miércoles 31 de octubre de 2018
El subsuelo de la patria reaccionaria
Cambiemos interpela los temores más íntimos de la vecinocracia creando consensos que no son racionales sino emocionales, y que articulan la mano dura y el linchamiento vecinal a través de clichés microfacistas disfrazados de libertad de expresión. La política convertida en un litigio morbo judicial. Microfacismos, resentimiento vecinal y celebración política.
1.
¿Cómo puede ser que el macrismo conserve su adhesión al mismo tiempo que sus adherentes – o gran parte de ellos - reconozcan abiertamente el fracaso económico de la gestión de Macri? Tal vez la respuesta a semejante cuestión no haya que buscarla solamente en la historia que nos tocó -el gorilismo remanente sedimentado en el imaginario social-, sino en la capacidad que tiene el macrismo para fragmentar los consensos a través de sus habituales ejercicios de antipolítica. A diferencia del kirchnerismo que construía el consenso sobre un gran eje articulador nacional y popular, el macrismo desplaza constantemente la atención de los vecinos a diferentes cuestiones menores que, por más trivial que éstas sean, se llevan gran parte de la atención cotidiana.
No hay consenso sino muchos consensos que no son, precisamente, consensos racionales, sino químicos, afectivos. No sólo porque Cambiemos interpela el voyeurismo morbo de la audiencia sino los temores más íntimos de la vecinocracia. El macrismo aprendió a tocar sus fibras más profundas, allí donde el miedo individual se confunde con el resentimiento colectivo, donde las aspiraciones de clase están chocando ahora mismo contra la pared.
No es casual, entonces, que el gobierno aliente la construcción constante de enemigos internos (los corruptos, los pibes chorros, los narcovilleros, los activistas, los mapuches terroristas). Construyen enemigos para poder ir tras ellos porque sabe que su destrucción le agregará legitimidad política. Pero también porque intuye que al ponerle un rostro y asignarle un lugar determinado al pánico moral, el miedo abstracto se vuelve miedo concreto, y la inseguridad ontológica, producto del declive económico, se transforma en inseguridad ciudadana. La angustia se contiene y redirige hacia cuestiones aprehensibles. El gobierno busca llevar la política hacia esas regiones profundas y abyectas, para convertir la cuestión social en una cuestión policial, para despolitizar la política, para convertirla, en última instancia, en un litigio judicial. De modo que los problemas que acucian a los argentinos ya no son la inflación, la fuga de divisas, la desocupación, el cierre de fábricas, las tarifas exorbitantes, sino el robo callejero, los accidentes fatales, las catástrofes naturales, el caos de tránsito producto de las manifestaciones, o los bolsos llenos de dinero.
2.
En las últimas semanas hemos visto en los grandes medios, una serie de videos que se habían viralizado por las redes sociales donde se veía a los policías en acción. En el primero de ellos vimos a un par de agentes de la Bonaerense deteniendo a un abogado por “resistencia a la autoridad” después de que éste –según la policía- haya “frustrado un operativo de rutina”, en realidad haya intercedido ante la detención arbitraria de un joven por simple portación de rostro. En las imágenes vimos que uno de los policías tenía al abogado esposado e inmovilizado en el piso. El abogado se quejaba de dolor porque el policía tenía clavada una de las rodillas en su espalda. El agente le apretaba la cara contra el asfalto y gritaba: “callate botón, maricón, quedate quieto”. Mientras tanto el otro policía se dedicaba a agredir a otra persona que estaba intercediendo por el abogado, que se había identificado como magistrado. La escena fue filmada por un vecino que festejaba con otras vecinas la detención del abogado. Todos ellos colaboraban con los policías insultando al juez y al abogado. En el registro se puede ver cómo el policía prepotea con su cuerpo al magistrado gritándole “delincuente”, “usted es una vergüenza para la democracia, para la nación”, mientras se escucha el coro de los vecinos: “salga garantista”, “corrupto”, “manga de ladrones”, “así estamos”, “forro hijo de puta”, “kirchnerista”, “chorro de la nación”. La escena transcurrió en la ciudad de Mar del Plata. Días después nos enteramos que los policías fueron ascendidos por el ministro de seguridad de la Provincia, Cristian Ritondo.
La segunda escena tuvo lugar, esa misma semana, en el partido de Quilmes: Un vecino filma el arresto de un joven en una villa. La detención policial no estaba hecha con buenos modales sino acompañada con las patadas de rigor, golpes de puño, risas, gritos, insultos y más patadas. Las imágenes fueron subidas también al foro vecinal Alerta provincia. Allí sus usuarios, los vecinos alertas, festejaron el linchamiento policial con estas frases: “Bien echo, negro hdp así tienen que hacer la policía en todos lados”. “Extasis…esa es la policía que quiero…tienen idea de lo que es laburar con esos nenes?” “Lo bien que hacen si los dejas a estos pendejos de mierda te matan por dos peso bien por la policía. “No creo q lo estén agarrando x ir a comprar una gaseosa !!! Cuando los agarran siempre lloran y piden piedad. Forros después nos matan por cien mangos”. “Le hubieran pegado un tiro bien en la frente así no sigue robando o matando para robar”. Esta vez los policías fueron exonerados de la fuerza por el Ministerio de Seguridad.
