Elecciones 2017
HEGEMONÍA Y HEGEMOÍNA
Ilustración Sebastián Angresano
Los resultados de las legislativas dan cuenta de una polarización asimétrica en la que el "bando del ajuste" confronta, bajo la divisa de paz y amor, al "bando ajustado" y sus banderas de nostalgia y retorno. Ante ese escenario, Pablo Semán dice que Cambiemos tiene una larga expectativa de vida mientras que el peronismo y el progresismo se aferran a prácticas políticas que no encuentran los sujetos a representar.
Fotos: DYN
El momento histórico es crucial. El relato de la sociedad dividida en partes iguales y opuestas comienza a ceder al de una polarización política asimétrica en la que el “bando del ajuste”, que confronta bajo la divisa de paz y amor supera al bando ajustado que confronta con las banderas de nostalgia, retorno y desorientación (dejo para otra ocasión las imprecisiones deliberadas sobre ajuste y ajustados).
El cuadro en realidad excede a la confrontación kirchenrismo/Cambiemos. Lo que tenemos ante nosotros es la triple combinación de los tiempos rápidos de la política, la aceleración de una transformación tecnológica y cultural y la velocidad más lenta de la estructura social incluyendo en ella las transformaciones del capitalismo a nivel global. Es un momento histórico en que la combinación de esos tres factores insinúa una posible mutación: no sólo se trata de que a través de las batallas electorales triunfe una coalición que integra las derechas y el centro realmente existentes de este país con sectores política y culturalmente liberales sino de que tal vez esta alianza pueda transformarse en el actor central de la historia por venir. No tanto o no sólo porque su proyecto económico y social pueda ser exitoso o sustentable (y creo que podría serlo al menos por un plazo de seis años más) sino también porque por efecto del cambio de las circunstancias históricas en que se da esa batalla, sucede que los bandos herederos del peronismo y del progresismo están aferrados a una práctica política que no encuentra los sujetos a representar, las herramientas para constituir esa representación ni los horizontes hacia los cuales dirigirse.
El campo opositor en su conjunto, como dijo Mario Wainfeld, es “un archipiélago sin puentes”. En esas en condiciones, en las que se pierde tanto, si uno se mueve como si uno se queda quieto la batalla electoral parece haber encontrado al kirchnerismo, principal fuerza electoral opositora, haciendo girar aceleradamente la misma rueda de la historia que favorece al oficialismo y, sobre todo, aquella que tiende a consolidar un escenario con predominios y conflictos que hasta ahora inéditos.
No sabemos si Cambiemos logrará domar los potros de la restricción externa; el conflicto social y la erosión electoral para siempre dando lugar a una “nueva Argentina”. Pero sabemos que el hecho de que la oposición en su conjunto no tenga proyectos o recursos y esté dividida entre expresar la satisfacción narcisista de ser reconocida históricamente, de “volver” y las esperanzas enanas, no sólo priva a los sectores populares de una representación eficaz sino que, finalmente, favorece al bando que hasta hoy ha sido el generador de la desigualdad.
Hegemonía. La experiencia de cambiemos continúa exitosa. Sale triunfante de las urnas luego de haber aplicado un sensible ajuste en la economía. Y eso porque, si se nos perdona la insistencia, logró instalar la interpretación de que los dolores materiales de la actualidad no se deben a su política económica sino a errores, ilusiones y corruptelas del pasado inmediato y, más en general de la prevalencia del peronismo (de una interpretación abusiva, pero triunfante). Decíamos en su momento “no es la economía, estúpido”. Pablo Touzon redondea en Twitter: “Macri y el contrateorema de Pugliese: les rompí el bolsillo y me votaron con el corazón. Es la política, estúpido” .
Todavía sigue necesario aclarar que hegemonía no implica ni totalitarismo ni perennidad del predominio político sino capacidad histórica, reversible y contingente de plantear las opciones básicas de la política a través de un esfuerzo sistemático y cotidiano: entre otras las de los relatos históricos legítimos y eficaces y las de las opciones de gobierno que desencadenan mayor sintonía social. En ese contexto hay que decir que sólo la aplicación “maestrosiruelesca” del concepto de hegemonía impide reconocer en la experiencia política de Cambiemos una exploración hegemónica en avance y con éxito. Hay varios elementos que ayudan a elaborar esta percepción.
