viernes 10 de marzo de 2017
No nos iban a perdonar
El 8 de marzo terminó con una razzia policial en los alrededores de la plaza y veinte personas detenidas, golpeadas y maltratadas. Nuestra potencia es vista como amenaza y tratan, una vez más, de disciplinarnos. Este 8 de marzo no fuimos las de siempre, fuimos muchísimas más y aun llorosas de cansancio podemos decir que una felicidad profunda nos recorre.
8 de marzo extraordinario. Un documento complejo, cosido en conjunto por más de sesenta organizaciones. Capaz de albergar contradicciones y tensiones internas. Frentista, entusiasta y peleador. Una plaza entera aplaudió el pedido de libertad de Milagro y el resto de las compañeras y también el pedido de aborto legal, seguro y gratuito. Esa plaza plural respondía a la heterogeneidad sostenida de la convocatoria, al hilado que tramamos con paciencia de bordadoras, a la hospitalidad con la que se sostuvieron las asambleas hasta que fuera posible que brote una complicidad inesperada, una confianza mutua, una afinidad que desconocíamos.
Fue un 8 de marzo extraordinario porque no éramos las de siempre. Si no muchísimas y muchísimos más. Que jamás hubieran marcado un 8, si no se sintieran conmovidas por un llamado a parar y fundar la vida que quieren vivir. Salimos del encierro de nuestros propios grupos, para alojar una vitalidad que no nos pertenece pero nos atraviesa, que al atravesarnos modifica nuestra propia sensibilidad. El 8 de marzo dejó de ser un acto consagrado en nuestras liturgias para ser un momento de confrontación y debate, de alianza de feminismo y antagonismo social, de apuesta a un sujeto político democrático y radical.
La calle era una maravilla, amorosa fiesta de los cuerpos bajo un calor que pegoteaba. Colectivos de artistas, performance callejeras, se mezclaban con sindicatos y partidos políticos. Si a algo se parecía esa calle era a la de los 24 de marzo: festiva, intergeneracional pero juvenil, dolida y alegre. La calle gritaba sus mil tonos, su crítica fervorosa al gobierno, su rabia por una violencia que crece contra nuestras vidas. En la calle supimos alojar el duelo por las muertas y también supimos de la fuerza de estar juntas. Antes estuvo el tren, viaje con decenas de compañeras, cantos y propaganda, agitación y alegría. Algunos pasajeros dicen: locas o algo así. Otros aplauden, se suman. Mujeres que aprenden los cantos y corean con nosotras. Y no estaban yendo a la marcha. Pero nos encontramos con ellas y por ese rato fuimos aliadas.
Me quedó retumbando un canto en la cabeza: sí se puede/ sí se puede /el paro a Macri / se lo hicimos las mujeres. Y es así. Mientras los dirigentes de la CGT huyeron de un escenario cuando sus representados se negaron a ser decorado de una escenografía, centenares de miles de mujeres nos organizamos para parar y movilizarnos. Mientras estalla la representación sindical tradicional, surgen nuevas rebeldías o vamos tanteando para encontrar modos en que nuestra protesta se haga escuchar.
No nos iban a perdonar. La policía hizo razzia en los alrededores de la plaza, por pizzerías y calles y se llevó veinte personas, a las que golpeó y maltrató. La noche terminó para muchas activistas en veredas de comisarías, esperando noticias de las detenidas. A nuestra potencia la ven como amenaza y se trata, una vez más, de disciplinar. Amedrentar y ordenar el uso del espacio público.
No nos iban a perdonar.
Pero el canto sigue retumbando: a Macri el paro se lo hicimos las mujeres. Y aun llorosas de cansancio podemos decir que una felicidad profunda nos recorre.
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