martes, 21 de febrero de 2017

Reflexiones sobre el caso Milani

     La Tecl@ Eñe.     

   Editor/Director: Conrado Yasenza   

martes 21 de febrero de 2017



Reflexiones sobre el caso Milani




Horacio González  indaga sobre la complejidad del caso Milani en el cuerpo general de los hechos históricos recientes. González objetó en su momento el nombramiento de quien fuera designado Jefe del Estado Mayor del Ejército durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, hecho que no anula la reflexión sobre la versión de la historia emanada de los círculos de represores, de los editorialistas de La Nación y de Clarín y del asesor político del presidente Macri, Jaime Durán Barba.

 
Por       Horacio González     *
(para La Tecl@ Eñe)



"¡Horrible día! He asistido, a sólo algunos centenares de metros, a la ejecución de B. Sólo tenía que apretar el gatillo del fusil ametrallador y hubiera podido ser salvado. Estábamos en las alturas que dominan a Céreste, con armas como para limpiar los matorrales y por lo menos en número igual a los S.S. Ellos ignoraban que estábamos allí. A los ojos que en todas partes imploraban alrededor de mí la señal de abrir fuego, respondí que no con la cabeza… El sol de junio deslizaba un frío polar en mis huesos. Cayó como si no distinguiera a sus verdugos y tan liviana, me pareció, que el menor soplo de viento hubiera debido alzarlo de la tierra. No di la señal porque esa aldea debía ser conservada a cualquier precio. ¿Qué es una aldea? ¿Una aldea parecida a otra? ¿Lo supo él, quizás, en ese último instante?"

René Char, Fouillets d´Hymnos, 1946, traducción Raúl Gustavo Aguirre.





        
No fui partidario de que se nombrara a Milani, en su momento, al mando del ejército; pero intuyo que pudo haber variadas razones para elegirlo. En una situación difícil – como todas, un gobierno está siempre en un tembladeral -  era necesario equilibrar las discusiones internas en "la fuerza", con un general afín que se proclamaba "nacional y popular" o peronista de familia, que se había iniciado en el cuerpo de ingenieros y había pasado bastantes años en batallones de inteligencia. ¿Podía ser útil, entonces, ese saber específico volcado hacia la autodefensa del gobierno, cuando arreciaban operaciones políticas en su contra?


Mi opinión no es favorable a esa línea de pensamiento, pero creo, ahora, que en primer lugar, hay que destacar quienes son los que aluden a la "hipocresía" del gobierno de Cristina Kirchner en la relación a los derechos humanos. Precisamente los que en los últimos meses se dispusieron a tomar la versión de la historia emanada de los círculos de represores, de los editorialistas de La Nación y de Clarín, los elencos permanente de las voz cavernaria que aloja la historia argentina, desde la Liga Patriótica de los 20 en adelante, bajo distintos nombres, incluyendo ahora la astuta beata que ejerce la vicepresidencia, más lo primero que lo segundo, aunque sean astucias de principiante.


Por otro lado, el resurgimiento del tema y el encarcelamiento de Milani, se inscriben dentro de los tantos ejercicios que puede haber dictaminado el profesor de la George Washington University, Durán Barba. El que recomienda lanzar diversos temas, ver las reacciones, sopesar la manera en que uno tape a otro como en una fábrica de colchas o un acopiadero de chapas corrugadas, y encarar uno u otro según los grados de oposición que se evidencien o la capacidad que tengan de poner en un cono de sombra los desastres propios. En este caso la técnica es intentar encapuchar un tema con otro, secuestrar una gran chambonada con una impericia ajena, y sobre todo, ser hiperbólico y ostentoso para recitar el guión. La grosería institucional cometida en la deuda de la familia Macri con el Correo que debía cobrar del gobierno del propio Macri, que en un pleonasmo para coleccionistas, mostró cómo fusionaba su figura presidencial con su figura empresarial sin reparo ninguno, precisaba agitar algunos papeles problemáticos unos minutos más, con la idea del imperio del Mal que habitaba el período gubernamental pasado.


No lo consiguen, pero en un sentido contrario se encuentran con su "conciencia pura", como diría un fenomenólogo, y en ella descubren que solo habita la mendacidad profesional. Aquella que no permite percibir a quien la posee el quebranto social que produce su exaltada autoponderación de decir que "piensa desde la mañana en el bien de todos".