Cambiemos ha hecho de su organización política la casa común de los principales intereses económicos del país. Allí resuelven sus diferencias y desde allí impulsan acuerdos que se proyectan a toda la sociedad. Desde allí influye homogéneamente en las clases medias de altos ingresos y también en las de ingresos más bajos. Y, como si fuera poco, Cambiemos hace pie en los sectores populares. Cambiemos es desde el punto de vista organizativo una organización superior a cualquiera de las opositoras. Es ágil debido a niveles de centralización y comunicación interna altísimos. La consumación de una trayectoria de éxitos políticos y electorales transforma a Mauricio Macri, a Marcos Peña y a Durán Barba en un comité ejecutivo con gran predicamento en una fuerza que se afirma en la alianza que conformaron y el círculo rojo. Y si bien no hay debates públicos intensos que, como en los partidos políticos clásicos, lleven a la dirigencia las angustias y los sueños de sus bases y de la sociedad dispone de una capacidad de ausculta interna que le permite no desorientarse.
Esa misma capacidad de auscultación, a través del uso de Big Data, Data Mining y Microtargeting, le da una superioridad estratégica en el scanneo de la sociedad y en la producción de una palabra política (aun cuando esa palabra política no se presente como política). Y no sólo eso: Cambiemos recoge energías militantes de las que un partido necesita tanto como del financiamiento: compromisos vitales y creativos que hacen de ese hacer política medio y objetivo de vida. En esas condiciones, Cambiemos parece el “príncipe moderno”, el partido revolucionario/gramsciano de las clases dominantes de la Argentina.
He discutido esta caracterización con amigos que sostienen que las relaciones de fuerza que le ponen ciertos límites al gobierno no han variado sustancialmente a pesar de estos resultados electorales y políticos. No ven que el gobierno puede hacer ahora lo que hace dos años no podía ni enunciar y no sólo sin costo político sino sumando nuevos apoyos.
En ese tren, Cambiemos no sólo recoge a los heridos del período de predominio político electoral del kirchnerismo sino, más profundamente, inquietudes que resultan de transformaciones sociales y culturales que se incubaron en las tendencias evolutivas más profundas de la sociedad argentina, Incluyendo los efectos de hastío y fraccionamiento político irreversible a los que condujo la larga batalla en que la fracción kirchnerista nació, conquistó la cumbre y llegó a su actual crepúsculo. Y, entre estos efectos, cuento la transformación individualizante de una parte extensa de la sociedad; la fragmentación social y política de los sectores populares que impide su representación política unificada, la debilidad estructural de los mismos ante una estructura social que los integra a través de hilos muy delgados. Además de el hecho de que las transformaciones económicas globales, a través de incentivos y amenazas, no siempre conscientemente percibidos corroen esos hilos de integración y disponen a las elites a un “más vale tenerlos ahí o perderlos que integrarlos o promoverlos”.
Hegemoína. Pero el gobierno no ha ganado sólo esta posición de predominio. En parte se la han granjeado sus diversas oposiciones y entre ellas, la principal el kirchnerismo y su deriva Cristinista que, al revés de lo que lograron los soviéticos en la histórica batalla de Stalingrado, ganar casa por casa, consiguen perder todos los días un poco más en una caída infinita, gradual y obstaculizadora de cualquier recomposición. Ayer se cumplió el presagio de alguien insospechado de todas las categorías de acusación con que intoxican las discusiones los dirigentes kirchneristas. Axel Kicillof había dicho en un marzo ya lejano que “una elección de medio término es por definición y por historia un test del Gobierno” y que una candidatura de CFK le resultaría funcional a Macri.
