jueves 14 de junio de 2018
EL PAÍS
¿Universidades para qué, para quién?
¿Quiénes estudian en las nuevas universidades? ¿De dónde vienen? ¿Cómo llegaron? ¿Por qué ahora? ¿Por qué ahí? ¿Qué hace la universidad para que se acerquen, se queden, aprendan, lleguen a recibirse? Estas preguntas y muchas otras forman parte de un debate que se instaló en Argentina en los últimos años en torno a la apertura de universidades nacionales en todo el territorio y muy particularmente en el conurbano bonaerense.
Desde hace un año venimos trabajando en el marco del Programa de Estudios de Género de la Universidad Nacional Arturo Jauretche en profundizar los conocimientos de su población estudiantil, sus experiencias, trayectorias y expectativas. Con el apoyo del Conicet, encuestamos a fines de 2017 a 396 estudiantes distribuidos representativamente en los distintos institutos (facultades) y tramos de las carreras. El análisis preliminar de estos datos nos ofrece claves para situarnos en el debate.
En la UNAJ cursan más de 20 mil estudiantes y nuestro relevamiento muestra que en promedio viajan 38 minutos para llegar a la institución y que el 38 por ciento vive en el partido de Florencio Varela. Si sumamos a quienes residen en Berazategui y en Quilmes, nos encontramos con que el 87 por ciento de los/as estudiantes se benefician de la "vecinalidad". Más de la mitad (el 53 por ciento) egresó de la escuela pública y si bien el 35 por ciento comenzó a estudiar apenas terminaron la escuela secundaria, un 24 por ciento lo hizo luego de 11 años o más de haber egresado. Ese dato no es menor, nos habla de trayectorias educativas truncas que han podido reencauzarse.
Si la UNAJ se ha convertido en una institución de referencia no es casualidad, ni mero azar. Desde su apertura optó por abordar una problemática común a todas las instituciones universitarias que es el aprendizaje del oficio de estudiante y la necesidad de garantizar ciertos saberes básicos. Por esta razón cada estudiante cursa al comenzar la carrera materias ofrecidas por el Instituto de Estudios Iniciales que se aboca enteramente a lidiar con este desafío. Además, existe un complejo set de estrategias que buscan facilitar el tránsito por el nivel superior: becas, tutorías, formación docente, comisiones reducidas de hasta 40 estudiantes, a tono con las tendencias predominantes en educación superior. Siete de cada diez encuestas afirman que estas prácticas han contribuido a sostener la trayectoria estudiantil.
En apenas siete años de existencia, la UNAJ tiene más de mil graduados/as, menos de lo que dura el tránsito promedio por una carrera de grado. Los resultados de estos años de inversión y compromiso institucional no pueden medirse sólo por esta cifra, porque sabemos del efecto multiplicador que tienen estos resultados en la comunidad, en términos de ampliar horizontes y expectativas. Sin embargo, este sólo dato es por sí mismo alentador.
En tiempos de ajuste y reducción del gasto público, el sistema público de educación superior suele ser puesto en entredicho. La resistencia social a su desmantelamiento ha ganado numerosas batallas, porque la educación pública, gratuita y de calidad es el compromiso del que están hechos los sueños de progreso y bienestar de este país. Las nuevas universidades han llegado para renovar y ampliar ese compromiso, que debe ser sostenido porque romperlo sería mucho más difícil y doloroso que no haberlo celebrado nunca.
* Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo, CONICET, Universidad Nacional Arturo Jauretche
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