lunes 13 de marzo de 2017
Los tres fantasmas del Presidente
Mauricio, finalmente, y en lo esencial, es un Macri, alguien que prefiere ser quien defiende los intereses de una familia riquísima y no los del pueblo que debería conducir.
Aunque no estuvieron allí presentes, aunque nadie los mencionó, tal vez referirse a ellos sea una manera de interpretar, de tratar de entender el enérgico mensaje que Mauricio Macri pronunció ante la asamblea legislativa. Muchas veces, en un discurso, son más relevantes las negaciones que las afirmaciones, el lugar que elige el emisor, en relación a otros sujetos, a los cuales, por ejemplo, se los usa como referencia de lo que él quiere o, más aun, de lo que no quiere ser. En ese sentido, parece claro que tres fantasmas merodearon el discurso de Macri: el de Fernando de la Rúa, el de Franco Macri y el de Cristina Fernández de Kirchner.
Macri quiso el miércoles dejar en claro que no es De la Rúa. El presidente concurrió al Congreso en el peor momento de su gestión. El escándalo por el acuerdo del Correo operó en la sociedad como un catalizador, como si hubiera sido el permiso que muchos sectores necesitaban para expresar un descontento social reprimido desde hacía meses y que encuentra su raíz de ser en la crisis económica. Esa situación en la Casa Rosada se resume en una frase muy repetida: "En un mes, nos comimos diez puntos de imagen positiva". Tal vez se trate, en realidad, de un proceso más largo, que ahora se expresa de golpe. Pero además, el presidente enfrentará en la próxima semana cierto climax de protesta social por la mezcla de paro docente y marcha de la CGT.
No es necesario recordar que De la Rúa fue acorralado por un sinfín de factores: la crisis económica, un escándalo de corrupción que provocó la implosión de la alianza que lo sostenía, la protesta sindical y, naturalmente, su falta de autoridad personal. Macri fue al Congreso a mostrar que es un hombre de poder, que le sobra carácter para enfrentar las dificultades: levantó la voz, provocó, organizó a las barras, alineó a su coalición, fue enfático, agresivo, y más articulado que ninguna otra vez. Su estilo habitualmente sereno fue abandonado en favor de un tono más pendenciero. Por momentos, pareció un Macri un tanto cristinizado, alguien que necesitaba proclamar que nadie lo llevaría por delante.
En segundo lugar, Macri no quiere ser Franco Macri. Desde hace mucho tiempo, Mauricio sabe que su futuro político dependerá de su capacidad para mostrarse distinto al que fue y de convencer a mucha gente que él no era parecido a su padre, que la época de la cuna de oro, la soberbia, los negocios sucios, había quedado atrás. No hubiera llegado donde está de no haberlo logrado. Es raro encontrar una foto de ambos, juntos, en los años previos a la asunción. Pero, uno es quien es y, si tiene la exposición de un Presidente, eso se nota mucho. Los escándalos del Correo, los Panama Papers, los negocios del primo Calcaterra, los acuerdos con la empresa Avianca y hasta el cínico fideicomiso tuerto han reinstalado la imagen de que Mauricio, finalmente, y en lo esencial, es un Macri, alguien que prefiere ser quien defiende los intereses de una familia riquísima y no los del pueblo que debería conducir.
A eso se dedicó el mensaje contra la corrupción empresaria y el anuncio de que habrá decretos y leyes para combatirla y para definir claramente los negocios vedados para los miembros de la familia Macri. En los próximos días se verá si es una trampa más o un camino sincero. Muchas veces se establecen esos mecanismos para dar a entender que se lucha sinceramente contra la corrupción cuando, en realidad, como ocurrió con con el célebre fideicomiso, son apenas cortinas de humo. El problema de fondo es que Macri ha vivido siempre entre hábitos que él y su grupo social considera normales pero el resto del país no. Si nadie le señala esa limitación, se volverá a dañar a sí mismo.
Lo tercero que Macri no quiere ser es Cristina Kirchner, entre otras razones por una cuestión operativa.
En su vida política le ha rendido mucho confrontar contra ella: por eso las provocaciones al bloque kirchnerista ("no queremos más relato", "se acabó la época del despilfarro y la corrupción", "no escuchen a los que nunca hicieron autocrítica", "Baradel no necesita que lo cuiden", "la corrupción termina en la tragedia de Once"). En la pelea contra el kirchnerismo, Macri ganó todas las elecciones en la ciudad de Buenos Aires desde 2005, ganó las elecciones legislativas de 2009 y 2013, y la presidencial del 2015. La única vez que olió una derrota, en 2011, directamente no se presentó. Tiene medido al oponente, conoce sus tics y sabe que siempre pisa el palito En este caso, se le agrega que, dada la situación económica, un porcentaje de la población que ya expresa resistencia a su Gobierno podría votarlo solo si la alternativa es Cristina.
Macri necesita parecer diferente a De la Rúa por una cuestión de supervivencia en el poder, distanciarse de Franco Macri para evitar el repudio popular pero, más que nada, confrontar con Cristina para ganar la próxima elección. En el macrismo se suele explicar que ella sigue siendo la referencia más importante de la política argentina. "Un 30 por ciento la ama pero un 45 por ciento la odia. A nadie la ama y la odia tanta gente. A la hora de la verdad, su aparición en el escenario empuja hacia el Gobierno al segundo grupo. En cambio, si ella no existiera un gran porcentaje de ese sector se sentiría más libre de expresar su enojo".
Una de las preguntas interesantes respecto de esta construcción es cuanto tiempo pasa hasta que una sociedad se empieza a preguntar por lo que un presidente es, más allá de lo que él quiera mostrar que no es. Porque en ese punto, tal vez, está la debilidad más evidente del discurso de Macri. Hay un momento en que el Presidente exhibe ciertos rasgos de negación o, al menos, parece ignorar una realidad muy tangible: la de quienes no viven su realidad. La evidencia más preocupante de esto se produjo sobre el final del discurso.
Macri dijo: "Los momentos más importantes, más plenos, más felices de nuestras vidas están vinculados a los afectos. Porque los sentimientos, las emociones son lo mas real que tenemos. De eso esta hecho un país. Una sociedad es una inmensa red afectiva. Pero es imposible que podamos tomar contacto con esas emociones si no podemos pagar las cuentas a fin de mes o no podemos poner comida en nuestra mesa. Por eso hoy estoy contento de que hace quince meses hemos empezado a recorrer este camino".
Es raro que no sepa que millones de argentinos perciben que la dificultad de pagar las cuentas o de poner comida a la mesa, como mínimo, se acentuó mucho en estos meses, más allá de lo que cada uno piense de los motivos o el destino de todo esto. Basta mirar la evolución del Indice de Confianza del Consumidor, para darse cuenta. Por momentos, Macri insiste en una promesa de futuro, en una denuncia sobre el pasado, pero no da cuenta del complicado presente que, en parte, se explica por sus medidas, sean o no necesarias. Para entender esa carencia, ese límite, basta con comparar su discurso con el de María Eugenia Vidal.
No quiere parecerse a De la Rua ni a su padre, y que quiere confrontar con Cristina. Pero, ¿quién es él? ¿solo alguien que promete dolor real y actual a las mayorías en nombre de un futuro cuya credibilidad depende meramente de una cuestión de fe?
Si es solo eso, tarde o temprano se enfrentará al espejo y no tendrá fantasmas detrás de los cuales disimularlo.
Tal vez no se vea desde Balcarce 50 - suele pasar - pero es algo parecido a la ley de la gravedad.
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