lunes, 10 de julio de 2017

'LA TECLA EÑE': "Crisis del conocimiento"

        La Tecl@ Eñe       

                 Editor/Director: Conrado Yasenza                   

lunes 10 de julio de 2017



Crisis del conocimiento




A pesar de los cambios registrados a nivel mundial no se avizora ni el fin de la globalización, ni el fin del Estado burgués. Lo que se observa  es un aprendizaje del poder hegemónico de sus propias crisis y una evolución constante que se registra en las modalidades de producción y en la cultura. La hegemonía tiene un rango de dominación que fluctúa entre topes o límites que representan el ser del sistema. Puede variar entre la ortodoxia económica y el keynesianismo, aplicable una u otra según la viabilidad y el aseguramiento del orden sistémico.

 
Por          Ricardo Rouvier    *
(para La Tecl@ Eñe)





1 -    El proyecto en crisis


El proyecto popular y progresista en el mundo está en crisis, ¿quién puede dudarlo? El siglo XX fue el génesis y el apocalipsis de las utopías sociales y políticas de transformación colectiva. La revolución, los populismos nacionalistas, el progresismo, terminaron o retrocedieron durante el siglo. De esta cronología surge una hipótesis fuerte sobre los metarrelatos: ¿tienen una duración limitada?; ¿nacen, se desarrollan, decaen y finalmente sucumben como un ciclo vital?; ¿no son para siempre?


Durante el siglo anterior alcanzaron su máxima expresión regímenes autoritarios y experiencias del terrorismo de Estado como fueron el falangismo, el fascismo, el nazismo y también el stalinismo.  Este abanico respondió a  la clasificación nacida en la Revolución Francesa: derecha e izquierda. Desde la derecha activa y desde la izquierda la promesa fue la creación del hombre nuevo  y un mundo mejor. Esto se derrumbó, primero, con la derrota del Frente Popular en España, luego Auschwitz y después Siberia. La derecha y la izquierda quedaron enganchadas con sendas dictaduras.

   
Varias de estas experiencias políticas e ideológicas tuvieron la pretensión de universalización, de transformar el mundo entero. En la actualidad, las hegemonías funcionan sin blandir el dogma; y se expanden sobre la naturalización del sistema representada por sus principales  ejes: el modo de producción capitalista, la democracia liberal y la cultura individualista en una sociedad del espectáculo.


En realidad, el liberalismo o el neoliberalismo formulado desde sus principios se ha realizado parcialmente contrastado con sus padres fundadores. El Estado no ha sido eliminado y la contradicción entre individuo y Estado continúa; pero sí la doctrina ha avanzado en la ampliación de la libertad, los derechos sociales e individuales y, obviamente, en su núcleo central: la economía. El terrorismo refugia a los liberales dentro del Estado para sostener el orden público.


El económico es el núcleo duro del sistema, innegociable, sobre el cual se producen las otras ruedas sistémicas. La propiedad privada se amplía incesantemente, la acumulación del capital avanza más allá del control de la democracia política y la producción cultural individualista y hedonista muestra una gran vitalidad, separando arte de política.  Raramente los neoliberales se llaman por su nombre, confían en el automatismo del régimen y no someten a debate su legitimidad. Es cierto que en actualización diaria ha sacrificado un futuro definido, carece de una utopía liberal y no logra disipar la incertidumbre por el futuro. En todo caso, la incertidumbre, es funcional a que se llenen los shoppings los fines de semana. 



2 -    El fin del siglo XX


A lo ocurrido en la URSS a finales de los 80 con su repercusión internacional, se agregan los cambios en China a partir de las reformas de Deng Xiaoping que posibilitaron esta economía mixta con enclave capitalista que hay hoy en su seno. Ocurrió la decadencia de la Revolución Cubana, el final del Tercer Mundo y el debilitamiento de las propuestas progresistas en América Latina. Todo en un lapso que abarcó  la segunda parte del siglo XX. Poco tiempo en términos históricos, pero de alta velocidad de cambio. La transformación que prometía la izquierda y el populismo ha sido apropiada por el tecnoliberalismo. Hay una rápida obsolescencia de bienes y servicios y se mantiene activo el dispositivo de la invención y creación permanente, sobre una sociedad que consume más y más sobre demandas construidas. 


