miércoles, 17 de mayo de 2017

Ciudadanía y libertad

      Gabriela Cerruti                             



Ciudadanía y libertad



Yo tengo una idea, dijo, bajo la lluvia, frente a una multitud que sólo quería saber que había vuelto.
Yo tengo una idea, dijo, y, desde entonces, fue desgranando en distintos escenarios más o menos formales, con tonos más o menos solemnes, un discurso fundacional.

La mayor novedad de la convocatoria de Cristina Fernández de Kirchner tal vez sea lo que no se sabe: cómo se hará.  Porque no plantear un cómo es la invitación a una construcción colectiva, a un entramado donde cada cual puede buscar cómo ser parte de un todo sin perder su identidad, cómo articular su búsqueda de certezas en una cadena de saberes aprendidos y por aprender.
La propuesta parte de la autocrítica más severa, aunque no sea presentada como tal: los grandes líderes en la historia argentina no supieron parir organizaciones capaces de sostener en el tiempo lo logrado en el gobierno.
Todas las revoluciones, todos los procesos fueron, por eso, inconclusos: ni Manuel Belgrano vio la revolución soñada, ni José de San Martín San Martín la independencia buscada. Ni Irigoyen ni Perón pudieron salvarse del péndulo que obliga al pueblo a retroceder después de un tiempo de avance. Y en ese retroceso, todo lo construido se desmorona.
Cuando los jóvenes cantaban en el Patio de las Palmeras que este proceso era Irreversible creían que ese deseo transformaría la realidad. Cuatro meses después, está claro que no era así. Ni se termina un movimiento histórico por prohibir nombrar a su líder, ni se transforma la historia sólo por nombrarla. Desear y decir es el comienzo del ciclo. Desear, decir, realizar, celebrar, agradecer y volver a desear es el ciclo completo que mueve al universo.
El ciclo parece haber recomenzado esta semana de Abril, cuando la ex presidenta convocó a la formación de un Frente Ciudadano.
Un frente en defensa de valores básicos y universales. La libertad y la ciudadanía. Pero no cualquier libertad, y no cualquier ciudadanía. Y al explicar qué libertad y qué ciudadanía queda claro que entre uno y otro concepto está también la igualdad y la fraternidad.
Porque también la revolución francesa es una revolución inconclusa, y las promesas de libertad, igualdad y fraternidad siguen sin ser cumplidas.
¿De qué libertad hablamos?, se pregunta. No hay libertad sin posibilidad de elegir, sin necesidades básicas satisfechas, sin los recursos materiales y simbólicos que permitan elegir libremente el futuro que queremos.
Hablamos de la libertad de buscar la felicidad cada uno de acuerdo con su vocación, sus capacidades y sus talentos, pero solo luego de que el estado haya hecho justicia según sus necesidades y sus derechos. Una libertad que lleva en su gérmen la idea de la igualdad y la fraternidad. Una nueva manera de mirar viejos valores, de refundarlos.
En una sociedad libre, el estado no se limita a redistribuir riqueza: debe redistribuir sueños. Los recursos simbólicos para la búsqueda de la felicidad, son tan importantes como los recursos económicos.
¿De qué ciudadanía hablamos? Del ciudadano pleno, que ejerce sus derechos económicos, políticos y culturales. El empoderado que sabe cuáles son sus derechos, y los defiende, y no está dispuesto a perderlos. El que participa y es escuchado en una democracia deliberativa, el que ya no va solo de casa al trabajo y del trabajo a casa sino que se involucra y es artífice de su destino personal y colectivo.
El ciudadano político, social, económico y cultural. Para tener libertad, ese ciudadano debe tener primero casa, comida, educación, trabajo y vacaciones. Solo así se convierte en un ciudadano libre, con posibilidad de elegir qué quiere para sí y para los demás. El sueño de una vida mejor se sueña bajo un techo, sobre una almohada, después de  haber cenado un plato de comida. O no se sueña.
