viernes, 21 de abril de 2017

Mucho más que una montaña de basura

       La Tecl@ Eñe       

              Editor/Director: Conrado Yasenza                



BERISSO, viernes 21 de abril de 2017



Mucho más que una montaña de basura


Durante 15 días la ciudad de Berisso vivió bajo la suciedad acumulada. Un paro de los trabajadores municipales detuvo gran parte de las actividades de la ciudad, entre ellas, la recolección de residuos. Berisso, que supo ser modelo de ciudad obrera durante el peronismo clásico, origen del 17 de octubre y de cientos de luchas obreras y populares, vive hace décadas en el abandono. El escritor Mariano Dubin durante la "huelga de los basureros" escribió esta crónica de la ciudad de Berisso que reconstruye su origen mítico y proletario en medio de un presente signado por la descomposición general.

Por         Mariano Dubin   *
(para La Tecl@ Eñe)



"Este es mi arrabal, así lo veo
Así lo quiero ver cuando me muera..."
Celedonio Flores, "Arrabal salvaje"





Entro con el auto por el Puente Roma. Las luces intermitentes. Las calles vacías. Perros famélicos bordean el canal donde flotan bolsas y botellas entre los camalotales. Cruzo la Plaza Almafuerte. Tiene el pasto alto. Las bolsas vacías bailan con el viento entre la basura que se ha ido acumulando, sin método, por sus rincones. Los semáforos no andan. Las calles se hunden en pozos que fueron rellenados con tosca y arena.Hace diez días que la basura no se recolecta en Berisso. Hay esquinas donde se agolpan las bolsas como esperando el ataque nocturno de un enemigo oculto. Son montañas de basura que crecen día a día. Las ratas cruzan la noche enloquecidas. Desde las bolsas que cuelgan de los árboles se pueden ver los gusanos gotear al piso.
De fondo la chimenea de YPF se come la noche en un fuego pálido que se pierde en un humo rojo y negro. Si no fuera berissense podría sentir el olor del petróleo refinándose en mis pulmones. Siento, en cambio, el olor pútrido de la basura. Olor a meo. Olor a comida en descomposición. A pañales sucios. Hace dos días que el calor llegó con furia y el olor comenzó a tomar cuerpo. Creciendo en cada rincón. Entrando por cada ventana. Haciendo del olor la sustancia que materializa esta descomposición general. Tengo el olor en la piel.Tengo la ciudad en la piel.


Todo seríael escenario de una distopía. Pero no es un decorado. No se filma ningún apocalipsis criollo. Es una ciudad real. Destruida. Berisso era una ciudad rota, sucia, abandonada que no se correspondía ni con el origen mítico del 17 de octubre ni con el relativo crecimiento económico de los últimos años. Sin embargo, el nuevo intendente logró lo que nadie imaginaba: empeorarla.


Pero me digo que estas ruinas no son Berisso.


Berisso es mucho más que una montaña de basura.




Este no es el Berisso donde hace más de setenta años llegó mi abuelo Abraham. Un joven judío de Villa Crespo. Abraham vivía con su abuelo, entonces un rabino célebre, que tenía respuestas para todo. Lo contrario a lo que buscaba mi abuelo con dieciséis años.No quería sus respuestas milenarias. Posiblemente no quisiera ninguna respuesta. Vino, solo, hasta Berisso. Más precisamente al Puente Roma donde alquiló un cuarto de conventillo. Al otro día ya trabajaba limpiando pisos en YPF. Nunca más usó la kipá. Iba a escuchar orquestas de tango en el Sportman. Las famosas orquestas de señoritas. Al poco tiempo, tal vez en una mesa del bar, tal vez en un descanso de la fábrica, le dijo a un camarada que había decidido afiliarse al Partido Comunista. Había una causa excluyente: en la puerta del frigorífico Swift, el día anterior,había escuchado un discurso incendiario de José Peter.