Dicho esto, queda despejado el camino esencial para razonar sobre el nombramiento inadecuado de Milani. Las razones que pudo haber para producir esa designación, cuales fueran, nunca podían haber sido más importantes que las dudas que su figura despertaba, señaladas en diversas ocasiones al proponerse su ascenso en el Senado. Con todo, una cuestión de dudas – por más válidas que sean al nivel de semejante cargo  - no nos eximen de mayores indagaciones en el cuerpo general de los hechos históricos recientes. Milani era en la época de los acontecimientos que se le acusan, un joven subteniente a cargo de una oficina que se encargaba de la foja de los conscriptos y daba de baja a soldados desertores. Firmaba expedientes de ese tenor, solo que en este caso Milani dice que en el referido al soldado conscripto Ledo, el joven desaparecido que el Ejército hizo pasar por desertor, su firma no es la que avala los hechos falsamente registrados, además de no tener conocimiento previo de la persona de Ledo, que era un estudiante de historia de la Universidad de Tucumán, y probablemente cercano a los círculos de monseñor Angelelli.


Todo esto ocurrió hace muchos años. Es indiscutible que el tema de los derechos humanos posee una intangibilidad y una inmanencia propias; desde luego no son ajenos a una historicidad específica, pero esta es de muy larga duración y no admite la expresión "era muy joven" o "los hechos se sepultaron en lo difuso del pasado". No hay tal cosa en esta materia de ciudadanía universal, aunque nada impide que lo inviolable de una tema sea cruzado – en la angustia de los días - por nebulosos imperativos como los que reinan en cualquier presente.


Volveremos sobre la temporalidad específica de estos derechos. Tenemos además el tema del conocimiento, o del saber sobre los eventos verdaderos y del modo con que se revestían en la época, que cobran singular importancia. Ledo fue objeto de un acto de desaparecimiento que se hizo pasar por deserción. ¿Sabía Milani de esto? Él y sus abogados lo niegan, y su firma la ponen en cuestión. Era un expediente normal, un simple expediente de los tantos que los oficinistas – en general los oficiales más jóvenes - debían dar curso sin ningún tipo de responsabilidad mayor.



Y sin embargo…


Sin embargo, hay una discusión que ronda la historia de ese tramo histórico tan desdichado, cual es la de indagar qué se sabía, cómo se sabía, cómo circulaban noticias, cómo se conversaba del papel que cumplían las  fuerzas armadas, y sobre todo, eso mismo en el seno de ellas mismas. Porque aun en los sectores o los rangos bajos o intermedios que no participaban en ninguna operación represiva, ni las que implicaban la "disposición final" o bien otras acciones intermedias muy graves, o incluso otras tareas de apariencia insignificantes, es imposible que no existiera – en la sociedad, y desde luego en las instituciones castrenses en toda su extensión - la llave tácita que descifrara el cobertor del lenguaje de época, que en el caso de los represores se inflamaba con las propias metáforas, tan obvias, que en forma centelleante y poco misteriosa empleaban para nombrar las tareas más abyectas.


Saber o no saber no parece un dilema fundamental en la medida que nunca hay una frontera rígida entre ambas situaciones. En realidad se sabe "no sabiendo" y el "no saber" muchas veces es un cúmulo de implícitos que terminan creando un horizonte de conocimientos basados en la ironía, la media palabra, el supuesto comentado con señuelos que todo idioma tiene a su disposición. Pero hay un saber institucional, y sin duda, los abogados tienen a su alcance probar que Milani no lo tenía y que incluso ese expediente no lo firmó, así como si existió o no su participación en secuestros, según antiguos sumarios que han sido publicados por distintos medios.


El propio Eduardo Luis Duhalde ya había objetado a la figura de Milani y el CELS no recomendó su ascenso. Aun si no hubiera pruebas firmes sobre el expediente de la supuesta deserción y los operativos de captura, Milani no debió ser nombrado jefe del Ejército, porque ese caudal de interrogantes, por mínimo que fuera, lo inhabilitaban para una función profesional de tal envergadura en un gobierno que tomó con un impulso desconocido hasta entonces, la bandera de los derechos humanos.