La generación que creció durante estos doce años, reflexiona Cristina Fernández de Kirchner, vivió naturalmente con trabajo, con estudios, ejerciendo sus derechos. Y creyó que eso era normal, que nunca se lo quitarían. Que no importaba el gobierno que estuviera, esto seguiría. El país normal que soñó Néstor Kirchner se vivió durante doce años, al punto que la generación del Bicentenario que creció en ese tiempo nunca pensó que todo eso podría perderse.
Esto tiene que ser así, pero no es. Pero recién ahora van a darse cuenta. Recién ahora comprenderán que no todo es producto sólo del esfuerzo. Que si no hay un estado que genere condiciones, los esfuerzos individuales se pierden injustamente en vano.
En un repaso histórico, la ex Presidenta recuerda que desde 1975 en adelante, primero se vivió el terrorismo de estado y luego el terrorismo económico. El miedo es el gran disciplinador de la sociedad. El miedo del terrorismo de estado permeó a varias generaciones. Está en el ADN de los argentinos. Se metió en las vidas privadas, en la memoria colectiva. La transición a la democracia, como escribió Guillermo O'Donnell, dura muchos años más luego de llegado el gobierno democrático.
El miedo al regreso de las militares se extendió en democracia, y luego se sumó el miedo a la hiperinflación. Y luego el miedo al desempleo. Tres generaciones atravesaron su adolescencia en medio de este abismo: el terror a que regresen los militares, el pánico a que regrese la inflación, la angustia del regreso del desempleo. El miedo rompe el universo conocido y nos impide pensar el futuro. Y cuando ese miedo es provocado por el estado, el mayor responsable de cuidarte, estallan en pedazos los parámetros por los cuales podemos imaginarnos con tranquilidad nuestra vida y organizar nuestros deseos.
Durante estos doce años, los miedos se fueron perdiendo. Porque existió una libertad absoluta, porque jamás se reprimió y porque se rearmó la trama social, el espacio de lo público, de lo colectivo. La sociedad volvió a apropiarse de la esfera pública. Porque el estado cuidaba a los ciudadanos.
Todos esos avances llevaron también a que muchos creyeran que esto era así para siempre. Que aunque cambiara un gobierno, esto no cambiaría.
En cuatro meses, sentencia, ya vimos cómo cambió todo.
CFK es injusta en este punto en la evaluación de su propia herencia. La reacción popular de este verano, el pueblo movilizado en las calles no asambleariamente sino como sujetos políticos, la denuncia de la persecución y el rechazo a la estigmatización, la inmensa marcha del 24 de marzo demuestra que si hay algo irreversible es el cambio en el sentido común colectivo producto de estos doce años de empoderamiento y libertad. La generación del Bicentenario es más libre, tiene menos miedos, tiene más conciencia de sus derechos y de cómo defenderlos que todas las anteriores. La enorme mayoría de los argentinos no retrocederá ya en la defensa de los derechos humanos, las libertades individuales y la posibilidad de elegir desde su sexualidad hasta su vocación. Hoy los jóvenes denuncian el mínimo avance del aparato policial. La enorme mayoría de los argentinos es hoy más consciente de la importancia de la política para transformar la realidad, de la manipulación del poder mediático y de la necesidad del estado como regulador de la economía. Esos avances en el pensamiento hegemónico tardarán muchos años con otra correlación de fuerzas sociales para volver atrás.
En sus reflexiones de estos días, recordó también la experiencia boliviana para explicar el ciclo de ingreso a la clase media por políticas públicas de ciudadanos que luego por los medios de comunicación pasan a compartir un sentido común colectivo en el cual están convencidos que todo lo lograron por su esfuerzo y empiezan a despreciar a quienes aún reciben ayuda del estado.
No es una novedad. Basta mirar en las zonas vulnerables de la ciudad la actitud de los vecinos que logran salir de las villas de emergencias para vivir en casas precarias de los barrios cercanos: el discurso de estigmatización de quienes fueron hasta hace días sus vecinos es moneda corriente.