Cuando Furet señala el fin de la Revolución Francesa, y toma como testimonio el escenario del mayo del ´68: "El ideal revolucionario por excelencia que es la toma del Estado para realizar el ideal colectivo ya no está vivo. Por esto digo que la Revolución Francesa ha terminado. Y si tomamos por ejemplo la última gran tensión social francesa que es el Mayo del 68 vemos que ya no están para nada los elementos de la cultura revolucionaria clásica como es la toma del poder. En 1968 se quiere evolucionar la sociedad: transformación de las costumbres, igualdad de sexos, libertad de los hijos con respecto a los padres..., pero todo esto no tiene nada que ver con la tradición jacobina de la toma del poder. Y esto es lo que quiero decir cuando digo que se ha acabado la Revolución Francesa" (reportaje de El País – Madrid – 26 de febrero de 1989).


El dominio se va transformando a sí mismo a partir de la innovación material y la ampliación de la libertad de costumbres; pero sin cambiar la formación social.


A pesar de esto, hay vaticinios terminales sobre el capitalismo, que parecen ser continuadores de la profecía marxista de final del sistema en manos de "su enterrador" el proletariado. También Schumpeter y David Ricardo habían augurado el fin del capitalismo.  Pero no tenemos ninguna evidencia empírica de un naufragio próximo. Pero, para el propio Marx eso debería ocurrir luego de que el capitalismo se constituyera como civilización universal que da forma al mundo a su imagen y semejanza. Sobre esto surgieron preguntas para los historiadores, ¿la revolución Rusa y China se adelantaron al proceso? 





Hay un punto en común sobre las predicciones de la la implosión sistémica y esa se debe a que en algún momento el poder político y económico de los Estados nacionales no podrá mantener el control sobre los núcleos problemáticos que presenta el régimen. En general la previsión está localizada en lo económico/financiero; o sea se prevé un infarto en el corazón del régimen mismo.  


Inmanuel Wallerstein decía en un reportaje el 18/10/2008: "El capitalismo es omnívoro, capta el beneficio donde es más importante en un momento dado; no se contenta con pequeños beneficios marginales; al contrario, los maximiza constituyendo monopolios  –  ha probado de hacerlo últimamente una vez más en las biotecnologías y en las tecnologías de la información. Pero pienso que las posibilidades de acumulación real del sistema han llegado a su límite" (entrevista de la revista Rebelión).


En el siglo XX, no sólo se derrumbó la materialidad del régimen, sino que cayeron las plataformas  ideológicas que le dieron sentido. Hoy, el pensamiento del fundador del falangismo Primo de Rivera, que sustentó la dictadura de Franco sería anacrónico. Las propuestas antisistema de la izquierda extrema o el anarquismo también. Esto no niega la existencia de manifestaciones antiglobalización en EEUU y la UE, pero no logran el estatuto de alternativa.  


Las derechas dogmáticas se han replegado y asomó una derecha más pragmática, más vinculada a la gestión que a la academia, lejos de los economistas-pensadores como Von Mises o Hayek, y cerca del empresariado internacional. Y una izquierda en el mundo que intenta revisar, donde hay disposición a revisar y no repetir, lo pensado y lo actuado, para reacomodarse en sus metodologías manteniendo sus valores fundantes.


Sobre esta crisis de las ideologías, aparece la avenida del medio por la cual se desplaza la nueva derecha y la debilitada socialdemocracia europea. En nuestro país además de los que se autodenominan "del medio", está la posibilidad de que el PRO se desplace hacia ese lugar y parte del peronismo también. La aparición de este andarivel intermedio confirma la crisis partidocrática y la necesidad de  discutir las formas de representación actuales. Esta posición se basa en reconocer el fracaso de las ortodoxias de ambos polos y en poner el acento en la gestión más que en  cuestiones programáticas.   


En los países emergentes aparece el dilema entre un reformismo republicano de una izquierda democrática y el populismo que tiene algunos reflejos antisistema del siglo anterior. Se sostiene por el voluntarismo y la presencia de liderazgos, impactando contra los límites de la democracia liberal que propugna el alternativismo y no el continuismo. El problema del proyecto nacional y popular dentro de las estructuras del sistema es uno: sostener el reformismo sin poner en peligro su base electoral.  


Hoy, la expansión del mercado capitalista a nivel planetario, el complejo industrial–militar de los EEUU y algunos países europeos sobre el resto del mundo, aparece como inexorable. Si dividimos la hegemonía en tres subsistemas: el económico, el político y el cultural, observaremos que tienen un funcionamiento interactivo y progresivo que no registra, por el momento, alternativas superadoras. Su rango va desde la producción artística hasta la tecnología de punta destinada a la guerra nuclear.