        
Éstas no dejan de estar presentes en la memoria pública, asociada  a actos de gran significado de los gobiernos Kirchner, que no pueden ser impugnados por este nombramiento. Hacerlo es una "hipocresía", para usar la misma palabra que los editorialistas que defienden la represión de aquellos años o los más inciertos personajes del gobierno que estrenan la toga de humanistas de urgencia, pero en el caso de ellos, ya deshilachada, adquirida de ese modo en los almacenes del Barba Durán: Quincallería Ilusionista y Pago Fácil. Temas como el Correo y las asombrosas flaquezas del gobierno que toma lo humano como experimentación, llevan a personajes desfachatados –sean ministros, vicepresidentas, secretarios de derechos humanos truchos, correveidiles o presidentes "ensayo-error"-, a salir con túnica de impugnadores morales. Pero no hagamos pelear palabra contra palabra. No son las discusiones que prefiero, donde las acusaciones se hacen infinitamente reversibles y el núcleo de un tema crucial queda sin tratarse verdaderamente.






Veamos los surcos que abre este episodio a una reflexión política que sepa ponderar sus propios argumentos en la fuente de la sensatez y el juicio crítico, que no se deje absorber por el presente momento de luchas y tensiones. No es necesario afirmar que las figuras centrales de la epopeya argentina de los derechos humanos se mantienen y se mantendrán en pie así como todo lo realizado por el gobierno anterior en esa materia. La memoria pública activa que este gobierno rechaza, la cuidan los que llevan naturalmente el peso de una huella que se fija en napas de la conciencia profunda. Así como siguen su lucha con extrema vivacidad todos los organismos de derechos humanos. Los propios partícipes de la campaña contra el gobierno anterior lo saben, y un indicio de ello es cómo extreman los argumentos en un estilo hiperbólico reglamentado por Durán Barba; Milani como Arquetipo General o Kirchnerista Genérico.


Pues no, no lo es. Mejor sería decir que ese arquetipo lo representan los cursos de derechos humanos en las fuerzas armadas, las tareas civiles para esas mismas fuerzas, su renovación conceptual, su retiro de tareas represivas y de inteligencia interna, todo ello debido al anterior gobierno y sus ministros de Defensa en especial durante el período de Nilda Garré y Agustín Rossi. El núcleo central del carácter emancipatorio se mantiene intacto en su condición de actos realizativos del poder público del período de 2003 al 2016, y se abre a una discusión que deberemos saber encarar, respecto de la inesperada presencia de Milani como oficial superior y comandante del ejército que esgrimía una profesión de fe peronista y conocimientos de inteligencia militar y tecnológica.


¿Qué ocurrió entonces? Hay una obra de teatro de Bertold Brecht – La medida - que tiene tensos diálogos entre políticos revolucionarios respecto a si es mejor la acción inmediata contra la miseria o la meticulosa preparación político ideológica. Brecht se muestra burlón y paródico, su idea es criticar la razón partidaria situada por encima de las realidades soportadas en lo inmediato por las existencias más sufridas. La obra fue interpretada como una apología al estalinismo pero en verdad, eran su crítica radical. Sartre reescribió todo este razonamiento en su obra Las manos sucias, donde un militante de izquierda debe producir un acto trágico por orden del partido pero luego, al cambiar de idea el partido, éste comienza a pensar igual que la persona que ordenaron descartar, y el militante que actuó contra ella ya no contará con ningún refugio moral. Son dramas de la razón de estado o partidaria, y con esa materia, sin duda se ejerce toda decisión en el orbe político. Macri le agrega a la razón de estado (el logos empresarial es su sinónimo) una forma de experimentar sobre lo humano que bordea un nuevo tipo de existencia gubernamental dictatorial bajo el funcionamiento  condicionado de las instituciones fundamentales. Numerosas coacciones directas se adjuntan a la experimentación sobre la conciencia abismada de la población, sometida elegir entre formas diversas de una misma intemperie.


