Un reencuentro familiar mapuche en Mina del Indio
Martiniano Jones Huala, tío del lonko Facundo, preso desde fines de junio en Esquel, regresó con su mamá, su hermano y su sobrino a la casa natal donde vivió hasta 1970 con sus 11 hermanos en Mina del Indio, Cushamen, provincia de Chubut. Crónica de un reencuentro emocionante que horada la historia de los últimos 132 años y pone en cuestión la persecución contra el pueblo mapuche, cuya más actual represión culminó con la desaparición forzada de Santiago Maldonado.
(Desde Cushamen, Chubut).- Trinidad Huala (81) era una beba cuando su padre la dejó en casa de su tía, María Huanquelef, a una legua de donde Domingo Jones se asentó a fines del 1890 en Cushamen, provincia de Chubut. Aquel primer viaje fue a caballo y la evocación trae los recuerdos que atraviesan el tiempo como la eternidad.
Ahora Trinidad está sentada con su mirada tierna. Viste un abrigo negro tejido a mano y abraza el retrato de María – a quien llama "mamá" - en la casa de un familiar del cacique Miguel Ñancuche Nahuelquir en la estepa patagónica. "Acá nosotros fuimos felices y también sufrimos mucha pobreza, porque mi mamá me enseñó todo lo que sé." – dice - ·Trabajar en el campo, cuidar de los hijos, querer a la tierra, respetar a los viejos, no hacerle mal a nadie, y mantener la memoria viva de nuestro pueblo mapuche".
Justo al lado de la casa de los Nahuelquir donde Trinidad habla y su voz llena el pequeño ambiente, el patio de tierra donde andan las gallinas, y el silencio, hay otra casita pintada de azul cielo. Allí vivió Rafael Nahuelquir, hermano del cacique Ñancuche y su mano derecha. Ambos se entrevistaron con el general Julio Argentino Roca y cimentaron el Departamento de Cushamen como territorio indígena tras la mal llamada "Campaña del Desierto" en 1899. La Patagonia nunca fue un desierto. La cultura mapuche y tehuelche es muy anterior a la Colonia Española y al Estado Argentino. Algo que sabe cualquier estudiante inicial de Historia, pero que los grandes medios de comunicación niegan con la creación sistemática de chivos expiatorios y los mismos perseguidos reciclados hace 132 años.
Este mal no comenzó hoy
Los Nahuelquir no tuvieron más remedio que trabajar como baquianos de Roca para sobrevivir y así lograron salvar miles de vidas de sus paisanos, que de no ser por su mediación, hubiesen sido sacrificados por el Ejército con sus habituales formas de exterminio: el degüello o el fusilamiento.
Nahuelquier era parte del grupo del gran cacique manzanero Valentín Sayhueque, el último en entregarse al Ejército en Junín de los Andes en 1885. Esta región desde el centro de Neuquén hasta el Sur profundo está hecha de sangre antigua. Y la sangre arrastra la memoria y se burla del miedo.
Afuera, los hijos de Trinidad, Sixto Jones Huala (60) y Martiniano Jones Huala (54) saludan a sus parientes más cercanos como Angélica Nahuelquir junto Emilio Jones Huala (baleado en la mandíbula durante la brutal represión de enero en la Pu Lof en Resistencia de Cushamen) y se los ve emocionados. Hay risas y abrazos. Y lágrimas que retornan por el mismo surco.
Sixto cuenta que se fue de la casa familiar en el campo hace 50 años. Asegura que eligió regresar en este momento histórico de la lucha mapuche por su derecho ancestral a la tierra. "Porque Facundo está preso injustamente", remarca. Se acerca a su madre y la acaricia con cariño. Ella está rodeada de brazos que transforman la historia en un latigazo de amor.
