viernes, 28 de septiembre de 2018

'LA TECL@ EÑE': Sinceramiento y estupidez

viernes 28 de setiembre de 2018




Sinceramiento y estupidez


Por     Horacio González   *                                                                      (para La Tecl@ Eñe)



¿Fue un descuido poner la bandera argentina detrás de la figura de Lagarde en el Consulado en Nueva York? Se estaba anunciando el acuerdo con el Fondo; el acto revestía, sino cierta solemnidad, por lo menos un dramatismo de tono severo. En esos casos, un símbolo, como lo es una bandera, adquiere inusual importancia. Decimos inusual, porque no siempre una bandera adquiere la personificación de una referencia emotiva subyacente. Muchas veces los más ritualistas nos advierten que "no es un mero trapo coloreado". Claro que no, pero es verdad que los símbolos descansan, se ausentan o duermen en su mera condición material -mero producto textil-, si no se los solicita. Hay símbolos porque siempre hay una materia a la espera de ser investigada por causa de una significación específica. Significación en la que una comunidad de lectores, espectadores o ciudadanos concuerda a fin de hacer posible un sentimiento de reunión. En él, se ejercen los derechos del blasfemo, el hereje, el devoto, el escéptico o el catecúmeno.

Tomada la imagen de frente, Lagarde en primer plano y la bandera argentina detrás, es la clásica escena institucional que ritualiza un poder de naturaleza diáfana y explícita. Se presenta esa figura como respaldada por un símbolo, acatándolo, interpretándolo o sintiéndose ritualmente sostenida por éste. Cuando a propósito del tema que sea, conferencias de dos presidentes de países  -  hasta puede ser de clubes de fútbol  -  se ponen en una mesita las insignias a las que pertenecen ambos personajes, se trata de esclarecer que hay más que dos personas sentadas. Habría allí un halo representacional, una aureola que acecha con una silente evocación de recato y responsabilidad.

No hace falta ser entendidos en lo que significa un símbolo como pacto entre conjuntos humanos que regulan una deuda  -  cualquiera sea  -   a través de un signo convenido. ¿Qué deuda se tiene con una bandera? Es una parte constituida como señal estipulada de reunión en nombre de un enjambre indefinido de memorias, descifrables de un modo u otro, o bien, en lo inmediato, indescifrables. En este último caso también podemos decir que se presenta el caso de la apatía ante el símbolo. Ocurre regularmente  -  y de alguna manera es necesario que ocurra  -   pues el símbolo nace con una obligación devocional. Pero cuando los vemos en establecimientos oficiales de todo tipo, asociados a cánticos rituales o regimentaciones salutatorias de carácter militar, la habitualidad del símbolo lo hace peligrar. Se convierte en un signo displicente como cualquier otro del paisaje, una mesa, una copa, un árbol.

O en otros casos, puede haber una bandera diseñada como objeto de unción, pero que tenga una fuerza congregatoria inferior a la de una ventana o un almacén. Véase en la letra de "Sur", de Manzi, cuando dice "La esquina del herrero barro y pampa, tu casa, tu vereda y el zanjón y un perfume de yuyos y de alfalfa que me llena de nuevo el corazón". La esquina, la vereda, etc., resuenan en una voz interna que busca enhebrarse en el pasado, en algún hecho cuya significación otorgue una dádiva a cada objeto, convertido en símbolo. Es decir, en una ausencia real torna presencia metafísica. Suele hablarse en contra de la metafísica de la presencia, pero en este caso, es de la presencia de una ausencia de lo que estamos hablando.

Es por eso que los símbolos (los patrios, los escolares, los familiares, los domésticos, los deportivos, los religiosos) tienen que vivir necesariamente la vida del objeto despojado de rareza, habitando neutralmente una secuencia de símbolos parecidos. Puerta con puerta, ventana con ventana, una igual a las otras, indefinidamente. Hasta que encontramos "nuestra ventana", la que pertenece, esa ventana  -  o "vidriera"  -  que fue motivo de mi espera amorosa, que tiene carácter de herida nostálgica irrecuperable.  Ya nunca me verás cómo me vieras, recostado en la vidriera, esperándote. Y así esa vidriera escapa de la serie, y como diría el estimable Benjamín, se convierte en un objeto con "aura".

