martes, 20 de febrero de 2018

'El Cohete a la Luna': Un gobierno low cost


El Cohete a la Luna

martes 20 de febrero de 2018




Un gobierno low cost








El emblemático derrumbe de Frigerio

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El ministro de Obras Públicas, Rogelio Frigerio tiene mala suerte. El domingo se puso la camiseta de su River Plate para ver en la platea el partido con Godoy Cruz, justo la noche en que el Monumental se acordó a coro de la mamá del presidente  Maurizio Macrì. Una selfie movida muestra el momento en que se retira del estadio. Frigerio dijo dos cosas, una sincera (fue muy incómodo, el presidente no tuvo nada que ver con lo que pasó en la cancha) y otra acomodada al libreto oficial (fue apenas un momento).  Concedido. Hasta  La Nación calculó que no puteó todo el estadio sino el 60% del Monumental. Pero el mismo diario se refirió al canto de la hinchada como "el hit del verano", porque ya se ha escuchado en dos partidos de la Superliga, uno del ascenso y uno de básquetbol.

El lunes Frigerio intentó olvidarse del episodio, asistiendo a la inauguración de un restaurante instalado en Villa Soldati sobre un vagón en desuso por la cocinera oficialista Margarita Barrientos. En medio de la ceremonia, el piso se derrumbó bajo los pies del ministro que fue a parar al suelo junto con su protegida. Típico de Cambiemos, la inauguración no era real, sino un montaje para la prensa. Por eso lo estaba transmitiendo el directo la señal de streaming de La Nación  que registró el blooper.

Del mismo modo la línea área Flybondi, de un socio del vicejefe de gabinete Mario Quintana, no ha completado un vuelo sin contratiempos, ya que si no le falla un motor llueve y no puede aterrizar en Palomar.

También el lunes presentó su renuncia el subsecretario general de la presidencia, Valentín Díaz Gilligan, luego de que un diario español hipercrítico con el kirchnerismo, el chavismo y los demás populismos hispanoamericanos, informara que ocultó una cuenta en la guarida fiscal de Andorra donde poseía 1,2 millones de dólares.

El segundo de Fernando De Andreis en la mesa chica presidencial dijo que el dinero no era suyo sino de su amigo oriental Paco Casal, que andaba en problemas con el fisco de su país. Peor el remedio que la enfermedad. Ni aún los entusiastas de la alianza Cambiemos creen que este funcionario fuera tan altruista como para fingir que la plata y el delito eran suyos, de puro solidario con su amigo, cuyos negocios turbios son tan conocidos como los del amigo presidencial Gustavo Arribas, también dedicado al delito trasnacional de compra venta de seres humanos de pantalones cortos.

Mientras Díaz Gilligan escribía en su renuncia que la presentaba pese al "respaldo incondicional que sentí de todos los miembros de nuestro gobierno", los voceros más calificados de la presidencia y la jefatura de gabinete les contaban a los periodistas amigos que el ahorrista en Andorra fue separado del cargo porque salpicaba al propio Macrì. Otros, más sinceros, agregaron que el presidente había decidido entregar ese peón para preservar al alfil que se encarga del endeudamiento externo, Luis Caputo, que tampoco declaró sus sociedades offshore, si bien las escondió con mayor sofisticación: una compañía con participación mayoritaria en otra que controla a una tercera, con el sugestivo nombre de Noctua. Macrì y Marcos Peña Braun tratan de hacer de la necesidad virtud, aduciendo que ellos son tan transparentes que los funcionarios renuncian aunque las acusaciones sean falsas, a diferencia del gobierno anterior, que los sostenía aunque fueran culpables. Hasta ahora, que se sepa, todas las cuentas ocultas que se han ido descubriendo eran de Macrì y de sus funcionarios, ni una del gobierno anterior.

Es de desear que Díaz Gilligan no caiga dentro del radar del Comando Sur, siempre atento a las Nuevas Amenazas a la seguridad hemisférica que justificarían la intervención castrense para reprimir el delito, prohibida por las leyes vigentes que hasta ahora el gobierno no se atrevió a derogar por decreto, ya que por ley no tendría los votos necesarios. Todo esto caracteriza a Macrì y sus colaboradores como un gobierno low cost, o de segunda marca, al que se le mueve el piso por su inepcia y su propensión al engaño.









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