Su hermano, Martiniano, tío del lonko Facundo, con pedido de extradición de Chile y detenido en Esquel, dice: "Nosotros fuimos corridos por el hambre de acá. Fue por el '69, '70, cuando no teníamos más animales y la pasábamos mal. No había ni leña para el fuego. Hacíamos fuego con una mata que crece cerca del arroyo. Recuerdo muy bien que mi mamá le dijo a mi padre, Sebastián Jones, que ya no podíamos seguir así y que uno de los dos se tenía que ir a buscar el sustento afuera para poder mantener a los 12 hijos. Entonces, mi mamá, un día a eso de las 5 al amanecer, nos juntó a todos alrededor de la vieja casa y le hizo una despedida con ceremonia mapuche a mi papá. Y como no había otra cosa, no había nada, ni siquiera tabaco, ella armó un cigarro con orégano y le dijo a mi viejo estas palabras: 'Usted no vuelva con las manos vacías. Yo me voy a ocupar de los hijos, pero usted no vuelva sin nada".
Y así fue.
Sebastián Jones tardó un año en comunicarse con Trinidad. Hasta que el fin llegó a la casita de Mina del Indio un telegrama que anunciaba un giro desde una estancia de Santa Cruz en la que Sebastián trabajaba como peón. Había que ir a buscar ese giro a El Maitén. Trinidad cargó un hijo en sus hombros y enfiló caminando sola por la huella de la Cordillera. Nadie la llevó. Nevaba fuerte, pero nadie la llevó. Pero llegó. Nadie la ayudó. Pero llegó. Fue recibida por unos parientes del pueblo tan mojada por la nieve y el frío, que el calor del fuego y la ropa prestada lograron por un instante hacerla olvidar de la travesía y la incertidumbre.
Allá en la vieja casa, el resto de sus hijos estaban preocupados por Trinidad. Hasta que la vieron volver con un caballo a través del campo cruzando el arroyo, en este lugar sin nada, especie de hueco sagrado donde existe todo.
Dos años después, en 1973, la familia de Trinidad Huala y Sebastián Jones y sus 12 hijos se instaló en una casa de madera del barrio Don Bosco en la ciudad de Esquel. Allí Sebastián consiguió un trabajo en la Municipalidad, pero la plata no les alcanzaba. Y como sucede en todo hogar humilde, los chicos tuvieron que comenzar a conchabarse rápido. Se hicieron hombres demasiado pronto. Eso no es ni bueno ni malo, simplemente es así. Pasa. Martiniano y Ramón Jones Huala (el padre de Facundo) a los 7 años ya eran expertos jinetes. Crecieron andando a caballo en el campo y en los hipódromos.
"Fui jockey hasta mediados de los '80." - cuenta Martiniano - "Fue una de las experiencias más lindas de mi vida. Me sentía libre, conectado con la naturaleza, quizá por mi condición de mapuche, nosotros tenemos una conexión con los caballos y con el ambiente del campo, de la montaña, de los ríos, de los árboles. Pero tardé mucho en tener confianza y manifestar mi identidad. Sufrimos mucha persecución, racismo y marginación. Cuando cumplí los 15 o 20 años empecé a escuchar las historias de los mayores y así fui reconstruyendo mi identidad. El sistema te hace sentir vergüenza. Te excluye constantemente. Fueron años de trabajo y aprendizaje".
Los 12 hermanos comenzaron a andar la vida hasta el reencuentro a fines de los '80 y comienzos de los '90. Nada les fue fácil. Ramón se mudó a Bariloche y conoció a María Isabel Huala, la madre de Facundo, Fernando, Fausto y Fiorella.
María Isabel vive en un lote recuperado al Ejército con su actual pareja. Dueña de una personalidad inimitable, sin dudas, fue motivo de inspiración para sus hijos. Se trata de una luchadora nata y conceptual de gran fortaleza anímica. Siempre preocupada por la lucha mapuche y el esclarecimiento de la desaparición forzada de Santiago Maldonado, María Isabel fue la primera que denunció la quema de la casa de Marcelo Calfupan en la comunidad Vuelta del Río luego de la toma pacífica del Juzgado de Otranto. El hecho que precipitó el apartamiento del juez de la causa Maldonado. Se mantiene en contacto con su familia de Cushamen. Incluso con Martiniano.