En el gobierno kirchnerista no fue así. Hubo otro tipo de logros y de "logos", no eran necesariamente los siempre mal llamados populismos o las democracias de "potencias plebeyas". Esas dimensiones existían pero no sobresalían respecto a lo que se sobreponía sobre todo ello.  Se trataba de un sentimiento originario producido por la forma de advenimiento, en una fractura trágica del cuerpo social argentino, no de una masiva pillería electoral, como ahora. Surgía con altas probabilidades de hacer y se dejaba absorber por las sobras volátiles de la sociedad argentina, explorando márgenes e iconografías inusuales, muchas provenientes del peronismo y otras que estaban disponibles en los suburbios más lejanos al peronismo – en las izquierdas dispuestas a no abandonar pero sí a revisar actuaciones anteriores  -   lo que lo llevaba a un alto grado de improvisación, la cual iba desde  conceptualizaciones neodesarrollistas a posiciones ofertantes de un frentismo social ciudadano con aperturas inesperadas hacia temáticas jacobinas, muchas veces mixturadas en una extraña probeta, con vetas del nacionalismo y el estatismo nacionalizador.


Todo ello tenía contrabalanceos y movimientos propios de un mar encrespado, por eso la nacionalización de YPF convivía con Chevron y la Barrick no merecía mayores críticas. A un tiempo, nunca nadie llevó tan lejos un intento de reformular el cuadro mediático comunicacional del país de una manera democrática. Así fue todo. El estado de movilización permanente tenía la última palabra sobre este esquema –que no presento como ningún hallazgo ni lo veo como agotando definitivamente el juicio sobre un período-, pues a diferencia del momento actual, asentado sobre una ilusión de parálisis social y extinción de la protesta, se vivía entonces de conflicto en conflicto, de amenaza en amenaza, lo que hacía del gobierno un ente trágico acosado por los grandes conglomerados mediáticos. Todo ello estaba fuera de la impostura que se le adjudicaba; en verdad ella es más propia de este presente cruel, construido sobre ficciones de cotidianeidad que adulteran la complejísima arborescencia de toda sociedad nacional. Esto que niega el macrismo, es la materia grisácea y borrosa de la que bebió el kirchnerismo, que a veces se dejó infundir por ella, y en muy evidentes ocasiones de gran emotividad colectiva, propuso horizontes novedosos de una gran nervadura transformadora.


Milani encaja ahí, en los vacíos proliferantes de esa situación. En esa mezcla de energías en riesgo, que por parte del gobierno kirchnerista hacían sospechar que la movilización social y las fuerzas armadas, con aliados internos específicos, eran su tablón de sostén en un océano repleto de peligros, por lo que se empeñaba en manifestase en grandes áreas urbanas – acompañando los desplazamientos de la Presidenta  - y luego en recintos internos de la casa de gobierno, en efusiones y devociones de extraña efectividad. Podríamos discutir todo eso – sin duda es momento de hacerlo - pero no pasar por alto que era el cuño angustioso en que el gobierno empapaba todos sus proyectos, anhelos e intencionalidades. En ese mundo que visiblemente era inestable y que los suplementos sensibles siempre activos de todo gobierno juzgaban riesgoso, aparece el General dudoso, lo dudoso en general.


Lo de Milani, a pesar de haber testimonios, no completamente comprobados y algunos contradictorios, declaraciones antiguas y otras actuales, necesariamente influidas éstas por el clima turbado del presente - lo que hace necesarias las pruebas adicionales a ser presentadas ante una justicia que está en los peores momentos de su historia  -  introducía dudas y al mismo tiempo estas eran seguramente descartadas en nombre de "análisis específicos de coyuntura", o como los llamemos. Entre las opciones que en una situación compleja deberían haber existido a disposición de los responsables del ministerio y del gobierno, Milani parecía una opción políticamente adecuada: se sabía de su declaraciones de adhesión explícita al gobierno (las que no abundaban en ese medio), esgrimía ser de una familia peronista, y además podía tal como se lee en los periódicos, contrarrestar el principal problema que ya significaba la intervención de personajes vinculados a los servicios de inteligencia  – desbordados y ya casi totalmente paralelizados  -  en cuestiones en ese entonces del dominio público. Nada de eso justifica a mi juicio su indicación para el cargo al que fue destinado, pero es necesario mencionar tramas aledañas y el andar de los eventos cuyo sello era el de un vasto drama nacional a la vista de todos (con sus secretos siempre embolsados). En tal situación, lo confuso del caso, la biografía borrosa de un militar en una guarnición remota y con el último grado del escalafón, favorecido por lo que habitualmente le otorgamos al desapego juvenil con el que puede ingresarse a los dramas mayúsculos, contribuía a desistir de la tarea de indagar los pliegos más soterrados de una época, aunque no fueron pocos los que señalaron que el Nunca Más lo mencionaba.





