viernes 24 de mayo de 2019
La Cristina de siempre
El lanzamiento de la fórmula presidencial es presentada por algunos sectores políticos y por los medios hegemónicos, como el cambio de una Cristina confrontativa a una moderada que cierra la grieta. En realidad no existe ese antagonismo, y lo que se constata con el anuncio de la fórmula es la continuidad de una política en defensa de los intereses populares que ofrece una propuesta lo más amplia posible para enfrentar al gobierno neoliberal de Cambiemos.
El lanzamiento de la fórmula Fernández-Fernández provocó el desconcierto de adversarios y competidores, y además generó reacciones positivas inmediatas de muchos que antes criticaban a la ex presidenta o la responsabilizaban por derrotas anteriores. Son hechos que demuestran el acierto de esa decisión porque amplió el espectro de convocatoria. Lo que no implica garantía de triunfo, que ahora dependerá de otros factores.
Entre ellos estará el entusiasmo con que se milite esa propuesta en la campaña y durante el gobierno, si gana.
Frente a la apertura que implicó la designación de Alberto Fernández para encabezar la fórmula, algunos la contrastaron con otras decisiones de Cristina Kirchner que implicaban el conflicto, al que ven como un equivalente de cerrazón o sectarismo.
Algunos hablan, incluso, que esta fórmula encabezada por Alberto Fernández «cierra la grieta», como si este fenómeno estuviera fundamentado en Cristina Kirchner. Es un razonamiento que se liga con el anterior.
Cristina y Néstor Kirchner cometieron muchos aciertos y muchas metidas de pata. Y lo mismo ocurrió con Perón, con Irigoyen y, en general, con los líderes populares. Los liderazgos no se generan por la «infalibilidad» de esos líderes potenciales sino por la forma en que encararon la representación popular.
Cuando esos liderazgos meten la pata, el equilibrio entre la equivocación y la continuidad de un proyecto político popular se vuelve inestable. Porque los líderes constituyen una de las pocas herramientas del campo popular para evitar la disgregación que buscan producir las clases dominantes. Y los liderazgos no se crean de la noche a la mañana sino que son producto de la confluencia de múltiples causas. Por eso, cuando se producen, hay que cuidarlos.
Desde que se retiró la dictadura, la democracia debió sortear primero el desafío de la estabilidad con Raúl Alfonsín. El desafío siguiente fue demostrar que se podían erradicar en forma pacífica y democrática las injusticias económicas, sociales y culturales. Pero avanzar en ese sentido implica afectar intereses poderosos que controlan resortes estratégicos de poder, como gran parte de la economía, las corporaciones mediáticas y una porción del sistema judicial. En esos momentos, la famosa grieta se pone en evidencia.
En estos más de treinta años hubo algunos intentos para avanzar pero debieron retroceder en muchos de esos frentes. Lo tuvo que hacer el propio Alfonsín en la segunda parte de su gestión. Carlos Menem asumió con propuestas de justicia social y cambió a los pocos días de asumir. Con esa intención, el FREPASO se asoció a los radicales y terminó con Domingo Cavallo en Economía, una flexibilización laboral vergonzosa y una deuda externa colosal.
El dato que aportan los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner fue que cada vez que los acorralaron, en vez de retroceder, ellos duplicaron la apuesta. Muchas veces ganaron, como en las nacionalizaciones, o con la 'AUH', otras perdieron, como la '125', y otras sacaron un empate, como en la 'ley de medios'. Pero esa confrontación no se resolvió en discusiones a puerta cerrada sino con participación popular.
Esos aportes de Néstor y Cristina Kirchner, con avances y retrocesos, consolidaron la democracia, porque demostraron que se pueden operar transformaciones en un marco pacífico y de participación popular y ciudadana. Ese proceso explica parte del surgimiento de los liderazgos.
Y al mismo tiempo explica la famosa «grieta». Para los que inventaron la palabra «grieta», ésta no existió durante los gobiernos de Menem y Fernando De la Rúa. Surge, justamente, cuando estos grandes intereses han sido afectados.
Por eso al hablar de «grieta» y afirmar que la crearon los gobiernos de Néstor y Cristina, la crítica es porque ellos no cedieron a las presiones de los intereses afectados. Si cedían, no había grieta. Y tampoco habría algo «tan poco civilizado» como el liderazgo.
El campo popular tiene que aprovechar los liderazgos que genera, no por su infalibilidad, sino por la defensa de sus intereses y para preservar la unidad. Y segundo, esa grieta que separa al campo popular de la clase dominante estuvo siempre, pero la visibilizan con ferocidad solamente cuando se afectan intereses poderosos.
Algunas de las autocríticas de Cristina en su libro, al igual que el lanzamiento de la fórmula presidencial, son presentadas como un cambio de la Cristina confrontativa de antes a una Cristina moderada. Aunque esa imagen ayude a atraer un electorado bastante corrido a la derecha, no existe ese antagonismo entre antes y después.
Por el contrario, en este anuncio se constata la continuidad de una política en defensa de los intereses populares que ahora requiere la salida de este gobierno neoliberal con una propuesta lo más amplia posible. Y al mismo tiempo se reafirma la dirigente política que apuesta fuerte y arriesga más que los demás. No hay una Cristina de antes y una Cristina de ahora. Es siempre la misma.
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