jueves 14 de septiembre de 2017
En la represión del 1 de setiembre, se pudo ver una nueva fuerza de choque que agredió sin identificarse representando al poder represivo del estado. Estaban sin uniforme, confundidos entre los manifestantes y de golpe se pusieron esos chalecos color bordó y arrestaron y golpearon con ensañamiento. Asumimos que son policías metropolitanos que actuaron sin identificación pero bien podrían ser una fuerza para-estatal, qué más da. Quedaron escrachados en decenas de imágenes que circularon en las redes sociales. Tal es nuestro tiempo: los hechos son difíciles de esconder. Los medios hegemónicos de comunicación son capaces de minimizar los efectos de una marcha de 100 mil personas, tan sólo ignorándola con descaro si nosotros no somos capaces de ponerla en la agenda. Suena infantil pero el celular es un arma, la conexión a Internet es un arma y vamos a perder si no le damos un lugar central a estas nuevas formas de militancia. La disputa está abierta si encontramos la forma de comunicar. En parte, depende de nosotros.
Durante la marcha del viernes primero de septiembre en la que se reclamó la aparición con vida de Santiago Maldonado presenciamos acciones de represión (con aristas de ilegalidad) que no se veían en la Argentina desde hace 15 años. Durante ese intermezzo populista, se modificaron las conductas sociales a partir de la irrupción de nuevas tecnologías de la comunicación. Y es importante repasar lo que sucedió el viernes por que esos cambios sociales ya están signando las modalidades de militancia, represión e intervención sobre las democracias.
Las tecnologías que pulverizan nuestra intimidad, dejan registros digitales de nuestros movimientos, nos exponen a trasladarnos por la ciudad localizados por GPS, antenas de telefonía y observados por cámaras de video, asustan por las fabulosas posibilidades de control social que hoy le ofrecen al poder. Pero en sentido inverso, incluso con conocimientos básicos, ofrecen también un margen ciudadano novedoso a la hora de controlarlo a este.
Esa posibilidad se ve potenciada por la tan nombrada, sí relativa pero no despreciable horizontalización de las comunicaciones adonde cualquier persona con un celular en la mano es un potencial emisor. Y el plan geopolítico que las derechas mundiales despliegan en nuestros países (que muchos llaman Plan Cóndor II) nos está primereando en la comprensión de estos escenarios.
Las metodologías de las dictaduras latinoamericanas de los 70, ¿serían hoy practicables? Por ejemplo: la división en zonas, para operar con comandos de zona liberada, que fue importada de la represión francesa en Argelia. Para los más chicos: cuando los grupos de tareas de la represión se disponían a chuparse a alguien la policía desaparecía de la zona y si alguno quedaba, sabía que sin importar lo que viera no debía intervenir (la zona estaba liberada). Ese concepto aterrador de tierra de nadie, la zona liberada, hoy debería resolver su relación con el producido de las cámaras de seguridad de casas y edificios para no dejar pruebas. A veces hay media docena en una cuadra. ¿Qué haría la zona liberada con ellas? (Cómo se desharía de lo que captan). Y aún si resolviera este intríngulis los secuestros serían filmados con un teléfono celular desde una ventana, se colarían en la webcam de una videoconferencia que transcurre ventanas adentro en la casa de enfrente. Las imágenes de los secuestros circularían en las redes sociales. No tomarlas en cuenta judicialmente podría enfrentar el problema de que ya fueron vistas por todos, aquí, en el extranjero. Es difícil pensar que una intervención político-cultural como nuestra última dictadura, basada en un plan masivo de desapariciones y control total de contenidos, sea hoy posible en una sociedad como la nuestra.
Tras el atentado a las torres gemelas, con los EEUU ocupados en Medio oriente (y la inoperancia del gobierno de George Bush junior) tras la crisis, se les escapó la tortuga y vieron florecer nuestros gobiernos populares delante de sus narices. Estos gobiernos populares salieron del endeudamiento con años de crecimiento a tasas chinas, crecimiento del mercado interno y redistribución del ingreso. Pero hoy, la región se ve otra vez gobernada por una serie de (nuevas) derechas, en la mayoría de los casos llegadas al poder por medio de golpes blandos.