Hay en sus palabras y en su búsqueda de definir de qué se trata el Frente Ciudadano, una mirada sobre ciudadanía que agrega un nuevo valor al proyecto llevado adelante desde el gobierno. Muchas veces, las políticas activas de incentivo del ingreso en las clases populares fueron llevadas a la práctica como simple apoyo al consumo.
La explicación económica que desgranó en estos días es clara: el ciclo económico comienza inyectando poder adquisitivo en las clases populares. De allí se mueve toda la economía. La teoría del "derrame" ya ha probado ser un fracaso. Sobre todo porque los de arriba de la pirámide son pocos, y nada de lo que les sobra vuelve para ser distribuído entre los más vulnerables.
Por eso el ciclo virtuoso es el que inyecta movilidad en las clases populares. No sólo como una cuestión de justicia: también como motor del consumo.
El riesgo de estas políticas es, a veces, generar consumidores en lugar de ciudadanos. No es cuestión entonces de clase social: el sistema de valores que sostiene el consumismo es egoísta, valora lo efímero, incentiva el desecho y el cambio por el cambio mismo. Convocarlos a la ciudadanía, en cambio, es apelar a la ética de la solidaridad, al sujeto de derechos, al bien común.
¿Desde dónde y cómo construir este Frente Ciudadano? Desde todos los frentes, organizándonos pero respetando a quién no quiere organizarse. Yendo a buscar a quien no quiere sumarse para estar a su lado. La definición amplía los horizontes conocidos hasta hoy por las fuerzas políticas y plantea el desafío de la comunidad de valores.
Aunque al oído suena sin contornos, cuando se ordenan las definiciones que fue dando en estos días hay un marco conceptual claro y contundente.
Volver al taller, la fábrica, el centro comunitario para estar al lado de quien tiene que defender sus derechos o puede perder su trabajo.
Acompañar al que va a darse cuenta que no puede pagar la luz, o llenar el chango en el supermercado.
Estar junto al militante de cualquier fuerza política que hoy es estigmatizado. (Llegó en uno de sus discursos a pedir disculpas a todos los militantes de todas las fuerzas políticas por este ataque a la política en su conjunto).
Reflexionar junto a quien creía que todo era por su esfuerzo y recién ahora se dan cuenta de la importancia de las políticas de estado.
Todos son aceptados, dijo, con una única condición: que no planteen nada que vaya en contra de la calidad de vida conseguida por los argentinos en estos doce años.
Unidad en la acción, explicó. Si estamos allí, junto al trabajador, junto al estudiante, junto al ciudadano en problemas no tenemos tiempo para pelear y discusiones que nos separen entre nosotros. Pero inmediatamente aclaró: no cualquier unidad, no unidad para cualquier cosa. Unidad para defender los derechos. Unidad para defender la libertad y la ciudadanía.
Otras definiciones se deducen de los encuentros que fue sosteniendo y a quiénes convocó a la tarea. Se encontró con intendentes, diputados y senadores, artistas e intelectuales, científicos, religiosos, organizaciones políticas y sociales.
La convocatoria es amplia y perturbadora: no hablemos más de columna vertebral, advierte. Un movimiento así necesita piernas, brazos, columna vertebral, pero sobre todo, cabeza y corazón.
En la recorrida por la Isla Maciel junto a los Sacerdotes de la iglesia con opción por los pobres, cree haber encontrado las definiciones que buscó durante estos cuatro meses de reflexión. La iglesia católica es una organización llevada adelante por un gran líder, pero construida sobre la fe.
El Frente Ciudadano es una convocatoria a una comunidad de valores, con organización y liderazgos, que perdure más allá de un gobierno. Unidos en la defensa de la libertad y la ciudadanía más allá de quien esté en el estado circunstancialmente.
Los pueblos siempre vuelven, le gritó alguien desde la platea. Sí, dijo ella. No lo dudes. Los pueblos siempre vuelven. Los que no vuelven siempre son los dirigentes. Los pueblos vuelven con aquellos dirigentes que fueron capaces de interpretar y llevar sus banderas en un determinado tiempo histórico.






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