'COLECTIVO CARTA ABIERTA'
sábado 23 de febrero de 2019
EN APOYO DEL PUEBLO Y GOBIERNO VENEZOLANOS
- Nuestro apoyo al Gobierno de Nicolás Maduro
Si podemos hablar de historia, debemos comprender - que a veces - es veloz, que existen muchos puntos de detención y que por debajo siempre laten creencias que se van elaborando en un tiempo largo, silencioso, que en algún momento se comprime. El concepto de golpe de Estado, hoy en discusión respecto a la grave situación de Venezuela, es muy abarcador, y se podría decir que ignora tanto el antiquísimo concepto de revolución como el no menos antiguo de democracia. No obstante, con ese concepto rápido, que pone a la historia en mano de un único momento de crispación, un golpe, se trata de desarrollar una metodología política que parece estar al margen de cualquier ideología y pensar que solo ponen en práctica una serie de técnicas para apropiarse del poder sin necesidad de legitimaciones previas. La cuestión de la legitimidad, sin embargo, nunca estuvo ausente, como cuerda paralela, en los tumultuosos episodios históricos del ciclo de la política moderna. El espíritu de las Constituciones y el Estado de Derecho escapó de los horizontes jurídicos habituales para convertirse en bienes constitutivos de las comunidades actuantes como pueblo y nación, con armazones internos democráticos y postulados de autodeterminación en materias esenciales, desde las jurídicas a las sociales. Esto no implica legalidad sino también legitimidad. Pero la legitimidad, ante los poderes del complejo financiero-comunicacional- jurídico-militar siempre muestra una originaria debilidad en relación a las manifestaciones de fuerza que no se privan de máscaras de benevolencia, para que podamos descifrar mejor sus amenazas. Cualquier examen somero de la situación de Venezuela, puede comprobar que el proceso golpista carece de ley y de legitimidad. La busca con sus aliados y mandantes internacionales, que aprendieron a decir que están en misión humanitaria cada vez que revistan sus carros de asalto.
Este es el momento en que un horizonte de legitimidad moral e intelectual de carácter universal, demuestre que puede imponerse a los renovados ejercicios de control mundial que quieren seguir imponiendo las más arcaicas formaciones imperiales. Porque finalmente, los reparos de legalidad no abstractos sino surgidos de las memorias populares, fueron una objeción real ante las formas convulsivas que adoptaban los expansionismos imperiales, los de Gran Bretaña, Francia, Bélgica en el siglo XIX y los de Estados Unidos en el siglo XX. En todos estos casos se había configurado un derecho imperial con sus príncipes geopolíticos, sus economistas estudiosos de la riqueza y sus grandes poetas oficiales. Todas las imperativas potencias imperiales surgieron a su vez de revoluciones democráticas, que, sin perjuicio de adoptar formas republicanas, parlamentarias, populistas igualitaristas, en casi todos los casos no pudieron evitar "razones" de conquista y expansión que no parecían habilitadas por los propios valores que inicialmente sus pueblos invocaron; aspectos civilizatorios que mostraban creaciones originales, tanto en materia de derechos civiles como de promoción de revoluciones tecnológicas. Cualquiera sea la opinión sobre estos complejos procesos históricos, es innegable que en algún momento quebraron su sentido social originario y construyeron una legitimidad apócrifa que rompía los acuerdos fundadores de sus repúblicas o los procesos republicanos internos a sus monarquías.
Es así que, si nos limitamos apenas al caso de los Estados Unidos, sus doctrinas de legitimidad se iban falseando, y adquirieron crecientes matices de violencia, que cada vez más enviaban hacia un abismo de incredulidad a las consignas que hablaban de un providencialismo democrático. Por el contrario, ese providencialismo se convirtió en una matriz de atropello a la autodeterminación de los pueblos, concepto difícil y menospreciado por los imperios, pero que está en el trasfondo de la memoria de las naciones que se formaron en los últimos siglos. La historia de los Estados Unidos de Norteamérica no se puede resumir fácilmente en sus aspectos culturales, territoriales o poéticos religiosos. Pero hay una marca notable que es la del empleo de toda clase de ardides para forjar una unión territorial y económica, que fue desde la compra de territorios hasta los diversos pretextos para declararle la guerra a España a finales del siglo XIX. De Estados Unidos podemos decir muchas cosas, su cultura tiene una espesura de gran magnitud, y su ariete imperialista es apenas uno de sus aspectos, que se contrapone a su gran literatura, como la Faulkner o Kerouac, o a sus grandes movimientos de derechos civiles, como los que encabezaron Malcolm X o Martin Luther King.
También sus complejas vetas religiosas dieron justificaciones a intervenciones sangrientas como en Vietnam o Irak, así como acciones en torno a los derechos humanos, como los encabezados por el ex presidente Carter, fueron a su vez realizadas como miembro de la Iglesia Bautista.
