lunes, 28 de enero de 2019

Puede fallar

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lunes 28 de enero de 2019



SOCIEDAD







Puede fallar





El incentivo del gobierno nacional al uso de armas por parte de la policía se acaba de cobrar la vida de una pasajera en un colectivo, pero no es el primer caso: el fomento a la violencia uniformada tiene una larga historia de “errores” en los que terminan muriendo personas que se buscaba proteger. Los casos paradigmáticos...
Imagen: Pati-Jorh
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Por        Horacio  Cecchi



El 6 de febrero de 2018, apenas cinco días después de que Macri homenajeara a Chocobar en la Casa Rosada, una persecución policial en medio de Tribunales con tres tiroteos en tres esquinas diferentes, pobladas de público a las dos de la tarde, no terminó en una masacre de milagro. Los policías parecían caballos desbocados. Además de uno de los asaltantes, la jueza María D’Agnilo y el empleado judicial Ezequiel Allende, que caminaban por la zona, resultaron heridos. Hieren y matan tanto las balas de delincuentes como las policiales, pero del lado policial existe la obligación del autocontrol, que es esmerilada por el discurso de la chocobarización. Y, se sabe, cuantas más balas circulan, sean policiales o no, hay más probabilidades de contar víctimas.

Antes de la muerte de Sandra Rivas, se produjeron otros casos en colectivos, casi calcados, con resultados diferentes según dispuso el azar, pero siempre con víctimas por el uso letal de la fuerza policial.

El 11 de abril de 2003, el joven Damián Rosende viajaba desde Quilmes en el colectivo 159 para concurrir a clases. Iba dormido en el segundo asiento de la fila de la izquierda, detrás del chofer. Al llegar a Dock Sud, dos jóvenes subieron e intentaron robar en el colectivo. El ayudante de Prefectura Bernardino Luque, y el agente de la Federal Maximiliano Salto, que viajaban al fondo y de civil, dispararon dos veces cada uno contra los asaltantes. Rosende recibió un balazo en la cabeza mientras dormía y murió prácticamente en el acto. Seis años después, Luque fue condenado a 14 años de prisión. Salto no fue acusado de tentativa de homicidio, aunque el colectivo llevaba muchos pasajeros.

El 16 de agosto de 2011, a la mañana, dos asaltantes murieron y otros dos lograron huir (luego fueron detenidos) cuando intentaron robar en un colectivo de la línea 79 y un policía de la Metropolitana de civil decidió que debía intervenir a los tiros. El policía fue respaldado por el entonces ministro de Seguridad porteño Guillermo Montenegro, y el jefe de la Metropolitana, Eugenio Burzaco, y destacaron su valentía y profesionalismo. No dijeron si dentro del profesionalismo se debe incluir el azar y esas cuestiones que sucedieron en el bondi en el que viajaban otros diez pasajeros y el chofer.

El 14 de marzo de 2014, el aprendiz de chofer Leonardo Paz, de 22 años, quien practicaba el recorrido de la línea 56 en Villa Madero, fue asaltado por dos jóvenes. En el fondo viajaba un agente de la Federal con uniforme. Se dio a conocer pero, correctamente, no disparó. Los dos asaltantes arrojaron los objetos que estaban robando en el piso y huyeron. El agente bajó y la calle, en lugar de pedir asistencia por radio, comenzó a disparar. Los asaltantes devolvieron el fuego. Una de esas balas mató a Paz.

Diez días después, en Quilmes, en un colectivo de la línea 159, un federal disparó tres veces y mató a un adolescente armado con una pistola de plástico, mientras que dos mujeres que lo acompañaban con cuchillos, huyeron. En el micro viajaban 31 pasajeros.

El 14 de mayo de 2015 dos asaltantes murieron, uno resultó herido y otro logró escapar, cuando abordaron al interno 269 de la línea 33 en Dock Sud, y el teniente primero de la Bonaerense Ramón González, que viajaba de civil, disparó. Otra vez el azar formó parte de la exitosa preparación policial.

El 24 de octubre de 2016 un delincuente murió baleado cuando junto a tres cómplices que asaltaban al interno 2 de la línea 179 en Temperley se tirotearon con un cabo de la Federal que resultó herido al igual que el chofer.


La lista impresiona


El 24 de marzo de 2018, el segundo de Patricia Bullrich, Gerardo Milman, proclamó en una entrevista radial, en bloque con la postura de Bullrich, que “se puede tirar por la espalda, claro que se le puede tirar. No puede matarlo”. La chocobarización de la intervención policial no solo incita a las fuerzas de seguridad a tirar a matar sin medir las consecuencias, sino que funciona como una alfombra bajo la que se barre la memoria de las víctimas que dice proteger. De otro modo, sin alfombra sobre la memoria, si cada integrante de la sociedad imaginara posible que su nombre o de un ser querido figure en las listas de víctimas del mal azar, mencionar a Chocobar podría resultar piantavotos.









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