viernes 29 de diciembre de 2017
El representante del odio
Nicolás Massot es un pequeño personaje político devenido en diputado, encumbrado allí gracias a su origen familiar, con una prosapia que para cualquier nación del Mundo sería lapidariamente negativa, pero que en el actual gobierno resulta poco menos que un orgullo. Ser sobrino del cómplice de la dictadura Vicente Massot, le ha conferido ciertos aires de poder infinito, que él se encarga de hacer notar en sus ridículas intervenciones en el Congreso, destinadas siempre a denostar a sus adversarios desde el pedestal de la autosatisfacción que se construyó.
Nicolás Massot es un pequeño personaje político devenido en diputado, encumbrado allí gracias a su origen familiar, con una prosapia que para cualquier nación del Mundo sería lapidariamente negativa, pero que en el actual gobierno resulta poco menos que un orgullo. Ser sobrino del cómplice de la dictadura Vicente Massot, le ha conferido ciertos aires de poder infinito, que él se encarga de hacer notar en sus ridículas intervenciones en el Congreso, destinadas siempre a denostar a sus adversarios desde el pedestal de la autosatisfacción que se construyó.
¿Cuál es entonces la importancia del pequeño señor Massot? Es que él resume en sí mismo las características nefastas de una parte de la sociedad odiadora, descendiente de los odiadores originales del principio de los tiempos de nuestra Nación, odiador serial como su propia familia de partícipes de los peores y más crueles gobiernos antipopulares.
No es importante por sus inexistentes capacidades, ni por sus erudiciones imposibles, ni por sus increíbles sentimientos benefactores con el prójimo. Pero es el ejemplo miserable de la inmoralidad puesta al servicio de la acumulación de los poderosos, sector al que pertenece con la arrogancia de quienes siempre se han creído superiores, por sus apellidos de oscuros currículum manchados con la sangre del pueblo al que siempre despreciaron.
Su defensa del vejatorio proyecto de reforma previsional, lo llevó a decir que "los derechos adquiridos tienen que ser realidades posibles, no enunciados abstractos imposibles de cumplir. Señores diputados, no sintamos culpa". El sueño de cualquier troglodita antidemocrático. La aplanadora de derechos en su máxima expresión de degradación de la política. Los principios jurídicos enterrados en la fosa común junto a la justicia social. Y de fosas comunes, los Massot saben mucho…
Este ricachón sin alma, como tantos de sus colegas, no es más que una circunstancia del momento histórico decadente en el que nos sumergió la ignorancia y el olvido de la realidad por parte de una parte importante de la sociedad, que le abrió la puerta a un monstruo conducido por imbéciles. Pero imbéciles con poder.
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