jueves, 25 de mayo de 2017

Natalia Oreiro y el abuso invisible


jueves 25 de mayo de 2017



La actriz Natalia Oreiro denunció hace unos días que fue abusada por un compañero de trabajo durante un rodaje. No fue el alcohol, ni fuerzas extrañas las que empujaron la acción del actor. El acoso sexual ocurre en los ámbitos laborales mucho más de lo que pensamos.
                                                                                    Por          PABLO FERREYRA

El sábado 20 de mayo, leímos declaraciones de la actriz y cantante Natalia Oreiro donde contaba que había sido abusada por el actor, Jorge Perugorría, durante la grabación de una escena de la miniserie Lynch, emitida entre 2012 y 2013.
El testimonio es revelador y valiente. En primer lugar porque muchas veces se cree que mujeres conocidas o "famosas" no viven, ni sufren los pesares que viven todas las mujeres. Es valiente porque no es fácil asumir públicamente estas situaciones. Y es revelador porque este hecho nos invita a reflexionar sobre situaciones de acoso sexual que ocurren en los ámbitos laborales y que son más comunes de lo que pensamos.
El acoso sexual en el trabajo se torna una situación grave para las mujeres porque muchas cosas dependen de ese puesto de trabajo. Éste se convierte en un obstáculo a la libertad, en una fuente de angustia e inseguridad y muchas veces la consecuencia es la pérdida del trabajo.
En este ámbito, el acoso es realizado, generalmente, por un hombre que jerárquicamente ocupa un lugar superior al de la mujer, y allí se constituye una doble relación de poder. Por un lado, existe esa relación desigual, entre mujeres y hombres, construida por la cultura hetero-patriarcal. Y por otro lado, existe esa relación del jefe con la subordinada, que se construye en lo laboral. Ambas se potencian, ya que un hombre llega con mayor facilidad a esos puestos producto de la división sexual del trabajo y de aquella situación de privilegio de la que gozan y, desde ese lugar de jefatura, pareciera ser que el acoso sexual puede quedar impune.
Pero también existe el acoso entre pares. Este punto está estrechamente ligado al disciplinamiento de aquellos cuerpos femeninos que ingresaron al mundo laboral asalariado. Mundo que, en la definición del contrato social, fue asignado a los hombres por pertenecer al ámbito de lo público, por relacionarse con lo productivo y con lo objetivo.
Lo vivido por Natalia Oreiro no se diferencia en nada de lo que viven cada una de las mujeres desde el momento que salen de sus casas, transitan por ese mundo público, y vuelven a sus casas. Desde que se pone un pie afuera cada una debe probar que merece estar ahí, que no es débil, que se puede meter en "cosas de hombres" y que podrían llegar a ser como ellos. ¿Quiénes son los jueces? Cada uno de los hombres que habita el espacio público como amo y señor.
Entonces, el acoso no es sólo sexual, es principalmente moral, porque detrás de aquellas acciones está la necesidad de mostrar que, si bien podemos transitar por el espacio público, no tenemos ni igualdad ni plenitud de derechos en él. Así, todo juega en contra de las mujeres, el lenguaje y las políticas públicas son reproductoras de este andamiaje perverso condenando a las mujeres a no desarrollar una ciudadanía en la que puedan ejercer sus derechos sin obstáculos ni condiciones.
Una de las razones más profundas para el acoso en el ámbito laboral radica en la división sexual del trabajo, siendo ésta una forma de organización social que perjudica a las mujeres en su desarrollo personal y en su autonomía. Además, esta división sexual del trabajo estereotipa y obliga a la mujeres a cumplir el rol del trabajo reproductivo que concentra una serie de atribuciones asignadas socialmente y desde donde estas se ven imposibilitadas del despliegue total de sus capacidades en el mundo laboral o productivo, porque instaura una desigualdad "natural" entre mujeres y hombres y esa desigualdad está definida por las funciones sexuales y reproductivas que se deben cumplir.
Lo anterior relega a las mujeres al espacio privado, al hogar y a la la familia, siendo el hombre el que sale al mundo exterior o a la esfera de lo público. En lo público el pacto es entre iguales o entre los que se consideran iguales, los hombres. Y en lo privado el pacto es de subordinación, económica, moral y sexual y las subordinadas son las mujeres.
Durante la segunda mitad del siglo XX las mujeres irrumpieron en el mundo del trabajo asalariado. La pregunta es, ¿sirvió esto para remover estructuras heteropatriarcales en nuestra cultura? No, no cambió en nada lo construido durante años como patrón cultural. El ingreso de las mujeres al trabajo remunerado no es una cuestión neutral. Su fundamento radica en la necesidad de mano de obra que no signifique mayor gasto del capitalista y ese objetivo se consigue con disciplinamiento y amedrentamiento y ¿quiénes mejor para cumplir el rol disciplinador que quienes cumplen con esa tarea en la esfera privada?
Con ese poder asignado a los hombres, justificado políticamente, filosóficamente y económicamente es que se produce la impunidad del acoso sexual, que no es una conducta sexual aislada e individual, sino que es un comportamiento social masculino que se entiende como natural y del cual las mujeres, las subordinadas, las no iguales en una supuesta sociedad de iguales, no pueden escapar o denunciar.
Lo que le sucedió a Oreiro no fue el alcohol, o una fuerza metafísica de la que no pudo escapar su agresor. Fue el derecho que éste sintió sobre ella y la inmunidad que le da la sociedad de poder sobrepasar los derechos a la intimidad y a libertad que no pueden ejercer plenamente las mujeres ciudadanas.

*    Observatorio Contra el Acoso (OCA)
@observatoriooca





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