martes 27 de noviembre de 2018
El discurso de Cristina
El carácter explícitamente frentista de las palabras de Cristina Fernández de Kirchner en la cumbre de Clacso abre necesariamente una discusión. Si la igualdad es construcción, no lo es menos el Frente. Una voluntad que surge del peligro en materia de condiciones de vida de millones de seres humanos. La idea de Pueblo surge oportuna.
El discurso de Cristina ha originado una gran discusión y es muy bueno que eso haya ocurrido. La naturaleza de este discurso fue explícitamente frentista y no puede haber un Frente cuya eficacia se resienta por la falta de discusión. De modo que el carácter frentista de los enunciados de la ex Presidenta son totalmente inherentes al horizonte de debates que promovió de manera tan clara. La amplitud que en principio se exhibió de forma dicotómica, “todos contra Macri”, tuvo tantas entrelíneas que no es posible dejar solamente en una superficial observación los sostenes complejos de los argumentos que expuso. Y como siempre de un modo no habitual entre los políticos argentinos, del sector que sean. Es cierto que aunque era un acto político, la reunión se realizaba bajo la invocación de las ciencias sociales y el “Pensamiento crítico”. Cuestión que exige aperturas cognoscitivas y modos de exposición cultivados en un ambiente que se presupone de antemano receptivo a las grandes ideas y elaboraciones teóricas. Precisamante por eso, y por el papel inevitablemente central que Cristina tendrá en ese Frente, es necesario volver nuevamente a muchas de sus afirmaciones para hacerlas parte de una indagación mayor. Eso nos compete como parte de la compleja tela arácnida que presenta este período histórico, al que no le sobra ningún hecho aciago que pueda sumarse sin que se piense que ya con los que estamos contemplando, se abre un abismo que encierra los mayores peligros para los países y la humanidad toda.
Cristina comenzó abonando las tesis constructivistas sobre las ideas fundamentales de la vida política. En especial, el concepto de igualdad, lo hizo parte de tal perspectiva “constructivista”, que nace de la apología de la voluntad humana y de la política en tiempo presente, que asimismo aparta los valores esenciales de toda comunidad política de las hostilidades del mundo natural. Esto se corresponde con una de las tendencias más frecuentadas por las instituciones de las ciencias scociales - en especial aquella en suyo seno se realizaba la alocución - que resaltan la diferencia fundadora entre lo natural y lo social. Esta incisión, con todo, no puede ser absolutizada, como luego lo mostraron otros trechos del discurso. Pero se trata de observar, ante las menciones constructivistas, siempre aceptables cuando se trata de ponderar las elaboraciones que parten de acuerdos políticos que se hacen bajo la sombra de ese otro gran concepto -el que define el papel creativo del diferendo-, que nunca terminan de apartarse completamente los sedimentos que arrastra toda acción de grupos o individuos. No hay hechos sin historicidad y sin una “cola de cometa” que como colección heterogénea de memorias, los acompañe como una tempestad ya ocurrida pero que siempre reclama explicaciones. Llamémoslo las sobras, los residuos o deshechos quebradizos de la memoria que siempre actúan inesperadamente en cualquier fisura del presente.