El símbolo vive siempre varias vidas, la de inmersión en la ignorancia colectiva y su recuperación para el significado tenso -porque un símbolo es siempre una tensión espiritual-, y entonces será una expresión que se presentará como resurrecta, insurrecta, o recobrada por el tiempo que sea necesario, para la veneración, la religiosidad o la irreverencia política. Por eso también, un simple "trapo", que es un residuo impotente como rezago ya descartado, de repente se convierte en "guía y bandera", conforme sea repentinamente elegido por quienes no tienen otra cosa a mano para indicar el modo en que se elaboró un deseo colectivo. En la película "Tiempos modernos" de Chaplin esto ocurre con la bandera roja de "peligro" que olvidaron unos obreros que reparaban el pavimento, y Charlot quiere alcanzárselas mientras pasa una manifestación de huelguistas, con los que él se confunde. El banderín rojo pasa entonces a ser otra cosa. Siempre una cosa tiene su reverso, el sello o insignia, por un lado, y por otro, un trapo. Su reverso despectivo se complementa con la fidelidad que le inspira a otros. El símbolo une y divide, conjuga y desata, desarma y sangra.

El macrismo llama sinceramiento a un imposible. Que el mundo se despoje de símbolos. Que cada cosa sea cada cosa. Que incluso una puesta en escena -el famoso colectivo, la entrada "casual" a una pizzería-, revelen sus falaces condiciones de producción. Como el paisaje está despojado de signos singulares -quizás reemplazados por una "señalética", derivación globalizada de la extenuación general de los nombres-, cada cosa toma un lugar que será objetiva y subjetivamente desactivado. Importan solo las relaciones abstractas, partes de una ley cuyo desciframiento nos es imposible, por eso ocasionalmente puede revestirse de una simulación de diálogo igualitario de lo "Grande" con lo diminuto. ¡Entra de sorpresa el Presidente a la casa de una familia abismal, pero al parecer arquetípica! Allí lo desmesurado y lo ínfimo se entrechocan al modo de una casualidad, pero al estar todo preparado de antemano, también se desea que esto se sepa. Conclusión: el fin de las simbologías, de las creencias, de los signos pasionales, de la diferencia entre lo artificial y lo vital, de la separación entre el objeto simbólico vivo y el objeto simbólico dormido, vuelto a su condición de naturaleza. Todo eso al macrismo se le escapa porque vive en el reino dañoso del desinterés por los vínculos entre el lenguaje y el mundo, que nunca encajan entre sí dando lugar a la curiosidad como origen al conocimiento. Esto no lo saben. El macrismo anula ambos aspectos de la existencia, aniquila símbolos y hace de las finanzas un mundo natural, un estado de naturaleza hobbesiano cuya única salvedad es la desesperación inadvertida para transformarlos en una conversación del Nombre poderoso con el plebeyo sorprendido. "¿Usted por aquí señor Presidente?" ¡Qué estúpidos! Y encima, bajo el arquetipo platónico de la Sinceridad, el visitante les segrega que "por el momento no les irá bien". Es la sinceridad del daño y el daño de la sinceridad.

Resultado de imagen para Lagarde y Dujovne acuerdo FMI Clarín
Foto publicada por el diario Clarín


La expresión vendepatria había sido olvidada o poco utilizada en los últimos tiempos. Parecía una formulación innecesaria, acaso excesiva, no apta para el caballeresco debate. Sin embargo, al verse la bandera argentina respaldando los dichos de Lagarde, esa voz fondomonetarista se convierte simbólicamente en dominio ineluctable sobre un país, que pierde así su autonomía moral e intelectual, además de lo sabido, su soberanía económica, las decisiones propias sobre la moneda. "Clarín" se dio cuenta de lo que esto significaba. Por eso, la misma imagen la toma oblicuamente, de modo que la bandera, por el ángulo lateral elegido, se confunda con la figura del desdichado Dujovne. Pero vista toda la escena desde una composición frontal, faltaba el Busto de la República para que ese fuese un acto central de la Conducción Estratégica del país. Una señora profesional y amable como la describió Macri. Ella quizás no quiso ese exceso de simbologías porque como los funcionarios vicarios de este gobierno, tampoco creerá en ellas.

Pero las naciones tienen esa cuerda literaria y social que son sus ritos, fastidiosos y reprobables en muchos de sus usos, pero por eso mismo, voz interna de un comienzo de grito colectivo cuando reviven en un ramalazo de alerta general. La indiferencia macrista…. ¿Qué importaba que esa bandera estuviese cubriendo el enjuto cuerpito de una Cortesana que es más poderosa que un presidente? ¿Quién podría importarse de ese detalle, si ya teníamos el préstamo adicional, que sensatamente hay que interpretar como una condena, pero festejar como un éxito? Llaman trofeo victorioso a una catástrofe. Pero de repente miramos bien, y sí importa. El símbolo se excita, se despoja de su distracción protocolar, y se convierte en un llamado para todos aquellos que aun no perdieron la facultad de enfurecerse por estos menoscabos inauditos. Y en mudez de mueblería y casa de menaje  -  madera, paño y mástil  - el símbolo masculla para el que quiera oír, que oiga. Y dice una y otra vez… ¡vendepatrias!


*   Sociólogo, escritor y ensayista.  Ex Director de la              Biblioteca Nacional







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