miércoles 30 de agosto de 2017
POR Lucas Fernández
Cada semana somos testigos de un acontecimiento en forma de gag protagonizado por el gobierno. El bailecito en el balcón de Casa Rosada, las frases desgraciadas, las fotos de Antonia. El repertorio no sólo le cabe a Macri, sino a Vidal, los ministros, y hasta el perro Balcarce. Esto no quiere decir que sean iguales, cortados por la misma máquina de cortar boludos. Ni tampoco que todo hayan sido guionados por Durán Barba.
El problema surge cuando la agenda es ocupada por estas cuestiones y gastamos nuestras sobremesas, reuniones en unidades básicas o textos de opinión (como este) para dar cuenta de lo que es el gobierno. Nos dejamos correr, no por derecha, ni por izquierda, sino por una suerte de surrealismo. Y nos reímos, y nos enfadamos con ellos. Nos envalentonamos pensando que vemos a los funcionarios en paños menores, como si fueran protagonistas de un desliz. A partir de ellos se inundan nuestros muros y galerías de memes, audios y videos. Y con ellos se multiplican los foros y las diatribas.
No creo que sean coucheados por productores de Hollywood, pero que los hay, los hay. El problema está en nosotros riéndonos de los furcios del presidente, o viendo si Patricia Bullrich empina el codo en la mesa de Mirtha Legrand. Con estas cosas empezamos a perder de vista cuánto le pagamos a los buitres, cuántos puntos de inflación están por encima de las paritarias, hasta dónde llega la deuda externa, cuántos votos faltaron en Isidro Casanova, cuánto factura el grupo Clarín o qué pasará con Santiago Maldonado.
Una y otra vez somos invitados a la era de la boludez. Tiempo atrás era la ferrari del riojano, la pizza con champagne y los sushi boys. Hoy es Vidal en chancletas con un changuito y la perfomance del rabino Bergman. También está el ex Ministro de Educación alabando la campaña del desierto. No hay retracciones ni pedido de disculpas. Acompañan a los hechos de gobierno, son parte de la misma partitura. Con estos acontecimientos hay goce, de ellos y de nosotros.
Las consecuencias de una frase en un programa de TV nos iguales a las de un párrafo en un decreto en el boletín oficial. Aunque en política del dicho al hecho hay un corto trecho. Por ello es conveniente distinguir cuáles son las acciones que tienen efectos sobre nuestras vidas. A veces el cotillón del carnaval carioca nos obliga a bailar. Es el revés de lo que decía Jauretche, el arte de nuestros enemigos es hacernos reír. Pero nada grande se puede hacer con esa alegría.
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