El flaco y yo (Crónica de un amor irreversible)
Mi amor por el tipo no fue a primera vista. En aquellos tiempos en que mis convicciones se reducían a utopías resignadas y me debatía conmigo para no poner una feta de salame en urnas, le aposté un voto. Como quien se juega a una única cita con la esperanza de que el tipo, al menos, pague el vino. Me seducía su actitud irreverente y su gestión en el sur, pero tuvo que remarla mucho para que le diera la chance de una segunda vez.
Él tipo decía que traía un sueño y yo, eterna fundamentalista de los imposibles, lo elegí más por tozudez que por confianza. El país quemaba como papa incinerada y ante tanta tragedia, hasta me divertía el desafío de increparlo. "¡A ver qué hacés con esto, flaco!" Pero el tipo parecía decididísimo a hacer trizas mi escepticismo y conquistarme para siempre. Desprolijo, torpe, arrebatado y vehemente, comenzó a darme pruebas de cuánto podía cuando decía que podía.
El tipo se pronunciaba en contra de las políticas neoliberales y actuó en consecuencia. "Debemos hacer que el Estado ponga igualdad allí donde el mercado excluye y abandona", sostenía desde su primer discurso. Y su decir se hizo verbo cuando el ajuste jamás fue opción en medio de una realidad que venía de un tsunami. Y cuando se le paró de manos a empresarios y multinacionales para cambiar la patraña de un derrame inexistente por políticas de inclusión y números que cerraran con el pueblo adentro.
El tipo se oponía a los tratados de libre comercio, impuestos por el patrón del Norte y fortalecía lazos con quienes valía la pena. Entonces me resucitó, con un Mercosur, el archivado anhelo de una Patria Grande. Mientras se enfrentaba a un Bush y le mandaba su ALCA al carajo. El tipo también se le plantó a los dueños de las verdades irrefutables y comenzó a evidenciar cuánto mentían sus tapas. Los puso nerviosos. Desnudó sus falacias. Y nos obligó, al menos, a revisar cuántas páginas oscuras de nuestra historia les debemos a sus titulares infames.
Al tipo le importaban los negros, los pobres, los putos, los chicos, las madres solas, las que soñaban con ser madres, los viejos, los sin casa, los sin título, los con título exiliados. Al tipo le importaban los eternos excluidos. Al tipo le importábamos nosotros. Y al tipo no le importábamos para la foto. El tipo nos dio laburo. Planes de vivienda y estudio. Jubilaciones dignas y leyes que rozaban lo imposible en una sociedad devastada, pacata, individualista y acostumbrada a derechos para pocos.
Y como si me faltara algo para caer rendida ante él, el tipo decidió reparar veinte años de silencio del Estado argentino y reivindicar, como nunca y como nadie, la lucha por los Derechos Humanos. Hubo mucho después. ¡Claro que hubo mucho después! Pero fue ese día, precisamente esa vez en que el tipo bajó aquel cuadro, que supe que quería muchas más citas con él. Que me había conquistado. Que lo mío con el tipo era hasta que la muerte nos separe.
Y la muerte nos separó. La puta muerte nos separó y al tipo lo lloré casi como a mi viejo. Lo lloré tanto que necesité abrazarme a una plaza entera lloviendo desconsuelo, en la que entendí como nunca las lágrimas de mis abuelos por Eva o por el General. Lo lloré ese miércoles . Y lo lloré muchos lunes, jueves o sábados que parecieron domingos de lluvia. Al tipo lo lloré con el cuerpo y con el alma. Al tipo lo lloro todavía.
Hoy, que se llevan puestas todas y cada una de las conquistas con las que el tipo me sedujo. Hoy, que bajan su cuadro, intentando dejar nuevamente nuestra historia hecha jirones. Hoy, que me muestran cuán infame puede ser otro tipo a quien no le importa que su pueblo se le enamore, a quien no le importamos. Hoy, necesito aferrarme como nunca al recuerdo del tipo. Del flaco. De "mi flaco" del que solo la muerte pudo separarme. Para sobrevivir a nefastos de los que me separan esta y todas las vidas que me queden por vivir.
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