La Tecl@ Eñe
Editor/Director: Conrado Yasenza
miércoles 24 de mayo de 2017
Neurociencias y neoliberalismo
Las neurociencias se introdujeron en la cultura para imponerse como una moda a partir del marketing y de un discurso exitista, que esconde la fórmula del buen vivir. La psicoanalista Nora Merlin reflexiona sobre el auge de las neurociencias en tiempos de neoliberalismo.
Por Nora Merlin *
(para La Tecl@ Eñe)
"El hombre y la máquina se han vuelto isomorfos e indiferentes ya nada es el otro del otro."
Por Nora Merlin *
(para La Tecl@ Eñe)
"El hombre y la máquina se han vuelto isomorfos e indiferentes ya nada es el otro del otro."
Baudrillard, La transparencia del mal. Ensayo sobre los fenómenos extremos.
Las neurociencias consideran que todos los procesos mentales están causados por el funcionamiento cerebral (neurotransmisores, neuronas y circuitos). El programa de las neurociencias se apoya en la ficción del hombre neuronal, esto es un humano definido fundamentalmente por un sistema de neuronas interconectadas. Esta perspectiva biologista redunda en que la terapéutica establecida para tratar los disfuncionamientos neuronales, se va a fundar en la acción de determinadas drogas, los psicofármacos, sobre los cuerpos. El psicoanálisis es un campo diferente al de la farmacología, pero no por ello está en contra del uso de medicamentos. En determinadas patologías como las psicosis, en algunas estructuras muy lábiles o en situaciones de fuertes crisis, el psicofármaco puede ser una herramienta importante para aliviar un dolor anímico o una angustia desbordante. Del mismo modo, consideramos que las neurociencias pueden tener su campo de acción en aquellas patologías de etiología neuronal. Nuestra objeción respecto de estas disciplinas es que, si bien consideran que el medio social interviene, para ellas el humano se encuentra casi totalmente determinado por la máquina orgánica, neuronal, hormonal y genética. Esto constituye desde nuestro punto de vista un reduccionismo epistemológico y una concepción que termina resultando biopolítica. Las neurociencias se introdujeron en la cultura y lograron imponerse como una moda a partir del marketing y de un discurso exitista, que pareciera esconder la fórmula del buen vivir. El fundamento fisiológico de estas disciplinas establece trastornos universales del "órgano real", sin subjetividad, de modo que los datos biológicos sustituyen el relato singular de la propia biografía. Desde esta perspectiva, los trastornos mentales constituyen alteraciones cerebrales que se miden utilizando modernas técnicas de neuroimagen. Tratarán entonces de incidir en el órgano ajustando, casi siempre con medicación, la función alterada, lo cual muchas veces no solo no resuelve el trastorno sino que lo agrava.
¿Por qué las neurociencias se asentaron y desarrollaron en el neoliberalismo?
Las neurociencias establecen una relación entre normalidad y anormalidad ("trastorno"), a partir de un valor numérico que funciona como límite entre ambos, y que determina una graduación arbitraria de los supuestos índices de desviación. Un comportamiento será patológico en el caso que supere o no alcance la medida establecida por una norma a la que deben adaptarse los individuos. Se trata de un poder biopolítico fundamentado en la estadística, los percentiles, la autoridad del fármaco y detrás de todo ello la industria farmacéutica, los laboratorios, las empresas de salud y los medios de comunicación.
