martes 19 de diciembre de 2017
Derechas orgánicas
El peronismo hoy, no es otra cosa que invocar al peronismo. Mientras la derecha orgánica encarnada por el senador macrista-peronista Pichetto comienza a apropiarse del término, las nuevas coaliciones populares se enfrentan al desafío de recrear la vida popular descuartizada.
La palabra "orgánico" da forma concluyente a un argumento, o a cualquier vocablo que la acompañe. Si decimos derecha orgánica, no nos referimos tan solo a ciertos pensamientos que surgen en forma aleatoria, y emiten opiniones temáticas que se alojan cómodamente en casilleros de derecha. Una cosa es la derecha temática y otra, la derecha orgánica. Una derecha temática puede tener posiciones sobre el gasto público o los préstamos internacionales, y eventualmente acepta discusiones sobre el asunto. La derecha orgánica en cambio hace énfasis en inmigrantes, consideraciones sobre las mutaciones de la familia nuclear, derechos a la reproducción de la vida, definiciones sobre los "otros" vistos con prejuicios, suspicacias o burlas que rozan el racismo.
A todos estos ingredientes, podemos descubrirlos en zonas sumergidas de la conciencia pública o individual, pero de distinta manera según los casos. En muchas situaciones, un argumento económico no tiene la misma capacidad de provocar efectos sumergidos en planos borrosos del yo, que la visión de formas de lo humano a las que se adjudica una potencialidad de ocasionar el mal por motivos fundados en diferencias imaginarias, pueden ser de índole nacional, racial o política. En este último caso estamos ante una derecha orgánica. La derecha orgánica tiene viejos resabios biologistas que un economista de derecha no necesariamente posee.
Es posible así que la cuestión xenofóbica sea asunto primordial de la derecha orgánica. El macrismo tiene incrustaciones de ese tipo, pero puede contrarrestarlas con cierta composición de desenfado empresarial entre sus ejecutivos que ocupan sillones políticos. Necesariamente lo hacen con displicencia, no aman símbolos ni emblemas, y las instituciones públicas les parecen buenas si son reguladas por escalas de mérito – a veces policialescas - y si los ambientes ceremoniales se parecen más a espacios de arquitectura empresarial, cómodas áreas de arquitectura funcional – inesperadamente, así interpretaron la cúpula del CCK - antes que el Salón Blanco y el Busto de la República, que carga toda conversación u oratoria con mármoles vetustos y sillas kitsch de terciopelo y marcos dorados, que se descascaran rápido. Digo esto porque la xenofobia de la derecha orgánica puede recibir un alivio gracias al libreto cosmopolita y la abstracta concepción de un mundo financiero dominante que teje el macrismo "racionalizador". Entonces son xenófobos apenas latentes, con coberturas frívolas, y no se pueden dar el lujo de cualquier hostilidad al extranjero – tal como las hinchadas futboleras, a las que ellos, especialmente ellos, saben cómo fomentarlas, construirlas, y - producir que intervengan en ciertos puntos de tensión en el poder futbolístico o político. Ellos tiene que recibir al Señor Ma, el multimillonario chino que posee el secreto del comercio electrónico. En esos y otros casos no se pueden permitir la repugnancia por el otro ni el desdén racial. Si lo tienen, habrán de disimularlo.
Otra cosa es el senador macrista-peronista Pichetto, un hombre de lecturas y dramas diversos a la hora de votar – la llama tareas ingratas – pues ha teorizado sobre la inmigración de los países vecinos en términos de conceptos geopolíticos, de seguridad nacional y de asociación entre delincuencia y razas inferiores. Seguramente, a este discípulo de Gobineau, también le fue ingrato hacerlo.