Evidentemente, un gobierno debe tener una política militar, y el gobierno kirchnerista la encaró asociando el ejército a tareas vinculadas a las fuerzas de paz internacionales, a las preocupaciones científico-técnicas y a la educación universitaria de sus cuadros, además de promocionar los derechos humanos como núcleo de la ética militar. Los militares de altos rangos iban aceptando en silencio estas medidas democráticas, pero en su conciencia profunda, recorrida por todos los fantasmas de la época, nadie podría decir exactamente qué pensaban.


La historia militar argentina es muy compleja, y en un ciclo muy extendido, está transitada por el clásico enfrentamiento, dicho muy sumariamente, entre nacionalistas y liberales. El recurso al golpe de Estado fue mantenido por unos y otros durante un largo ciclo. Fue golpista Perón antes de convertirse en el líder de una democracia social movilizadora, con la invocación de una doctrina ecléctica cuyas fuentes eran innumerables y no permitían una fácil definición del peronismo. Pero uno de  sus pilares era no la politización del Ejército sino la institucionalidad completa de esa corporación como complemento necesario del Pueblo, en una alianza donde este último proveía la noción de justicia social e igualitarismo comunitario, y las fuerzas armadas obtenían de allí una ética de compromiso con la Nación y su Democracia viva. Una idílica mancomunión celebrada por Perón ese día del 45, donde transfirió su cuerpo terrenal desde el Ejército –abandonando su grado- al Pueblo de la Plaza.


Lanusse fue un golpista desde 1951 a las órdenes de Menéndez, de la otra ala del Ejército, la que en 1945 no conseguiría que Ávalos  –también un militar de GOU - se sobrepusiera y conjurara el incipiente delineamiento de una "revolución nacional" que contó con la famosa jornada de las patas en la fuente, día de masividad y posteriormente de altas poéticas, que forjó al peronismo como una multitud activa, que traía memorias anteriores heterogéneas, y representaba actos indescifrables para las categorías analíticas vigentes.


Lanusse protagonizó el temprano golpe de 1951, no participó en el del 55. En ese año el ala nacionalista cristiana, en la que también, a la distancia, figuraba el fusilado Valle, tanto como la liberal aramburista, ocuparon por procuración el viejo debate entre los partidarios del mito del Ejército de la Nación católica (divididos en la interpretación del peronismo) y los liberales autoritarios que no vacilaron en fusilar, que buscaban aliados civiles, predominantemente en el radicalismo, como siempre, aunque no solo en él.  Lanusse no estuvo en las primeras filas golpistas pues estaba preso, pero es notoria su participación posterior en el golpe de 1966 de Onganía (había estado en el bando "azul" y no en el "colorado", al revés de como hubiera podido preverse) y luego como figura central de la situación que abrió ese golpe –responsable de la masacre de Trelew, entre tantos otros hechos de gravedad. No obstante, el golpe del 76, que instauró por primera vez en la Argentina el Terror de Estado, poniendo a un sector principal de éste en la clandestinidad, encontró a Lanusse como crítico de esa "metodología", si así podemos llamarla, y que sin duda configuraba un plan escrito y no escrito, que ahora el macrismo niega. Lanusse en las postrimerías de su mandato, queriendo contraponer las figuras de Salvador Allende a la de Perón, se había declarado de "centro izquierda". Ya gobernando Videla, Lanusse se expresó adverso a las incursiones represivas de comandos y grupos de tareas  militares, que capturaban personas y saqueaban viviendas, instaurando una acumulación primitiva militar basada en la rapiña y la sangre. Luego, familiares y allegados políticos suyos también fueron secuestrados, algunos corriendo un destino fatal.