3 -    Las contrahegemonías


En el escenario actual las contrahegemonías son escasas y débiles, por lo menos en esta etapa del ciclo histórico. Esto no quiere decir que no se acumulen críticas al sistema, como por ejemplo las que produce el Papado, pero no se traduce en un imperativo para los Estados nacionales. Las contradicciones dentro del sistema económico capitalista y los intereses de las naciones que lideran occidente, crean coyunturas de crisis recurrentes, pero no son su muerte. Es decir que estamos en un punto de inflexión de la historia entre el pasado y el presente, que lleva a una crisis gnoseológica y requiere el debate y la construcción de nuevos paradigmas sobre lo político, que abarca interrogantes sobre la emancipación, la autonomía y la justicia, temas centrales en la agenda progresista y populista.


En las últimas décadas del siglo pasado,  se han proyectado otras naciones en el horizonte internacional que han generado una mayor competencia comercial e incertidumbre sobre el futuro. En esto sobresale la República Popular China, Rusia, la India, Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán; y no mucho más. Pero hay que admitir que estos países emergentes, algunos ya se acercan a ser centrales, no han manifestado políticas de liquidación del imperio vigente. Por supuesto que entre ellos hay fuerte competencia que llega a aprestos militares. Pero ninguno de estos conflictos internacionales promete una etapa prerevolucionaria; sí aseguran una multipolaridad que evita el monopolio total de los EEUU.


Sobresale del grupo China, con logros económicos que asombran y con un papel importante en la división internacional del trabajo, propugnada por las multinacionales de occidente con sus inversiones directas. Una cuestión que hay que señalar es que China abandonó desde hace décadas su expansión socialista por el mundo. Hoy es una potencia comercial y  militar con un régimen político cerrado y sin destino ideológico más que el que pueda elaborar dentro de sus propias fronteras.





No podemos dejar de mencionar al terrorismo que ya es un actor político de consideración. Pero, por su propia naturaleza el terrorismo no puede constituir ninguna opción política sólida para los pueblos del mundo. Por otro lado, las crisis de las periferias y las guerras provocan un desequilibrio poblacional a raíz de las migraciones que muestran una sociedad mundial escasamente comprometida con los otros y sí preocupada por la competencia laboral y la intercepción del diferente en sus vidas. 



4 -   Replantear las estrategias


Sería un error del progresismo y el populismo enfrentar esta compleja realidad con consignas superadas, utopías derrumbadas, creyendo que nuestras ideas pueden someter a la realidad. Esta es una etapa poco favorable para los proyectos transformadores, sobre todo aquellos que suponen modificar la direccionalidad del Estado liberal y la puesta en tensión con los paradigmas dominantes. Esto obliga a las fuerzas políticas alternativas a replantearse las estrategias, su lugar en el mundo, su propósito reformista y su metodología de acción.  


Al desterrar el camino de la lucha armada como "partera de la historia" como decía Marx, queda la transformación en manos del camino democrático de la reforma, bajo las condiciones institucionales vigentes. Las posibilidades de las reformas se inscriben en la disputa entre sectores sociales y políticos contra lo instituido; supone acumular poder, sobre todo en el espacio legislativo, para avanzar en las modificaciones a favor de los sectores populares.


Claro, esa articulación no será tan sencilla como lo plantea la derecha, que se apoya directamente en lo existente y se deja llevar por los poderes centrales representados por corporaciones económicas, mediáticas y Estados nacionales. Para el gobierno de Macri, la política es hacer seguidismo de las grandes potencias, permanecer distante del debate norteamericano sobre el proteccionismo y aspirar a que haya un estímulo a las inversiones. Pero, ninguno de estos movimientos pone en peligro el lugar que el PRO ha definido como integración al mundo.  


En cambio, es más problemático si uno quiere ser parte de la globalización, pero teniendo grados de autonomía que nos permitan buscar alianzas sin estar subordinados ni a naciones extranjeras ni a organismos multilaterales. Lo que está claro es que hay que fomentar la firma de acuerdos con otros países, en función de los intereses nacionales. Pero una propuesta populista o progresista debe buscar una articulación con el mundo, a través de alianzas inevitables como es el caso de Brasil, o las que uno pueda construir como propuestas regionales. Respecto a esto es importante privilegiar el objetivo estratégico de sumar fuerzas equivalentes ante la presencia norteamericana en la región, como Mercosur, Unasur, CELAC y también la OEA, más allá de la afinidad  ideológica con  los gobiernos de las naciones hermanas. Con Brasil tenemos una obligada relación que requiere cuidado y atención, gobierne quien gobierne.


