lunes, 27 de noviembre de 2017

'REVISTA VEINTITRÉS': Cerebro e injusticia de género



lunes 27 de noviembre de 2017




Cerebro e injusticia de género





La ciencia está abocada a descubrir dónde comenzó la discriminación por sexo.















  
Por            Ignacio Brusco   *





 
La diferenciación sexual apareció hace aproximadamente 3000 millones de años en el mundo, describiéndose diferentes roles reproductivos en distintas especies vivas. Si bien existe diferencia de género en el humano, se sabe actualmente que no hay diferencia de coeficiente intelectual entre sexos.Sólo se tienen características específicas con mejor performance en la mujer para el lenguaje y la empatía; así como el hombre tiene mayor capacidad visuoespacial y fuerza motora. Funciones que quizá influyeron en la distribución de tareas, pero que no marcaron diferencia de derechos durante el 95 por ciento de nuestra existencia en el mundo, hasta ser sedentarios.


Pareciera que a principio, ambos géneros tenían roles sociales no tan diferentes; más allá de su diferenciación reproductiva. Sin embargo con el tiempo se fue constituyendo una instancia patriarcal, que implicó en muchas sociedades una clara discriminación sobre el género femenino, en donde el homo sapiens masculino obtuvo un mayor acceso social, a la educación, a la salud y a la alimentación (entre otros) y sin acceder la mujer a derechos mínimos, como en algunos países pobres o fundamentalistas.


Aunque también, en los países desarrollados esta diferencia se imprimió en que los hombres ganen más que las mujeres, para desempeñar la misma tarea.