Veo una rata escondiéndose en el hueco de una pared lindera mientras guardo el auto. Cuando me mudé acá, mi padre que ya no vivía en Berisso, me preguntó si la ciudad no me parecía peligrosa. Le dije que no, que de hecho se robaba poco. Al menos, no tanto como en La Plata. Claro,me dijo, tampoco hay mucho para robar.


Me mudé a Berisso porque me enamoré de Flavia. Hace más de diez años. No me hubiera podido enamorar, en realidad, de alguien que no tuviera este destino arrabalero.No le quito encantos a mi compañera.Todo lo contrario: estar a la altura de este rincón del mundo no es común. La ciudad es un secreto del arrabal. Berisso es un país de frontera. Por un lado, el monte nativo crece sobre la orilla del río. Cerca una islaesconde secretos montaraces: perros cimarrones, barcos encallados, ladrones que deben alguna desgracia, huraños que hace décadas no pisan la civilización. Tierra de biguás y yararás. Tierra de viñateros. La Isla Paulino a la que Haroldo Conti le dedicó su última publicación: Tristezas del vino de la costa.


Este mundo anacrónico, salvaje, montaraz convive con la ciudad obrera. Con los hijos mestizos de "la resaca social de cien naciones" como manda el verso perfecto de Arrabal salvaje de Celedonio Flores. Rusos, yugoslavos, árabes, judíos, griegos. Negros del Cabo Verde que durante la década del´60, entre tambores y bailes africanos, hacían colectas en fiestas públicas que escondían su último fin: enviar dinero para armar la lucha revolucionaria de Amílcar Cabral. Berisso es, además, todos los cueros curtidos de nuestras tierras. Esos orígenes indios y criollos se fueron organizando en barrios como el barrio santiagueño o el barrio mocoví.


Todos llegaban, desde Ekatherinoslav o el monte chaqueño, por el trabajo industrial. Ser berissense era ser obrero. Aún hoy ese destino proleta continua siendo parte de las expectativas compartidas. Mis vecinos trabajan en Astillero Río Santiago, en Siderar, en YPF. Hay policías y maestros. Los hay más pequeños burgueses como yo. Los hay más pobres. Mucho más pobres. Los hay más crotos como el famoso Siete Sacos que recorrió en un mutismo absoluto, durante décadas, un mapa perfecto de la ciudad sin poner un pie fuera de sus límites. La gente le acercaba comida y cigarrillos que Siete Sacos tomaba sin detenerse en su caminata fatigosa como si estuviera vadeando un río con toda su ropa superpuesta. Lloviera o helara continuaba su paso seguro en un orden que excedía explicación humana.




Guardo, ahora, el auto. Es a la vuelta de casa. Cierro el portón. En la esquina se desdibuja un Berisso es peronismo. Busco en un bolsillo el atado de cigarrillos. Me quedandos puchos.Berisso, se decía,siempre será peronista. Pero no fue así: en 2015 un candidato mediocre, antiguo militante radical que hacía sus campañas en sulky con apelaciones a Alem, Yrigoyen y Alfonsín, y que no lograba más que magros resultados, en una operación de lifting doctrinario con la boleta del PRO, ganó la intendencia.


El triunfo surgió para muchos como la inesperada comprobación de que una ley de la física había dejado de ejercer su fuerza: el motor eterno del aparato justicialista se detuvo. No sólo el nuevo intendente contradecía la máxima peronista sino la imagen de una ciudad obrera, clasista, combativa parecía romperse en el triunfo electoral de Mauricio Macri.


Varias tradiciones clasistas han sedimentado la historia de la ciudad: el anarquismo, el socialismo, el comunismo, el peronismo. Todo parecía acreditar que lapintada de esta esquina guardaba una verdad perdurable.


¿Cómo en la tierra de José Peter o de Cipriano Reyes pudo ganar un partido tan anti obrero?


