martes 1º de enero de 2019
Hablame que me gusta
Todo hace pensar que el macrismo encarará la campaña electoral a puro fierro (mediático, judicial, de servicios, policial). Con un discurso que evite lo económico. Es lógico: nadie se dispara en los pies.
Por NICOLÁS TERESCHUK y ABELARDO VITALE
Sabemos que un presidente argentino que se lanza a la reelección tiene las de ganar. Siempre un presidente tiene, en principio, las de ganar. Sin embargo, Mauricio Macri no anda bien. Debió ser salvado por el mayor préstamo stand by que haya otorgado en su historia el Fondo Monetario Internacional (FMI), tal la magnitud del fracaso de sus políticas.
Por eso, la semana pasada, un periodista de la agencia le preguntó al Presidente cuál es su estrategia para ganar las elecciones en medio de un ajuste y si, en caso de que las encuestas lo den como perdedor hacia marzo o abril del año próximo, estaría dispuesto a declinar una candidatura.
Con el peor desempeño económico del que tengan memoria quienes hayan olvidado el 2001 o no vivieron el 89, todo hace pensar que el macrismo encarará la campaña electoral a puro fierro (mediático, judicial, de servicios, policial) y con un discurso “más que económico”. Preferentemente evitándolo. Es racional, lógico. Nadie se dispara en los pies.
Intuimos que el oficialismo intentará convencer a los argentinos del núcleo central de sus creencias para que su base electoral, pero también varios más, se apropien de ellas. Querrá hacerles entender que este es un país de mierda que no ha logrado nada bueno en su Historia. Y que ante eso, una sociedad con jerarquías más rígidas es mejor. Que el país necesita de una modernización que enganche firmemente a (algunas) de las mayores empresas de la Argentina con otras del exterior y viceversa. Que está bien que un sector político quede excluido del circuito de acumulación de poder existente. Que se ha perdido el respeto a la (o a cierta) autoridad y que es necesario reinstaurarlo. Que una sociedad con orden es una en la que el Estado ataca a ciertos sectores sociales o se expone a ser atacada por ellos. Que los ciudadanos no tienen poder ni deben aspirar a tenerlo porque los que gobiernan son los que tienen y los que saben. Y que sin un sacrificio purificador, que lave tanta culpa no es posible aspirar a más. Todo esto empaquetado con una idea de que afirmar otra cosa es una charlatanería peligrosa. Se trata de la “revolución cultural” del macrismo. “Este es el único camino”.
Estas ideas no nos gustan a los que escribimos en este blog pero son interesantes, claras, densas. Revelan una idea del país y del mundo presente y futuro. Son palabras políticas en un sentido profundo. Que despiertan parte del alma de los argentinos.
Ante este panorama, la oposición, por ahora, permanece callada. Habrá que desentrañar si su silencio es activo y oculta algún grado de sabiduría - como solía creerse del parco Carlos Reutemann - o si simplemente, detrás de esa falta de palabras - como en el caso del Lole - no hay demasiadas ideas.
Se abre aquí una disyuntiva para quienes quieran recibir la banda y el bastón de manos de Macri dentro de un año. Una posibilidad es volcarse a hablar sobre los temas en los que el macrismo es más débil: las cuestiones económicas que afectan a la vida cotidiana de millones de argentinos. Lo que no estaría en principio mal porque eso conecta con el diagnóstico de la mayoría de los ciudadanos. Millones de argentinos consideran que Macri lo ha hecho mal en este terreno, que ahora estamos peor y que no hay demasiadas perspectivas de estar mejor de la mano del PRO.
Sin embargo, aquí queremos postular que esta no es la estrategia que puede volver más competitiva a la oposición. Y que el camino, de manera contraintuitiva, consiste en acudir justamente al terreno “más que económico” en el que buscará asentarse el macrismo. Creemos que en esos nudos gordianos que condensan qué país queremos dejarle a nuestros hijos en medio de una economía que se achica, un mundo que se vuelve más amenazante y una sociedad que se interroga sobre sus formas más básicas de convivencia están los votos.
Complementariamente, en un libro de reciente publicación, uno de los autores de este post dice: “La difícil tarea de regenerar horizontes de futuro, de indicar caminos y perspectivas deseables de ser transitadas seguramente que fue en cada caso [del ciclo del “giro a la izquierda” latinoamericano] uno de los elementos que pesaron a la hora del desgaste de las experiencias progresistas en el gobierno. Podría ser que los populismos tengan problemas para rehacer su mensaje de futuro de manera continuada” (1).
Por otro lado, en un artículo escrito junto a Mariano Fraschini y publicado recientemente en el libro “Emergencias” planteamos que “Cuando el actual oficialismo culmine su mandato, las consecuencias de sus políticas de gestión serán tremendamente nocivas para el futuro gobierno que lo suceda, sea cual sea la orientación del mismo…Los sectores que tengan la voluntad de reconstruir un proyecto popular en la Argentina pero a la vez tengan como horizonte romper con una persistente dinámica de ciclos que, insistimos, se hacen más rápidos, más corrosivos, tendrán que apelar a rescatar identidades pero también a valorar e incluir las diferencias” (2).
En este sentido, estamos convencidos que para ganar elecciones se necesitan muchas cosas, pero dos de ellas son imprescindibles: generar una narrativa de futuro y disputar el campo semántico del adversario a la hora de tratar de dar respuestas a las demandas de la sociedad. Demandas que, naturalmente, son dispersas y hasta contradictorias a veces. Pero es en el arte de articularlas y dotarlas de sentido donde reside gran parte del “valor” de la política.
No se trata de resignarse a tratar de aprovechar el viento de “los ciclos políticos” cuando soplan a favor y a resistir cuando soplan en contra. Creemos que se trata, precisamente, de atreverse a salir al “mar abierto” de la disputa política de modo integral. Los sectores populares y progresistas nos debemos y debemos hacernos cargo de determinadas temáticas de las que muchas veces pretendemos escapar y que son, sin dudas, preocupaciones muy sentidas por las mayorías de nuestro pueblo. Para poner un ejemplo que sea gráfico: el debate acerca de un orden no debe dejarse en manos de la derecha, que tiene un discurso y una ideología clara: la represión social. Nosotros tenemos otra mirada, otra perspectiva y otra ideología, pero también tenemos una noción de orden que ofertar a los votantes.
En definitiva: si en algún momento de la década pasada decíamos que no había en nuestras tierras revolución más importante que un reformismo consecuente, hoy, con el ciclo político invertido, debemos decir que no hay reformismo más necesario que un reformismo popular sustentable en el tiempo. Y para ello creemos que debemos renovar y reactualizar nuestro abordaje temático y discursivo.
Eso sí: la idea no es, más bien todo lo contrario, “tratar de parecernos” a nuestro adversario. Somos otra cosa y es desde ahí, desde esa identidad, que debemos ir al encuentro de las mayorías.
Si podemos afirmar y reafirmar nuestras creencias, nuestros valores, nuestros sueños, nuestras alegrías, aquello que nos hace sentir que es posible otro camino y ser quienes somos, pero también quienes queremos ser, quizás (otra vez) ganemos.
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