martes 16 de mayo de 2017
La paz del populismo
Si algo nos dejaron los años felices del populismo fue que para la mayoría de los países latinoamericanos la paz fue un símbolo posible y concreto, un valor infinito para cada pueblo de la región, no una simple declaración. Los que nos gobiernan ahora vuelve a traer la violencia: han salido de cacería, y para eso legitiman la libertad de represores, han salido a anular ciudadanos y gobernar para consumidores, han hipotecado el país y nadie sabe cuál es el plan.
Hoy la región está siendo amenazada por nuevos esquemas de control y propaganda muy poderosos que ofician como verdaderas cargas de demolición de lo logrado en estos años. Son esquemas que podrían resumirse en la conjunción entre la justicia y los grandes medios de comunicación transnacionales, a cargo de grupos apoyados en el prejuicio, y que vienen a instalar verdades a fuerza de repeticiones y modelos compartidos en todo el continente. En este sentido, tenemos que observar cómo en este continente se vuelven a fortalecer las ciudades-puerto, que fueron el gran bastión de salida de todas las mercancías llevadas de nuestras tierras desde hace 500 años, originando modos de conducta, formas de interpretar el hacia afuera del país por sobre el hacia adentro.
Puertos para extraer, puertos que nos sumieron en la miseria generando las elites gobernantes historicas, que en base a su ejemplo de rapiña fueron amoldando seres viciados de especulación, que nunca pudieron entrar a la tripa del continente; allí están los que buscan la inserción simbólica en ese mundo de apariencias y entregadores.
Hoy esas ciudades puertos se resignifican y desde ellas zarpan los mensajes de las grandes cadenas de comunicación, sofisticando aquel aparato vetusto que fuera el puerto tradicional. Este dispositivo se afirma allí donde se construyó el poder históricamente. Por allí pasaba lo natural, lo salvaje y lo genuino que se debía ordenar para extraer sus riquezas. Este cuento tiene 500 años, pero la paradoja sigue siendo igual. Se gobierna desde la metrópoli. Y para instalar este modelo otra vez se requiere de infraestructura, fuerzas militares y de choque apoyados por las elites, ciertos partidos políticos y un sector de aspirantes que entienden la vida en función de su renta y no en función de la comunidad.
Cada uno de los cambios políticos y económicos logrados durante los gobiernos populistas de la región, hasta los más tibios, han afectado o amenazado de una forma directa al capital extranjero, a capitalistas, elites gobernantes y aquellos denominados clase media que arremeten por los bienes materiales de la sociedad y los recursos del estado. Pero tal vez lo más cruel sea la detentación de los poderes simbólicos del poder social con los que restauran lo conservador.
En este marco, durante doce años la transformación de ciertas estructuras estuvieron en marcha, pero es necesario reconocer que la construcción del poder oligárquico financiero tiene una matriz dura, soslayada desde la conquista. Sin embargo, que nadie crea que lo que aquí pasó queda en saco roto. Se ha tejido una gigantesca malla y eso es lo que no pueden aceptar. Desmontar lo que hicimos es una tarea ardua para ellos, pero es preciso entender que no vienen a mejorar lo que hicimos, como dicen en campaña, vienen a destruirlo, a violentarlo. No quieren la amenaza de un continente en paz y en comunión. Eso no se tolera, se tolera el individualismo personal y la cooperación de los grandes grupos empresarios, ese es su poder soberano, lo demás es cotillón.
Siempre las cosas fueron así, desde aquella vieja foto sepia del Chacho Peñaloza que llegó hasta nuestros manuales escolares en los setenta, mostrándolo visco, de mala traza y semblante, para explicarle a los porteños de 1970 de qué calaña se conformaba un montonero, que cuidaba las riquezas de su provincia.
