y personajes propiciatorios que recorren todo el espinel político, pero retransmitidos por la onda rocambolesca de los analistas del FBI de las televisiones con semiólogos de turno. Si a propósito de Maldonado no consiguen la foto adecuada -por el momento tienen un gendarme joven de apellido Echazú con una parte de rostro con un rasgón de sangre - en el caso López, el núcleo efectivo, cuan cierto que esté teñido de verdad, también lo conforman decisiones especializadas en grandes guiones de truculencia escénicas, televisivas.
En la línea "Campaña del Desierto" se hurga la posibilidad del Mapuche Culpable, así como con el caso Nisman se quiere desviar lo obvio – un suicidio de Estado, no un suicida por causa del Estado - y transformarlo en una conspiración entre querandíes, ranqueles, tehuelches o…mapuches. Póngase "kirchneristas" en el lugar que corresponda. Mapuches asesinos, mapuches ilegales, mapuches falsos que esconden floggers, o cómo se llamen, o sea "tribus urbanas" de muchachos desocupados que entorpecen las veredas. Molestan además porque en la terminología canchera de los etnógrafos de los Canales oficiales, decir tribu urbana es de buen gusto, pero ya que haya tribus verdaderas, lleva a consultar las historias inverosímiles sobre canibalismo de los viajeros europeos del siglo XVIII.
No saben cómo hacer de la Culpa un "Uno", una singularidad, cuando cualquier construcción al respecto llegaba a la Matriz. En el pensamiento televisivo oficial, López no era un "uno singular" sino que encarnaba la Matriz. Ahora, ésta ya no aparece. O en el notorio suceso trágico ocurrido en el lejano sur, ya no debe portar el rostro de la Gendarmería, que es el Estado. Por eso, la elaboración de lo que falta en el caso Maldonado, el casco del reo saliendo del convento con los ojos fuera de órbita, lo trasladan al chaleco puesto sobre Cristina, el modo en que es refutada, despreciada o imitada grotescamente en los programas cómico-políticos: Cristina Mapuche.
Peligro de reincidencia mítica de la gran amenaza, que lograron encarnar, como las grandes leyendas primitivas, la que acostumbran unir comunidades imaginarias que pasan a temer la supuesta realidad de un despojo (cuando los verdaderos causantes del despojo son los que generan ese concepto salido del gabinete de "invención de leyendas").
Pero, en fin, el núcleo emancipador del kirchnerismo, cuya alma real es la que tantas veces reitera Cristina –lo hizo en el acto de Florencio Varela, mentando un desarrollo nacional multiclasista y alianzas sociales democráticas, para decirlo a la manera habitual-, quiere ser sustituido por el oscuro caos de una reinante corrupción, mancha siniestra a la que en vez de encontrarle su racionalidad jurídica, la convierten en un misticismo de fuerte pregnancia. Materia prima de los exorcistas de turno. Con ella acarician la hipótesis máxima, con la que se entusiasman y al mismo tiempo aceptan la dificultad de su cumplimiento. La prisión de Cristina. Como conjura que enhebra con la misma aguja el desinterés por las instituciones republicanas y el temor por el incisivo planteo de Cristina de interpretar como una interrelación complementaria la precarización social y laboral, con la precariedad democrática y de las fuerzas autónomas del derecho. Un planteo notoriamente superior a aquel que denominan –no sin gracia- "el peronismo racional de Pichetto".
En el terreno de las formas jurídicas ajenas a su politización brutal – la justicia está hoy quebrada por dentro - estos casos deberían ser evaluados junto a las desmesuras de las artimañas oficiales, tanto en las zonas crípticas de la política (casi todas), o en los manejos financieros del macrismo, públicos y privados. Ya que obedecen a una fusión de campos de sentido diversos, desconocida antes, pero apenas mencionadas con el salvavidas conceptual del "conflicto de intereses". Esto señala más un problema antes que ofrecer una garantía de rectitud política. ¿Cómo un gobierno va a iniciarse presuponiendo que en su seno hay tales "conflictos", que merecen regulación especial?
