lunes 03 de abril de 2017
A 35 años de la guerra
Los presidentes y las Malvinas. Combativos, negociadores y complacientes. Cuál fue la política de cada presidente del período democrático respecto del reclamo por la soberanía del archipiélago.
Una inercia de 149 años se quebró el 2 de abril de 1982. En horas de la madrugada, tropas argentinas desembarcaron en las Malvinas y redujeron a un escaso batallón de militares custodios de las islas. El teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri fue el tercer presidente de la dictadura argentina y un personaje envalentonado por los elogios que se derramaron sobre su persona en los Estados Unidos.
Podría ser ésta una razón, o tal vez la necesidad de una Junta militar en declive que vio en la recuperación de las islas el oxígeno para continuar en el poder. Las negociaciones diplomáticas de nada sirvieron, y las reuniones con los representantes de los países mediadores en el conflicto se hicieron más frecuentes una vez que las fuerzas inglesas hacían pie en el archipiélago. Después de 74 días y con centenas de muertos de cada bando llegó la rendición argentina. A partir de allí, Gran Bretaña se tornó impermeable a los reclamos, actitud que también tomaron los habitantes de las islas, llamados kelpers. Una vez en democracia, los presidentes argentinos tomaron posturas ondulantes respecto de cómo negociar con el Reino Unido.
Raúl Alfonsín. El ex presidente se rehusó al cese de hostilidades.
Raúl Alfonsín asumió en 1983 y gobernó sus primeros años con el fantasma de una guerra reciente. En una de sus primeras exposiciones ante la Asamblea de las Naciones Unidas confirmó su disposición a llevar adelante las negociaciones por la vía pacífica. Los ingleses. en cambio, se negaron a discutir cuestiones de soberanía, por lo que el presidente argentino tomó una decisión que mantendría hasta casi el final de su mandato: rehusarse a declarar el cese de hostilidades y desconocer la soberanía británica sobre los mares.
En la práctica, el gobierno radical confirmó su posición cuando firmó con Bulgaria y la entonces Unión Soviética sendos acuerdos pesqueros en aguas próximas a las islas que provocaron fuertes protestas británicas.
A pocos meses de asumir la presidencia, Carlos Menem dio el visto bueno para la firma de una declaración conjunta entre ambos países llamado "Paraguas de soberanía". El acuerdo firmado en Madrid consistía en que las partes podrían discutir cuestiones sobre el Atlántico Sur sin renunciar cada uno a su reclamo soberano. En esos primeros años, Gran Bretaña se lanzó a la exploración petrolera en el área y expandió actividades pesqueras mientras Menem mantenía una actitud benevolente y contemplativa para con los británicos. Junto con su canciller, Guido Di Tella, motorizó lo que hoy se recuerda como "política de seducción" para con los kelpers. Los habitantes de las islas recibieron con sorpresa y por correo los obsequios de navidad que el gobierno argentino les enviaba. "Prefiero que los kelpers nos consideren boludos a peligrosos", repetía Di Tella cada vez que lo criticaban.
Los osos de peluche y las tarjetas de salutación estaban a años luz de las negociaciones de alto nivel y los cañonazos de la guerra. En los inicios de su segundo mandato, Menem firmó un tratado de exploración y explotación petrolera en zonas cercanas a las islas anulado años más tarde por el presidente Néstor Kirchner. Las promesas y palabras de Menem nunca trajeron efectos positivos para la Argentina, y no hubo manera de amigarse con los kelpers.
Leopoldo Galtieri. El máximo responsable de una aventura desastrosa.
La administración de Fernando de la Rua intentó tomar distancia de las políticas menemistas volviendo a poner la cuestión Malvinas en el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas. El presidente mantuvo encuentros con el ex primer ministro, Tony Blair, y ofició de anfitrión del Príncipe Carlos cuando visitó la Argentina en 1999. Aunque a ambos les manifestó que el país jamás renunciaría al reclamo de soberanía, su mandato fue demasiado corto como para notar algún resultado.