Se ha escrito mucho sobre esto y casi todos nosotros convenimos en que la homogeneidad de los procedimientos no es casual. Estas nuevas derechas fueron financiadas por los EEUU desde fundaciones con probadas conexiones con los fondos buitre, con la CIA, con los grupos neo-conservadores de Miami. Fueron ayudadas por los servicios de inteligencia locales que estuvieron filtrados, dirigidos por los servicios de ellos y operaron en tandem con los medios de comunicación, permearon los poderes judiciales y aquí estamos, es historia conocida. Archidescripta. Volvieron por lo que habían dejado pendiente incluyendo, como hipótesis de máxima, aquella involución de escala secular sólo que ahora, por medio de la explotación de otros pliegues de la problematización de nuestras sociedades, pretenden implantar ese retroceso al siglo XVIII en los propios proyectos estratégicos de nuestras nuevas democracias de baja intensidad.
Pero volvamos a lo que sucedió este 1º de septiembre. En la represión se pudo ver una nueva fuerza de choque que agredió sin identificarse representando al poder represivo del estado. Estaban sin uniforme, confundidos entre los manifestantes y de golpe se pusieron esos chalecos color bordó y arrestaron y golpearon con ensañamiento innecesario. Asumimos que son policías metropolitanos que actuaron sin identificación pero bien podrían ser una fuerza para-estatal, qué más da. Quedaron escrachados en decenas de imágenes que circularon en las redes sociales y son las mismas caras que se habían visto, pegando a mansalva, en el pasado acto gremial de la 9 de julio. Sus esposas los vieron reprimiendo, sus hijos, las maestras de sus hijos, los padres de los amiguitos, sus familiares y sus vecinos. No sorprendería que pronto empiecen a ser identificados por la sociedad y hasta circulen sus nombres en las redes sociales.
Después de los arrestos intentaron imputar en causas truchas a los 30 detenidos de la marcha pero hay imágenes de los momentos de la detención de muchos de ellos y los hechos no coinciden con el relato policial. En algunos casos las imágenes ni siquiera coinciden con los lugares de detención informados en las causas.
Tal es nuestro tiempo: los hechos son difíciles de esconder; la disputa reside en la interpretación de los hechos. Es lógico que la derecha se esté aggiornando y reemplace las dictaduras militares por golpes de estado blandos, la herramienta militar por la herramienta mediático-judicial. Conserva sí, como una de sus patas la acción policial-represiva, por supuesto, pero ya en forma más acotada. Y cubierta por un fabuloso manto de mentiras. Llenando todo de toneladas de información falsa, de análisis insostenibles, chatarra comunicacional hasta saturar nuestras mentes y que ya no sea posible el discernimiento.
Ahora bien: sabemos que la toma y difusión de imágenes de sus hechos malditos, les duele. Cuando hablo de sus hechos malditos me refiero a la cara de una mujer aplastada contra el asfalto con la rodilla de un orangután, esa cochinada represiva que el pensamiento liberal no puede evitar dejarnos sobre la mesa del living por mucho que se disfrace de nueva derecha. Sabemos que la militancia en redes sociales también les duele.
Pero creo que no terminamos de ser conscientes de cuánto estas cosas les duelen. Ellos hicieron los análisis correctos antes que nosotros. Tienen en claro el cambio social del que empieza hablando esta nota desde el momento en que empezaron a concebir el Plan Cóndor II. Para ponerle límites a este plan no alcanza con sólo la militancia virtual o massmediática (sin movilización popular y búsqueda de representación política). Pero tampoco va a alcanzar con la movilización popular y la búsqueda de representación política (y sin una amplia e inteligente militancia virtual).
Los medios hegemónicos de comunicación son capaces de minimizar los efectos de una marcha de 100 mil personas, tan sólo ignorándola con descaro si nosotros no somos capaces de ponerla en la agenda. Suena infantil (casi me da vergüenza decirlo) pero el celular es un arma, la conexión a Internet es un arma (la palabra, no lo digo, porque siempre supimos que es un arma) y vamos a perder si no le damos un lugar central a estas nuevas formas de militancia.
Por eso el viernes, se ensañaron especialmente con los chicxs que militan en medios de comunicación alternativos. Aun así no pudieron evitar ser escrachados. Quizás sabían que iban a ser escrachados. Pegaron para desalentar a quienes pretendan tomar imágenes de sus hechos malditos en el futuro. Para sembrar miedo, asustar a quien pretenda desenfundar su teléfono celular frente a ellos. La represión del viernes, la propia desaparición de Santiago Maldonado, la detención de Milagro son actos disciplinares instrumentados para desmovilizar. Pero la posibilidad que ellos tienen de producir sucesos represivos en escala masiva, luce dificultosa. Quizás haya una proporcionalidad indirecta entre la producción masiva de estos hechos malditos (la cochinada represiva que siempre dejan sobre la mesa del living) y sus posibilidades de ganar la disputa por la interpretación de los hechos. La disputa está abierta si encontramos la forma de comunicar. En parte, depende de nosotros.
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