No sólo de ellos. Prendo el pucho y entre el humo que lucha contra el olor general de podredumbre invoco a Josip Broz - más conocido como Tito, antiguo presidente comunista de Yugoslavia- . La memoria popular acredita los años en que Tito vivió en una pensión de mala muerte de la calle Nueva York haciendo militancia revolucionaria y, en sus pocos ratos libres, yendo a la cancha a disfrutar a su amado pincha – viejos croatas y serbios conocedores del tema señalan la similitud entre las camisetas de Estudiantes de La Plata y el Crvena Zvezda Beograd -.


Una tarde, en una vieja pensión de la calle Nueva York, una señora me fue abriendo puerta tras puerta para cruzar pasillos, patios internos y varias cocinas ajenas que pasé con un permiso y buen provecho para alcanzar un cuarto oscuro y pequeño, húmedo, donde había como todo mobiliario una cama vieja. La señora, en una cadencia que arrastraba un tiempo eslavo, me aseguró: acá dormía Tito.


¿Cómo explicar que con todo este pasado proletario y combativo la ciudad fuera esta de hoy?


Años de destrucción del mundo obrero, el cierre de fábricas y apelaciones a un pasado mítico por intendentes que más que peronistastrabajaron de peronistasexplican, en parte, este presente. Hay un caso ejemplar: el último intendente justicialista que luego de asumir su cargo no duró un mes entero en su barrio.Se mudó derecho a un country de las afueras.


Pienso mientras veo la hilera de tres casas de chapa de la esquina, esas viejas casillas de zinc y pinotea, donde se agolpan varias familias, y hoy las bolsas de basura rotas por los perros callejeros las hacen más pobres que lo común. En la puerta de una de ellas, Antonio, el único ladrón del barrio, se sienta a fumar en la puerta. Lo saludo,como cada noche hago, durante este camino tan minado como el que en su locura hacía el Siete Sacos.




Una vez el Negro Ramírez me resumió la historia nacional: la Argentina de hoy existe gracias a nosotros. La contundencia de la frase chocaba con la esquina donde charlábamos ajena a toda contemporaneidad. Pero el Negro repitió la frase con la mayor fuerza posible.Ese nosotros éramos los berissenses. Y, posiblemente, los peronistas. Es que en esta ciudad nació, un 17 de octubre de 1945, el peronismo. Seguramente la historia sea más compleja y tenga más actores e idas y vueltas que la frase pero prestemos atención a la memoria popular que guardó esa cifra como verdad histórica.

El 17 de Octubre, según manda el relato compartido,los obreros decidieron dejar sus puestos de trabajo en el frigorífico Swift y comenzaron una larga caminata que sumaría obreros de otras fábricas y de otras localidades hasta llegar a Plaza de Mayo y liberar a Juan Domingo Perón. Varios se adjudican el rol protagónico de aquel día. En una reescritura imposible, hay quien asegura que fue Evita la que dirigió las multitudes insurrectas. Cipriano Reyes, el sindicalista de la carne, decía lo contrario: Yo hice el 17 de Octubre. Sucede que la clase obrera ese día no tuvo dueño. Un origen mítico que ha bautizado a Berisso como el kilómetro 0 del peronismo.


Pero hoy ese pasado es el eco de una marcha que la mayoría no vivimos. Vivimos, en cambio, una ciudad pobre donde ese pasado industrial fue una edad de oro que más que un pretérito incierto se fue convirtiendo en una expectativa colectiva para alcanzar y que nunca alcanzamos.


Llego a casa. Me prendo el último pucho que había dejado en mis labios sin encender. Lo fumo en la puerta. Cuento que en lo de la vecina hay unas diez bolsas de basura. Yo tengo siete. Enfrente, Cristian, tiene 5 bolsas en la puerta. Seguramente todos tengan otras varias en patios o galpones. La ciudad en descomposición sería una imagen inevitablea la cual recurrir. Recuerdo La última huelga de los basureros de Bernardo Kordon que narra la destrucción de Buenos Aires a causa del cese de recolección de basura. Un hecho mínimo y casual provoca que un camión detenga su trabajo y que esto su vez provoque otros hechos que en un encadenamiento monstruoso dejan a la ciudad sitiada por la podredumbre, la violencia, el fuego, el desmadre.


