sábado, 10 de junio de 2017

'NUESTRAS VOCES': "Ciudadanía y libertad"


sábado 10 de junio de 2017



Ciudadanía y libertad



Foto: Joaquín Salguero


Yo tengo una idea, dijo, en aquel Abril, bajo la lluvia, frente a una multitud que sólo quería saber que había vuelto. Yo tengo una idea, dijo y - desde entonces - fue desgranando en distintos escenarios más o menos formales, con tonos más o menos solemnes, un discurso fundacional. El que ahora se está convirtiendo en el programa de un Frente por la Ciudadanía y la Libertad. Que no es un frente electoral: es una convocatoria a una comunidad de valores.

Por            
GABRIELA CERRUTI 

Un frente en defensa de valores básicos y universales. La libertad y la ciudadanía. Pero no cualquier libertad, y no cualquier ciudadanía. Y al explicar qué libertad y qué ciudadanía queda claro que entre uno y otro concepto está también la igualdad y la fraternidad.
Porque también la revolución francesa es una revolución inconclusa, y las promesas de libertad, igualdad y fraternidad siguen sin ser cumplidas.
¿De qué libertad hablamos?, se preguntó Cristina Fernández de Kirchner una y otra vez. No hay libertad sin posibilidad de elegir, sin necesidades básicas satisfechas, sin los recursos materiales y simbólicos que permitan elegir libremente el futuro que queremos.
Hablamos de la libertad de buscar la felicidad cada uno de acuerdo con su vocación, sus capacidades y sus talentos, pero solo luego de que el estado haya hecho justicia según sus necesidades y sus derechos. Una libertad que lleva en su gérmen la idea de la igualdad y la fraternidad. Una nueva manera de mirar viejos valores, de refundarlos.
En una sociedad libre, el estado no se limita a redistribuir riqueza: debe redistribuir sueños. Los recursos simbólicos para la búsqueda de la felicidad, son tan importantes como los recursos económicos.
¿De qué ciudadanía hablamos? Del ciudadano pleno, que ejerce sus derechos económicos, políticos y culturales. El empoderado que sabe cuáles son sus derechos, y los defiende, y no está dispuesto a perderlos. El que participa y es escuchado en una democracia deliberativa, el que ya no va solo de casa al trabajo y del trabajo a casa sino que se involucra y es artífice de su destino personal y colectivo.
El ciudadano político, social, económico y cultural. Para tener libertad, ese ciudadano debe tener primero casa, comida, educación, trabajo y vacaciones. Solo así se convierte en un ciudadano libre, con posibilidad de elegir qué quiere para sí y para los demás. El sueño de una vida mejor se sueña bajo un techo, sobre una almohada, después de  haber cenado un plato de comida. O no se sueña.
La generación que creció durante estos doce años, reflexiona Cristina Fernández de Kirchner, vivió naturalmente con trabajo, con estudios, ejerciendo sus derechos. Y creyó que eso era normal, que nunca se lo quitarían. Que no importaba el gobierno que estuviera, esto seguiría. El país normal que soñó Néstor Kirchner se vivió durante doce años, al punto que la generación del Bicentenario que creció en ese tiempo nunca pensó que todo eso podría perderse.
Esto tiene que ser así, pero no es. Pero recién ahora van a darse cuenta. Recién ahora comprenderán que no todo es producto sólo del esfuerzo. Que si no hay un estado que genere condiciones, los esfuerzos individuales se pierden injustamente en vano.

