domingo, 2 de septiembre de 2018

La tormenta perfecta


domingo 02 de setiembre de 2018




ECONOMÍA



LA ECONOMIA MACRISTA. Un mal planmal aplicado y fuera de época





La tormenta perfecta




En un texto especial para Cash, el ex ministro de Economía Axel Kicillof explica que la actual inestabilidad financiera es el resultado inexorable del programa económico que se viene aplicando desde la primera semana del gobierno de Macri. Dice que las políticas neoliberales conducen fatalmente a la desindustrialización, a la exclusión social y al sobreendeudamiento. Para concluir que la tormenta económica está íntegramente generada por las políticas que adoptó Macri.

Imagen: NA
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A esta altura de los acontecimientos, a nadie se le escapa que la profunda crisis que atraviesa el país no es el resultado de los accidentes de la lira turca, ni del estancamiento de Brasil, ni de la sequía, ni de la tasa de interés internacional, ni de la herencia recibida, ni del último tuit de Donald Trump. Tanto la grave situación que atraviesa la economía real  –  empleo, producción y salarios en caída libre  –   como la enorme inestabilidad financiera, son el resultado inexorable del programa económico que Macri viene aplicando desde la primera semana de su gobierno. 

Esto tiene gravedad desde el punto de vista económico y social. Pero no hay que perder de vista que el plan que ejecuta el gobierno se encuentra en abierta contradicción con todo lo que prometió en la campaña electoral para acceder al poder. Macri y Vidal van a ser recordados como los protagonistas de la más escandalosa estafa electoral de la que se tenga memoria.


¿Cómo llegamos hasta aquí?



El primer anuncio económico del gobierno, a una semana de asumir, exhibía ya, tempranamente, la orientación de la política económica, y mostraba también el estilo que iba a adoptar la gestión: tomar una medida, disfrazarla de otra distinta y luego esconder por el mayor tiempo posible sus resultados negativos o bien echarle la culpa a otro factor o circunstancia. Este método es la continuación del marketing electoral, pero ejercido ahora desde la comunicación del gobierno y de los medios oficialistas. 

El 16 de diciembre de 2015, mientras se anunciaba con bombos y platillos “el fin del cepo”, se producía en realidad la primera devaluación del peso (de un 40 por ciento) y, al mismo tiempo, sin siquiera anunciarlo, se modificaba la normativa del Banco Central para desregular por completo la entrada y salida de capitales especulativos. 

¿Cómo caracterizar el plan económico de Macri? Pese al bombardeo de los medios, a las maniobras de distracción y a las opiniones de los “expertos”, es imposible no advertir que se trata, en realidad, de un programa de neto corte neoliberal, inspirado en el llamado “Consenso de Washington”. En resumen, las medidas son las de siempre: 1. reducción salarial; 2. apertura importadora; 3. desregulación financiera; 4. dolarización de las tarifas; 5. tasa de interés elevada; 6. ajuste fiscal; 7. rebajas impositivas para los sectores concentrados; y 8. endeudamiento externo. 

Tan neoliberal es el plan que en noviembre de 2016, Roberto Lavagna sostuvo que “ya tuvimos este modelo económico con los militares y en los 90”. Pero fue el propio Domingo Cavallo que en octubre de 2017 confesó que “hay una gran coincidencia entre la economía de Macri y la de los 90”, para agregar que “todos los que están en el gobierno de Macri trabajaron en algún momento conmigo”. A esta altura, los únicos que niegan la naturaleza neoliberal del programa son los apologistas y encubridores del gobierno.

Las políticas neoliberales conducen fatalmente a la desindustrialización, a la exclusión social y al sobreendeudamiento. Para la producción nacional el cóctel es fatal. La política de represión salarial y el ajuste fiscal reducen la demanda interna y, por tanto, la facturación y las ventas. Los tarifazos, por su parte, elevan los costos, y la elevada tasa de interés encarece el crédito hasta hacerlo inaccesible. De este modo, los ingresos bajan y los costos aumentan, comprimiendo las ganancias. Pero, además, el aluvión de importaciones le quita mercado a la producción nacional. 

