miércoles 12 de junio de 2019
POLÍTICA
No hay revoleo
Cuando el escenario se aparece como un desparramo de cargos a troche y moche, más o menos como ahora, donde las alianzas se asemejan a piruetas y revoleos, en realidad es la política que ordena a los políticos. O la realidad que ordena a la política. O que los votos son los que acomodan a las candidaturas y no al revés. Y todo eso está resumido en una frase campera: con el traqueteo, los melones se acomodan en el carro.
Y salió la quiniela con los ganadores de la segunda línea. Como algunos de los vices y los dispersos que terminan por ceder a la gravedad de los planetas más densos. No hay azar ni panquecazos en esta previa a unas elecciones que definirán con un sentido casi esencial el destino de la Argentina.
La decisión que se plantea entre la continuidad de una crisis que hundió a millones en la pobreza y a otros millones los tiene aguantando con las uñas, y la posibilidad de ponerle un freno, fue la razón de esa polarización. Es una razón más fuerte que la gravedad de Júpiter. Crisis y anticrisis. Es un sentimiento muy fuerte en la sociedad de que se trata de una decisión que pesa mucho más que en otras elecciones.
Ese peso ordena a la política. Funciona como disparador del gran frente para frenar el desastre. Es una poderosa fuerza centrípeta que empieza a confluir en la oposición de menor a mayor, de los que tienen menos a los que tienen más votos. Es el proceso que lleva a proclamar la fórmula de los Fernández y la sucesiva adhesión de la mayoría de los gobernadores que hasta no hace mucho coqueteaban con Alternativa Federal.
Y es el proceso que culmina con la incorporación de Sergio Massa. La gravedad de la disyuntiva que se pone en juego impone el esfuerzo de apertura. Su objetivo es ganarle a la crisis, al gobierno de la crisis, a Mauricio Macri. Y luego, el carro volverá a acomodar los melones según surjan nuevas tareas.
La polarización en este punto es más socioeconómica que política. No es kirchnerismo y antikirchnerismo, como la presentó Cambiemos en 2015, sino crisis y anticrisis, como la siente gran parte de la sociedad. Esa fuerza poderosa impulsa acuerdos políticos que parecían imposibles. Tiene una lógica, no es al boleo.
Y la polarización con esa dinámica desubica a los que se apresuraron a dar por terminado un ciclo y el comienzo de otro signado por el neoliberalismo crudo de Mauricio Macri. El que apostó a esa mirada quedó boyando. Y perdió lugar en un espacio opositor tan polarizado.
Alternativa Federal quedó pulverizado, reducido a las figuras de Schiaretti y Urtubey. Los gobernadores y Sergio Massa confluyeron con los Fernández, Miguel Pichetto se fue con el oficialismo y Graciela Camaño con Roberto Lavagna, que se queda con una partecita del radicalismo, más los socialistas santafesinos.
Crisis y anticrisis es el gran ordenador. No quiere decir que ya tenga la victoria, pero ese ordenamiento favorece más a la fórmula de los Fernández. La designación de Pichetto es demostración de debilidad de la alianza Cambiemos, un cachetazo al voto radical. Y la posible designación de Facundo Manes por parte de Lavagna deja en posición incordiosa a los socialistas.
Si la primera fórmula de los Fernández no hubiera estado en coherencia con ese paradigma instalado en la sociedad, el oficialismo y las demás fuerzas hubieran tenido menos dificultades. Pero la declaración inicial de Alberto Fernández y Cristina Fernández encajó con una expectativa masiva y dificultó que el oficialismo desplazara el antagonismo crisis-anticrisis para instalar el “K” o anti “K”. El ordenador se impuso, aunque parezca un revoltijo.
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