martes 25 de setiembre de 2018
Los mercados o el pueblo
Mientras el presidente Mauricio Macri promete más ajuste en los EE.UU., el paro de hoy pone en escena la dicotomía entre un proyecto de país que no incluye en la cuenta a sus trabajadores y la lucha organizada por los derechos. La policía de Patricia Bullrich pudo frenar por un momento una columna que avanzaba ayer hacia la multitudinaria marcha, puede liberar uno o dos accesos hoy, pero no podrá revertir el impacto de que el pueblo le diga basta a este rumbo económico.
Fotos: CTEPPor SERGIO WISCHÑEVSKY *
La jornada de protesta de 36 horas que empezó ayer a las 12 del mediodía tuvo su epicentro en una concentración poderosamente masiva en la Plaza de Mayo, que resultó desbordada por todas las arterias que la conectan. Convocada por las dos CTA (Central de trabajadores Argentinos), el sector sindical moyanista con Camioneros a la cabeza, sindicatos combativos que integran la CGT, la Corriente Federal liderada por el bancario Sergio Palazzo, más la participación de un amplio abanico de movimientos sociales y un número importante de partidos y agrupaciones políticas, constituyen un preámbulo al paro de 24 horas convocado para hoy desde las 0 a las 24hs por la CGT, al que todas estas organizaciones también adhieren.
El de hoy se perfila como el paro más contundente de la era Macri. La bronca acumulada no siempre encuentra un canal por donde expresarse, y el paro y la movilización fue una necesidad tan sentida, que la unidad en la lucha parece superar todas las barreras de divisiones y desencuentros que debilitaron la resistencia a las políticas de Cambiemos en estos 33 meses de caída salarial permanente, despidos, endeudamiento, ajuste y represión.
La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, intentó frenar el paso de las columnas que venían desde el sur cerrando con un cordón policial el Puente Pueyrredón. Después de vivirse largas horas de tensión, debió ceder y los manifestantes pudieron llegar a Plaza de Mayo. Una represión en ese puente tiene una carga histórica que encerró un peligro al cual la ministra retrocedió. Pero dejó latente una amenaza: "las fuerzas federales van a estar en los accesos, en la Panamericana, en Acceso Oeste, el acceso Ezeiza, en el Puente Pueyrredón" (sentido Capital Federal), "vamos a garantizar la circulación, toda la gente que quiera ir a trabajar va a poder hacerlo". Lo que no aclaró la ministra es quién le va a garantizar su derecho constitucional a la huelga a aquellos trabajadores que quieren parar y no pueden hacerlo por el apriete de sus empleadores.
El descontento social creciente, y el aislamiento del gobierno van generando la peligrosa dinámica de que sea Bullrich la carta visible del gobierno, mientras el presidente Macri repite promesas en la ONU y el FMI.
Históricamente los momentos de recesión, de caída de la actividad industrial, de despidos y pauperización laboral fueron tiempos de baja combatividad. El miedo a perder el empleo, el saber que si te despiden hay una gran fila de postulantes dispuestos a reemplazarte, generaron un efecto paralizante entre los trabajadores. Y ese no es el único azote que cae sobre las espaldas del laburante. La tasa de sindicalización en Argentina aún es alta, está rondando el 37% (Brasil 17%, Chile 11%). Sobre un total de 12 millones de trabajadores formales contando asalariados, autónomos, monotributistas, y casas particulares. Los asalariados son 6 millones, los monotributistas 1,5 millones, autónomos 420 mil y casas particulares con trabajadores 455 mil. En el sector comercio hay 1,2 millones. El Ex ministerio de trabajo calculó en 4,7 millones los trabajadores informales: no hacen aportes jubilatorios y no gozan de la mayoría de los derechos laborales. La precariedad laboral aumenta a pasos agigantados. Pero incluso una enorme franja de los asalariados formales recibe sueldos que los ponen por debajo de la línea de pobreza. Y por si fuera poco este panorama desolador, el capitalismo está adoptando nuevas formas de trabajo como Rappi, Globo, y otras por el estilo, en donde la relación laboral es tenue y sin derechos adquiridos, sin vacaciones, licencia por enfermedad ni aguinaldos, ni paritarias.
El mundo del trabajo experimenta una transformación parecida a la de la época de la Revolución Industrial. Aquella experiencia derivó en siglos de lucha que conquistaron el paradigma del estado Benefactor. Las nuevas tecnologías de la mano de la reconversión capitalista está haciendo trizas los derechos laborales y sus herramientas para defenderse.
Hoy los trabajadores pertenecen a un conjunto impresionantemente heterogéneo. Desde un petrolero o un camionero, pasando por una cajera de supermercado, una maestra, un vendedor ambulante senegalés, una trabajadora cartonera, una empleada de casa particulares, los jóvenes de los call center y muchos más que en su mayoría no tienen tradiciones de lucha y organización. Y los desocupados que también pertenecen al mundo del trabajador.
Esta variedad ha generado diferentes instancias de representación y por eso resulta dificultosa la resistencia, el encuadre, la unidad. Sin embargo la resistencia existe y es vital.
La CGT hace mucho que no tiene el monopolio de la lucha ni de la calle, pero sigue siendo el factor aglutinador más importante de todo el universo de organizaciones que expresan la nueva complejidad de los trabajadores argentinos. En los momentos de máxima tensión vividos en 1989 con la hiperinflación y en 2001 no fue la CGT la vanguardia decisiva de la lucha.
Los paros generales homeopáticos contra Macri, y sus variables de concentraciones en lugares lejanos a la Plaza de Mayo, van tomando la forma de intentos de catarsis colectivas, movidas para descomprimir la furia que sube desde las bases. La paliza que los precios le están dando a los salarios merecería largamente la elaboración de un plan de lucha, una verdadera pulseada para tratar de torcer la política económica. Esa es la tensión que está empezando a volcarse hacia la lucha contra un gobierno sumamente intransigente.
Ante un Poder Ejecutivo que tiene una voluntad y convicción inconmovible respecto a que los salarios deben bajar en Argentina, embanderados en una matriz ideológica, política y social que no ve derechos en los reclamos de los trabajadores, sino gastos; ante un Poder Judicial que no dudó en modificar su jurisprudencia y comenzó a emitir fallos a repetición a favor de los empleadores, sobre todo desde la Corte Suprema de Justicia de la Nación, ante una parte de la clase política, que no dudo en cambiar de lealtades y representaciones, ante un conglomerado mediático dividido entre quienes nadan en la abundancia económica acompañando o haciendo de voceros oficiales, y un sector de periodismo, crítico al gobierno, silenciado o ahogado en la lucha por la supervivencia; La calle, la política en las calles, parece ser el lugar en donde la democracia aún late.
* SERGIO WISCHÑEVSKY Historiador, periodista y docente de la UBA. Columnista en Radio del Plata en el programa "Siempre es hoy", en Radio Nacional en el programa "Gente de a Pie" y en "La Liga de la Ciencia".
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