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jueves 20 de abril de 2017
Foto Twitter
Los ricos no piden permiso. Los uniformados bonaerenses que entraron al comedor "Cartoneritos" de Villa Caraza, tampoco. Pensaba trazar estas líneas sobre las breves palabras que me regaló Laura Zaracho, la cocinera que perdió a su bebé tras la represión policial. Corrijo: no perdió su bebé, se lo sacaron a palos y balas. Ella lo explicó mejor. "Me robaron mi primer embarazo", comentó la joven a "La Garganta Poderosa".
Contacté a Juan Grabois buscando la voz de Laura. Pedí permiso. Todavía con la página en blanco vi a maestros y gremialistas ser atacados por la Infantería porteña. "En este país ni se puede escribir", pensé, obligado otra vez a cambiar de tema. Es que iba a hablar de Laura también, cuando se desató la brutalidad innecesaria, proselitista, para el show, en el corte de la Panamericana el día del paro. Iba a hablar de Laura, después, cuando me crucé con mil (sí, mil) efectivos con armas largas, perros, arietes y motosierras en la planta de AGR el viernes.
Iba a hablar de Laura el sábado, pero me asoló la noticia de Micaela, bien asesinada, según pude leer, por sus actividades sociales y sus preferencias políticas.
Me dice Laura: "Entraron a romper todo. Había chicos comiendo. Por proteger a uno de ellos, un policía me empujó al piso. Estuvieron a los tiros, no les importó nada. Golpearon a todas mis compañeras. Y tiraron gas pimienta sobre la comida de los pibes". Freno. Quiero seguir, quiero gritar que porque hay vidas y vidas hay muertes y muertes, quiero escupir de rabia sobre todas las páginas y pantallas que multiplican el dolor de unos y callan el de otros. Pero freno.
Y escucho al papá de Micaela que, sin guardapolvo blanco, enseña el camino. Desaconseja la "justicia por mano propia" (para desazón de varios colegas y editorialistas). Y aporta la fórmula correcta, la luz entre la niebla. Con el corazón roto promete que "vamos a vivir para tratar de lograr una sociedad más justa, como pretendía Micaela; el dolor tiene que servir para cambiar la sociedad". Ahí está el contexto de todos los textos, me digo. Porque regreso a la voz de Laura. Y escucho que jura que "voy a seguir yendo al comedor, todo por los chicos que lo necesitan".
Nombro a Laura, nombro a Micaela. Nombro a Claudia Ovejero, van 20 días y todavía no sabemos qué bala la mató en medio de un operativo policial en la Boca. (No saberlo es, tal vez, adivinarlo y no equivocarse). Nombro a la "resistencia a la autoridad", el flamante ardid al que los uniformados recurren para llevarse de los pelos a todo aquél que quieran. La memoria, si voraz y violenta, es una materia exquisita. Osvaldo Soriano sí que sabía lo que hacer con sus palabras. Que las nuestras sirvan para dejar constancia, para no ser cómplices, para contagiar esperanzas.
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