¿Cuál es la diferencia entre Pichetto y el macrismo? Al parecer en materia de montar una Nueva República Blindada, con bases en prejuicios étnicos y neoliberalismos represivos, el senador perono-macrista declara su bibliografía y muestra sus clishés ideológicos con orgullo de bibliotecario. A este formalismo republicano que solo podía terminar en represión, Pichetto lo convierte en un asunto serio al que, como un biscuit bañado en chocolate, lo recubre de peronismo. Aquí volvemos a invocar un término: hay una derecha orgánica, y el peronista Pichetto la encarna acabadamente, y a diferencia de Macri, es consciente de ello, le importa pronunciarse en términos de esa carga ideológica; si lo consideráramos un hombre de honor, lo es en tanto es un senador ideológico de la derecha orgánica en la Argentina. ¿Puede llamarse peronista una persona así? Por la misma razón llamaríamos peronista a Morales Solá, pero como no extrae su biografía de ese rubro, este otro derechista orgánico es apenas el peronólogo de los Picheto y compañía.
Retengamos este drama profundo, drama de significados y signos enmarañados. Sí, puede llamarse peronista una persona así y también puede hacerlo Morales Solá, que vigila con ojo agudo las baterías de recargo del Régimen. Pero el caso de Pichetto va mucho más allá de un itinerario biográfico, pues estamos hablando de un giro crucial de las identidades públicas argentinas, un desplazamiento tortuoso que se forjó en las entrañas de la política argentina convirtiendo y revirtiendo a carradas a las almas más lúgubres. El peronismo como enigma de lo popular, como acopio entrelazado de memorias, no tanto doctrinarias, sino hundida en gestos, modismos lingüísticos y un sentido común, siempre se deja visitar por momentos de ludibrio. Muchos suelen reaccionar ante esta fatalidad originaria. Y reaccionan para encontrar alguna compuerta recóndita, que abriéndose, deje escuchar un apóstrofe a la canalla que todo lo rodea, insoportable.
¿Ese peronismo subsiste? Ante quienes creen que en el subsuelo está esa argamasa intacta que se expresa en el momento debido y ofrece su impugnación "cuando duele y donde duele", es preciso realizar ciertas puntualizaciones. Como cultura basada en un resplandor lejano, ese peronismo subsiste con sus simbolismos a disposición de múltiples intérpretes. Por eso ser peronista hoy no es otra cosa que invocar el peronismo para alguna cosa, que puede ser no votar las leyes de Macri, o vergonzosamente, votarlas. En verdad, el peronismo, al haber perdido su cuerpo homogéneo – aunque en verdad "perdió" lo que nunca tuvo - debe ser invocado en su historia para que componga otras formaciones o él mismo sea irreversible pensionista de su fantasmagoría integral. Contradictoria, por cierto, desde su origen donde ya está la apología de una permanente escisión complementaria. Invocación que corre a cuenta de las personas que saben ser portadoras de ese nombre, pero también de quienes no lo identifican como propio.
El "saber portar" esa identificación e identidad supone un tipo de conocimiento que se obtiene de la historia de una fuerza política; comprender sus fluencias, oponerse a su memorial vacío pero recobrar siempre las vidas que involucró al modo de una biografía tumultuosa de la nación, una genealogía a la cual no le somos indiferentes, pero que no puede tener solo una regla ritual para juzgar los problemáticos componentes del país con hegemonía macrista, dentro de cual porciones completas del nombre "peronismo" están implantadas.
La actitud de los gobernadores declarados de ese signo, sus senadores que entregan su voto a las causas más drásticamente antipopulares, no pueden ser juzgados según a la astucia proverbial de los consejos "prácticos" que atraviesa la lengua tradicional peronista. Tampoco puede permitirse que el vocablo peronista quede enteramente en manos de la derecha orgánica, en cuya cúpula se fusionan como si un ignoto imán los hubiera atraído a lo largo de una confusa historia, el axiomático neoliberalismo macrista con el craso pragmatismo peronista. Ahora bien, "peronismo" es palabra cribada de múltiples significaciones. Si por un lado, no vale más pensar las diásporas permanentes por razones momentáneas que luego cauterizan (hay una "derecha orgánica" que es peronista) y se reunifican en cualquier momento que alguna perspicacia de turno sepa dictar; por otro lado, no hay que dejar de conversar duramente de este peronismo que amoneda una tras otra todas las obtusas demostraciones de su voluntad de ser un craso reaccionarismo organicista, pero humillado por el gobierno central.
