viernes 31 de agosto de 2018
El veneno reaccionario
La grieta que separa a los argentinos es uno de los conceptos más hábiles que logró imponer el pensamiento reaccionario: considerar que la confrontación es una forma de gobierno, no el resultado de acciones de gobierno. El veneno reaccionario moderniza su envase pero sigue siendo igual de letal. Es bueno recordar la tan denostada grieta y usarla como antídoto.
'Bases para una Argentina Moderna 1976-80'
J.A. Martínez de Hoz
El año pasado, en una entrevista en la que le preguntaron qué pensaba de la política argentina, Joaquín Sabina opinó: “Todos mis amigos han sido muy K. Yo no tanto. Creo que el gobierno de Néstor hizo cosas que estuvieron muy bien, pero al final, y con Cristina, dividieron al país de modo tal de ‘Estás conmigo o contra mí’. No me gusta”.
El conocido artista suscribía así a una de nuestras más tenaces letanías de cola de verdulería: la grieta que separa a los argentinos. Es uno de los conceptos más hábiles que logró imponer el pensamiento reaccionario: considerar que la confrontación es una forma de gobierno, no el resultado de acciones de gobierno. Nuestra historia ilustra que, al contrario, dicha confrontación no depende de formas rudas o estilos sedosos sino de iniciativas políticas y que no existen ejemplos de ampliaciones de derechos que no la hayan generado. Por otro lado, que la solución a esa famosa grieta sea la eliminación de uno de sus bordes no parece preocupar demasiado a las almas de cristal que la denuncian, pero esa es otra historia.
Como la vida es circular, este año padecimos otra calamidad ibérica: Imanol Arias fue invitado a opinar sobre la Argentina. Tal vez inspirado por el lamento de Sabina decidió mencionar el mismo drama: “Eso que llaman la grieta, yo lo noto mucho”. También explicó que “veía muy tranquilos a los argentinos cuando la luz era prácticamente gratis, y eso era inconcebible”.
En realidad, lo extraño es que le extrañe que la gente no se quejara de ser subsidiada. De hecho, el ciudadano español, como sus conciudadanos de la Unión Europea, sigue viviendo en un paraíso de subsidios cruzados y regulaciones de todo tipo que aumentan su poder adquisitivo “artificialmente”, para retomar un concepto que suelen usar nuestros economistas serios, como si existiera un país en el mundo en el que la economía se desarrollara de forma silvestre, fuera de la acción del Estado.
Arias explicó que “el gran problema de Argentina es la pobreza. Porque cuando en Argentina había mucha clase media, es verdad que era otra época económica” y también lamentó la corrupción del gobierno anterior denunciada en los Cuadernos y justificó el ajuste actual: “Todos tenemos mucho miedo al ajuste, pero tener una deuda tan inmensa lastra mucho al país. Los ajustes tienen que ser justos. Además hay una tendencia mundial a una nueva economía, sueldos mucho más restringidos, becarios hasta los 30 años”.
Con el estilo simpático e informal que usaría un periodista serio o un funcionario de Cambiemos (colectivos que cada día es más complejo diferenciar), Arias nos regala un misal de paradigmas reaccionarios. El lamento por una clase media tan virtuosa como pasada pero que ya no podemos sostener, los beneficios de una sociedad con sueldos bajos y ganancias altas (sin ir más lejos, el propio Arias fue imputado por una deuda con el fisco de 4,9 millones de euros), la pobreza como maldición y no como el resultado de políticas públicas y, por último, el moralismo selectivo, ese truco que permite eludir la discusión política y reemplazarla por indignaciones judiciales o agravios personales.
A Imanol Arias le preocupa la pobreza pero le indignan los subsidios y apoya a la clase media pero considera natural que bajen los sueldos, ideas que a primera vista parecen contradictorias y temo que lo sean. En España, desde el inicio de la crisis financiera del 2008 los salarios han perdido poder adquisitivo pero el 5 por ciento más rico de los ciudadanos lo es aún más. Amancio Ortega, por ejemplo, dueño de Inditex, matriz de la cadena Zara, llegó a ser el hombre más rico del mundo en 2015, pero sus empleados ganan menos que hace 10 años. En el lenguaje eufemístico de nuestros economistas serios, “se volvieron más competitivos”.
El veneno reaccionario moderniza su envase pero sigue siendo igual de letal. Gracias a charlas casuales como la de Imanol Arias nos vamos habituando a ideas zombie como combatir la pobreza con menos subsidios, lograr una sólida clase media con sueldos más bajos, asimilar trabajos precarizados como el de un repartidor con exitosos emprendimientos personales o denunciar a los gobiernos que impulsan transferencias de recursos hacia las clases bajas como corruptos (los allanamientos y pedidos de desafuero a CFK, la cárcel de Lula y el pedido de captura a Rafael Correa nos recuerdan que las nobles campañas anticorrupción son una forma de hacer política desde el poder judicial para eliminar rivales incómodos).
Los voceros reaccionarios nos ofrecen el sueño de una sociedad de jóvenes emprendedores globalizados, que andan en bicicletas de bambú, tienen su lugar de trabajo en cafés sofisticados mientras toman lattes y disfrutan de una buena conexión pero nos entregan el mismo aumento de la pobreza, la misma caída de salarios y jubilaciones y la misma transferencia de ingresos hacia el 5 por ciento más rico que padecemos desde hace 50 años, cada vez que volvemos a gozar del extraño privilegio de contar con un gobierno serio.
Frente al riesgo de caer en el encanto de políticas que nos empobrecen defendidas por simpáticos voceros, es bueno recordar la tan denostada grieta y usarla como antídoto.
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