De ahí que una posición de “izquierda”, consista mucho más en tener en cuenta ese acarreo en el horizonte actual de aquellas maquetas que fueron construcciones derruidas en cualquier etapa anterior, cercana o lejana. Gracias a esas secuelas aun no agotadas de una temporalidadd que parece ausente, hay una noción que simboliza muy bien la expresión “izquierda”, comprendida entonces como una ética imprescindible. Es una izquierda de esta clase la que está en mejores condiciones de heredar todo el material civilizatorio que el neoliberalismo ignora, poniéndose un velo de deliberada necedad y olvido en sus ojos. Ciertamente, podría decirse que las nociones clásicas de izquierda y derecha no tienen la vigencia que se le otorgaron en buena parte de las décadas del siglo XX. Y que los movimientos nacionales de hace medio siglo insistieron en desdibujarlas o relativizarlas en nombre de una “cuestión nacional” que venía avalada incluso por los mismos congresos de la Tercera Internacional. Ante ellos, también se elevaba la estrategia de los “Estados de Bienestar” que a la luz del keynesianismo traían como plan maestro los países capitalistas que deseaban contener con un adelantado tratamiento de la “cuestión social” el levantamiento de masas que parecía anunciarse con el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Todas estas líneas de trazos imposibles de pasar por alto, figuraron como nutrientes del discurso de Cristina. Recordaron sin mucho esfuerzo el lema peronista de situarse “más allá de las ideologías”, o remedando a Nietzsche, “más allá del bien y del mal”, frase con la que se quería decir que había un punto privilegiado desde donde se podía contemplar todo el espectáculo humano, que estaba en otro rango que el las ideologías políticas. Se trataba del rango de la condición humana, de la urgencia ante el peligro mayor y de la catástrofe que se avecina de continuarse estas decisiones que embarcan al país en un endeudamiento y ajustes sin fin. Esta situación discursiva tiene que ver con el “constructivismo” que presidió conceptualmente el discurso de Ferro. Si la igualdad es construcción, no lo es menos el Frente, voluntad e imaginación que surgen de una línea de peligro que se está traspasando, la de la subsistencia en materia de condiciones de vida de millones de seres humanos.
No obstante, aquí es posible señalar que si un mundo de estas características ya se halla entre nosotros - el afán destructivo de neoliberalismo manejado por tecnólogos del sufrimiento ajeno nos lo hace comprobar todos los días - esto no significa que el nudo problemático que a lo largo de la modernidad significó el concepto de izquierda deba ser dejado de lado. Pues entre otras cosas, con él nos colocamos ante una actitud de recipientes de una memoria amasada y cincelada por el tiempo, con suerte diversa, y con su colección de hechos que se abren en todas direcciones hacia pensamientos utópicos sobre la igualdad o pensamientos sociales sobre agrupamientos humanos enraizados en la justicia y la crítica a la explotación del hombre por el hombre. Si el mundo necesita nuevas explicaciones políticas ante el avance de las tecnologías -que han roto ya las barreras de la ética, que en la época de las locomotoras o el motor a explosión aún las acompañaba-, no menos necesita de pensamientos libertarios, una de las más interesantes derivaciones de los signos elaborados por las más que centenarias izquierdas latinoamericanas y mundiales.
Otra observación de Cristina imposible de omitir es la contextura o alcance real de los actuales poderes constitucionales. En ese sentido es muy concisa la apreciación de que un presidente constitucionalmente electo y con énfasis en reformas populares impostergables, solo tiene “el 25 % del poder”. Se sobreentiende que algo hay que hacer respecto al faltante, que finalmente - y no necesariamente por cuestiones porcentuales - termina imponiéndose sobre los gobiernos constitucionales. ¿Cuál es ese resto? Son las corporaciones, los medios de comunicación, las redes llamadas “sociales”, los grandes circuitos financieros legales o ilegales. Aquí se abre una gran discusión porque en definitiva, el poder no es una cuestión sumatoria sino un concepto que nunca puede totalizarse. Por eso siempre algo le falta, y por eso, la formación de lo que lo completa, por un lado significa poner en discusión nuevas funciones democráticas de la incumbencia de lo público-estatal en lo privado, y por otro, poner en un estatuto constitucional nuevas relaciones entre el gobierno central y la propiedad social descentralizada. Estas nuevas lógicas son, efectivamente, parte de una nueva izquierda, con ideas sociales y comunitarias de propiedad. Esto supone una reforma social avanzada que no necesariamente aumenta el porcentaje gubernamental sino que amplía el poder social y ciudadano, dándole otros significados a la producción y el consumo. Lo más incitante de la historia del peronismo no tendría sentido si no se acudiese a mentar estas ideas.