Luego del desbarajuste institucional que vio pasar a varios presidentes, Eduardo Duhalde asumió la magistratura mediante la aprobación de la Asamblea Legislativa en enero de 2002. Duhalde, que había apoyado la política exterior de Menem, se limitó a estar presente en el acto de conmemoración por los 20 años del desembarco argentino. En esa oportunidad, sólo elogió y agradeció a los veteranos por sus acciones sin mencionar los reclamos soberanos. Algunos analistas internacionales afirman que la estrategia del ex presidente tuvo como objetivo no enojar a las potencias en momentos en que una Argentina convulsionada internamente necesitaba del apoyo internacional.
Menem. Relaciones carnales con EEUU y ositos de peluche para los isleños.
Néstor Kirchner se mostró firme desde los comienzos de su gestión. Pidió la reanudación de las discusiones sobra la soberanía ante el primer ministro, Tony Blair, que no respondió en concreto. En un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el presidente argentino volvió a manifestar aquel pedido y al poco tiempo firmó la suspensión de los vuelos charter entre el continente y las islas. Después, los reclamos se hicieron en sentido inverso. Londres hizo pública una protesta por la presencia del rompehielos argentino ARA Almirante Irízar en lo que ellos consideraban zona económica exclusiva. En respuesta, la Argentina aseguró que el navío se encontraba realizando tareas de control de pesca en aguas jurisdiccionales propias. Los chispazos continuaron. En 2005, Inglaterra incluyó las islas como territorio británico en el texto de la Constitución de la Unión Europea. Para entonces, Kirchner había renunciado al famoso "paraguas" de soberanía.
Néstor Kirchner. Una política opuesta a la de Menem.
Dadas las circunstancias que se vislumbraron desde los comienzos de su gestión, Cristina Fernández de Kirchner no tardó en calificar al Reino Unido como una "burda potencia colonial en decadencia". Hubo quejas ante aquel país por la concesión de licencias por 25 años para la explotación de hidrocarburos, y ante la posibilidad de que el príncipe William fuera destinado a las islas como piloto de rescate de la Real Fuerza Aérea (RAF), confirmado así una fuerte presencia militar en Malvinas.
El gobierno inglés jamás se inmutó por los reclamos y hasta en ocasiones incurrió en lo que aparentaban ser provocaciones, como la realización de ejercicios militares con lanzamientos de misiles incluidos. En ocasión del 30º aniversario de la reconquista de las Malvinas, la ex presidenta pronunció un discurso desde la embajada argentina en Londres transmitido en cadena nacional. Los británicos respondieron haciendo flamear las banderas de las "Faiklands" en la residencia oficial del primer ministro británico, David Cameron. Cristina Fernández se refirió a las Malvinas cada vez que habló ante la ONU, excepto en el 2015. "Lo único que estamos pidiendo es que se sienten a negociar", sostuvo siempre que se presentó la oportunidad y en sus ocho años en la Casa Rosada.
Cristina Fernández. En plena discusión con David Cameron.
"Nunca entendí los temas de soberanía en un país tan grande como el nuestro. Las Islas Malvinas serían un fuerte déficit para la Argentina", expresó Mauricio Macri en 1997. Ya como presidente de los argentinos, asistió a la Asamblea General de Naciones Unidas en 2016 y tuvo una charla con la primer ministro británica, Theresa May. Después de ese breve encuentro, Macri dijo que habían coincidido en hablar de la soberanía, para el asombro y la incredulidad de los isleños. Rápidamente, la canciller Susana Malcorra tuvo que salir a salvar el papelón rectificando las declaraciones del presidente. Recientemente se conoció la existencia de aviones militares provenientes de las islas que hicieron escala de reabastecimiento en la aeropuerto brasileño de San Pablo, violando normas del Mercosur que lo impiden. Después de un silencio alarmante, la Cancillería expresó su malestar y pidió explicaciones al gobierno de Michel Temer. Se verá de ahora en más qué papel jugará el gobierno argentino en el propósito de no desperdiciar lo que en mayor o menor medida hicieron sus antecesores.
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