jueves, 2 de agosto de 2018

'NUESTRAS VOCES': El dirigente infante

jueves 02 de agosto de 2018



El dirigente infante







Por más que las decisiones se toman en mesas tan reducidas como ocurrió en los gobiernos kirchneristas, el nuevo relato de Cambiemos promociona el trabajo en equipo y la ausencia de liderazgos potentes. Así como CFK no podía ignorar lo que hiciera cualquier kirchnerista, la gobernadora puede desconocer el sistema de recaudación y afiliación del partido que preside.
"El hecho de pasar de particular a príncipe presupone o virtud o fortuna".                                              Nicolás Maquiavelo
                                                              Por        


Durante la larga noche kirchnerista, un lugar común opositor solía denunciar la nefasta centralidad del presidente, en particular durante los dos períodos de CFK, quien con "látigo y chequera" amedrentaba a los gobernadores y acallaba voces disidentes. Incluso una humorada como "sólo hay que tenerle miedo a Dios y a mí un poquito", lanzada hacia sus funcionarios, desató la indignación opositora. Para algunos fue algo "típico de los regímenes totalitarios" y para otros CFK se comparaba a Dios, lo que sin duda parecía preocupante.

CFK era "la única ventanilla de reclamo", para retomar una muy buena imagen del politólogo Nicolás Tereschuk. Antes de ser responsabilidad del gobernador o del intendente, oficialista u opositor, el estado de tal escuela o la seguridad de tal barrio era culpa de la presidenta absoluta. De igual forma, los reclamos hacia las empresas de servicios o las agencias gubernamentales pasaban primero por la Casa Rosada.

Por supuesto, el kirchnerismo no fue ajeno a esa construcción. Como todo gobierno peronista, llevó adelante un ejercicio pleno e impaciente del poder y con el recuerdo de la Alianza todavía fresco temió como al ébola pasar por indeciso o pusilánime.

La retórica de Cambiemos apunta hacia el lado opuesto. Por más que las decisiones se toman en mesas tan reducidas como en los gobiernos kirchneristas, el nuevo relato promociona el trabajo en equipo y la ausencia de liderazgos potentes. Así, el programa de gobierno se hace de abajo hacia arriba, a través de timbreos y charlas con "la gente" (colectivo que reemplazó al de "los vecinos" del período municipalista del PRO), aunque por un extraño milagro ese programa retome las exigencias históricas de nuestro establishment.

Los liderazgo de Mauricio Macri y María Eugenia Vidal, sin ser similares, son coherentes con este nuevo relato. Son líderes que confían en "sus equipos" (otro concepto clave en la retórica macrista), "saben delegar" y "hablan con la gente". Al ejercicio clásico del discurso prefieren el timbreo o la entrevista amistosa en un set de televisión. Como explicó Joaquín Morales Solá con una ingenuidad encomiable:"El estilo de Macri no es tan divertido como el de los grandes oradores de la democracia argentina (Raúl Alfonsín y Cristina Kirchner, sobre todo), pero seguramente es mucho más realista en el manejo de las cosas concretas de la administración". La mala oratoria como garantía de buen gobierno es un concepto asombroso que haría que Cicerón muriera nuevamente, sobre todo teniendo en cuenta los magros resultados de estos dos años y medio de gestión.

En realidad, lo que el incansable columnista de La Nación intenta explicar es que si bien no son buenos oradores ni tampoco estadistas con un gran relato articulado en esa historia que tanto fastidia al experto en entusiasmo Alejandro Rozitchner, los líderes de Cambiemos son buenos administradores. Si los resultados no son los esperados no es por culpa de la impericia del gobierno, como ocurría en la época de la presidenta que se creía Dios, sino por causas ajenas: la pesada herencia, las condiciones externas, la sequía, las demandas exageradas de los gremios, el peso de décadas de gobiernos nefastos e incluso la posibilidad de que la oposición gane las elecciones del año próximo. En efecto, si pierde Macri no vendrían las inversiones que no vinieron cuando ganó.

Al parecer, el problema sería la falta de fortuna.

Si bien las decisiones siguen igual de centralizadas, la responsabilidad se diluye. Ocurre que el líder macrista, a la vez que habla con la gente, trabaja en equipo y busca resolver los problemas concretos, siente una alergia obstinada hacia la responsabilidad política. Aún en el infrecuente caso de asumir alguna, lo hace explicando que si se equivocó fue por exceso de optimismo. "Mi peor defecto es ser tan sincera", diría Moria Casán.

Así, del Gobierno jardín de infantes pasamos al dirigente infante, un líder que no sólo desconoce lo que hacen sus subordinados sino que carece de responsabilidad sobre ello. Por supuesto, el dirigente infante requiere de un sólido cerco mediático que haga hincapié en sus nobles intenciones o sus cualidades humanas antes que en los resultados de su gestión o en sus responsabilidades políticas. Es lo que ocurrió con Macri y las escuchas ilegales siendo jefe de gobierno de la CABA o con los Panamá Papers luego de asumir como presidente. Es también lo que intenta conseguir el entorno de Vidal luego del escándalo de los falsos aportantes a la campaña de Cambiemos. Según algunos de nuestros periodistas serios, que actúan como correas de transmisión del oficialismo, la gobernadora "no estaba al tanto", "está dolida" e incluso "enfureció".

Así como CFK no podía ignorar lo que hiciera cualquier kirchnerista, la gobernadora puede desconocer el sistema de recaudación y afiliación del partido que preside. Intentar eludir las responsabilidades políticas e incluso legales argumentando ignorancia o señalando un candor rayano con la ineptitud es una extraña línea de defensa. Equivale a reconocer la ausencia de virtud, al menos la que esperamos de parte de un gobernante. Como la visión meteorológica de la economía  –  que la hace depender menos de las políticas del gobierno que de las inclemencias de la naturaleza  –   genera más compasión que respeto.

En medio de la tormenta que azota a nuestro barco, para retomar la alegoría marina de Mauricio Macri, no es seguro que proclamar la ausencia de virtud y la falta de fortuna de nuestro capitán sirva para motivar a su tripulación o tranquilizar a los pasajeros.







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