El neoliberalismo implica la producción de una subjetividad conformada como masa uniformada, calculada, disciplinada y controlada, en la que lo humano se reduce a su mínima expresión. La masa, en consecuencia, resulta el paradigma social neoliberal, caracterizándose por un conjunto de individuos pasivos, identificados, sugestionados y alienados a los sentidos que imponen los medios de comunicación. Una subjetividad según el modelo empresarial, condenada al sometimiento y a intentar adaptarse a la normatividad establecida por el poder. Una masa acrítica que obedece los mandatos de la época que exigen consumo, rendimiento y una eficiencia que nunca alcanzan, porque vivimos en un mundo atravesado por la acumulación ilimitada y el rechazo de la imposibilidad. Se habla con metáforas empresariales de "capital mental", "recursos cognitivos y emocionales" y "cerebros aptos para desarrollar las potencialidades en un mundo competitivo"…
El neoliberalismo y sus imperativos insaciables e imposibles de colmar, producen necesariamente una subjetividad deudora, que porta como un karma la sensación de no cumplir con la talla esperada. Las voces escolares, familiares y laborales exclaman con un supuesto elogio: "das para más", modo encubierto de demandar más consumo, rendimiento y eficiencia. Una subjetividad identificada al déficit respecto de una normalidad establecida constituye un campo propicio para la instalación y proliferación de trastornos que indican falta o exceso. Una sociedad controlada, disciplinada, adaptada a un supuesto funcionamiento normal determina las condiciones de posibilidad para el desarrollo de las neurociencias. Neoliberalismo y neurociencias se retroalimentan en la producción de una subjetividad patologizada en la que abundan mediciones, protocolos, tipologías, clases y agrupamientos en los que se recortan una proliferación de trastornos, porque los individuos no dan con la cifra normal. Gracias a la "detección precoz" vemos aparecer niños etiquetados con déficits que devienen muchas veces en estigmas vitalicios. Las características propias de los niños como el movimiento, la desatención, desconcentración y aburrimiento, se patologizan.
En concordancia con el imperativo de consumo, el proyecto de las neurociencias apunta a la medicalización de la sociedad, engrosando el consumo de psicofármacos y el consecuente negocio de los laboratorios, que alientan el uso abusivo e indiscriminado de medicamentos. Es cierto que los productos de la industria farmacéutica han erradicado enfermedades pero no deja de ser verdad que estas empresas buscan conseguir fabulosas ganancias recurriendo a estrategias cuestionables y, gracias a su poder, suelen gozar de una gran impunidad.
Cuando se intenta establecer verdades universales, útiles para las máquinas pero no para los sujetos, se ingresa fácilmente en el totalitarismo de la normalidad. No es necesaria la ciencia ficción para concebir actualmente un disciplinamiento social de los cuerpos llevado adelante por médicos, educadores y padres sugestionados por el poder corporativo de los laboratorios que, junto a los medios de comunicación, promocionan enfermedades llegando al colmo de instalar falsas epidemias.
Para las neurociencias el trastorno está causado por una falla en el cerebro, es señalado por un experto y evaluado por una máquina de medición-desresponsabilización. Cabe la pregunta ¿Dónde está el sujeto en tanto singularidad y efecto del lenguaje?
La ética fundada por Freud no parte de una supuesta normalidad, que constituye más una moral universal establecida por el poder, que una definición de salud mental. La clínica psicoanalítica no concibe lo normal como opuesto a lo patológico sino que afirma una psicopatología de la vida cotidiana. El síntoma psicoanalítico se diferencia del trastorno de las neurociencias y del síntoma médico señalado y recortado por el experto. Para el psicoanálisis el síntoma no implica ningún "error" ni "desviación", sino que expresa y porta la verdad del padecimiento de un ser hablante. Se juega allí una relación singular con el sufrimiento, así como una decisión subjetiva de poner en cuestión un modo de satisfacción. La experiencia psicoanalítica constituye la posibilidad de subjetivar la verdad de un padecimiento, que sólo se define para cada uno, y sintomatizarlo. Implica hacerse responsable de la propia conformación patológica poniendo a trabajar al sujeto respecto de un malestar que lo lleva a la consulta.
El capitalismo produce una sociedad de masas que constituye un todo uniformado, sólo posible a condición de excepciones y elementos excluidos. En el plano de la llamada salud mental, establecer tipologías y clases conformadas por los que se parecen responde a una lógica capitalista. Esos "todos" que constituyen los trastornos supuestamente científicos, se transforman en verdaderos campos de separación en el interior de una cultura caracterizada por la segregación.