Foto: Joaquín Salguero


En un repaso histórico, la ex Presidenta recuerda que desde 1975 en adelante, primero se vivió el terrorismo de estado y luego el terrorismo económico. El miedo es el gran disciplinador de la sociedad. El miedo del terrorismo de estado permeó a varias generaciones. Está en el ADN de los argentinos. Se metió en las vidas privadas, en la memoria colectiva. La transición a la democracia, como escribió Guillermo O'Donnell, dura muchos años más luego de llegado el gobierno democrático.
El miedo al regreso de las militares se extendió en democracia, y luego se sumó el miedo a la hiperinflación. Y luego el miedo al desempleo. Tres generaciones atravesaron su adolescencia en medio de este abismo: el terror a que regresen los militares, el pánico a que regrese la inflación, la angustia del regreso del desempleo. El miedo rompe el universo conocido y nos impide pensar el futuro. Y cuando ese miedo es provocado por el estado, el mayor responsable de cuidarte, estallan en pedazos los parámetros por los cuales podemos imaginarnos con tranquilidad nuestra vida y organizar nuestros deseos.
Durante estos doce años, los miedos se fueron perdiendo. Porque existió una libertad absoluta, porque jamás se reprimió y porque se rearmó la trama social, el espacio de lo público, de lo colectivo. La sociedad volvió a apropiarse de la esfera pública. Porque el estado cuidaba a los ciudadanos.
Todos esos avances llevaron también a que muchos creyeran que esto era así para siempre. Que aunque cambiara un gobierno, esto no cambiaría.
Y todo cambió, o no tanto.
CFK es injusta en este punto en la evaluación de su propia herencia. La reacción popular de estos años, el pueblo movilizado en las calles no asambleariamente sino como sujetos políticos, la denuncia de la persecución y el rechazo a la estigmatización, la inmensa marcha de los 24 de marzo, de los movimientos sindicales, la lucha de los sindicatos de la Educación, demuestra que si hay algo irreversible es el cambio en el sentido común colectivo producto de estos doce años de empoderamiento y libertad.
La generación del Bicentenario es más libre, tiene menos miedos, tiene más conciencia de sus derechos y de cómo defenderlos que todas las anteriores. La enorme mayoría de los argentinos no retrocederá ya en la defensa de los derechos humanos, las libertades individuales y la posibilidad de elegir desde su sexualidad hasta su vocación. Hoy los jóvenes denuncian el mínimo avance del aparato policial. La enorme mayoría de los argentinos es hoy más consciente de la importancia de la política para transformar la realidad, de la manipulación del poder mediático y de la necesidad del estado como regulador de la economía. Esos avances en el pensamiento hegemónico tardarán muchos años con otra correlación de fuerzas sociales para volver atrás.   
¿Desde dónde y cómo construir este Frente Ciudadano? Desde todos los frentes, organizándonos pero respetando a quién no quiere organizarse. Yendo a buscar a quien no quiere sumarse para estar a su lado. La definición amplía los horizontes conocidos hasta hoy por las fuerzas políticas y plantea el desafío de la comunidad de valores.
Aunque al oído suena sin contornos, cuando se ordenan las definiciones que fue dando en estos meses hay un marco conceptual claro y contundente.
Volver al taller, la fábrica, el centro comunitario para estar al lado de quien tiene que defender sus derechos o puede perder su trabajo.
Acompañar al que va a darse cuenta que no puede pagar la luz, o llenar el chango en el supermercado.
Estar junto al militante de cualquier fuerza política que hoy es estigmatizado. (Llegó en uno de sus discursos a pedir disculpas a todos los militantes de todas las fuerzas políticas por este ataque a la política en su conjunto).
Reflexionar junto a quien creía que todo era por su esfuerzo y recién ahora se dan cuenta de la importancia de las políticas de estado.
Todos son aceptados, dijo, con una única condición: que no planteen nada que vaya en contra de la calidad de vida conseguida por los argentinos en estos doce años.
Unidad en la acción, explicó. Si estamos allí, junto al trabajador, junto al estudiante, junto al ciudadano en problemas no tenemos tiempo para pelear y discusiones que nos separen entre nosotros. Pero inmediatamente aclaró: no cualquier unidad, no unidad para cualquier cosa. Unidad para defender los derechos. Unidad para defender la libertad y la ciudadanía.
El Frente Ciudadano es una convocatoria a una comunidad de valores, con organización y liderazgos, que perdure más allá de un gobierno. Unidos en la defensa de la libertad y la ciudadanía más allá de quien esté en el estado circunstancialmente.
Los pueblos siempre vuelven, le gritó alguien desde la platea. Sí, dijo ella. No lo dudes. Los pueblos siempre vuelven. Los que no vuelven siempre son los dirigentes. Los pueblos vuelven con aquellos dirigentes que fueron capaces de interpretar y llevar sus banderas en un determinado tiempo histórico.






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