jueves 05 de enero de 2017
El secreto de Vidal no es la gestión. El secreto de Vidal no es la política. El secreto de Vidal no es la protección de los medios. El secreto de Vidal es la Provincia.
¿POR QUE VIDAL MIDE MAS QUE MACRI?
Siempre desbordada, mutilada financieramente e incapaz de enfrentar por sí sola los conflictos más elementales, la dimensión institucional del estado bonaerense es una factor decisivo para que la imagen positiva de María Eugenia Vidal sea mucho más alta que la de Mauricio Macri (15 puntos más según el Grupo de Opinión Pública).
Por Juan Courel
*Letra P.
El secreto de Vidal no es la gestión.
El secreto de Vidal no es la política.
El secreto de Vidal no es haberle ganado al peronismo, ni su lucha contra las mafias, ni los timbreos, ni el hecho de ser mujer.
El secreto de Vidal no es la protección de los medios.
El secreto de Vidal es la Provincia.
Siempre desbordada, mutilada financieramente e incapaz de enfrentar por sí sola los conflictos más elementales, la dimensión institucional del estado bonaerense es una factor decisivo para que la imagen positiva de María Eugenia Vidal sea mucho más alta que la de Mauricio Macri (15 puntos más según el Grupo de Opinión Pública).
Aunque parece contradictorio, no es algo excepcional.
Entre 2007 y 2015 casi todas las consultoras decían lo mismo de Daniel Scioli y Cristina Fernández de Kirchner.
Salvo en los 13 meses posteriores a la muerte de Néstor (incluidos los del éxtasis del 54%), Scioli superó siempre en imagen a Cristina.
Si seguimos mediciones de Poliarquía, en algunos momentos –como cuando estalló la 125-, llegó a haber 25 puntos de diferencia entre ambos.
Está claro cuál de los dos detentó más poder durante la última década.
La imagen no es nada
Otros gobernadores que superaron a los presidentes en la valoración pública durante casi todas sus gestiones fueron Antonio Cafiero y Carlos Ruckauf.
De más está decir que a ninguno le alcanzó para ser presidente.
Al contrario, ni siquiera pudieron retirarse de la gobernación por la puerta grande.
Poco tiempo después de ser considerado por todos como sucesor inevitable de De la Rúa, a Ruckauf se le acabó la carrera política.
Cafiero, por su lado, perdió la interna con Menem hasta en la provincia propia.
En su momento el resultado fue inesperado, y hasta un poco humillante.
Si bien no llegaron a la Rosada, a los cuatro gobernadores mencionados les costó bastante poco consolidar altísimos niveles de aprobación.
Digo poco porque con ninguno hubo mejoras ostensibles en las condiciones de vida de los bonaerenses o en la calidad de los servicios públicos.
Cafiero y Ruckauf gobernaron subsumidos en crisis nacionales.
Scioli asumió cuando la reducción más sensible del desempleo y la pobreza ya se había producido en Argentina entre 2003 y 2007.
A Vidal hasta ahora viene acompañándola un deterioro general de las variables económicas y sociales del país y de su provincia.
A la hora de explicar el por qué de la valoración positiva de los gobernadores, los estudios de opinión señalan atributos de carácter personal, y no logros puntuales de gestión.
Mencionaban de Scioli ser honesto, confiable, humilde.
Destacan de Vidal ser fuerte, honesta, joven.
Es por la protección de Clarín, se decía de Scioli como hay quien diga lo mismo hoy de Vidal.
Algo tendrá que ver, pero eso explicaría en todo caso su imagen positiva y no la diferencia que le saca a Macri, quien cuenta con los mismos respaldos editoriales.
¿Cómo puede un gobernador tener mejor imagen que un presidente?
La paradoja de la grandeza
Presentemos de otra manera un dato que todos conocemos.
De tres jefes de gobierno porteños electos por vía democrática, dos ganaron comicios presidenciales.
De más de veinte gobernadores, ninguno.