Desde una visión populista, democrática y no clasista, la burguesía de origen nacional debe formar parte de un proyecto político popular y nacional, vinculado a la región y al mundo. Sería un error hoy forzar la construcción de una isla revolucionaria. Pero, es cierto lo dicho hasta el cansancio, la burguesía nacional no existe en nuestro país, lo que existe es un universo de pequeños y medianos propietarios que no tienen posición dominante en los mercados.


Ese sector del empresariado nacional, junto con el sector financiero argentino, debe integrarse a un proyecto productivo. Es obvio, que algo que estuvo ausente y está ausente en el espacio, es la formulación de una matriz productiva como objetivo estratégico; que involucre energía, ciencia, industria y servicios. Y esa falencia es aprovechada por el neoliberalismo. Nuestra práctica política diaria es defensiva, es denunciar lo que hace el gobierno y falta una propuesta global, integral y posible.   



5 -   Desafíos del siglo XXI


El siglo XXI establece nuevos desafíos y, no hay duda, una consolidación de las hegemonías económicas y políticas. Sobre todo la reafirmación de la vanguardia tecnológica de algunas naciones, en desmedro de los que son más consumidores que productores de tecnología. El control sobre la invención es una herramienta fundamental de poder mundial, que se articula con la actualización del consumo como exigencia cultural. Por ello la propiedad de las patentes es un recurso estratégico de las hegemonías y,  por lo tanto, el desarrollo de una tecnología propia es fundamental.


Cuando el país emergente se dispone a sustituir importaciones para alcanzar mayor autonomía, el cambio permanente, la búsqueda necesaria de acumulación y la rápida obsolescencia de los bienes y servicios, lleva a los consumidores a presionar por las novedades; y esas novedades son propiedad de los países centrales. El círculo de la dependencia es perfecto: control de la producción y del consumo. Control de los procesos productivos y dependencia cultural.


Ni el fin de la globalización está a la vista, a pesar de Trump, ni el fin del Estado burgués es inminente. Por el contrario, lo que vemos es un aprendizaje del poder hegemónico de sus propias crisis y una evolución constante que se registra sobre todo en las modalidades de producción y en la cultura. La hegemonía tiene un rango de dominación que fluctúa entre topes o límites que representan el ser del sistema. Puede variar entre la ortodoxia económica y el keynesianismo, aplicable una u otra según la viabilidad y el aseguramiento del orden sistémico. Es lo que podríamos llamar inteligencia hegemónica, que exhibe flexibilidad y amplitud de acción frente a las crisis que provoca el sistema y también frente a la aparición de discursos o acciones contrahegemónicos, con la salvedad del terrorismo islámico. Ya sea que lo reconozcan o no los sectores dominantes en los países centrales, la lucha cultural contra el islamismo existe y esa lucha, a veces, es paradójicamente favorecida por la posición de los halcones en el Departamento de Estado.


No podemos mirar al dominio mundial en el subsistema cultural como mirábamos al mundo hace 40 o 50 años o tal vez 20 años atrás. Hay una disposición hegemónica a incorporar, a incluir, mientras no ponga en peligro el núcleo duro de la dominación, a ser inclusivo, a agregar las novedades en el mundo de las relaciones sociales y al  apoyo a las vanguardias artísticas. Incluso, creaciones que pueden ser catalogadas de progresistas, son rápidamente incorporadas a la cultura oficial y convertidas en mercancía. La imagen de las revoluciones y revolucionarios de ayer son transmutados en bienes de consumo o moda. Se integran a la sociedad del espectáculo, y al espectáculo es un sustanciosa mercancía desde la posguerra.


La innovación es el concepto central que pertenece tanto a la economía como a la cultura, nombra la evolución actual del mundo, y se verifica también en el dispositivo interior del  mundo, como un orden dialéctico. La producción de pensamiento confluye hacia lo productivo y la difusión en el mercado de las tecnologías determina una acentuación de un hombre económico consumidor.    


Aquél sujeto que fue considerado en el siglo XX sujeto de cambio, sujeto revolucionario, hombre pleno de futuridad, hoy está subsumido en el consumo de bienes/servicios y comunicación. De sociedad de masas en la gran industria, a sociedad de masa como receptor pasivo de los medios de comunicación. Esta es la gran victoria del capitalismo y la democracia liberal, es la construcción de una subjetividad que sofoca la esperanza de transformación radical y, a cambio, le ofrece entretenimiento y una relación social naturalizada.