Lo que dijo Cristina sobre López en la entrevista es sustancialmente cierto, es un magma explosivo que debilita el conjunto de las fuerzas democráticas desatadas por el kirchnerismo, pero que recorre todas las gradaciones y ámbitos actuales o pasados de los procedimientos económicos oficiales, del anterior y de éste. Pero allí anida una debilidad, y quien hace esa pregunta sabe que pone a los astros en conjunción favorable hacia él. Pues se carece de más convincentes explicaciones que incluyan la desmesura de los flujos oscuros de moneda que caracteriza al Macrismo – es una ilegalidad enmascarada permanentemente, y para decirlo con palabras de Cristina, una democracia precarizada o una ausencia efectiva de estado de derecho - y falta la simbolización que las "honestas" grúas macristas ya han producido por doquier, pues en la teoría de las excavaciones la tienen fácil: cambian monumentos, derriban los muros de la residencia de Olivos (a fuerza de vecinos sin secretos), escarban la Patagonia… Allí su provincia preferida se llama Benetton y el distrito sagrado Joe Lewis. Este "mundo grúa" es un artefacto específico del macrismo. Nadie más lo logrará.
No obstante, o bien Cristina es Lady Macbeth y desea engañar con ojos humedecidos a Novaresio, o allí hay un verdadero vacío explicativo que el régimen mediático dominante no quiere que se aclare, porque es su carta fundamental, su carpetazo con casco, su operación más exquisita montada en la ronda nocturna de un desdichado operador político que como los personajes del infierno dantesco, está sumergido eternamente en cieno y sospecha, el pantano de signos de la Argentina propiamente dicha. Omitiéndose de esta cruel historia, el gobierno actual descansa allí y busca nuevas imágenes con casco, un gendarme apedreado, etc. Pero a esta construcción de "Cristina Mapuche" hay que contraponer no solo las cifras del endeudamiento macrista que "servirían para varios Arsat, varios o muchos hospitales, etc.", como dijo Cristina en Florencio Varela. Hay que contraponer asimismo otra idea del político que en su biografía dramática introduce en el análisis la dialéctica de sus propios actos. Este paso debe comenzar a darse.
Está bien que se invierta el argumento macrista y se les devuelva bajo una forma infinitamente peor, cuando ellos se miren, si se animan, en ese espejo. Pero aun así, siendo incomparables ambas gravedades – "bolsos" contra "blanqueos" - la parte de la religión que celebra el macrismo con sus "idola tribu", aún reza por la estampita de López. Con sus puertitas, saliendo del monasterio, y como los anticristos de utilería, juzgado por "revolear bolsos" sobre los muros, como espectro del medioevo, pues el poder de esa imagen admite variados relatos sobre lo inexistente. Incluso Novaresio, un periodista que se jacta de cierta precisión en el uso de lenguaje, dijo "revoleó bolsos", lo que la imagen no contiene ni nunca mostró. El verbo revolear se invoca para hacer ridícula la grave desmesura de esa filmación, y poder narrarla por televisión. Contiene, sí, una tal excentricidad icónica que no tienen los sin embargo más amenazadores Panamá Papers, que nadie vio "revolear", donde yace la verdad última. Pero abstracta. El macrismo toma las decisiones más pesadas sobre la historia nacional, pero su estilo es abstracto. Es la burla de las meta-finanzas invisibles a los bolsos voladores "vistos" por millones de espectadores. Se vio un arma, bolsos que se pasaban de un lado a otro al ras del suelo. Sí, claro, eso se "vio". Pero lo que ofrece el relato vigente es la capacidad voladora de los bolsos de kriptonita, materia shakespeareana provista en gran medida por los "service".
Estos íconos, operaciones, leyendas, locuciones míticas, afectan la verdad del kirchnerismo en la medida en que acepta la litografía del Mal, que refleja un evento real pero del que debe analizarse su arquitectura compositiva. Este hecho muestra explícitas oscuridades, condenables, cuyos estragos son visibles, pero tiene escala menor que los daños implícitos de las aguafuertes ocultas del macrismo. Pero eso lo dirá con más fuerza la historia real del período cuando sea efectivamente reconstruido.
Ahora, admitir el modo en que podía moverse un área "no sabida" del anterior gobierno, no implica no saber en qué consistía. Al saberlo y explicarlo no solo no se aguaría una médula dominante, nacional popular democrática, sino que se reforzará su posición más genuina e innovadora y se podrá, en efecto, desmantelar lo que esos hechos cargan como matriz teológica de los falsos sacristanes. Pues a todos les son inherentes: a los gabinetes secretos del macrismo también nos referimos. A los servicios de informaciones, los alquimistas de imágenes, los fabricantes de leyendas narcotizantes. Las creencias colectivas suelen ser tan firmes como mármol de Carrara o el hierro con que se hizo la Torre de Eiffel. La entrevista con Novaresio y el posterior acto en Florencio Varela son capítulos difíciles pero adecuados para examinar creencias colectivas, como un avión meteorológico que se mete en el ojo de un huracán.
* Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional
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