lunes, 27 de marzo de 2017

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lunes 27 de marzo de 2017


Informe Especial




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Los intentos por minimizar el horror, el debate sobre las cifras de desaparecidos y los intentos por contraponer el debate sobre "el pasado" y los derechos del presente. 


Por            Guido L. Croxatto
Revista Veintitrés
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En la mediocridad de nuestro presente, en la bajeza de quienes querían desacreditar una política decisiva para el porvenir de la democracia, hemos visto como todo giraba alrededor de la discusión sobre un número. De este modo se pretende simplificar el pasado, volviendo cuantificable lo que por definición –como dijo Hobswam sobre el Holocausto - no puede ser cuantificado. Cuantificar el Holocausto – cuantificar el horror, reducirlo a cifras mas que a actos de dimensión inenarrable - es en Alemania (donde nadie opone los derechos de los vivos a los derechos de los muertos, porque centenares de víctimas están vivas y su memoria merece respeto, tanto en un país como en otro) la estrategia de los negacionistas nazis, que pretenden con "cifras" minimizar (volver cuantificable, manejable, "justificable") el horror, dando a entender que los judíos "exageran lo que sucedió" con algún fin cultural y económico.



El argumento de Darío Loperfido es un argumento, pues, semejante al del nazismo cuando reniega del Holocausto sugiriendo que "no fueron tantos" los que murieron en los campos de exterminio, que hay una "exageración" con fines "políticos". Un "relato" del "sionismo". Por suerte Alemania ha aprendido muy bien la lección. El negacionismo – en cualquier persona - es un crimen, un delito. En un funcionario de cultura, es una aberración intolerable.



Argentina vive un tiempo de oscuros retrocesos. Estamos transidos por un pais que apuesta a la no educación, a la no ciencia, a la no cultura. la no participacion. Un minisitro de cultura que reivindica la Revolución Libertadora. Otro, que defiende el Proceso. Un pais que expulsa o reprime docentes e investigadores malpagados, como si los resultados malos en educacion no fueran una evidencia firme de que el reclamo docente es certero y no al revés, como presumen (de modo servil y acrítico) muchos medios.



La falta de recursos explica siempre los fracasos educativos en establecimientos con necesidades (de todo tipo, edilicias, de sueldos, etc) insatisfechas. Precisamente – confesión de parte - los colegios mejor posicionados son, como dijo el propio presidente, sin advertir la contradiccion flagrante, aquellos "de clase media". Entonces los docentes tienen razón en su reclamo: necesitan muchos mas recursos para "igualar" en resultados a colegios "de clase media". Hoy no los tienen. Por eso reclaman. Las pruebas los avalan. No los desmienten. Los docentes también "enseñan" con su reclamo. Educan a la sociedad. Intentan que piense y abra sus ojos. Sin educación de calidad no hay futuro. Pero la educación no es el marketing ni un slogan evanescente: es cuestión de recursos. No de promesas.


La discusión del número, volviendo al Proceso, puede servir para ampliar el número de desaparecidos al presente y seguir extendiendo la conciencia vivida del genocidio al presente: el mismo no se terminó. La democracia avanzó en múltiples esferas, pero no en todas. La dictadura sigue en determinados planos, demasiado viva. Sigue con la misma lógica de tortura y desaparición. Y la prensa afín a esos métodos, continúa, como durante el Proceso, desinformando lo que hoy también sucede en vastos sectores empobrecidos. No lo menciona. De este modo se confunde a gran parte de la sociedad (argentina y latinoamericana), que termina convencida – después - de que el verdadero problema de la "inseguridad" tiene que ver con el respeto de las garantías (de la Constitucion) y no – como en el Proceso - con su inobservancia.



El problema pasarian a ser "los derechos humanos" y no al revés. Estamos metidos, simbólicamente, en una discusion no del todo distinta. La semántica que nos domina (cuando se impugna el "garantismo" como "problema" para la democracia) es en buena medida la semántica del Proceso. Que impugnaba tambien allí a los abogados que en nombre de los derechos humanos (ayer es hoy) "defienden los derechos humanos de los delincuentes".



El problema – en el derecho - no ha cambiado tanto. Por eso es menester ampliar los términos culturales de esta discusión política. Darle sustentación. Eduardo Luis Duhalde queria estudiar esto. Quería centrar su atención en el lenguaje que empleamos, como sociedad, pero tambien en el lenguaje que emplean –muchas veces de modo despreocupado y tambien aberrante, en áreas como la salud mental, donde aun se esterilizan personas - nuestros tribunales de Justicia. Alli tambien hay una violencia implícita que necesita ser nombrada. Detrás del "formalismo" jurídico – del "legalismo" formal - hay violencia que el Derecho esconde. No dice.



