lunes 25 de febrero de 2019
Darío Lopérfido no soporta
la mirada de Evita
“Eva Duarte es innegable. Podrán trabajar para borrarla de los libros de historia, de los programas educativos, eliminar su nombre de las plazas, hospitales, obras de ingeniería, escuelas, pero incluso eso no alcanzaría”. Respuesta al pedido de Darío Lopérfido para sacar la imagen de Evita del Edificio del Ministerio de Obras Públicas.
Publicada en Agencia Paco Urondo
Algunas consideraciones sobre el odio de clase
Le dijeron puta por ser actriz, por venir del interior, por terminar siendo la mujer que acompañó al presidente más significativo de la historia política de la Argentina, convirtiéndose en un referente mundial en su incesante lucha por dignificar a la clase obrera nacional. Los que nunca tuvieron nada tuvieron algo porque Perón y/o Evita se los dieron. Les pesa a muchísimos. Quien escribe estas líneas no es peronista. No es kirchnerista. Ni trosko, bla bla bla… aburren. Pero me resulta singular y atractivo mirar siempre al peronismo. Somos peronismo. Negarlo es como negar que no somos católicos. Es algo que nos atraviesa. Viene en un nuestro ADN. Comprenderlo lleva su tiempo y esfuerzo.
Le dijeron puta por ser actriz.
La secuestraron y ultrajaron una vez muerta.
La desaparecieron.
Mutilaron su cuerpo embalsamado.
Lo violaron.
Torturaron una imagen petrificada de lo que fue.
Disfrutaron su cáncer.
Gozaron su decrepitud.
Su caída.
Se enaltecieron cuando no estuvo.
Pero en su empeño por odiarla lo único que lograron fue multiplicar la devoción de un pueblo que la adora históricamente. Pero no me interesa detenerme en el amor positivo que recibe por las generaciones argentinas que la estudian o admiran su historia y dedicación sino que me interesa lo contrario: la construcción violenta de un relato que vomita odio y rencor. Porque en esta inmundicia de la política argentina, hoy podemos encontrarnos cuando escuchamos a periodistas haciendo el ejercicio porno-político de sembrar odio en los sectores más manipulables a: la clase mierda argentina.
Las clases acomodadas nacionalistas generan una pestilencia en sus discursos xenófobos y violentos tan inmundos, tan sucios, tan ajenos al quehacer político. Comprender que nuestras formas de vincularnos con la política es la suciedad es una tarea decepcionante. Quitarnos ese chaleco de fuerza idiota-cultural de cómo aprendemos la política es complejo en sí mismo.
Le dijeron puta por ser actriz.
Dijeron: cómo el presidente de la nación puede elegir como primera dama a una zorra de arrabales con aires de grandeza.
Una tilinga.
Una cualquiera.
Explicar nuestro machismo desde el ejercicio de la política, ya que muestras nos sobran en la historia.
A Eva Duarte la insultaron hasta el hartazgo, la violaron muerta.
La mutilaron muerta.
La desaparecieron muerta.
Le cortaron la nariz muerta.
Le quemaron las tetas con cigarrillos muerta.
La historia es siniestra por donde se la mire.
Recordemos como la prensa cipaya sigue calificando e insultando a la ex presidenta Cristina Fernández.
La insultan a ella, a su persona. Y la clase media reproduce lo que escucha.
Hace unos cuantos años atrás algunos sectores, personas influyentes, trabajaron para poner en práctica y en acción, un plan perverso que incluyó el secuestro, la tortura del cadáver, la mutilación, desaparición y extorsión del cuerpo de Eva Duarte. Esos rasgos violentos también son parte de nuestro ADN. Lo permitimos. Lo toleramos. Le restamos importancia. Lo permitimos como sociedad de padres a hijos. De docentes a estudiantes. De jefes a empleados. De policías a grupos sociales. De políticos al pueblo entero. Aceptamos la forma de la violencia en todas sus variables.Y si levantamos la voz para criticarlo aún nos responden con mayor violencia.
Las mujeres conocen esto que escribo con creces. Lo viven en cada desigualdad. Lo viven en cada atropello. Lo viven en cada violación. En cada femicidio cada 18 horas. La mujer más icónica de la República Argentina lo sufrió en carne propia. Tener dimensión de este hecho histórico, de nuestra conformación cultural, de lo que somos como sociedad política y no considerarlo una aberración y luchar contra ella con todas nuestras fuerzas e intenciones es signo de una cobardía arrolladora. Somos la conformación patriarcal de una idea inmunda de dominación y sometimiento. Dominan los poderosos, siempre.
Insisto en esta idea, actualmente, a la ex presidenta le aplican el mismo método de sometimiento: Por ser mujer. Por ser poderosa. Por oponerse a sectores que buscan someter a los trabajadores. Por favorecer la movilidad social. Pero volvamos al ícono. A la mujer icónica: Eva Duarte (resalto nombrar a las mujeres que nombro, sin los apellidos masculinos. Me parece importante empezar a curarnos esos vicios patriarcales).
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