jueves 29 de noviembre de 2018
Por Jorge Taiana *
En el actual escenario internacional es preciso recordar que el G20 nació en 1999 como consecuencia de la crisis asiática y la volatilidad financiera mundial. Se creó buscando facilitar el diálogo y coordinar políticas entre los países del G7 y las principales economías emergentes. Primero, reuniendo ministros de economía y finanzas. El estallido de la crisis económico-financiera internacional en el año 2008 puso en evidencia la inestabilidad del sistema financiero internacional y la incapacidad de sus principales instituciones para prevenir y evitar estas crisis. Así como la incapacidad del G7 para actuar como "directorio" de cualquier salida. En noviembre de 2008 se realiza la primera cumbre de presidentes del G20, quedando en evidencia la necesidad de un nuevo orden mundial multipolar.
En las primeras reuniones del G20, la Argentina, junto a otros países emergentes, sostuvo que esta nueva crisis de la economía mundial era consecuencia directa de la excesiva desregulación de los sistemas financieros domésticos y del sistema financiero internacional. Se señalaba, también, la necesidad de coordinar políticas tendientes a promover medidas anticíclicas de impulso a la demanda, una reforma del sistema financiero y de los organismos de crédito multilaterales, la erradicación de los paraísos fiscales y un cambio en la política de flexibilización del trabajo por el impulso a la creación de trabajo decente.
Cabe recordar que durante los Gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner la Argentina siempre señaló la urgencia de reemplazar la actual estructura financiera y económica internacional por otra capaz de garantizar la estabilidad económica global, entendiendo que el mundo debe avanzar hacia sistemas económicos nacionales y mundiales basados en adecuados controles y regulaciones, mayor transparencia y democratización en la toma de decisiones.
A diez años de la crisis del 2008, sus efectos negativos aún se reflejan en el llamado "malestar de la globalización", que viene acompañado de movimientos globalofóbicos, muchos de corte xenófobo, y explican, en parte, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y el Brexit en Europa.
La creciente y escandalosa desigualdad entre y al interior de los países genera tensiones, disturbios sociales, conflictos civiles y migraciones masivas. De acuerdo con el informe de Oxfam de 2018, el 82% de la riqueza mundial generada durante 2017 fue a parar a manos del 1% más rico de la población mundial, mientras el 50% más pobre no se benefició en nada. El informe de esta prestigiosa organización también señala como una de las principales causas de dicha desigualdad las ganancias de accionistas y altos directivos que se incrementan, a expensas de las condiciones laborales y los salarios de los trabajadores y trabajadoras, y la excesiva influencia de las grandes empresas en la formulación de políticas públicas.
Estamos asistiendo a la emergencia de un nuevo orden mundial que implica el ocaso de polos de poder hegemónico económico y militar, como la crisis del sistema multilateral y de las organizaciones surgidas durante la Guerra Fría. La ausencia de reformas del Sistema de Naciones Unidas, en especial del Consejo de Seguridad, del FMI y del Banco Mundial, el debilitamiento de los esquemas de integración regional, la pérdida de relevancia de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en la resolución de controversias, así como la inoperancia del G7 y del G20 constituyen una manifestación clara de la necesidad de trabajar por un orden multipolar capaz de desafiar o cuestionar un orden subordinado a los intereses de una única potencia hegemónica y reformar el sistema multilateral como única garantía para su real funcionamiento.
Así como en el ámbito global debemos bregar por reglas de cumplimiento para todos y que además favorezcan a los países en desarrollo, en el regional debemos buscar una sólida integración entre iguales, porque es la estrategia más eficaz para defender nuestros derechos y garantizar las posibilidades de alcanzar un verdadero desarrollo sustentable.
Sin embargo, la política exterior de Mauricio Macri se ha centrado fundamentalmente en la relación con Estados Unidos, contribuyendo de manera activa a la desintegración regional, vaciando la Unasur y volviendo a concebir al Mercosur apenas como una zona de libre comercio.
En la última cumbre de Hamburgo, en el 2017, se evidenció el enfrentamiento entre Estados Unidos y el resto de los países respecto a la importancia del respeto a las normas y los compromisos asumidos en los distintos ámbitos multilaterales. En la declaración final el cambio climático ocupó un lugar central, al destacar que 19 países apoyaban el Acuerdo de París de lucha contra las emisiones contaminantes, mientras que Estados Unidos reiteraba su propósito de abandonarlo.
Argentina como país anfitrión de la cumbre propuso como temario el "futuro del trabajo, infraestructura para el desarrollo, un futuro alimentario sostenible y perspectiva de género", que si bien se enfoca en temas estratégicos para el mediano y largo plazo, elude los graves problemas y desafíos como son la necesidad de aplicar regulaciones al sistema financiero frente a la creciente financierización de la economía mundial, la erradicación de los paraísos fiscales, el cambio climático, las migraciones y crisis humanitarias, la escalada en la guerras comerciales, problemáticas todas que requieren de una urgente respuesta coordinada a nivel global.
En este sentido, Argentina — en el ejercicio de la presidencia — debería trabajar junto a otros países para que el G20 cumpla con los objetivos para los que fue concebido en virtud del fortalecimiento del multilateralismo, el respeto al derecho internacional, así como retomar la agenda del desarrollo impulsando temas que nos permitan avanzar hacia un nuevo orden mundial más justo, equitativo, democrático y en paz.
* Ex canciller de Argentina
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