Carlos Caramello se pregunta en esta nota si no ha llegado la hora de inaugurar un nuevo lugar de octubre como mojón de la historia
Por Carlos Caramello * (para La Tecl@ Eñe)
porque allí yace nuestra única esperanza”.
Gandalf, personaje de Tolkien
La Toma del Palacio de Invierno, que escenifica y da carnadura a la Revolución Bolchevique (magistralmente filmada por Serguéi Eisenstein) importa más en lo simbólico que en lo fáctico. Sus resonancias épicas, que han atravesado el tiempo con valor semántico, no condicen con lo que ocurrió en realidad.
La historiadora rusa Yulia Kantor cuenta que “desde octubre de 1915, el Palacio de Invierno ya no era la ciudadela de la monarquía y el Palacio de Invierno se había transformado en hospital militar reservado a los soldados heridos en el curso de la Primera Guerra Mundial”.
La noche del 25 al 26 de octubre de 1917, de acuerdo con el calendario Juliano que regía por entonces en la Rusia Imperial (para nuestro calendario Gregoriano se trata del 7 de noviembre), el periodista Vladimir Antónov-Ovséyenko “junto a un pequeño grupo armado, ingresaron por una puerta trasera que se encontraba desprotegida, subieron al primer piso del Palacio y, naturalmente, se extraviaron en la sucesión de habitaciones. Alrededor de las dos de la mañana acabaron en la Sala de Malaquita, siguiendo el rumor de las voces que les llegaban. Y así es que se encontraron delante de la puerta del pequeño comedor donde estaban reunidos los miembros del Gobierno Provisional”.
Así, casi de casualidad, y sin disparar un solo tiro, la Revolución Bolchevique apresó a los integrantes del gobierno provisional ruso y dio el primer paso de una forma de gobierno destinada a convocar más o menos inmediatamente una Asamblea Constituyente que formase gobierno y que, sin embargo, duró hasta 1991.
“El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo, cuando inesperadamente enormes columnas de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina, porque acudían directamente desde sus fábricas y talleres. No era esa muchedumbre un poco envarada que los domingos invade los parques de diversiones con hábitos de burgués barato. Frente a mis ojos desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de brea, de grasas y de aceites (…) Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, el tejedor, la hilandera y el empleado de comercio. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto”.
La pluma incendiada de Raúl Scalabrini Ortiz describió así el 17 de Octubre de 1945, cuando la masa fue a buscar a su líder y Juan Perón abandonó el hombre para construir el mito, ese que aún atraviesa e corazón y el ideario de tanto argentino de bien.
El escenario no es sólo dato. La selección del ámbito implica la construcción discursiva del signo. Esa plaza no volvería a ser, nunca más, una plaza. Sería (para siempre) La Plaza… del Hombre. El Peronismo fijaba domicilio.
Digo de estos lugares porque los escenarios no son pavada. Veo a la multitud ocupar la 9 de Julio del metrobus y la Plaza de la República sin república. La veo marchar hacia una Plaza de Mayo vallada, con un fondo de Casa Rosada enrejada, en donde no hay más que burócratas pretéritos y una sala de prensa absolutamente cooptada que jamás circulará imágenes de la muchedumbre vociferante. Asisto a la sordera de muchos diputados y senadores ante los gritos de esa mar de manos y ojos que se levantan como una ola reclamante frente al Congreso de la nación, en la Plaza de los Dos Congresos que ya no existen, y me pregunto si no hay que pensar un nuevo lugar para Octubre.
Si el efecto de la manifestación rodeando el edificio de Clarín o La Nación; o sitiando Comodoro Py hasta que los jueces federales sientan el aliento cálido de la protesta; o instalados frente a Metro Gas mientras del edificio emerge un olor fétido, parecido al del gas, pero producido por los CEOs energéticos, no se volvería más eficaz, y efectivo, y… eficiente (para utilizar un término de Mercado, ya que muchos periodistas independientes suelen preguntarse quién financia las manifestaciones).
Me pregunto si no ha llegado la hora de inaugurar un nuevo lugar de octubre. No como fecha del calendario. Como mojón de la historia.
Me pregunto por que… no lo sé.
* Licenciado en Letras, escritor y autor junto a Aníbal Fernández de los libros “Zonceras argentinas al sol” y “Zonceras argentinas y otras yerbas”, y “Los profetas del odio”. Conductor del programa radial Tuit-Eros, RadioHache
1 comentario:
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