Los golpes de estado constituyeron la otra especialidad norteamericana, casi siempre organizados por sus departamentos políticos especializados en esas tareas, del cual fueron testigo todas las naciones centroamericanas en las primeras décadas del siglo XX y Filipinas. Otras formas de intervencionismo son suficientemente conocidas, como las que practicó el embajador Braden en Argentina al promediar el siglo XX, y las actividades ya muy conocidas del golpe de estado contra Salvador Allende en 1973, al que el Departamento de Estado y Henry Kissinger le dedicaron especial atención, suministrando recursos técnicos y la creación de climas desestabilizadores, que forman parte hoy de un aprendizaje efectivo. Resumiendo, esta historia, hoy la están aplicando en Venezuela combinando las artes aprendidas en los siglos precedentes. No es solo un golpe basado en intereses económicos, aunque los hay en una medida muy larga, por la conocida circunstancia de las grandes reservas petrolíferas de Venezuela. Sin embargo, este proyecto de golpe de Estado, largamente preparado e intentado ya en vida de Chávez, pertenece también al ámbito de la autoconciencia de la peor clase política norteamericana, respecto a que existen resortes de la política mundial que solo a ellos le compete regir. Por eso, en medio de las dificultades conocidas de la economía norteamericana, de las tensas rivalidades comerciales del planeta, del intervencionismo militar que tiene en su larga saga nada menos que a Irak, Libia, Siria (es decir, geopolítica pura, nada de Jefferson o de Walt Whitman, pura maquinaria de poder en bruto y tecnología de destrucción de naciones y ciudades), todavía practican un agónico intervencionismo golpista surgido de la memoria de prepotencia y arrasamiento del propio Estado Norteamericano.
En se marco, en esta nueva realidad desdichada de Latinoamérica, la historia ha dado uno de sus giros dramáticos. Pues nunca está quieta, ni repite sus motivos, pero no permite que nadie confíe en ninguna estabilidad. Aquí, entonces, en estas tierras, donde cuenta con aliados incondicionales como los gobiernos de Argentina y Brasil, se han animado nuevamente a tomar la ofensiva en algo que ya tienen evaluado y calculado. La asfixia económica de Venezuela, un bloqueo de hecho que se adjunta a la caída del precio del petróleo, lleva a un estrangulamiento económico que enrarece y precariza la vida del pueblo venezolano. Son hechos de los cuales debemos descontar los errores de apreciación política del gobierno, para fijarnos en las técnicas de desestabilización ya comprobadas en otras partes del mundo.
El gobierno de Maduro se mantiene, por un lado, con un gran apoyo popular a pesar de cómo afecta a la población una nueva realidad económica intolerable. Y, por otro, del que surge de unas fuerzas armadas de cuyo seno salió Chávez, con sus características particulares, para pregonar una vía política venezolana hacia una emancipación que anudara nuevamente la memoria bolivariana. Hasta el momento las Fuerzas Armadas se mantienen firmes en el apoyo al gobierno, lo que resulta fundamental para cualquier salida a la crisis que no sea el golpismo y el derramamiento de sangre. Estas fuerzas armadas son un caso especial para el análisis, pues acusadas de controlar el país de manera coercitiva, sin embargo, se muestran coherentes en su politización democrática, con las excepciones conocidas, pues hacia ellas se dirige la acción norteamericana y la de casi todas las cancillerías de Latinoamérica y de Europa. Quieren en Venezuela su Pinochet.
Difícil situación, pues no somos insensibles a las penurias de la vida cotidiana del pueblo, pero tampoco podemos dejar pasar los procedimientos del "Manual del Golpista aplicado", como si se tratara de una misión salvadora de la democracia, cuando es el ejercicio más crudo de un nuevo acto de dominio imperial, de un decrépito dominio imperial. La cuestión venezolana no se explica solo por el control mundial de las reservas petrolífera sino por la noción teológico política de ciertos sectores del poder norteamericano que quieren tomar una represalia moralizadora sobre la América Latina de José Martí, de Sandino, de Perón, de Fidel, Lula, Chávez, Kirchner, Evo Morales. Por eso, sin desconocer la complejidad de una situación que lleva a carencias inaceptables al pueblo venezolano, no concebimos otra solución democrática que la que surja de apoyar al gobierno legítimo del Presidente Maduro, que deseamos encuentre la vía institucional más adecuada para resolver la grave situación en que el golpismo organizado ha puesto al pueblo y gobierno de Venezuela.
Estados Unidos, hay que reconocerlo, pone ante su máxima tensión al pensamiento político fundado en viejas raíces humanísticas y democráticas. Cada misil que envían, cada tecnología golpista que aplican, cada camión de alimentos y medicina que estaciona en una frontera, lo revisten de páginas evangélicas y dicen que es para actuar en nombre de valores superiores, sea la vida, la libertad o la salvación de los indigentes. No es un imperialismo fácil, porque se tiñe de vida moral para revestir con una pizca de civilización a la barbarie. Debemos colocarnos entonces en la posición crítica tan compleja como el fenómeno que debemos denunciar. En estas horas difíciles, la adhesión al gobierno legal y legítimo venezolano exige también la solidaridad con los castigados en sus condiciones de vida, castigo infringido por los mismos que dicen venir a ayudarlos. De ahí que la verdadera acción de compromiso con el pueblo venezolano exige comprender este arduo momento de la política mundial, y junto a ello, elaborar nuevas ideas de cuño libertario que permitan ayudar a que Venezuela salga de esta encrucijada en paz, una paz lúcida que no se someta al aparato destructor de las potencias mundiales, que proclaman un gesto humanitario cuando se especializan en destruir lo que de humano posee una experiencia radical democrática del hermano pueblo de Venezuela. Hacia él, nuestro apoyo total. Hacia los invasores y los golpistas, nuestro repudio militante.
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