Siempre los sectores dominantes ejercieron fuerzas a través de los medios, pero en aquellas épocas la trampa venía de la mano de militares. Hoy se dispone de otros métodos de mayor alcance y penetración, que manejan geopolíticas militares tal vez, pero el armamento viene con la imagen y la tinta.
Vemos a diario imágenes deprimentes de niños y niñas y miles de muertos en las playas de Europa, que huyen del horror de la guerra y vemos qué tratamiento les deparan esos países. Vemos cómo crece la tasa demográfica en el África sin perturbarnos, y cada tanto recurrimos al asombro ante la aparición de una gran matanza realizada por soldados de catorce años.
Las tensiones de medio oriente siguen inalterables e intentan hacer su juego de expansión, a través del emporio mediático judicial propiciado por la derecha israelí y los recientemente llegados a la Casa Blanca. El mundo complejizó sus guerras de baja intensidad. Rusia advierte, Corea del Norte corre el telón y nos muestra una escenografía del horror. Trump, emulando a "los grandotes del barrio" amenaza, y con su corpachón da la impronta del pendenciero sobrador.
Pero aquí en el sur las cosas estaban mejor. Aquí ocurrió algo fundamental para el desarrollo de cualquier región o país. Si algo nos dejaron los años felices del populismo fue una dimensión regional, donde todos los movimientos políticos de América del Sur eran importantes. Pero importaban, fundamentalmente, porque esa comunión enraizada en sistemas de cooperación y solución de conflictos seguía los caminos de San Martín, Bolívar y Felipe Varela, y trabajaba como nunca para generar una paz duradera en la región.
La paz fue un símbolo posible y concreto, un valor infinito para cada pueblo de la región, no una simple declaración. La paz generó abundancia económica, social y cultural. Aunque muchas veces fue fruto de tenidas y desencuentros, lo que demuestra que el trabajo de la alta política funcionó. Los gobiernos de los Kirchner, Lula, Lugo, Mujica, Chávez, Correa, Bachelet, Ortega y Santos (entre otros) pudieron hacer de esta región un lugar de paz.
Después de tanta agonía, tanto desfasaje, tanta matanza, algo se alineó y se generó el tiempo más duradero de paz en la región. Si nos cabe algo en la autocrítica en este momento de tembladeral es no haber exaltado lo suficiente lo que significa una tierra pacificada. Hasta el último estertor de violencia fue concluido bajo la venia del Comandante Fidel Castro, cuando en el territorio que estaba preparando su paso a la inmortalidad, su Cuba natal, se dio el último acuerdo de paz que le faltaba a la región y Colombia fue pacificada definitivamente.
Esto ocurrió gracias a la política de cancillerías adiestradas en el arte de defender nuestros intereses, de plagarnos de múltiples acuerdos bilaterales, trilaterales, de ampliar el Mercosur y crear el Parlasur. De la misma forma, gracias al haberse plantado en su momento frente al ALCA, en una foto que nunca se pensó que podía ocurrir. Y asimismo, mediante la generación de mecanismos de reciprocidades conjuntas en los mercados de la región, ayudas económicas y sanitarias entre los países, y atención política para estar en Bolivia, por ejemplo, cuando hubo posibilidades de derrocamiento.
Es importante aclarar que a pesar de estos procesos, hubo rispideces entre los países, pero todos esos problemas tenían marcos amistosos para su resolución; ninguno invitaba a la violencia contra el otro, sino a tratar de entender cómo resolver, cómo cooperar.
En los países de la región, la pobreza disminuyó a través de políticas públicas específicas como "Fome Cero" en Brasil, o la Asignación Universal en la Argentina; sin olvidar la atención sanitaria y alfabética de los venezolanos que jamás se beneficiaron con los barriles de petróleo, o los repartos de tierra para los sin tierra en Brasil, o la excelente administración económica de Evo y sus planes de distribución. En pocas palabras, estamos hablando de un momento único, complementado con el acontecer histórico en el que genocidas y representantes del mayor aniquilamiento de la sociedad civil fueron encarcelados en varios países, y fueron ejemplo de estas políticas de derechos humanos de avanzada. Cuánto se puede crecer en paz, cuánto puede cambiar la vida de las poblaciones sin belicosidades ni hostilidades a la vista, cuánto puede unir, conformar comunidad esta idea que permite reencontrarse con el otro y progresar económicamente.