En Berisso, también, estamos viviendo un paro de trabajadores municipales que incluye a quienes recolectan la basura.


A casa por mediovive César. Está en la puerta. Parado. Callado. Mirando como si estuviera en medio de un desierto inmenso. Su piel cobrizade indio viejo se esconde en la luz tenue e intermitente del alumbrado público. Con su acento pausado arrastrando cada palabra de manera irónica me dice:

- ¿Qué le vamos a pedir si ni la basura pueden levantar?


Doy la última pitada. Y sonrío. César llegó joven a Berisso desde San Juan. Obrero jubilado del Astillero Río Santiago tiene mil luchas en su cuero curtido. Peronista. Me ha contado de esos tiempos jodidos. Como cuando en 1979, luego detres años salvajes de dictadura, los obreros del frigorífico realizaron la primera huelga.


La violencia militar no dejaba entonces cuadra de Berisso sin chupar a alguien, sin amedrentar a las familias, sin cruzar la noche en sus autos lentos, que como bestias acechando, surcaban las calles de tierra. En alguno de esos meses, mi viejo que militaba en Berisso, en el Barrio Obrero, fue chupado. Varias semanas estuvo desaparecido. Muchos de esos días, según me contó un compañero, colgado de las piernas en sesiones de picana. Ese hecho lo transformó. Se volvió alguien silencioso. Serio. Medido. Pero no por las torturas. Mi viejo sintió que sobrevivir era un modo de la humillación.




Berisso, como parte del cordón industrial de la zona, fue uno de los centros de la represión militar. En medio de esta tempestad, comenzarun paro, era un acto irracional. Pero, ante todo, un acto heroico. Los obreros del Swift lo hicieron. Otra vez en la calle Nueva York. César, mi vecino,me narró cómo los militares debieron entrar con tanques para romper la huelga. Los trabajadores de Berisso enfrentaron al monstruo militar durante más de treinta días de paro. En condiciones extremas. Pero la lucha, finalmente, fracasó. Y comenzaría la lenta destrucción de la ciudad. La empresa Swift poco después desmontaría sus instalaciones. Comenzaría a crecer el Berisso con sus fábricas vacías, sus baldíos, sus obreros desocupados.  


Las imágenes del peronismo – los bustos de Eva y Perón, los murales de obreros, los actos conmemorativos al 17 de octubre - darían una imagen fantasmagórica como la de un antiguo país soviético arrasado por el avance capitalista.




La ciudad está destruida. Pero no es la primera vez que la destruyen. No es la primera vez que la podredumbre general es arrastrada por el viento de esquina a esquina. Berisso es mucho más que una montaña de basura. En cualquier esquina podría aparecer Josip Broz preguntando dónde se puede conseguir trabajo. Que viene de lejos y tiene hambre. En cualquier fábrica algún joven sentirá como José Peter o Cipriano Reyes – el destino acaso los una en lo que ellos se sintieron diferentes  - que la explotación no se aguanta más. Entre los chicos de las tres casillas de la esquina que juegan todo el día en la calle, a veces descalzos, a veces con hambre, tal vez no llegue esa edad de oro como una caricia tierna de una madre Eva sino con la furia de no haber vivido nada más que exclusión. Y pidan que esa edad de oro sea ya. Ahora. Que no sea más patrimonio de los muertos.


Todo esto es mucho más que una montaña de basura. Esto es Berisso.



Berisso, 20 de abril de 2017


Fotografías del artista berissense Aníbal Fernández.



*    Lic. en Letras. Docente e investigador de la Universidad Nacional de La Plata. Publicó los poemarios La razón de mi lima (2009) y Bardo (2011) y el libro de ensayos Parte de guerra. Indios, gauchos y villeros: ficciones del origen (2016)










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