martes 25 de diciembre de 2018
Jaime Torres, el tucumano rebelde
que cambió para siempre el rol
del charango
Por Susana Ceballos
Vaya a saber si el mismo Dios no decidió convocar a Jaime Torres en la víspera de Navidad para tenerlo tocando con su charango la Misa Criolla. Porque este músico de rostro indígena y manos sublimes cada vez que tocaba ese pequeño instrumento, mostraba y demostraba que la música puede ser una expresión de lo más bello de la vida.
Los Torres llegaron a la Argentina desde Bolivia en 1937. El 21 de septiembre de 1938, en San Miguel de Tucumán, nació Jaime. Tres meses después se mudaron a la ciudad de Buenos Aires. Su padre Eduardo era ebanista y amaba a nuestro país. Peleando en la guerra del Chaco casi muere bajo una ráfaga de ametralladoras y su pensamiento fue: qué lástima morir sin conocer la Argentina. "Mi padre tenía una gran ilusión al llegar a esta ciudad por lo que escuchaba en la radio… Era la época en la que no se soñaba con ir a Estados Unidos, se soñaba con ciudades europeas como Madrid, París o Londres, y Buenos Aires tenía un corte más europeo, por su arquitectura y cultura".
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La familia se instaló en un conventillo en el centro porteño. El niño creció entre vecinos calabreses que le decían Raúl "porque Jaime es nombre de judío" y que desconocían la lengua en la que hablaba, el quechua.
Ser inmigrante nunca fue fácil, y ser inmigrante con rasgos collas, menos. "Yo era niño y en la escuela le pregunté a la maestra sobre el 12 de octubre y me dijo: 'Para que no se equivoque, el 12 de octubre es el día que llegó la civilización'. Eso me produjo una gran rebeldía frente a la enseñanza que seguimos recibiendo. Es que por mirar los pajaritos hacia afuera dejamos de vernos a nosotros mismos".
De su familia también formaba parte Mauro Nuñez, un multifacético artista boliviano que además de pintor y escultor era músico y fue quien lo introdujo en los secretos y el hechizo del charango. Hasta ese momento, el pequeño instrumento de diez cuerdas tenía muy "mala prensa", se lo consideraba marginal y solo lo tocaban algunos campesinos. Pero los padres y su tío lo alentaron para desentrañar todos sus secretos. Años después ese niño se convertiría en un músico conocido y reconocido en todo el mundo. Porque ese niño que solo soñaba con que "el charango sonara en cualquier parte" cambiaría para siempre el rol del instrumento.
Gracias a su talento el charango pasó de ser un instrumento que acompañaba a otros que llevaban la melodía a transformarse en uno con posibilidades y protagonismo similar al de la guitarra. El charango dejó para siempre su rol de adorno exótico para convertirse en un instrumento con todas las posibilidades. En las manos de don Jaime, que empezó a ser conocido como el charanguero, también la cultura andina abandonó su lugar marginal y secreto para dar varias veces la vuelta al mundo y ser aplaudida y ovacionada.
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En 1964, Torres formó parte de una de las obras emblemáticas del folclore argentino: la Misa Criolla. La primera grabación estuvo dirigida por Ariel Ramírez y la cantó el grupo folclórico Los Fronterizos. El Chango Farías Gómez se encargó de la percusión, Raúl Barboza del acordeón, Luis Amaya de la guitarra y Jaime Torres brilló con su charango. Los músicos presentaron la obra en países tan distintos como Japón o Indonesia, la ex Unión Soviética y Estados Unidos, que caían subyugados por esos ritmos andinos.
La figura del músico crecía. De ser "uno más" comenzó a ocupar un papel principal hasta transformarse en solista. Con Ariel Ramírez empezó siendo parte de su grupo pero en apenas unos meses ya se presentaban como "Ariel Ramírez y Jaime Torres".
Don Jaime, el charanguero, tocaba vestido con las ropas típicas del altiplano pero no por una bien estudiada estrategia de marketing sino como reivindicación y orgullo de su cultura: "Mi madre era un chola, y se tuvo que quitar la pollera al tener que vivir aquí en la Argentina. Esto me hace pensar lo duro que habrá sido tener que dejar de ser uno mismo para responder a una costumbre que uno no practicaba". Se lo podía ver tocando con la misma pasión y dignidad en la Filarmónica de Berlín y la Sala Octubre de Leningrado, en el Lincoln Center o en la fiesta inaugural del Mundial de fútbol en Alemania en 1974. Pero también en los escenarios improvisados de los festivales del interior argentino.
"Mi única pretensión es que los pastores, los agricultores y los collas se sientan orgullosos de su cultura, de lo que tocan y de lo que producen", afirmaba. Por eso, no solo fue músico sino también promotor y animador cultural. Creó el Tantanakuy, el encuentro musical de la Quebrada de Humahuaca donde músicos locales, documentalistas y antropólogos comparten sus saberes y reivindican su identidad cultural. En 1980, además, comenzó el Tantanakuy infantil donde más de quinientos chicos comparten coplas y cantan con orgullo lo que cantaban sus ancestros.
En 1987, Torres sufrió un grave accidente automovilístico del que logró recuperarse. Al año siguiente encaró una gira por Israel y Venezuela y además compuso la música de la película La deuda interna. A pesar de sus logros y talentos también sufrió incomprensiones. En los años 90 lo convocaron para estrenar una suite en el Teatro Colón. Las críticas y la resistencia por su convocatoria no se hicieron esperar pero él las minimizó: "Son los cerrados de siempre que no pueden ver un charango mezclado con la gente clásica".
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Para él la música era una fiesta y un encuentro; ubicado en el rol de maestro – aunque él prefería definirse como un iniciador - no tenía problemas en compartir escenarios con otros para mostrar lo propio y además porque "se aprende mucho con otra gente". Para él no era importante discutir si el folclore era ortodoxo o no, si el rock era nacional o extranjero sino que todos descubran lo lindo que es tocar una zamba. Por eso podía estar con la Bersuit Vergarabat, Divididos o participar de un folclore dance con DJ Sucker. Así fue que grabó "Electroplano", una obra donde los sonidos del charango se combinan con secuencias electrónicas.
Cada vez que Torres tocaba "con mi cara de jarrón inca" en algún momento cerraba los ojos… Decía que así llegaba hasta ese mundo ancestral andino, el de la soledad y los colores de la Puna, el del trabajo duro de pastores y cholitas. Por eso le seguía doliendo en el alma cuando veía discriminar a los collas: "Me duele, siempre repito que cuando ellos te extienden la mano no es para pedirte algo, sino para ofrecerte un producto de la tierra".
En los últimos años, al padre del charango le llegó el tiempo del reconocimiento y fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires por la Legislatura porteña. En 2015, la Fundación Konex le otorgó la Mención Especial a la Trayectoria por su invaluable aporte a la música popular argentina. Decía que estos reconocimientos eran "caricias al alma", y también que sentía un gran orgullo por "saber que se ha valorado un instrumento como el charango".
Creía que la música es "uno de los caminos que ayudan a extender los brazos, muchas veces puede haber un contenido político, pero está la insistencia de ser uno mismo y no querer parecerse al otro, y deseo lo mejor para las generaciones que vienen".
Dicen que esta Nochebuena habrá fiesta en el cielo y que los ángeles cantarán felices porque estará don Jaime animándolos con su charango. Será cuestión de cerrar los ojos, abrir el alma e imaginarnos un cielo con los colores de la Puna y la música de un charango…
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