Actualmente, los tiempos de guerra y conflictos son tiempos de carne de cañón en Sudamérica; son tiempos de matanzas de pobres, de pérdidas económicas, de represión contra los que menos tienen, y ese es un peligro que se avecina. Mientras tanto algunos gobiernos como el de Argentina se patrocinan con esa actitud de "yo no fui", pero que piensa seriamente en un rearme, pidiéndole rezago militar a Estados Unidos de la mano de la genuflexión más abyecta nunca vista.
¿Qué significa que un país se reame? Significa que su vecino también se ve obligado a hacerlo; así funcionan las hipótesis de conflicto que habíamos perdido en estos diez años. Brasil se preocupa, Chile se preocupa, Bolivia se preocupa y todo el mundo se empieza a mirar de costado.
El territorio Venezolano hoy ya no es Venezolano, es una "nube virtual" sin anclaje, en la que todos los días los medios de comunicación más reaccionarios crean un set de televisión que nos transmite un reality desde ningún lugar, para explicar lo que le pudo haber pasado a la Argentina. Pantallas de TV partidas para mostrar una marcha venezolana con dos muertos, junto a la casi-toma de la casa de la gobernadora de Santa Cruz donde estaba también la ex-presidente. ¿Qué hubiera pasado si esa turba mataba o lastimaba a quienes estaban en la casa?. Toda esa imagen salió manijeada por un notero a través de una cucaracha en su oreja que lo obligaba a incitar y demostrar en qué termina el populismo, a fulminarlo. Eran las dos epopeyas libertarias disciplinadoras de la sociedad blanca; ya hace un tiempo Carrió pretendía un final similar al que tuvo Nicolae Ceausescu en Rumania para los K, hace unos días lo podrían haber logrado.
Así se teje esa urdimbre de odio que hoy nos corroe, desmantelando aparatos productivos como lo hace el ministro de energía en Santa Cruz con el petróleo, y debilitando económicamente a una provincia con el afán de voltear el bastión K, y escarmentarla, suspendiendo las grandes obras hidroeléctricas y direccionando todo hacia los intereses de su anterior empleador.
Del mismo modo, es importante no olvidar que se hizo todo lo posible para que CFK no terminara su mandato. Tal vez allí hubo un ejercicio muy desgastante de cuidar al gobierno, que nos debilitó a la hora de saber cómo le dábamos continuidad a lo hecho.
Sin embargo, la paradoja actual nos lleva a ver cómo los dos gobiernos que lideraron esos doce años, Argentina y Brasil, están cooptados por el mismo entente político-judicial-mediático, el mismo que produjo todo ese desastre institucional en Brasil, casualmente al mismo momento en que éste se aprestaba a explotar el más grande yacimiento de petróleo marino del mundo: hoy Vaca Muerta es una prioridad de los intereses de la Shell, y ni pensar en los juegos del petróleo venezolano, que debe volver a ser una reserva dócil de los Estados Unidos.
Nuevos procesos de endeudamiento y timba financiera es lo que vemos; compatriotas atestando rutas para ir por dos celulares a Chile es el sosten que oficia de ansiolítico, para los que no quieren ver lo que votaron y se vuelven a subir a la noria.
El discurso se fue tornando bravo, primero con actores de poco peso para instalar el negacionismo, después con la discusión de la cantidad de desaparecidos y ahora con este fallo de la Corte, que tira por la borda el prestigio que alcanzó la justicia argentina en términos de derechos humanos, y nos anula la idea de justicia.