Los gobernadores son seres que visten la túnica del peronismo humillado; no parece posible que en la hipótesis de la agonía macrista ese peronismo de organicidad esencialmente derechista – con diversos matices - la misma astucia lleva al vacío ideológico, y por lo tanto, no son muchos los que llevan la ideología xenófoba del desenfadado Pichetto. No parece que despojado de los borceguíes de la gendarmería macrista que los aplastan, ellos revivan la voz crispada de evite y fustigue a los planes económicos de desmaterialización de un entero país. Más bien, son los que retomarán, los pseudo gradualismos sociales que ensayó Macri (¡), pero presentándose como una pandilla alternativa que correría esas gradaciones hacia una franja de holgura apenas más pingüe.
Pero eso no es ya plausible. No es aceptable preferir esa oscura madeja, como si el gigante dormido aun rumiara su despertar, cuando ya su alma esta capturada por dentro. Sus astillas, en tanto, están por todos lados. El kirchenismo no ha pasado en vano, y su imán no puede hoy ser declarado un simple metal de brillo ya apagado, para volver a las fuentes lozanas, ya oscurecidas y arruinadas. Salvo en porciones no poco significativas de la memoria social y en agrupamientos que preservan esa identidad, pero saben bien de qué estoy hablando. Pero no es difícil también encontrar esos personajes encumbrados o intermediarios que huyen del kirchnerismo como palabra fulminada por jueces largamente preparados para esa innoble tarea, para refugiarse ahora en una derecha orgánica, que en tanto peronistas de la razón calculista permanente, los protegería. Este es un nudo central de la historia argentina contemporánea.
Las nuevas coaliciones populares – frentistas - tendrán trabajos inusitados para recrear la vida popular descuartizada. Por eso también el kirchnerismo en su vocación de permanencia, no solo debe localizar los hilos más consistentes que puedan dar sentido histórico a su fuente originaria – el peronismo - sino que el mismo como nombre de nombres – unidad ciudadana, uno de ellos, que debe ser mantenido - necesita revisar temas, situaciones, cuadros sociales emergentes de necesidades nuevas, idiomas reformulados y miradas diversificas que no lo alejen de su legado. Pero que tampoco lo tornen reacio a las galerías que debe preparar hacia la reinterpretación de tantas décadas de historia nacional. Las banderas peronistas son candorosa y esencialmente ajenas a la organicidad macrista, y asimismo a los que se proponen sustituirla con sus artimañas, que solo precisan mirarse en el Adelantado Menem para saber que su cruce de fronteras lo ha convertido en provecto antecesor. Pueden seguir flameando los emblemas peronistas, pero empuñados por los que no quieren ni deben abandonar una memoria, ajenos al papel de sostener el manchón justicialista que se superpone con el macrismo, pues ellos constituyen ya una completa "episteme".
Pero también el kirchnerismio debe meditar sobre los círculos que les eran interiores o al menos lo parecían, y repentinamente mostraron su vocación de escapar de la pesada guillotina instalada en el país que musitaba como un reloj cucú de la infamia: "pesada herencia…pesada herencia", y a cada vuelta de péndulo emitía una sentencia.
Estamos todos en disponibilidad en el lugar de riesgo. La Unidad Ciudadana ni debe considerarse un rótulo episódicamente electoral ni invocar el peronismo sin beneficio de inventario. Se comprende la apaisada prudencia, resolver una cuestión histórica sin recaudos verdaderos sería una conducta de tanteo a ciegas a través del pantano de la política argentina. Con lo que uno es, hay que animarse a ser otro, y con las memorias que se tiene, hay que dejar que nos interroguen e interrogarlas a ellas para que abran con más decisión sus territorios más virtuosos y honorables.
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