Estas escenas no sólo son cada vez más frecuentes sino que se repiten en todo el territorio. Hay una clara articulación entre el punitivismo de arriba y el punitivismo de abajo, entre el olfato policial y el olfato social, entre la mano dura y el linchamiento vecinal. Los policías no están solos sino que, muchas veces, cuentan con el consentimiento entusiasta de los vecinos. De hecho, como siempre decimos, no hay detenciones sistemáticas por averiguación de identidad sin procesos de estigmatización social: detrás de la brutalidad policial está el prejuicio vecinal reclamando mano dura, avivando al policía, festejando la violencia.
Hace rato que los jueces perdieron el monopolio de la administración de justicia. Policías, vecinos y periodistas estrellas practican aunadamente una justicia veloz, sin pruebas, sin principio de inocencia a través de un castigo ostentoso y emotivo. La violencia es un castigo anticipado, extrajudicial y de facto practicado a veces por los policías y otras veces por los vecinos alertas. Ni el gatillo fácil ni las palizas en masa son patrimonio de la policía. Una violencia arengada y blindada por el periodismo con sus coberturas morales y sensacionalistas.
Lo peor de todo es que el gobierno no suele ser ajeno a estas celebraciones vecinales y periodísticas. Al contrario, rápidamente se hace eco no sólo para amparar a los policías, como suele hacer la ministra Patricia Bullrich, sino para subir la apuesta proponiendo, por ejemplo, castigos ejemplificantes, aumento de las penas, más facultades discrecionales para los policías, más patrulleros, más armas. Funcionarios que mandan mensajes ambiguos a la tropa, que van sembrando su cotidiano con pistas falsas que luego los policías deberán aprender a descifrar para no pisar el palito y quedar afuera de la fuerza. Quiero decir, por un lado los policías reciben palmadas en la espalda y por el otro, le sueltan las manos cuando las cosas adquieren demasiada visibilidad y amenazan con salpicar al resto del funcionariado.
3.
El gobierno testea a su hinchada con los grupos fecales organizados, por un lado, por el periodismo a través del espacio dedicado a los comentarios del lector y los llamados de los oyentes que luego se utilizan como separadores radiales y, por el otro, organizados por los vecinos alertas a través de sus redes sociales donde se dedican a practicar la delación y el linchamiento virtual. Esas mediaciones imaginarias son los espacios que los emprendedores morales proponen para que el resto de la hinchada vomite y se desquite practicando tiro al blanco, o mejor dicho, tiro al “negro de mierda”. Estas tribunas son el vertedero donde “la gente” puede ir apilando su indignación, opiniones hechas de pasiones antes que de razones; la canaleta donde fermentan las pasiones punitivas. Posteos que no sólo generan un extraño efecto de unanimidad sino que van sincronizando las emociones para después ser canalizarlas hacia el chivo expiatorio propuesto para la ocasión.
Más aún, aquellos clisés que repasábamos arriba se convierten en la partitura de las políticas securitarias, le imprimen un temperamento a las actuaciones policiales. Hay química entre la vecinocracia y el gobierno, entre las bravatas de los vecinos alertas y la pirotecnia verbal que destila Bullrich. Estos clisés son la mejor prueba que tenemos para reconocer la existencia de una articulación intima entre la vecinocracia y Cambiemos. Esos clisés, son los conectores, los mejores puntos de apoyo que le agregan legitimidad social a la violencia institucional. No hay paliza policial sin consenso vecinal. Un consenso que va fermentando cotidianamente a través de las habladurías condimentadas por la prensa parapolicial.
Parafraseando a Scalabrini Ortiz podemos agregar que estos espacios constituyen el subsuelo de la patria reaccionaria, expresión del resentimiento y el odio visceral que recorre todas las clases sociales, inclusive a los sectores populares. Un matonerismo que está dispuesto a linchar al otro cuando la policía no actúa o llega tarde. No se trata de un tema menor que merezca ser pasado por alto. Los vecinos no están haciendo literatura cuando aplauden a la policía, cuando teclean su odio en esa cloaca que llamamos “periodismo independiente”. Son microfascismos disfrazados de libertad de expresión, que disimulan con buenos modales y a veces con estilo canchero. Pero ese veneno está incubando otra serpiente que está empezando a mostrar sus colmillos.
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