Aquí pareciera que lo prometido no llega nunca, ni la lluvia de inversiones ni los brotes verdes, ni nada. Todas son especulaciones de la mano de una importación que arrasa con la industria, de la ridiculización y maltrato a la educación pública, que nos muestra la firmeza de las nuevas formas de seguridad que implementa el país, mientras vamos desandando caminos virtuosos de unidad que supimos construir.
Hoy están mal los más pobres, porque para ellos hay 30 mil millones de pesos a repartir entre movimientos sociales que han desatado una disputa inmunda entre organizaciones sociales. Están mal porque se triplicaron los planes asistenciales. Están mal porque hay menos empleo. Y la lista puede seguir si comparamos quiénes son los beneficiarios de este gobierno: en el plano interno sigue siendo la estructura agropecuaria y financiera, y para el plano exterior un alineamiento que mete miedo.
Este gobierno, que había apostado todas sus fichas a una salida Demócrata en Estados Unidos, tuvo que dar una vuelta de campana para poder jugar ahora en el entente norteamericano-israelí, que va a buscar desembozadamente que Argentina sea el gran denunciante internacional de Irán, y por ende, seguirá tomando al caso Nisman como bandera, mientras a otros fiscales que sí investigan delante de sus narices los secuestran y torturan, y mientras la causa por encubrimiento de la AMIA agoniza por decisión del Ministro de Justicia.
Tenemos un continente y un país que va conformando dos polos, uno que ya se construyó y edificó, durante los últimos doce años, y otro conservador que busca desmantelar mediante la revancha y el disciplinamiento a sus poblaciones.
Por lo pronto, han logrado hurgar en la parte violenta de la sociedad, en las micro-redes sociales en las que nos movemos, se han metido a fuego y bala en comedores escolares y establecimientos educativos, y Milagro Sala sigue presa. Tal vez la apuesta sea convocar a ese sector que goza y admira la mano dura y cree que eso aporta soluciones, ese sector que se cree superior al resto. Tal vez, nos estén sembrando conflictos que nos debiliten y distraigan mientras aniquilan nuestros recursos naturales. Mientras nos hipotecan en un juego cínico en el cual todas las ONG ambientalistas pusieron funcionarios en el gobierno y bajaron considerablemente su poder de fuego.
Tal vez sea importante entender que aun en estas condiciones somos muchos los que pasamos por una experiencia deseada, que nos mostraba un horizonte más igualitario con hechos concretos. Saber que fuimos muchos, saber que construimos lazos solidarios entre los pueblos, saber que la población vivió en mejores condiciones, es la matriz que pretenden destruir. La paz conseguida se resquebraja día a día en cada barrio pobre, en cada oficina, en cada conglomerado urbano que ve cómo cierran los comercios, al paso indetenible de la indigencia callejera.
Estas personas que nos gobiernan hablan de otra paz y de otros diálogos que nos son lejanos. Su mensaje es de tanta elevación espiritual que hablan de una felicidad que llega más allá de las condiciones materiales de existencia de los pueblos. Son abstractos y vienen a traer la violencia nuevamente, con cada mohín de desprecio que nos dejan los movimientos despreocupados de quienes creen que el pueblo no entiende nada, que todo es imagen y subestimación. Han salido de cacería, y para eso legitiman la libertad de represores, han salido a anular ciudadanos y gobernar para consumidores, han hipotecado el país y nadie sabe cuál es el plan.
Tal vez en algún lugar o en muchos, algunos y algunas se estén dando cuenta de lo que significa haber vivido en paz, tal vez en otros lugares otros y otras no puedan soportar esa paz, que le cuesta sus impuestos y prefieren no ver las grandes fábricas de pobreza que se han vuelto abrir en el continente.
Tuvimos un tiempo de paz y no fue la de los cementerios, es bueno recordarlo para saber que se establecieron por primera vez las bases históricas y concretas de la ansiada Patria Grande.
No hay comentarios:
Publicar un comentario