Era una "matriz represiva" que ocupaba todos los poros del Ejército – y con características propias en las demás armas-, por lo que los gobernantes civiles de 1983 primero optaron por hacer juicios a los represores directos, establecer grados de responsabilidad y acudir a la antiquísima norma de los ejércitos – la que también alegó Eichmann en su juicio en Jerusalén, la "obediencia debida" que él basó en el "imperativo categórico" kantiano - y el "punto final", luego derogadas. Esto permitió la extensión de los juicios y una discusión lateral sobre si aun así el subalterno sin posibilidades de negarse a una orden, debía gozar de ciertos atenuantes emanados de su condición. Del mismo modo se podrían dar los ejemplos escasos de militares que rechazaron explícitamente participar en acciones delictivas emanadas de la propia institución. Es público que hubo, sino es el único, un persistente esfuerzo por parte de un militar de carrera por rechazar las misiones represivas y guardar la memoria de cómo se producían, así como registrar el nombre de los soldados desaparecidos por sospechárselos vínculos con organizaciones insurgentes, entre ellos Ledo. Ese militar era el joven capitán José Luis D´Andrea Mohr, al que se le debe respeto moral y honras cívicas.


El encuadre del terror y la economía clandestina originada en las usurpaciones, saqueos y expropiaciones de hecho de empresas y otros tipos de propiedades – entre ellas, los acuerdos sobre Papel Prensa entre el gobierno militar y los tres diarios más importantes de la época-, recorrieron todo el cuerpo militar. Era tan admisible suponer que muchos no participaban en nada por no haber necesidad de desdoblar en un plano global clandestino todas las funcionalidades militares, como difícil aceptar "que no supieran nada". Por las declaraciones que he leído, de ser veraces – y a pesar de que no son recogidas del mismo modo por diversas publicaciones -  Milani, el subteniente, actuó no con vestimentas clandestinas sino con su uniforme oficial. No soy intérprete avezado de esas situaciones, pero supongo que este signo indicaba que estos hechos eran un desprendimiento bastante lateral del núcleo de dirección hegemónica o cerebro central de las operaciones de "aniquilamiento". Ni lo disculpan, ni lo ponen en el ápice de los subterráneos de la gran inmolación, ni deja de ser esto una acción del presente político más mezquino, aprovechando los hilos sueltos del pasado, por más ecos veraces que tengan. El joven teniente podía pasar desapercibido en sus acciones oblicuas – el reborde menos trascendente de la médula inherente al gran Complot catastrófico - pero el maduro general Milani no dejó descansar en lo indecible de su pasado al subteniente Milani.


El Gran Terror suprimió o por lo menos relativizó hasta parámetros muy minoritarios, las herencias conflictivas entre liberales y nacionalistas de la historia militar del país. Resurgió quedamente en los años de las sublevaciones carapintadas, lo que era obvio al agitarse el tema de Malvinas, pero también para cuestionar los enjuiciamientos a militares de rango intermedio que se sentían abandonados por una nueva oficialidad "profesionalista" que dirigía el Ejército. Todo esto se conjugó para recrear un nacionalismo con visos redentistas en el caso de Seineldín, y de un esbozo apenas delineado de nacionalismo de una derecha social de Aldo Rico, que se jacta de haber leído autores marxistas, de tener parientes "montoneros" y de intervenir en la "cuestión intelectual" con un modelo activista de patrulla heroica sacada de las novelas de Jean Larteguy. Ilusiones: se ha transformado en un político suburbano más, un populismo militar con rústicos aires provocativos, residuos pobremente alegóricos del pasado.


Milani habría seguido silenciosamente su carrera; su hermano tenía una Unidad Básica en Cosquín, al lado de la Iglesia – que todo el país conoce cuando la ilumina la televisión pública en oportunidad del conocido Festival -  y personalmente he visto el cartel con que se inscribía su nombre, "Teniente General Milani", cuando el apogeo del militar. En un ráfaga de íconos deshilvanados, el paseante distraído puede ver allí la fantasmagoría de la alianza impalpable, histórica y no verificable ahora – pues es mito nunca consumado, pero en ligera flotación - entre Iglesia, Ejército, Peronismo y Folklore Nacional.  Pronto, el sueño se disipa, porque nunca fue exactamente así, y ahora es un menudo ramalazo que se cultiva de a ratos, con escasa fortuna, pues sus piezas se han desarticulado y hay un toque general a replantearlas o renovarlas. El kirchnerismo contribuyó decisivamente a ello, esto es, a que no prosperara la leyenda recurrente, aunque era inevitable que tuviera condescendencias, que nunca excedieron una frontera efectiva de prudencias, y no suplantaban los públicos deseos de variación de los íconos espectrales del país.


