viernes 21 de diciembre de 2018
Diciembre de 2001, 39 muertos y nada de memoria
Nuestros compatriotas allí presentes y en casi cada ciudad del interior del país, eran testigos de la reacción del pueblo ante el estado de miseria al que nos habían llevado las medidas de la derecha encarnada por lo más nefasto y reaccionario que podía ofrecer la política argentina.
Ante el “corralito” impuesto por el gobierno, que impedía disponer de los ahorros, incautados para tapar el desastre en que nos habían dejado, la clase media, como es “natural”, salió a manifestarse con sus cacerolas. Y digo que es “natural” puesto que su sentido de clase, justamente, es lo que les impide ver que cuando el agua de la inundación les llega al cuello, es porque ya las clases más pobres están en situación de ahogo.
Cincuenta años antes, ya Don Arturo Jauretche daba cuenta de esta característica de clase al señalar que “La clase media cuando está bien vota mal y cuando está mal vota bien”, pero jamás lo hace pensando en el otro. Es que en su permanente ceguera política, no pueden ver al “otro”, para ellos son los “nadie”, definidos así por otro brillante pensador como Don Eduardo Galeano. El día que tomen conciencia de que la clase media y “los nadie” son quienes definen la grandeza y el potencial de una nación, las cosas políticamente cambiarán de manera definitiva.
Y ese 19 y 20 de diciembre de 2001 marchamos juntos, ese día nos unió el amor y el espanto, pero no podía terminar bien algo que había comenzado con represión y, por cierto, una de las más feroces que se recuerde.
Hacia el mediodía del 20 de diciembre, las columnas de autoconvocados llegaban sin dirigentes, cada quién tomó la iniciativa de sumarse, y así pobres y clase media marchaban esquivando balas de goma, de plomo, gases, palos y atropellos policiales.
La televisión muestra a la policía montada reprimiendo a las Madres y Abuelas de la Plaza, y creo que fue en ese momento cuando, los que aun no se decidían, tomaron el coraje de llegar a manifestar su repudio a tanto atropello político e institucional. La triste jornada terminó con un saldo de 39 muertos y cientos de heridos.
En la intersección de Avenida de Mayo y Chacabuco permanece aun hoy la sede del Banco HCBC, desde cuyo interior partieron las balas que acabaron con la vida del joven que estaba a mi lado, Gustavo Benedetto.
Catorce años después debí asistir a testimoniar en la causa que supuestamente enjuiciaría a los responsables políticos de esa masacre, pero resultó ser una puesta en escena para, desde la defensa, instalar la teoría de “Eran grupos armados que pretendían la toma del poder”. Situaciones absurdas a las que nos tiene tristemente acostumbrados el Poder Judicial.
Treinta y nueve vidas malogradas. Muertos del pueblo casi sin estar en la memoria colectiva, nos reclaman justamente eso, memoria. Y la permanente tarea para quienes vivimos estas trágicas jornadas de no olvidar ni permitir que las generaciones por venir desconozcan estos hechos, ya que es bien sabido que la historia la escriben los que ganan, y ellos, la derecha y los dueños del poder real, son los que siguen ganando, ganaron entonces y gobiernan nuevamente hoy.
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