Dos tercios versus cero por ciento.
Cierto, muchas otras provincias tampoco mojaron una presidencia, pero ninguna de ellas concentra el 40% de la población del país y el 36% de su producto bruto.
La provincia más grande y rica de la Argentina, la que es madre de todas las batallas, la de los 1200 kilómetros de playa y la mitad de la Pampa Húmeda, es también un mundo de asimetrías, el epicentro de los peores estallidos sociales y una picadora de carne que muele a palos hasta al más avispado de los dirigentes políticos.
Grande como Italia, diría Daniel.
Sí, pero con menos presupuesto per cápita que Formosa.
Es verdad que la pérdida de coparticipación y el congelamiento del Fondo del Conurbano vienen siendo gigantescas fuentes de desequilibrio, pero también expresan un problema previo, un déficit que antes que económico fue político y cultural.
Para poder perjudicar en el reparto a una provincia tan poderosa, tiene que existir una debilidad subyacente.
Buenos Aires carece de identidad y de mito fundacional.
Nunca fue fundada.
Recibió su nombre de la ciudad que fue su capital y su referencia demográfica, urbanística y productiva hasta su federalización, en 1880.
El resto de los pueblos eran sus satélites.
Hoy son entidades políticas con fuerte raigambre local y crecientes niveles de autonomía.
Sus vecinos ven a La Plata apenas como un polo administrativo.
La minoría que no vive cerca de la Ciudad Autónoma, también la perciben como ciudad universitaria.
No más que eso.
Comparten aspectos comunes en sus estilos de vida a pesar de vivir en municipios distintos, pero no reconocen a nivel simbólico algo que sintetice su condición de bonaerenses (el obelisco en la Ciudad, las cataratas en Misiones o el carnaval en varias provincias).
Si son del interior, consumen medios periodísticos locales y tal vez alguno nacional.
Si son del Conurbano, comparten en su inmensa mayoría los mismos diarios, canales de televisión y radios que los porteños.
No acceden a información de otros distritos de su provincia a no ser que se produzca alguna estremecedora noticia nacional, la mayoría de las veces un crimen o una emergencia natural.
Hubo esfuerzos infructuosos para enfrentar este déficit de identidad: la bandera creada durante la gobernación de Eduardo Duhalde, proyectos varios de regionalización, descentralización y división de la provincia, creación de instancias institucionales intermedias para el área metropolitana, y otras que seguramente desconozco.
La consecuencia inmediata de esta carencia (si se quiere cultural) es que las sendas que recorren la comunicación de gobierno y la percepción social en la provincia de Buenos Aires raras veces se cruzan.
Invito al lector a planificar una agenda provincial propia en este ecosistema mediático sin la asistencia del estado nacional o en competencia con la promovida desde presidencia.
La ola verde
La dirrupción cromática del naranja sciolista en 2010 nació como respuesta comunicacional a la necesidad de llamar la atención sobre el gobierno provincial.
Hoy el color elegido para la comunicación de la gobernadora es otro, el verde, pero el sistema visual es casi idéntico.
En ambos casos se cierra con la construcción gramatical Buenos Aires Provincia.
No está la firma escrita de Vidal como cuando utilizábamos Gobernación Daniel Scioli, pero la gobernadora rubrica con su voz e imagen los spots radiales y televisivos.
Los objetivos son los mismos: no ser el jamón del medio entre Nación y Municipio, y legitimar la acción de los gobernadores entre la de intendentes y presidentes.
Creatividades al margen, hay varios puntos en común en las estrategias de comunicación de los dos últimos gobernadores.
En los años inaugurales de ambos mandatos las principales piezas de publicidad oficial difundidas fueron básicamente las mismas.
Tanto en 2008 como en 2016 se promocionaron servicios universales (salud y educación) y de impacto local (obras públicas en municipios).
No se destacaron programas creados por los nuevos gobiernos.
Todas inversiones públicas de nivel provincial, ninguna capaz de alimentar una marca de gestión propia.