De las últimas cinco elecciones el ex oficialismo, hoy parte de la oposición, ha perdido cuatro y de la única que ganó sacó una conclusión extraviada que la condena al error permanente: al interpretar el 54 % de 2011 como el triunfo de la inflexibilidad y de una versión unilateral de su estética y su programa político. Con esa lectura se condenaron a demonizar las diferencias, despreciar los debates y a radicalizar nostálgicamente la identidad en vez de producir agregación. El “vamos por todo”, ambigua enunciación que podría haber sido la de piratas al asalto tanto como la de revolucionarios maximalistas, reducido a la batalla de unos pocos contra Clarín, e inconscientemente contra un número creciente de inquietudes de la sociedad, se ha transformado en un “morimos en la nuestra” que es la negación misma de la política. En este contexto, Cristina Fernández de Kirchner no es la peronista que más votos tiene sino la peronista que más derrotas le trajo al peronismo en su pretensión de conducirlo y la jefa que condujo expulsivamente el espacio en que el kirchnerismo podría trascender incluyendo la influencia peronista hasta llegar al punto en que hoy se encuentra: ofreciéndole a Cambiemos la posibilidad de fortalecedoras victorias épicas y, peor aún, la de deslegitimar cualquier reclamo por el hecho de que este es o puede construirse como “kirchenrista”.
Sin embargo es preciso ver que todo este desarrollo era posible desde un poco antes. “La batalla de la 125” interpretada como el nacimiento del mejor kirchnerismo y no como el momento del extravío de la necesaria voluntad de conducir a una sociedad dividida en la improbable hipótesis de que “Argentina se parece a Venezuela más de lo que creemos” derivó en la sustitución de la posibilidad hegemónica nacional y popular por un un movimiento frenético que hoy expresa inconscientemente su bancarrota política en la voluntad de exilio y el desprecio al votante luego de haber pasado por la indolencia y la relativización socarrona de las causas de corrupción.
El fin del peronismo es siempre una posibilidad aunque los peronistas y los peronólogos se defienden de esta posibilidad con una retórica de circunstancia que sólo da cuenta del pasado. “No sabes cuantos predijeron la muerte del peronismo y cuantas veces se equivocaron”, repiten. Pues bien: es posible que el peronismo tenga un final y, lo tenga o no, el Cristinismo ha logrado potenciar uno de los elementos que mejor nutre las aspiraciones de Cambiemos de liquidar definitivamente las pretensiones del movimiento que hasta acá venía representando los anhelos históricos de las clases populares. Las posibilidades de versionar al peronismo como una monstruosidad histórica y las de vapulearlo electoralmente más veces que nadie en la historia. El mérito no es exclusivo, pero la fracción principal no solo tiene derecho al reconocimientos de la jefatura sino también a la evaluación de las responsabilidades.
La figura del “conductor” no es neutra, no define una posición técnicamente necesaria como si fuese una un “motor” en un auto. Es una categoría de liderazgo político que habla del proyecto político en que el “jefe” tiene una autonomía sultanesca. En algunos proyectos hay comandantes en otros secretarios generales, en otros partidos y líderes electorales. El conductor no explicita políticas sino designios, no delibera ni responde por responsabilidades hasta el juicio final y posee una especie de derecho de pernada política en su “movimiento”. Tal vez sea una categoría de liderazgo político a superar por ideas tales como las de partido, responsabilidad, democracia interna, programas, Congreso.
¿Habrá alguien en la oposición que esté dispuesto a hacer política mostrando su juego, soportando decisiones colectivas? ¿Habrá en la oposición alguien que se plantee que no todo es cuestión de esperar que la gestión, el fracaso económico del oficialismo, o “un cisne negro” desgasten al gobierno y se lo sirvan en bandeja o que no espere que el recuerdo de “tiempos mejores” activen la añoranza y la imposible voluntad generalizada de organizarle un desagravio a CFK?. ¿Habrá en la oposición alguien que, además de reivindicar un supuesto paraíso perdido, pueda leer la sociedad y activar propuestas de futuro? ¿O será como yo lo imagino?
La línea blanca se terminó
No hay señales en tus ojos y estoyLlorando en el espejo lo puedo ver
A un hábil jugador
Trascendental actor
En busca de aquél papel
Que justifique con la acción
Toda fantasía
http://revistaanfibia.com/
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