miércoles, 10 de octubre de 2018

Cambio es el nombre del futuro

miércoles 10 de octubre de 2018



Medios y comunicación




Cambio es el nombre del futuro



Julieta Waisgold reflexiona sobre el papel de los viejos significantes y la construcción de nuevos sentidos en el discurso político progresista y se pregunta si desde la política las palabras pueden articular nuevas construcciones de sentido.

Por                 Julieta Waisgold    *






El español Iñigo Errejón, referente de Podemos, cuenta en una entrevista reciente que en los últimos años su partido entró en un proceso intenso de discusión interna. Desde la derecha, Ciudadanos empezó a disputarle el discurso de la renovación política, y más adelante, la asunción del socialista Pedro Sánchez como presidente del Gobierno, pareció incrementar las expectativas y las posibilidades de hacer de España un país socialmente más justo.

Podemos nació en el calor de la protesta social con una identidad diferente a la de la izquierda tradicional y hoy parece enfrentar una encerrona: ¿debe disputarle sentido al PSOE desde el discurso clásico de la izquierda, o seguir buscando otros modos de decir aunque impliquen posiciones menos cómodas?

Con un gobierno de signo político opuesto al español y de este lado del océano, la oposición argentina está en una encrucijada similar. Hasta Cristina Kirchner, su referente mejor posicionada en las encuestas, tiene un techo.

A pesar de la crisis económica, el discurso opositor parece haber quedado cristalizado en un punto en el que todavía no puede dibujar un horizonte amplio, un futuro en el que haya esperanza. Para perforar ese límite ¿le bastará con resguardarse en las viejas etiquetas hasta que el gobierno de Macri termine?

La historia reciente muestra que en los mismos significantes pueden caber sentidos muy distintos. La idea de orden, por ejemplo, que hoy está asociada a la derecha, en 2003 vertebraba el discurso de Néstor Kirchner y significaba avance social en un "país normal" y más justo. 

Orden era cuidar las cuentas para lograr un equilibrio económico con justicia social. Orden eran los trajes a rayas para los grandes evasores. Orden eran las fuerzas armadas integradas a la sociedad y respetuosas de los derechos humanos.

Más adelante cuando el país se encarriló económicamente, el significante del orden  dejó de pesar y se abrió paso a la politización social primero, y a la disputa política hegemónica abierta después. En esta última etapa, la escenificación del amigo y el enemigo procuró hacer caer todos los velos. Los sentidos se volvieron fijos, reduciendo la tensión democrática y llevando al discurso a su punto máximo de radicalización. 

Si se lo lee con detenimiento, no hay ningún lugar en el que el teórico del populismo que aboga por la radicalización de la democracia,  Ernesto Laclau, recomiende hacer política en el desierto de lo real, donde ya no quedan más máscaras. Se trata más bien de que el lenguaje se exprese en significantes vacíos lo suficientemente amplios como para que en ellos quepan distintas demandas.

El significante nombra a esas demandas que van a estar siempre en tensión hacia adentro y también hacia afuera. La contienda política no se da de una vez y para siempre por un sentido determinado y fijo. No hay en términos populistas vencedores y vencidos definitivos, sino ligados a la contingencia.

La radicalización de la última etapa del kirchnerismo restó espacio para las tensiones internas y muchos aliados se cruzaron a la vereda de enfrente.  El amor no es el único factor por el que se constituye el lazo libidinal entre el líder y el pueblo, recuerda Laclau. La fe mueve montañas pero no necesariamente vitaliza internamente a los partidos. Cuando todos los velos ceden y las mismas palabras nombraron demasiadas veces una misma cosa, cuando los significantes se saturan, ahí más que nunca parece necesario poner en duda las viejas etiquetas.

Desde España Errejón dice que se trata de una lucha incansable por el significado. Por reinventar esa idea de qué significa hacer avanzar a la sociedad sin aferrarse a ningún término.

Que las palabras no fijen los sentidos, sino al revés. 

Y si no habrá que preguntarle a Perón del 43 cómo hizo para dotar de entidad la idea abstracta del trabajo y encolumnar a la mayor parte de los sindicatos, que hasta ese momento eran de otras extracciones políticas en el peronismo. O a Néstor Kirchner para hacer caber el progresismo dentro de la idea de orden.

Habrá que preguntarle a Perón porqué sus discursos incluían obsesivamente tanto al capital como al trabajo. A Kirchner por qué en 2003 eligió hablar de orden y justicia social y no sólo de redistribución del ingreso.

¿Será que la única salida es esperar a que se termine el gobierno de Macri, o que más allá de eso todavía existe un lugar en el que las palabras pueden articular nuevas construcciones de sentido y en donde la política está viva?

Cambio es el nombre del futuro.

*    Abogada, Licenciada en Comunicación y posgrado           en Comunicación Política de la Universidad Austral








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