Vacunación y escuelas hubo durante todas las gobernaciones.
Las obras comunicadas, por otro lado, no tienen impacto alguno fuera de las localidades puntuales a cuyos vecinos supuestamente beneficiaron.
Primó el intento de comunicar servicios y rendir cuentas, no de controlar o influir en la agenda pública.
Hubo una conciencia plena de lo provinciano de los dispositivos de comunicación así como de su limitado alcance para disputar sentido común.
Deben ser las mafias, deben ser
Aunque no sea una campaña específica, parece una notable excepción la instalación de la mencionada lucha contra las mafias.
No lo es tanto.
Veamos: otra vez según el Grupo de Opinión Pública, una porción relevante de la sociedad cree que este combate es real.
Hasta llega a sentir que es posible que la gobernadora sea víctima de un atentado.
Esos mismos entrevistados también dijeron creer que en esa lucha es apoyada por el gobierno nacional.
Corresponde entonces descartar este aspecto de su gestión como una fuente de diferenciación con Macri.
Pero, además, podemos suponer que la estrategia de instalación de este tema en agenda es un mérito compartido entre ambos niveles de gobierno.
Después de todo, es pública la coordinación entre los muy especializados profesionales de comunicación de la Presidencia y de la Gobernación.
El bonete bonaerense
Pero este problema político y de comunicación tiene su contracara positiva.
Cuando los conflictos superan las capacidades fiscales e institucionales de la provincia, la sociedad busca respuesta en Casa Rosada.
Cuando no son tan graves, en cambio, la culpa es compartida entre gobernador e intendentes.
Este hecho se verifica de manera específica cuando se evalúa el delito desde la opinión pública.
Según la consultora Ágora, el 56% de los ciudadanos del AMBA responsabilizan prioritariamente al gobierno nacional de la inseguridad.
Lo llamativo es que también consideran que los gobiernos provincial y municipal guardan entre sí la misma carga en la materia, cerca del 15%.
Esto, a pesar de que las competencias a nivel judicial y policial del estado provincial y el local distan de ser semejantes.
Sí. A los gobernadores muchas veces se los marginó de algunos cortes de cinta de obras nacionales en los municipios.
Pero es precisamente ese ninguneo el que termina eximiéndolos de responsabilidad ante demandas sociales acuciantes.
Y es aquí donde radica el atributo distintivo de la imagen de Vidal respecto de la de Macri, y lo que la diferencia también de la experiencia de Scioli con Cristina.
Lejos de ser corrida de escena, la gobernadora goza de un respaldo dentro de su coalición política con el que Scioli ni siquiera soñó.
La gobernadora no debió padecer aún las agachadas de rivales internos del gabinete nacional o entre los intendentes de Cambiemos.
Ella no es percibida por la sociedad como la causante de sus males presentes, pero tampoco es sindicada por los integrantes de su propio espacio político de ser una desviacionista que busca salvarse sola.
Por el contrario reconocen su liderazgo, la elogian, la preservan y, por sobre todas las cosas, la financian.
Tal vez el motivo sea que a diferencia de Cristina, Macri es amo y señor del partido que él mismo fundó y esto lo lleva a no identificar amenazas a su liderazgo.
O tal vez sea también porque siente que su destino está atado al de quien allanó el camino a su presidencia al ganarle a Aníbal Fernández (ver "La madre endogámica de todas las batallas" en http://panamarevista.com/para-la-victoria-pirrica/).
Sea como fuere, ella entiende muy bien su rol dentro del partido de gobierno.
Que la hayan mandado a criticar el proyecto opositor de Ganancias y a respaldar al Presidente en la tapa dominical de Clarín deja las cosas en su lugar.
Sobreactuaciones aparte, valieron más sus palabras que las mil imágenes que difundió con Massa.
El precio de la autonomía que goza Vidal para negociar con la oposición es tributar pedazos de su popularidad cada vez que Macri lo requiera.
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