martes 03 de enero de 2017
Dicen que está Lilita muda y en caída libre porque su hijo es narco.
LA DEGRADACIÓN DE CARRIÓ *
Embrollera, torrencial, confusa pero histriónica en sus dichos, arroja datos que se contradicen entre sí, y es minuciosa cuando le conviene y generalista cuando no. Podría ser una heredera de Fidel Pintos, si no fuera tan solemne, y, por el modo en que afirma cualquier disparate sin que se le mueva un milímetro de su rictus de prócer, se parece tanto al porteño medio que eso solo explica que hayan favorecido a semejante embustera con su voto.
Decía que no podía asegurar que lo que afirmaba Primereando fuese cierto pero que era una buena explicación para el repentino y estruendoso silencio de Elisa Carrió. Y resulta que me topo ahora en Facebook con el siguiente texto del siempre elocuente Carlos Balmaceda, que no parece tener ninguna duda.
Por Juan José Salinas
Pajaro Rojo
ENRIQUE SANTOS NO ES DISCÉPOLO, ES EL HIJO DE CARRIÓ.
Por Carlos Balmaceda
Pibe con problemas, como que nació de una madre quinceañera, casada con el poronga del pueblo, del que se separó a los 18.
Pibe de familia bien, de familia política, con abuelo en la Corte, candidato a tarambana, como suele pasar; guachito con ventaja que no sabe muy bien qué hacer, anduvo a los tumbos definiendo una vocación, hasta que la madre lo subió a un avión como para sacarlo de sus problemas crónicos con la droga.
Que en algún momento ya no fueron problema y sí ganancia.
Porque Enrique Santos, que no es Discépolo, si no el hijo de un productor rural que anduvo piqueteando en el 2008, poronga del pueblo, creció como pudo con una madre que funge de fálica pero ejerce de maquiavela en polleras, siempre por detrás de algún dato, de una demasía de información, de pruebas que se convierten en fábulas y datos que se vuelven literatura.
Ya pasó.
Pasó con las acusaciones sobre lavado de dinero, cuando atronó "acá hubo dos jefaturas políticas, Menem y Cavallo, que compartían negocios ilícitos a través de subordinados, amigos o parientes", ya pasó y no pasó nada.
Como con todas sus denuncias.
Las que tienen un viso de realidad se volatilizan, las que no, se vigorizan con el viagra mentiroso de los medios.
Y así anda Carrió, una mujer que es mitad mentira, mitad amenaza con la que extorsiona al mejor estilo Stiusso, si hasta se jacta de haber favorecido a la "bella" Vidal contra la "bestia" Aníbal, convertido en La Morsa por su obra y gracia, sin que hasta ahora no haya un solo juez, después de un año macrista, que haya intentado siquiera procesarlo al patrón del mal de la avenida Calchaquí.
Embrollera, torrencial, confusa pero histriónica en sus dichos, arroja datos que se contradicen entre sí, y es minuciosa cuando le conviene y generalista cuando no.
Podría ser una heredera de Fidel Pintos, si no fuera tan solemne, y, por el modo en que afirma cualquier disparate sin que se le mueva un milímetro de su rictus de prócer, se parece tanto al porteño medio que eso solo explica que hayan favorecido a semejante embustera con su voto.
Porque hay que buscar allí, en esa identificación, en esta versión degradada de los liberales justicieros al estilo De la Torre, la razón de su vigencia.
Porque el porteño es más barullo que sustancia, más pose que esencia, más afirmación que verdad, y, aunque chaqueña, tiene tanto de basura urbana esta mujer, de mequetrefe con ínfulas, tanta palabra adocenada y conocimiento sobreactuado, que puede decirse que ambas entre sí, ciudad y mujer, se han adoptado como propias.
Si habla de la AMIA o de la embajada de Israel, sabe ensuciar a Cristina Fernández, que tiene un conocimiento acumulado sobre el tema, y más allá de los zigzagueos políticos, ha definido su posición en torno a lo que, hoy por hoy se sabe con una vergonzosa certeza: las voladuras son vueltos cobrados por lavadores, en los que han intervenido agentes del Mossad, conformando un doble juego: muertos por dólares mal habidos y peor robados y muertos por aumentar una culpa milenaria que se atiza en la identidad fascista del ilusorio estado de Israel.
Conociendo ese entramado, Carrió viaja regularmente a Israel, se declara una "judía espiritual", en medio del bombardeo más atroz acusa a Hamas de usar a los palestinos como escudos (sí, frente a los cadáveres calientes de quinientos pibes) y pasa una semana en Miami dando charlas en una sinagoga a la que concurren el agente de la CIA Andrés Oppenheimer y en la que se rinde homenaje al mercenario y también doble agente Natalio Alberto Nisman.