También durante el Proceso habia jueces. También durante el Proceso habia medios. También durante el proceso había un "derecho" que se presumía "válido". Muchos en la oposicion pedían, en la pasada década, enfocarse tambien en los "derechos humanos del presente" como ardid para desmerecer las políticas de memoria, verdad y justicia, como si pasado y presente no se fundieran siempre, y como si los hijos y nietos que aun no conocen su verdadera identidad, fueran un "tema" perimido, "terminado". Y no una herida urgente que sigue abierta. Y que solo con la verdad algun dia se podrá cerrar. Si es que las heridas alguna vez se cierran, cuando solo cicatrizan y dejan su marca.



Esta es la "marca" que se repite en la marcha. La cicatriz es mejor que la grieta. Es mejor como metáfora. Es mejor como concepto. Hay una marca en la sociedad argentina. Una cicatriz en los rostros y en las conciencias. Duhalde decía que el desaparecido es "la conciencia viva de un desgarro". Un desgarramiento. Los que marchan son seres desgarrados pero concientes, que no quiere olvidar lo que pasó. Viven no en la grieta, pero si en la cicatriz. No borran la marca. Ese "desgarro", ese "desgarramiento" ético es una parte ínsita de nuestra cultura. De nuestro presente. Es un tema del pasado. Y de la memoria. Pero tambien en el triste presente regional hay un avance de aparatos paramilitares y civiles con anuencia policial que violentan, como en la dictadura, derechos humanos básicos. Y sobre todo, aparatos que son coordinados por intereses corporativos y empresarios, industriales y extractivos, que están matando uno a uno a los activistas medioambiantels e indigenistas de todo el subcontinente, para no hablar del caso especial de los falsos positivos en Colombia.



Es un genocidio que tiene, como tuvo el Proceso, un sustrato firme que es económico. Los homicidios de Berta Cáceres en Honduras y de Waldomiro Costa Pereira en Brasil, como la prisión ilegal de Milagro Sala en Jujuy, son parte de un proceso regional mayor, integrado, donde aquellos indigenistas y activistas por el territorio que supongan un "obstáculo" para el proceso de "inversiones", serán removidos, asesinados o encerrados sin garantías, violentando, como en el caso de Sala, el debido proceso. Estos son los "derechos humanos del presente". Los derechos humanos de los "vivos", como diria no sin cinismo Pablo Avelluto.



Aquellos indigenas y ambientalistas "vivos" que combaten desde el territorio propio, desde su suelo mismo, (sin la visibilidad de los grandes medios urbanos) el poder del capital y las corporaciones que arrasan – ayer es hoy - derechos. Esos activistas daban y dieron una lucha muy despareja y muy desigual. La dieron muchas veces solos. Pero estaban protegiendo su tierra frente a quienes vienen, con distintas máscaras ("progreso", "estar en el mundo") a arrasarla y a privarlos de su cultura y su suelo. En esa lucha desigual entre pueblos (originarios o no) y grandes corporaciones extractivas (con respaldo financiero) que condena a la marginalidad a pueblos enteros (cuya voz tenue no se escucha y cuyos lideres son uno a uno asesinados, cuando no anulan y contaminan sus recursos, rios y suelos) se cifran hoy los derechos humanos del "presente". No son estos los derechos en cuyo nombre hablaban, naturalmente, quienes bajo esa vaga consigna pedian, sencillamente, terminar con los juicios a los complices civiles y economicos del proceso, hoy en libertad. Parte de una misma moneda.



El desafío, en todo caso, es usar – aprender a usar, como diría Cortázar - bien las palabras. No dejar que se las apropien. Los derechos humanos salen a la calle. Por eso la marcha del 24. Porque esta bandera es nuestra. Y es de todos. No es una consigna evanescente del marketing del Pro. Es una lucha moral y una causa esencial de todo el pueblo argentino, que trasciende – y por eso incluye - a sectores de todos los partidos políticos. Incluido el actual oficialismo. Los "vivos" tambien son – aunque Avelluto lo ignore - los cientos de jóvenes que aun viven en democracia con una identidad que no es real. Los hijos robados del Proceso no son el pasado. Estan con vida. Y tienen  derechos "vivos". Para Avelluto, como Lopérfido, la cultura es un montaje y un escenario. Alambradas culturales. Precisamente un negocio. La base de la cultura es la Justicia. No puede haber cultura en la impunidad.










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