Actualmente la ciencia se encuentra abocada en descubrir cuando comenzó esta diferencia. Por ejemplo, la arqueóloga Kate Pechenkina de la Universidad de New York, se encuentra trabajando en estudios sobre restos humanos del período neolítico desde 10.000 años antes de Cristo (ac) cuando comenzó la agricultura, hasta la edad de bronce (aproximadamente 1700 años ac) cuando comienza la siembra del trigo. Describió que en los años finales de la edad de bronce, existe un momento de quiebre en el cual habría aparecido la discriminación hacia el género femenino, conjuntamente con el aumento de la violencia guerrera.
Pues, desde que el hombre pasó de cazador-recolector (paleolítico) al sedentario-agricultor (neolítico) el humano cambió claramente los hábitos. Empezó a sembrar, a acumular riqueza y a considerar a la tierra como propia. Luego necesitó de guerreros, alistando a los que tenían más fuerza; priorizando al género masculino, dejando en un segundo plano a la mujer.
La alimentación de los vegetales recolectados era en esencial para la sobrevida de la comunidad, cuestión que aún se observa en las tribus del Africa, que se mantienen como cazadoras-recolectoras (por ejemplo los Hadza de Tanzania). Así la mujer quedaba en la tribu al cuidado de la misma, cuando el hombre cazador salía a realizar su tarea.
Se considera que el 95 por ciento de nuestra existencia sobre el mundo fuimos cazadores-recolectores. El hombre practicaba la caza y la mujer la recolección. La mujer que estaba en contacto con las tareas de tierra habría sido fundamental, entonces, en el desarrollo de la agricultura. Incluso se piensa que en el comienzo la recolección de tubérculos tenía una mayor importancia que la caza en el proceso nutricional del humano. Se postula así, que el género femenino tuvo una mayor influencia en esta actividad, la cual era imprescindible, dado que muchas veces no se obtenía ningún animal cazado.
Hasta ese momento, entonces, la mujer había tenido un rol central en el proceso de desarrollo de la agricultura. Pues era la que en general cumplía la tarea de recolección y con el cuidado de las crías, para después influir en el desarrollo complejo que implicaron los primeros cultivos (primero mijo y luego el trigo) Se piensa que esto sucedió no solo por cuestiones de fuerza, sino se implantó como parte de la maternidad; lo que condiciono el sedentarismo, pasando la mujer de recolectar primero alimentos, a intervenir posteriormente en la agricultura y en el cuidado de animales.
Cabe aclarar, que durante estos periodos el género masculino no sabía y no se reconocía como padre de la cría; pues había relaciones cruzadas y solo la madre sabía que un hijo era de ella.
Solo a partir de que el ser humano se fue convirtiendo en sedentario el género masculino empezó a tomar conciencia que era padre de sus hijos y que esto se producía a través del acto sexual.
Circunstancia que damos actualmente como una verdad de Perogrullo, pero que el macho desconoce en la mayoría de las especies animales desarrolladas; en las que generalmente pierde contacto con la cría.
Es muy interesante la comparación que se realiza con los monos bonobos (una especie de chimpancé),más parecida al humano que el chimpancé común, que habitan en el Congo, que tienen una conducta menos agresiva y en general son vegetarianos.
Las manadas de chimpancés comunes son dominadas por los machos alfa, en cambio los bonobos reparten esa conducción y es bastante frecuente encontrar manadas conducidas por hembras.
Otro factor parecido con el humano es que los bonobos se aparean mirándose de frente; situación que pudo haber tenido relación con el reconocimiento de parentesco, siendo además una herramienta intersubjetiva de comunicación entre pares.
Además las hembras bonobos no tienen períodos de celo; pareciéndose al humano. Lo que hace que puedan aparearse todo el tiempo y relativiza la función del sexo como mecanismo sólo de reproducción sino generador de relaciones sociales más complejas.
De hecho presentan claros componentes bisexuales, a partir de la libertad reproductiva.
Algunos antropólogos describen al humano como en un sitio conductual entre los chimpancés (más feroces) y los bonobos (más amables); a pesar que somos genéticamente similares a ambos en el 98, 7 por ciento.
El homo sapiens aparece hace aproximadamente 200.000 años, y vive aproximados 190.000 años como cazador/recolector. En el estudio realizado por Pechenkina se investiga al homo sapiens en China, desde el comienzo del periodo neolítico de hace 10.000 años, hasta el final de la edad de bronce .
Investiga así restos óseos con elementos radiactivos, que muestran como que se alimentaban nuestros ancestros.
Observa, a través de un isotopo de carbono el consumo de vegetales y con un isotopo del nitrógeno el consumo de carne. Mucho más difícil de obtener y más nutritiva en ese tipo de alimentación primitiva. Observa que hace 10.000 años la dieta entre hombre y mujeres (que es muy importante como dato) era la misma: todos comían mijo y carne por igual.
Luego empiezan dos procesos centrales: los cultivos del trigo y especialmente el asentamiento en comunidades sedentarias de los humanos, generando grupos de lucha que defendían el sitio conquistado y además conquistaban otros. Pareciera que este fuera el momento de despliegue del privilegio de género masculino.
Pues a partir de este momento comienza a existir la diferencia alimentaria. Según este estudio con restos humanos, todavía en el 1700 antes de Cristo la dieta era igualitaria; pero al final de la edad de bronce (aproximadamente 400 años ac) comienza la diferencia de dietaria.
La mujer deja de comer carne y se alimenta prácticamente de un nuevo cultivo: el trigo, padeciendo deficiencias dietarias que se expresaban en sus huesos craneanos, mientras el hombre sigue alimentándose con carne y mijo. Esto coincide con momentos de lucha y conquistas en esta región. Por otro lado cuando se analizan las tumbas masculinas de esa época, tienen mayor cantidad de ornamentos y obsequios, sabiendo la importancia que se le otorgaba a los rituales mortuorios en ese tiempo.
Ninguno de estos datos puede ser concluyente. Pero algo ha conducido a la discriminación de género y estos datos alimentarios y funerarios son bastante esclarecedores.
Quizá tomando conciencia de situación podremos parecernos más a los bonobos, que a los chimpancés. Ahora depende de nosotros, como seres racionales que conocen su historia.

Ignacio Brusco   *

@brusco_N
*    Neurólogo cognitivo y doctor en Filosofía. Prof.                titular UBA. Conicet








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