En una degradación consistente, Carrió dejó atrás la vida familiar en el ´99, para andar del brazo a los sesenta con dos custodios treintañeros, devoto uno de ellos del capitán Astiz.
Un giro lógico para quien se volvió agente del sionismo y pasó del campo de un progresismo siempre mentiroso a la derecha militante y vendepatria.
Pudo hacerlo porque, no nos olvidemos, es el estereotipo de ese argentino que habita una línea pespunteada de mierda a lo largo de unos once kilómetros de extensión, con límites precisos en el río y la General Paz.
Pero no es sobre ella esta columna. Sino sobre Enrique Santos, que no es Discépolo, sino un pibe que pasó de consumidor a vender 25 kilos de cocaína en los noventa, ese momento en que el país estaba surcado por una línea blanca de excitación y exceso, de narices frotadas y mandíbulas que se portaban al cuello.
Tuvo que hacer malabares para sacarlo, que se fuera a Londres para seguir una carrera artística y no le arruinara la suya, la incipiente de política que había empezado década y media antes como fiscal en el Chaco.
Se dicen, siempre de este torvo engendro nacional, se dicen muchas cosas: que fue cómplice de la masacre de Margarita Belén, que en un campo de Enrique Santos, que no es Discépolo, ni el que ya nombramos con este sonsonete, sino su padre, decían, decimos, que fueron enterrados dos presos políticos, que dos criaturas compradas en el Norte pasaron de sus manos a las de un tal Héctor Magnetto, datos con los que, por no parecernos a ella, jugueteamos, sugerimos, y dejamos apartados como pequeños trazos de color.
Allí dejamos al badulaque, en México, en una época en la que los carteles de Colombia hacían su traslado a esas oficinas, y como en cualquier restaurante porteño, podían colgar un letrero de "ex empleados del café Medellín".
Se dice publicista, se dice que trabajó en un par de cosas, pero como más de un hijo aplastado por una madre poderosa y egocéntrica, busca atajos en el crimen.
La DEA, esa agencia que la misma Carrió acusó hace unos meses, es paciente y melindrosa: lleva archivos, fotos, datos.
Así como en Langley, Virginia, la CIA tiene biblioratos completos de Duhalde o fotos aéreas de un campo de aceitunas en La Rioja; así como Stiusso ha canjeado con ellos, poder y cadenas mostrándoles caras conocidas en un par de prostíbulos, estas agencias de un imperio decadente, están dedicadas a la extorsión y la maledicencia, más que a liberar al mundo de un grupo de fanáticos.
Y Carrió, que tenía las preguntas prestas, ya no interpela a Malcorra por el acuerdo con Quatar por "falta de margen político", y se calla cuando un miembro de su partido como Prat Gay es echado del gobierno.
Carrió, que parece saberlo todo de Bressi, al que sindica como aliado de Ritondo y recomendado por la DEA, recula,
Carrió ya no habla de Majdalani y de Arribas, pertinaz lavador de plata a través de la venta de jugadores.
Carrió, que conoce todo sobre el hampa y que hasta sienta en su casa a un delincuente para que testifique contra La Morsa, se guarda todo su coraje cívico cuando del Norte le bajan la orden, le muestran a su niño, ese que pudo sacar de la cárcel en el ´95, cuando fue elegida diputada, ese zapatraca que ahora está en Guadalajara, vinculado a un tal Nava Valencia, y citado en tres expedientes de la droga.
A la buena extorsionadora le ha salido una extorsión, quien pueda extorsionarla, buen extorsionador será.
La que dijo que lo peor que le podía ocurrir a Báez era "tener a su hijo preso", tiene al tarambana (ese que se llama Enrique Santos y no es Discépolo) paseando por Guadalajara, con riesgo de caer preso y a punto de arruinarle toda su prosapia de radicala krausista.
El gobierno de mafiosos la tiene en un puño.
Por ahora, ningún video con niñas "estrechitas" sacude el ánimo del que en un saque amenaza "ya te vas a aflojar".
No es tiempo de esas extorsiones, y tal vez no lo sea nunca porque el homúnculo no se saldrá ni un centímetro de la entrega y del hambre.
Ahora Carrió, paradójicamente, depende de un mafioso más grande que la leyenda de La Morsa que ella misma elaboró.
Como al aprendiz de brujo, se le han soltado sombras y espíritus, y espera que una gestión de buena voluntad de un Stiusso o de un ignoto agente de la DEA, la libere de la pesadilla de perder su carrera.
Con su vozarrón y sus cigarrillos de has recorrido muchacha, un largo camino ya, al final nos vinimos a enterar que era así de chiquita, Carrió, una nena al lado del guardarropas de la embajada yanqui en Palermo, esperando que la recoja el padre.
Así de chiquita.
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