     
No obstante, la contradicción entre liberalismo y proteccionismo se está calentando y es previsible que el mundo viva una guerra comercial no declarada, como contradicción intrasistémica. Eso demuestra la existencia de una distribución del poder que es más saludable que la concentración única. 


En el mundo de las corporaciones comerciales, que por su envergadura superan al PBI de varias naciones enteras, el peligro es que la política se vuelva excedentaria. El paso previo parece ser la elitización de la política. La política de las derechas y el populismo o las izquierdas han caído en manos de élites, de figuras o estructuras sobresalientes que están lejos de las mayorías. Este distanciamiento es superado por el discurso, o por la gestualidad de los políticos profesionales. Estamos lejos de aquella pretensión de Lenin que decía que los dirigentes del Partido "son los mejores hijos del pueblo".


Eso sí, la necesidad de mantener o acrecentar la tasa de ganancias de las corporaciones,  apunta a subir la productividad flexibilizando la relación de trabajo. Esto que ocurre hoy en la UE y que ha venido sucediendo también en los EEUU, se traslada ahora a los países dependientes, donde el espacio del progresismo y populismo salen a intentar frenar dicho avance.





Cabe destacar que es poco o nada lo que se estudia y discute en los espacios políticos, sobre la situación internacional, la caracterización de la etapa de las hegemonías mundiales y el lugar de los países emergentes. Por el contrario, por economía de esfuerzo o indolencia, o captura de la subjetividad del propio dominio, se apela muchas veces a las consignas, a la simplificación que no ayuda a construir un nuevo conocimiento.


Sin embargo hay temas pendientes que son constitutivos del progresismo y de las izquierdas: la cuestión social, la igualdad y la equidad social. También hay otros temas pendientes que son políticos y deberían ser parte de la agenda del progresismo que alguna vez formaron parte del discurso crítico sobre las democracias burguesas: hay que democratizar la democracia, alentando la participación y mejorar la representación de los sectores populares, que cada vez están más ajenos a los centros de decisión. Por otro lado, las derechas alientan la tendencia al fortalecimiento corporativo, la concentración de la economía que se produce en los países centrales se replica en los dependientes.


Hay que formular una agenda de debate democrático en el espacio progresista populista, pero previo hay que debatir lo que se va a poner en discusión. Hay que evitar el tacticismo de las  políticas espasmódicas, y coyunturalistas; y formular una objetiva caracterización de la etapa internacional, regional y nacional, para definir las estrategias políticas en función de los valores de igualdad y progreso social. Por otra parte, el espacio no es el lugar de uno solo y el pueblo. Si hubiera personalidades sobresalientes, mejor, porque pueden ayudar pero sin abandonar la institucionalización del campo nacional y popular a través de alianzas sociales y políticas. Trabajadores organizados, empresarios pyme, estudiantes, cooperativistas, empleados, son una parte imprescindible del espacio reformista, independientemente del grado de empatía que tenga con ellos, su importancia reside en el lugar que ocupan en un sistema desigual que los tiene como víctimas de esa asimetría.  Hay que mensurar la relación de fuerzas, no la puramente discursiva, ponderar las buenas y también las malas prácticas políticas que surgen en el espacio progresista populista respecto a la centro derecha que gobierna.  


Para el proyecto dominante, una sociedad mejor es una sociedad más ordenada pero sin populismo ni amenaza progresista, sin proteccionismo y con flexibilización laboral. Por supuesto que se podría provocar el ánimo sobre caminos de, sobre todo por su poder evocativo, por el recuerdo vívido de lo que fue el siglo pasado.


En el día a día estamos atentos a las futuras elecciones, que son importantes pero que no agotan la agenda política, sino, la política sería exclusivamente eleccionaria. Pero hay que aprovechar esta oportunidad electoral para que el espacio nacional y popular pueda fortalecerse sobre la base de las demandas y expectativas de la mayoría de la sociedad, que quiere justicia social y libertad. Está claro que hay que usar la democracia liberal para construir la democracia social, y la democracia social se construye con la organización de sectores afectados por el capitalismo concentrado e internacional. Pero, es necesario aprender que lo duradero tiene que tener base institucional, equipos de cuadros político-técnicos, dirigentes representativos  y una dirección elegida democráticamente.


Hay que pensar de nuevo sin cambiar los principios, construir un pensamiento emancipador pero para el siglo XXI.  




*    Lic. en Sociología. Dr. en Psicología Social. Profesor Universitario.         Titular de Consultora R.Rouvier & Asociados












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