Él construye bellísimas casas de barro en Esquel y Sixto trabajó años como mozo del Hotel Llao Llao. Sixto también vive en Bariloche y es el padre de Emilio Jones Huala, a quien la Policía de Chubut y la Gendarmería intentaron asesinar en enero con un balazo de goma en la mandíbula a quemarropa.
Pasados esos malditos fuegos, Emilio conversa con su abuela. La ayuda a caminar con el bastón al que ella llama "mi caballo". Le habla al oído en un descanso del arroyo, sentados sobre una piedra, así la protege y juntos recuerdan anécdotas de la niñez de su papá, y los minutos pasan tan rápido como los cometas. Emilio al fin halló su propia sortija en las manos de Trinidad. Y Martiniano hace memoria. Anda con su poncho por el campo y asoma la emoción intangible por el rabillo de sus ojos. A veces el silencio tiene palabras.
El hombre que le contó la historia de su pueblo a Martiniano fue Remigio Huanquelef. Tenía unos 80 años en 1970 y había vivido en carne propia las consecuencias de "La Campaña del Desierto". Remigio conoció a Rafael y Miguel Ñancuche Nahuelquier, Trinidad Huala, no. Pero sí se acuerda de esa angustia de los 5 años, cuando unos hombres llegaron al lote de María y le remataron todos los animales. No les quedó ni una oveja ni una chiva ni un caballo. Ni siquiera un álamo. Tuvieron que comer liebres y lo que fuese para sobrevivir. Con cada animal que cazaban vendían la piel para poder comprar azúcar, yerba y algunas papas. Por eso, Trinidad conoce el fondo de la gente. A veces prefiere callar.
"Acá nosotros teníamos muchos animales" – hace un gesto con el brazo señalando el infinito - pero de pronto nos quedamos sin nada y con mi mamá sufrimos mucho. Hubo que buscar la manera de seguir adelante".
Detrás de la casa donde conocí a Trinidad hay una loma y más allá un cementerio familiar. Allí están los restos de su madre adoptiva, María y de su compañero, Rafael Nahuelquier, envenenado por reclamar tierras y luchar por la causa de su pueblo. Se dijo que murió de "un ataque cardíaco" en 1935, pero la familia sabe que fue asesinado.
Hace 60 años, Osvaldo Bayer, lo narró así en el número 2 de "La Chispa" con el título "Los dramas negros de Cushamen":
"Con posterioridad llegó a la zona un ciudadano árabe de nombre Juan Sfeir quien solicitó al jefe aborigen Rafael Nahuelquir le alquilara la casa en que éste vivía, en el lote 140 de la colonia. El señor Sfeir nunca pagó un centavo a Rafael Nahuelquir, y además se negó a entregar la casa, que luego vendió con mejoras de su propiedad a otro ciudadano árabe: Heikel El Khazen. Este caballero estableció un comercio y desde él comenzó el despojo de las familias aborígenes de la colonia".
Bayer contó cómo continuó el despojo. "Rafael Nahuelquir, agotados los recursos para hacer valer sus derechos sobre la propiedad aludida, viajó a Buenos Aires para reclamar ante la Dirección Nacional de Tierras. Allí le informaron que ese lote era de su propiedad y que los intrusos debían pagar el alquiler y entregar las mejoras. En la Dirección de Tierras se le entregó una nota a Nahuelquier en la que se le explicaba la situación y una copia del título a su nombre para que pudiera exhibirlo ante las autoridades locales a efectos de que se le hiciera justicia. Desgraciadamente, Rafael Nahuelquir, a la sazón poblador del lote 139, y a consecuencia de lo 'aparentemente' pareció un síncope cardíaco, dejó de existir desapareciendo todo rastro de la documentación en la que constaba su propiedad del lote 140.