Mantener la hipótesis del sujeto y la puesta en juego de un colectivo no basado en identificaciones homogeneizantes, sino capaz de hacer comparecer las diferencias, resulta imprescindible en la batalla por una cultura que no esté sostenida por los pilares del capitalismo.
* Psicoanalista. Magister en Ciencias Políticas. Autora de Populismo y psicoanálisis
Las neurociencias consideran que todos los procesos mentales están causados por el funcionamiento cerebral (neurotransmisores, neuronas y circuitos). El programa de las neurociencias se apoya en la ficción del hombre neuronal, esto es un humano definido fundamentalmente por un sistema de neuronas interconectadas. Esta perspectiva biologista redunda en que la terapéutica establecida para tratar los disfuncionamientos neuronales, se va a fundar en la acción de determinadas drogas, los psicofármacos, sobre los cuerpos. El psicoanálisis es un campo diferente al de la farmacología, pero no por ello está en contra del uso de medicamentos. En determinadas patologías como las psicosis, en algunas estructuras muy lábiles o en situaciones de fuertes crisis, el psicofármaco puede ser una herramienta importante para aliviar un dolor anímico o una angustia desbordante. Del mismo modo, consideramos que las neurociencias pueden tener su campo de acción en aquellas patologías de etiología neuronal. Nuestra objeción respecto de estas disciplinas es que, si bien consideran que el medio social interviene, para ellas el humano se encuentra casi totalmente determinado por la máquina orgánica, neuronal, hormonal y genética. Esto constituye desde nuestro punto de vista un reduccionismo epistemológico y una concepción que termina resultando biopolítica. Las neurociencias se introdujeron en la cultura y lograron imponerse como una moda a partir del marketing y de un discurso exitista, que pareciera esconder la fórmula del buen vivir. El fundamento fisiológico de estas disciplinas establece trastornos universales del "órgano real", sin subjetividad, de modo que los datos biológicos sustituyen el relato singular de la propia biografía. Desde esta perspectiva, los trastornos mentales constituyen alteraciones cerebrales que se miden utilizando modernas técnicas de neuroimagen. Tratarán entonces de incidir en el órgano ajustando, casi siempre con medicación, la función alterada, lo cual muchas veces no solo no resuelve el trastorno sino que lo agrava.
¿Por qué las neurociencias se asentaron y desarrollaron en el neoliberalismo?
Las neurociencias establecen una relación entre normalidad y anormalidad ("trastorno"), a partir de un valor numérico que funciona como límite entre ambos, y que determina una graduación arbitraria de los supuestos índices de desviación. Un comportamiento será patológico en el caso que supere o no alcance la medida establecida por una norma a la que deben adaptarse los individuos. Se trata de un poder biopolítico fundamentado en la estadística, los percentiles, la autoridad del fármaco y detrás de todo ello la industria farmacéutica, los laboratorios, las empresas de salud y los medios de comunicación.