Milani suscitó interés porque recuerda eventos muy crudos de la historia política y sus biografías provisorias. Estos casos forjan paisajes sobrecogedores, y uno no puede sacarse de la cabeza un cuadro que lleva al famoso trecho de René Char, el exquisito poeta francés que fue partisano de la resistencia antinazi con el nom de guerre de Capitán Alexandre. Apostado en una aldea que deben conservar para operaciones futuras – que quizás fracasen -  ven el pelotón de fusilamiento al que las SS van a someter a fusilamiento a un partisano, un compagnon. Los hombres del Capitán Alexandre quieren intervenir, lo concreto es salvar al compañero, pero el capitán, el gran poeta, Char, el gran surrealista, Char el poeta refinadísimo, el inspirador de la Revista Poesía Buenos Aires, Alejandro, el jefe de la patrulla resistente, Alexandre, el eximio capitán-poeta de Fuillets d´Hymnos, con el fusil en la mano y una crispación insoluble en el corazón, ordena en nombre del futuro y no en nombre del presente: no hacer fuego. Ellos son tantos como el pelotón de las SS, los tomaban de sorpresa y fácilmente podían impedir el fusilamiento pero no lo hacen por una necesidad mayor, el futuro exoneraba a ese presente trágico donde "imploraban de mí que ordenara hacer fuego". Las parábolas de Brecht y Sartre que aquí comentamos van en ese mismo sentido. ¿Qué quisieron decir? Que ninguna decisión está garantizada, que la racionalidad militante tiene sus derechos pero la ironía de la historia puede dejar a los personajes más severos sin el suelo certero en que parecen plantados. ¿Qué tiene que ver esto con Milani? Las circunstancias, las fechas, las ideas y los hombres son otros. La coincidencia es la decisión política urgente, la chispa de desatino que siempre carga, y conduce a no pensar más que en ella, con cenizas ardientes alrededor.


Milani tenía un fuerte poder evocativo, alegórico digamos, pues parecía retraducir en su figura el orden nacional popular trasvasado en caireles de democracia avanzada, garantizando vallas adecuadas a lo que ya eran las groseras operaciones desestabilizantes – que concluyen en uno de sus costados más neblinosos con el suicidio de Nisman -  y al mismo tiempo un ritornello caro a la vida nacional, el militar con miras elevadas, rangos de problematización de la empresa pública, la vida popular, el poder de la democracia disponiendo de las cuestiones de fondo de las fuerzas armadas, con un grado de politización aceptable, insinuada como el suave reingreso público de una gran leyenda.


Pero subyacía la duda, genuina por un lado; y la que ahora es aprovechada por tribunales teledirigidos por la rotación química de carpetazos gubernamentales, e introduciendo en las decisiones jurídicas fases de humillación respecto a que "el imputado se lo encarcela porque puede perturbar la causa". Compartimos la premura con la que hay que realizar una justa investigación, difícil por el grado de temblor histórico con que el pasado asalta al presente, pero al mismo tiempo nos encaminamos hacia zonas muy agrietadas de la vida nacional, con conductas semi dictatoriales, que brotan irresponsablemente de sectores del actual gobierno y de la justicia amoldada al gusto procaz de los trolls. Con todo, es de justicia trascendente, iluminar esa zona oscura del pasado; con más razón porque nos involucra, involucra decisiones del gobierno anterior en el que, desde estribaciones módicas pero no insignificantes y sin duda dignas de provocar entusiasmo, hemos participado, y pone en revisión la biografía de un hombre y acaso todas las biografías. Descontando de ello lo que hay de comedia duranbarbista – los arrebatos contra el gobierno de Cristina por simulación, argumento que cae solo por uso de la rostridad, es decir, por ver solamente la cara y la historia de la cara de quienes lo esgrimen -  vuelvo a decir, lo digo nuevamente, no era adecuado aquel nombramiento de Milani, pues si el presente podía reclamarlo, el pasado con sus avisos no siempre muy audibles, clamaba silenciosamente para no hacerlo.





*     Sociólogo, ensayista y escritor. Ex Director de la Biblioteca Nacional









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