Dejaba al morir varios hijos menores de edad y a su segunda esposa, también aborigen y analfabeta. Se inicia entonces, la sucesión de Rafael Nahuelquir, nombrándose como depositario de los bienes sucesorios existentes en su nueva locación, lote 139, a un señor de apellido Miranda, vecino del predio, contra la voluntad de la viuda Nahuelquir y sin consultar a los menores.
Se nombró a un tasador de los bienes" – seguía Bayer en 1958 - "(no existe copia del inventario), quien fijó parte de sus honorarios en la suma de 160 pesos, que los menores hicieron efectivo al señor Julio Telleriarte, comerciante de la zona, para que entregara al tasador, señor Luis Zuschlag. Julio Telleriarte entregó un recibo a los menores en la que constaba el pago de esa suma y el destino.
Varios años después el individuo Luis Zuschlang inicia juicio ante el Tribunal de Esquel contra la sucesión de Nahuelquir (…). El remate se hizo sin notificar a los herederos, quienes se vieron sorprendidos al ver rematados sus animales vacunos, lanares, y yeguarizos, sus útiles de labranza, carros, sogas, etc., su casa y sus árboles. ¿Quién fue el comprador? Pues nada menos que Julio Telleriarte. Todo se llevó este señor, pagando, sirva como ejemplo, 10 pesos por cada 14 álamos. Es decir que resultaba comprador la misma persona a la que los herederos habían pagado los 160 pesos para pagar los gastos de sucesión de su padre.
Del dinero obtenido en el remate los herederos no han recibido hasta la fecha ni un solo centavo. Les queda la casa habitación que se negaron valientemente a desalojar".
La casa de la que hablaba Bayer en 1958 todavía sigue en pie. Es la que describí pintada de color azul cielo a una legua de Mina del Indio, en Cushamen. La mujer indígena analfabeta, segunda esposa de Nahuelquir, que menciona en "La Chispa", era María, la madre de crianza de Trinidad Huala. María, a pesar de tanto despojo, le dijo a Trinidad antes de morir, que en el futuro sería testigo de situaciones que jamás hubiese creído, porque el valor de la justicia no conoce vencimiento. Además, como si fuese poco, le anticipó a Trinidad que sería madre de varios hijos y que éstos le darían "muchas satisfacciones".
María era analfabeta, pero su conexión profunda con la tierra donde vivió todavía persiste en la bruma de su patio. Martiniano Jones Huala recuerda su muerte como un acontecimiento. "Yo era alumno de la Escuela 15 de Cushamen y se suspendieron las clases. Mi abuela era una persona muy importante en la comunidad. Su palabra tenía valor".
Se marchita el sol en Cushamen. Sixto Jones Huala corre y cruza el arroyo Mina del indio de un salto. Su figura se pierde en el horizonte. La ansiedad de volver a ver la casa de su infancia lo domina. Se queda solo allí varios minutos. Media hora. Más. Nadie se atreve a interrumpirlo. Al rato vuelve con los ojos transparentes y húmedos. Trae unas piedras afiladas que parecen puntas de flechas. "Las encontré por ahí, está repleto de estas cosas en el campo cerca de los cimientos de la casa", murmura para sí mismo.
Su hermano Martiniano se ríe. Emilio se estrecha en un abrazo con su tío. Lloran. La cámara registra las emociones. Los gestos amorosos de esta familia mapuche perseguida por el Estado. La humanidad de los Jones Huala está muy lejos del terrorismo.
Trinidad camina del brazo de Emilio. Ángela Nahuelquir vuelve de una reunión con los puesteros del campo junto a Martiniano. El espiral de la vida retorna como un nuevo sol en la inmensidad. Quizás sea el destino del que hablaba María Huanquelef. Arriba donde estaba la casa, Martiniano y su hermano Sixto dicen: "Acá está enterrada nuestra placenta".
El viento sopla con su cucharón de semillas.
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