Para la industria es, en efecto, una tormenta perfecta, pero no se trata de un fenómeno desafortunado y fortuito de la naturaleza, sino que la tormenta está íntegramente generada por las políticas que Macri adoptó. Nada de esto tiene que ver tampoco con una supuesta “pesada herencia”, porque nada de lo que pasaba en 2015 obligaba al gobierno de Macri a abrir indiscriminadamente las importaciones o a habilitar una puerta giratoria con enorme rentabilidad para los capitales especulativos. 

Es un mal plan porque se trata del paquete neoliberal que tantas veces se impuso en el país, en la región y en el mundo y que invariablemente fracasó. Pero, además, Macri lo está desplegando en un muy mal momento, a destiempo. En los noventa, el mercado mundial experimentaba una etapa de auge del libre comercio. Además, al menos durante un tiempo, abundaron los capitales dispuestos a colocarse en países “emergentes”. No por eso el neoliberalismo fue exitoso o adecuado para el país pero, al menos durante un tiempo, se sostuvo esa apariencia. 

En las actuales circunstancias de la economía mundial, en cambio, las decisiones de Macri están indiscutiblemente fuera de época. Se intenta con desesperación alcanzar acuerdos de libre comercio cuando los países centrales adoptan políticas claramente proteccionistas. Y se buscan inversiones financieras cuando el flujo de capitales se dirige hacia los países centrales y no a la periferia. 


Marketing económico



Durante 2016, los primeros efectos de las políticas neoliberales se hicieron sentir con crudeza. La economía se contrajo un 2,3 por ciento, la inflación alcanzó el 41 por ciento, el salario real cayó 7,2 por ciento y las jubilaciones 6,6 por ciento. Pero 2017 era un año de elecciones y Macri necesitaba a toda costa ganarlas. Con esos resultados desastrosos, las promesas de un “segundo semestre”, los “brotes verdes”, la “luz al final del túnel” y la “lluvia de inversiones” seguían sin aparecer. Por eso, el gobierno resolvió utilizar “anabólicos” para reanimar la economía. Se aplicaron cuatro medidas, encaminadas a impulsar transitoriamente la demanda: 1. se suspendió el cronograma de los tarifazos (incluidas las naftas y hasta el Fútbol para Todos); 2. se pusieron en marchas numerosas obras superficiales; 3. se repartieron cinco millones de créditos a jubilados y beneficiarios de AUH; y 4. se instrumentó la cláusula gatillo en las paritarias. De esta manera, la demanda se reavivó levemente, impulsando la actividad económica y produciendo un alivio durante algunos meses. 

Sin embargo, ni bien finalizó el escrutinio, Macri retomó el camino del ajuste. Esa misma noche se anunció el aumento de las naftas y se cancelaron todas las medidas expansivas. A los pocos días, Macri reunió a gobernadores, empresarios, “opositores” y sindicalistas y anunció un paquete de reformas (fiscal, laboral, previsional) que, como acostumbra, nunca había mencionado en la campaña. 

El gobierno y su prensa pretendían interpretar el resultado de la elección como un cheque en blanco. Pero la reacción de la sociedad no fue la esperada. La reforma laboral debió suspenderse y la reforma previsional, que no era otra que cosa que una reducción de las jubilaciones, terminó en un masivo cacerolazo, que fue violentamente reprimido.