El Frente debe ser amplio pero sus ideas no pueden ser remiendos ni retazos mal cosidos o pegados de apuro para la oportunidad. Por eso también tiene radical importancia la cuestión de la unidad de los pañuelos, que adquiere gran verosimilitud cuando se la postula en términos de la unidad de los que rezan y los que no rezan. Es una división enunciada desde el acto del rezo, que define por la negativa a quienes no lo hacen. La formulación en sí misma es irreprochable, más cuando el rezo atañe en verdad a todos los credos y también a quienes suponen no tener credo. En tanto pensamiento en torno a los númenes que protegen toda actividad humana y reciben todos los deseos como un espejo de la imaginación, es la pieza capital de un Frente que reclama ser rodeado por el archipiélago de creencias existentes en toda sociedad, que se perfilen en el interés por un pueblo con conciencia de sí. De otro modo, el Frente debería ser muy exigente en su textura superadora de contradicciones para colocarse por encima de la bifurcación por excelencia, bifurcación en cuanto al debate por la vida, que sería más aconsejable -aquí sí-, tomar desde el punto de vista de la despenalización del aborto - dándole entonces una concretud histórica según el curso de las grandes movilizaciones de masas realizadas por el nuevo feminismo - y luego o simultáneamente, hacer el significativo esfuerzo de considerar como tema civilizatorio cardinal el punto de intersección emancipada que se encuentre entre las posiciones más biologicistas conservadores y las posiciones más culturalistas de las variadas experiencias secularizantes y revolucionarias como las que se expresan en una renovada ontología de los deseos. Siempre que las primeras no carguen en sí mismas el síndrome de las arcaicas y oscuras derechas argentinas. Nuevamente, la mera sumatoria no sería eficaz aun cuando el Frente contenga un llamado en última instancia para la reconstitución de la sociedad nacional luego de la orgía destructiva que la está atravesando.
Por eso, la idea de Pueblo surge oportuna como un conjunto a medias heredado (con sus fisuras a cuestas, todas de orden material o emocional) y a medias reconstruido, como quiere el tono general del discurso de Cristina. Aquí tampoco servirían las sumatorias (del tipo “unidad indiferenciada del peronismo”), no porque las identidades anteriores sean declaradas caducas, sino porque el ser de la política es el doble trabajo de conjugar sobre un resto y perder algo en la conjugación. Dicho de otra manera, al llamar a la unidad de todos, algo debe perderse (en un extremo, al enemigo neoliberal) y también algo debe juntarse de todo lo que hasta el momento fue adverso o contrincante. De ahí que desde el punto de vista del pueblo -en el que el Frente se asume-, no puede haber un constructivismo absoluto. No es un pueblo nuevo, ya fue llamado así muchas veces y tiene una historia. Historia en lo específico de sus divisiones y enfrentamientos. Eso pervive porque el pueblo nace en medio de las confrontaciones internas en el seno de su propio ser. Por eso, cuando triunfa lo hace también contra sí mismo. Bajo ese sentido no hay llamado que no deba hacerse ni cuestión que parezca impertinente que no deba ensayarse. No obstante, para terminar de realzar el importante discurso de Cristina con las derivaciones imprescindibles que tiene su relectura, hay que destacar por un lado su voluntad constructivista. Y la noción de pueblo debe reaparecer bajo una nueva luz que desmonte los núcleos más calcificados donde en él se ha aposentado el neoliberalismo, a la vez que no debe abandonarse lo ya construído, que permanece como silencioso sedimento, muchas veces con ritualizaciones que escapan al neoliberalismo, pero que tampoco se muestran dispuestas a nuevas interrogaciones sobre el estado real de una estructura de injusticia que nos abate a todos.
Dejamos para otro momento la relación entre tecnología y pueblo, cuestión estratégica vital, que en principio nos permitiría decir que no hay un modelos de progreso tecnológico que deban preceder a la reorganización emancipada de lo popular, ni hay vida social implicada en su propio usufructo de libertades, sin una tecnología que practique caminos alternativos que convivan con los ya conocidos universalmente, y éstos reaprovechados bajo perspectivas soberanas y no consumistas, sino a partir de nociones de una vida colectiva, individual y nacional ausente de coacciones inducidas por las fábricas de implantes artificiosos de subjetividades. Evidentemente, los enunciados que pronunció Cristina, a los que hemos sometido a una rápida discusión, son inusuales en términos de la política nacional, como inusual debe ser el Frente que se forje con su presencia predominante. Esto es así porque a su voz definidora no hay otro u otra que pueda alcanzarla en el actual panorama de penurias de la nación, eco terrible del estado catastrófico en que está sumida buena parte de la humanidad contemporánea. De ahí la importancia que le damos a este discurso, que con sus muchos hilos significativos permiten esta discusión.
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