El neoliberalismo implica la producción de una subjetividad conformada como masa uniformada, calculada, disciplinada y controlada, en la que lo humano se reduce a su mínima expresión. La masa, en consecuencia, resulta el paradigma social neoliberal, caracterizándose por un conjunto de individuos pasivos, identificados, sugestionados y alienados a los sentidos que imponen los medios de comunicación. Una subjetividad según el modelo empresarial, condenada al sometimiento y a intentar adaptarse a la normatividad establecida por el poder. Una masa acrítica que obedece los mandatos de la época que exigen consumo, rendimiento y una eficiencia que nunca alcanzan, porque vivimos en un mundo atravesado por la acumulación ilimitada y el rechazo de la imposibilidad. Se habla con metáforas empresariales de "capital mental", "recursos cognitivos y emocionales" y "cerebros aptos para desarrollar las potencialidades en un mundo competitivo"…
El neoliberalismo y sus imperativos insaciables e imposibles de colmar, producen necesariamente una subjetividad deudora, que porta como un karma la sensación de no cumplir con la talla esperada. Las voces escolares, familiares y laborales exclaman con un supuesto elogio: "das para más", modo encubierto de demandar más consumo, rendimiento y eficiencia. Una subjetividad identificada al déficit respecto de una normalidad establecida constituye un campo propicio para la instalación y proliferación de trastornos que indican falta o exceso. Una sociedad controlada, disciplinada, adaptada a un supuesto funcionamiento normal determina las condiciones de posibilidad para el desarrollo de las neurociencias. Neoliberalismo y neurociencias se retroalimentan en la producción de una subjetividad patologizada en la que abundan mediciones, protocolos, tipologías, clases y agrupamientos en los que se recortan una proliferación de trastornos, porque los individuos no dan con la cifra normal. Gracias a la "detección precoz" vemos aparecer niños etiquetados con déficits que devienen muchas veces en estigmas vitalicios. Las características propias de los niños como el movimiento, la desatención, desconcentración y aburrimiento, se patologizan.
En concordancia con el imperativo de consumo, el proyecto de las neurociencias apunta a la medicalización de la sociedad, engrosando el consumo de psicofármacos y el consecuente negocio de los laboratorios, que alientan el uso abusivo e indiscriminado de medicamentos. Es cierto que los productos de la industria farmacéutica han erradicado enfermedades pero no deja de ser verdad que estas empresas buscan conseguir fabulosas ganancias recurriendo a estrategias cuestionables y, gracias a su poder, suelen gozar de una gran impunidad.
Cuando se intenta establecer verdades universales, útiles para las máquinas pero no para los sujetos, se ingresa fácilmente en el totalitarismo de la normalidad. No es necesaria la ciencia ficción para concebir actualmente un disciplinamiento social de los cuerpos llevado adelante por médicos, educadores y padres sugestionados por el poder corporativo de los laboratorios que, junto a los medios de comunicación, promocionan enfermedades llegando al colmo de instalar falsas epidemias.
Para las neurociencias el trastorno está causado por una falla en el cerebro, es señalado por un experto y evaluado por una máquina de medición-desresponsabilización. Cabe la pregunta ¿Dónde está el sujeto en tanto singularidad y efecto del lenguaje?
La ética fundada por Freud no parte de una supuesta normalidad, que constituye más una moral universal establecida por el poder, que una definición de salud mental. La clínica psicoanalítica no concibe lo normal como opuesto a lo patológico sino que afirma una psicopatología de la vida cotidiana. El síntoma psicoanalítico se diferencia del trastorno de las neurociencias y del síntoma médico señalado y recortado por el experto. Para el psicoanálisis el síntoma no implica ningún "error" ni "desviación", sino que expresa y porta la verdad del padecimiento de un ser hablante. Se juega allí una relación singular con el sufrimiento, así como una decisión subjetiva de poner en cuestión un modo de satisfacción. La experiencia psicoanalítica constituye la posibilidad de subjetivar la verdad de un padecimiento, que sólo se define para cada uno, y sintomatizarlo. Implica hacerse responsable de la propia conformación patológica poniendo a trabajar al sujeto respecto de un malestar que lo lleva a la consulta.
El capitalismo produce una sociedad de masas que constituye un todo uniformado, sólo posible a condición de excepciones y elementos excluidos. En el plano de la llamada salud mental, establecer tipologías y clases conformadas por los que se parecen responde a una lógica capitalista. Esos "todos" que constituyen los trastornos supuestamente científicos, se transforman en verdaderos campos de separación en el interior de una cultura caracterizada por la segregación.
Mantener la hipótesis del sujeto y la puesta en juego de un colectivo no basado en identificaciones homogeneizantes, sino capaz de hacer comparecer las diferencias, resulta imprescindible en la batalla por una cultura que no esté sostenida por los pilares del capitalismo.
* Psicoanalista. Magister en Ciencias Políticas. Autora de Populismo y psicoanálisis
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