Fragilidad financiera



Mientras tanto, detrás de escena, la situación financiera del país se iba volviendo cada vez más precaria e inestable. Como siempre ocurrió, la política neoliberal de tasas de interés elevadas y libre entrada y salida de capitales, tiene como resultado la conocida “bicicleta financiera”. Los capitales especulativos ingresan al país para lucrar con esa rentabilidad extraordinaria, y luego recogen sus ganancias y se retiran. Una vez que comienza el proceso, el Estado se convierte en rehén del mecanismo. Debe contraer cada vez más deuda para sostener la salida de capitales y debe mantener la tasa elevada para evitar la fuga masiva. El endeudamiento externo no es provocado por el déficit fiscal  –  como sostiene el gobierno  –   sino por la necesidad creciente de dólares, lo que, a su vez obliga al Estado a endeudarse cada vez más, a mantener la tasa alta y a ajustar el presupuesto para poder cubrir los intereses crecientes de la deuda que contrae. Para ocultar este proceso el gobierno no paró nunca de mentir: sostiene que se endeuda para no hacer el ajuste cuando es justamente al revés. Debe ajustar cada vez más por haberse endeudado tanto. 

Con el sobreendeudamiento y la apertura, la economía queda expuesta a una descomunal fragilidad externa. Cualquier situación de estrés internacional, cualquier muestra de debilidad interna, o cualquier modificación súbita en el cambiante humor de los especuladores puede producir un colapso. Ya sea porque deciden no prestarle más dinero al país o porque simplemente prefieren mudar sus carteras a otros mercados, retiran el capital y se produce la escasez de dólares provocando una crisis cambiaria. La inestabilidad financiera es otro resultado inexorable de la política neoliberal de Macri. Y cualquier chispa puede encender el polvorín. 


Maratón cambiaria



A partir de diciembre de 2017, todo fue de mal en peor. La agenda de “reformas” estaba atascada. La actividad económica comenzaba a resentirse nuevamente, ya sin el impulso de las medidas electorales. El ministro de Finanzas viajó entonces a Nueva York para conseguir el financiamiento necesario para el año  –  30.000 mil millones de dólares  –   y se enteró allí de que el crédito para Argentina estaba agotado, antes de lo previsto. En sus primeros años de gobierno había contraído una deuda récord por casi 100.000 millones de dólares y había duplicado la deuda en moneda extranjera. La mitad se había escurrido ya como fuga de capitales. Al mismo tiempo, el déficit comercial había alcanzado en 2017 el récord de 8500 millones de dólares. Bajo las reglas que impuso Macri, la necesidad de divisas es imparable.

Finalmente, en abril, se desencadenó la corrida cambiaria. En los siguientes dos meses el dólar pasó de 20 a 28 pesos. Ante la presión cambiaria el gobierno puede reaccionar de tres maneras: puede convalidar la devaluación, puede subir la tasa de interés o bien puede sacrificar reservas para sostener el tipo de cambio. Todas las alternativas tienen costos elevados. Tal fue la impericia del gobierno que hizo las tres cosas a la vez: perdió casi 20.000 millones de dólares, subió la tasa al 47 por ciento y permitió una inmensa devaluación. 

Sin fuentes privadas de financiamiento y luego de la fuerte pérdida de reservas, el 8 de mayo Macri anunció el acuerdo más grande de la historia con el FMI, por 50.000 millones de dólares. Ese acuerdo implicaba un durísimo ajuste fiscal para 2019, cercano a los 300.000 millones de pesos. Durante los primeros días, Macri intentó que los ganadores del modelo neoliberal contribuyeran con el ajuste. Pasó la gorra. Pero recibió la negativas de sus socios (complejo agroexportador, financistas y petroleras). Entonces, en estos últimos días, el gobierno ha intentado instalar, con poco éxito, que el ajuste lo van a tener que hacer las Provincias, los Municipios, los trabajadores, los jubilados y los sectores más postergados. Probablemente, la corrida que se desató con mayor violencia estos últimos días tenga como uno de sus factores explicativos el hecho de que las víctimas que nuevamente eligió Macri no están dispuestas a aceptar tan dócilmente ese destino. La solución no es ajustar y endeudar para desindustrializar y fugar. La solución es abandonar el desastroso programa neoliberal .

*   Ex ministro de Economía.







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