viernes 24 de mayo de 2019
El espejo invertido
A pesar de que los medios hegemónicos nos hablan del peronismo como un espacio político alérgico a las instituciones, hay pocos partidos tan prosistema como éste. Por ejemplo, el kirchnerismo dirimió sus dos grandes batallas políticas de manera profundamente institucional: el conflicto de la resolución '125', que perdió en el Congreso, y la 'Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual', que ganó en la Corte Suprema.
Apenas CFK anunció que el candidato a presidente sería Alberto Fernández y que ella lo acompañaría como vice, fray Hernán Lombardi, Inquisidor General del Virreinato a cargo de los medios públicos escribió un curioso tuit: “En unas elecciones cada cual puede proponer su formula y es su derecho. Pero en Argentina cada vez que se bifurca el poder real del poder institucional la República se debilita. ‘Cámpora al Gobierno, Perón al poder’ terminó en Isabel, Videla y la catástrofe”.
El texto es una especie de Rogel de asombros y cuesta decidir cuál elegir. Tal vez lo primero que deberíamos recordar es que “Cámpora al gobierno” fue la respuesta del peronismo a la cláusula establecida por el general Lanusse – el último presidente de la dictadura de la Revolución Argentina iniciada por Onganía en 1966 – que obligaba a Perón, exilado en Madrid, a fijar domicilio en Argentina antes del 25 de agosto de 1972. Luego de 18 años de proscripción del partido mayoritario, la dictadura intentaba poner algún freno a la esperada victoria justicialista, imponiendo el sistema de balotaje con la esperanza de que todo el antiperonismo se uniera en una segunda vuelta y agregando una cláusula que establecía un mínimo de 50 por ciento de los votos para que un candidato venciera en primera vuelta (de hecho, la fórmula Cámpora-Solano Lima no llegó a esa vara, logrando“sólo” 49,56 por ciento de los votos, pero la UCR, detrás con casi 30 puntos de diferencia, decidió reconocer su victoria).
Para Lombardi, la “catástrofe” se habría originado por el intento de sortear las trampas de una dictadura menguante que buscaban evitar la victoria del partido mayoritario y no en la proscripción de dicho partido. Lo mismo ocurre con la lucha armada, que es analizada por el mismo sector político al que pertenece Lombardi no como la forma en que se dirimía la política en aquellos años y el resultado de haber obturado la salida democrática durante casi dos décadas, sino por la violencia intrínseca de las juventudes políticas, en particular las peronistas.
De esa forma, que un sector mantuviera el poder político gracias a las armas del Ejército era visto como algo aceptable, casi legítimo, mientras que la reacción violenta del sector mayoritario ante la imposibilidad de usar las urnas para llegar a aquel mismo poder era la prueba de su alergia a las instituciones y coso.
Durante la discusión del presupuesto, en noviembre del 2018, CFK afirmó en el Senado: “Los miro a ustedes como un espejo invertido. Proyectan en los otros lo que realmente son ustedes (…)”. El espejo invertido es una imagen que volvió a usar en su libro 'Sinceramente' y nos puede ayudar a entender cómo luego de 30 años de vida política en los que fue diputada provincial, constituyente, diputada nacional, senadora y dos veces presidente, los medios persistan en definirla como “un peligro para la república” o incluso alguien “antisistema”.
Como explicó el politólogo Germán Lodola el kirchnerismo dirimió sus dos grandes batallas políticas de manera profundamente institucional: el conflicto de la resolución '125', que perdió en el Congreso, y la 'Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual', que ganó en la Corte Suprema. Sin embargo, los medios hegemónicos nos hablan de un espacio político alérgico a esas mismas instituciones.
En realidad, hay pocos espacios políticos más prosistema que el peronismo. Históricamente, como ha ocurrido durante los 12 años de gobiernos kirchneristas, sus políticas públicas han tendido a acrecentar la clase media, una forma eficaz de consolidar las instituciones desde la ciudadanía. Por otro lado, los liderazgos peronistas siempre dependen de la buena salud electoral. Eso es visto muchas veces por sus adversarios como el culto a la demagogia cuando en realidad se trata de la aceptación plena de la legitimidad democrática. Así como nunca existió un dictador peronista, más allá de las alucinaciones gorilas, tampoco hay liderazgos de esa sector político que puedan sobrevivir sin apoyo electoral, como sí ocurre en otros espacios políticos.
Desde el gobierno que buscó colocar dos jueces en la Corte Suprema por decreto, que apoya el balazo por la espalda como legítima política de seguridad, que justificó el despido de empleados de dependencias públicas por ser “grasa militante” o que fomenta desde el Ejecutivo las cárceles preventivas contra opositores (como ocurrió con Milagro Sala a poco de asumir su rival Gerardo Morales como gobernador de Jujuy o como ocurrió luego con Amado Boudou, Julio de Vido o la propia CFK, con constantes pedidos de desafuero) es frecuente escuchar denuncias hacia el kirchnerismo por llevarnos “hacia Venezuela”. Lo extraño es que durante los 12 años de ese gobierno chavisto-polpotiano los opositores nunca padecieron similares escarnios.
En realidad, no existe modelo más destructor de legitimidad democrática – es decir: más antisistema – que los que como Cambiemos empeoran las condiciones de vida de las mayorías en nombre de futuros tan venturosos como lejanos. El paradigma del espejo invertido nos puede ayudar a comprender el relato, para retomar un concepto muy de moda, que nos venden esos obstinados destructores del sistema.
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