lunes, 10 de abril de 2017

Noticias parapoliciales: periodismo y represión

      La Tecl@ Eñe      

              Editor/Director: Conrado Yasenza                

lunes 10 de abril de 2017



Noticias parapoliciales: periodismo y represión





El periodismo contemporáneo no sólo testea los candidatos, instala los temas de la agenda y fogonear malentendidos sociales, sino  que aporta los incentivos morales que necesita la policía para pegar sin culpa, afirma en esta nota Esteban Rodríguez Alzueta. El rol de patrocinantes de la represión de la protesta social es tan importante como el armamento que está comprando la gestión de Patricia Bullrich.

 
Por       Esteban Rodríguez Alzueta   *
(para La Tecl@ Eñe)





La represión nunca llega sola y tampoco es gratuita. Necesita, además de la compra de equipamiento, del consentimiento social de importantes sectores sociales. De esto último se ocupan algunos gurúes y las grandes empresas de comunicación. En efecto, al periodismo contemporáneo le toca no sólo testear a los candidatos, instalar los temas de la agenda y fogonear malentendidos sociales, sino aportar los incentivos morales que necesita la policía para pegar sin culpa. Lo hace a través del tratamiento especial que el periodismo ensaya sobre la protesta, porque sabido es que el tratamiento no será siempre el mismo. Si la manifestación es organizada por el gobierno o sus adherentes, dirán que se trata de una congregación pacífica y espontánea de los argentinos, sin partidización política, gente como uno enrolada en banderas celeste y blanca; pero si la misma es convocada por las movimientos opositores, entonces las multitudes serán desautorizadas porque asistieron a cambio de choripanes y vino, una marcha oportunista y politizada, y sus referentes serán presentados como demagógicos, violentos o mafiosos. A la prensa le toca entonces, ir generando las condiciones de aceptación de la represión policial, van reclutando la indignación ciudadana para ir modelando los consensos afectivos que necesita la represión de la protesta social.


Lo decimos porque no es la primera vez que pasa. Sucedió durante la crisis del 2000 y 2001, una escalada represiva agitada desde la televisión y el periodismo empresarial que terminó con el asesinato de 36 personas en manos de las policías de distintas ciudades del país, y que se llevó puesto al presidente de la Alianza Fernando De la Rúa. Sucedió con la represión que mató a Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en Puente Pueyrredón, que le costó a Duhalde alejarse también de la presidencia antes de lo previsto. Pero también sucedió lo mismo con los asesinatos del piquetero Aníbal Verón en Salta; del maestro Carlos Fuentealba en Neuquén, y de Teresa Rodríguez en Cutral-Có y Plaza Huincul; todas muertes que llegaron después de represiones alentadas y reclamadas, abiertamente, por la prensa local a través de sus emprendedores morales.


En las últimas semanas, después de las masivas movilizaciones del mes de marzo, el periodismo mercantil, contrataca de nuevo. Alentados por la concentración del 1A, decidieron evitar rodeos y empezar a llamar las cosas por su nombre. Desde entonces sus coberturas no sólo son el paraguas de Macri, sino su mejor trinchera. Una prensa que, cuando reclama ley y orden, justifica la represión.


 "La represión nunca llega sola y tampoco es gratuita. Necesita, además de la compra de equipamiento, del consentimiento social de importantes sectores sociales. De esto último se ocupan algunos gurúes y las grandes empresas de comunicación. En efecto, al periodismo contemporáneo le toca no sólo testear a los candidatos, instalar los temas de la agenda y fogonear malentendidos sociales, sino aportar los incentivos morales que necesita la policía para pegar sin culpa."


El reclutamiento de las adhesiones encuentra su punto de apoyo en el malhumor de "la gente" avivada por las redes sociales. De eso se trata las redes: darse manija hasta que la indignación le gane a la información, hasta que la realidad se ponga más allá de la verdad. Lo importante ya no es estar informado sino indignado. Y de eso se ocupan el periodismo nacional y empresarial: enloquecer a la gente con información recortada. Se sabe, si hay una movilización que reunió a un millón de personas, pero un grupo de veinte se trenzan a las trompadas, o arrojan piedras a la policía o contra la Catedral, la atención se la llevarán los famosos "incidentes" o "desmanes", el encuadre noticioso serán los "hechos de violencia". Le ponemos comillas a estas palabras porque estos son precisamente los clisés que utiliza el periodismo para contar la noticia, mientras va rumiando la moraleja: la violencia genera violencia, la violencia es mala, muy mala y hay que impugnarla súbitamente, sin otros miramientos. Eso sí, si no hay violencia no hay noticia. Una protesta sin "hechos de violencia", sin caras tapadas, sin capuchas, sin palos, sin piedras, ruedas incendiadas, sin corridas, no merecerá la misma atención que otra protesta que fue "pacífica". La tapa de los diarios se la lleva la violencia, hay que hacer pivote en la violencia para cubrir la realidad.  


Durante estas dos últimas décadas el periodismo ha desarrollado prácticas profesionales para realizar el hechizo. No solo trasmiten en cadena nacional, loopeando las imágenes que consideran urgentes, sino que se aferran a lugares comunes que, antes que buscar comprender la realidad, abren un juicio negativo sobre los actores involucrados en la noticia que están contando. La presentación indignada de las noticias que adivinamos en sus rostros entrecejados y en la exasperación de los comentarios que dedican para pisar las imágenes "que nos van llegando", son la mejor prueba. Una estrategia de comunicación que tiene las siguientes características: apelan a un discurso vehemente que demoniza a los manifestantes y escandaliza a la audiencia; descalifican a los entrevistados cuando los retan; utilizan adjetivos como sustantivos para estigmatizar a los activistas ("violentos", "sospechosos", "delincuentes", "piqueteros"); emplean frases ejemplarizantes y pontificadoras que clausuran los debates; son muy pocos rigurosos a la hora de chequear las fuentes; son superficiales y sus argumentaciones no son lógicas sino meramente afectivas; y cuentan los casos particulares de manera tal que los generalizan rápidamente al resto de la realidad. Lo mismo hacen los movileros con sus comentarios y preguntas incisivas para agitar el malhumor del resto de los transeúntes: usan el micrófono para picanear a la gente, para afectarla y sacarla de sus casillas, hasta obtener la respuesta que buscaban, que corrobore su punto de vista, hasta dar con la opinión que les permita presentar como general lo que en realidad es una mirada parcial de las cosas. Los movileros son los laburantes alienados que no sólo se pusieron la camiseta de la empresa, a cambio de prestigio, sino los guardaespaldas de la policía. De hecho, si se mira su desplazamiento en cada protesta, nos daremos cuenta que siempre avanzan detrás del cordón policial, nunca se encuentran del lado donde se reciben los balazos o bastonazos, siempre están ubicados detrás de la línea de fuerza.


No hay represión policial sin cobertura periodística. Al periodismo le toca aportar la legitimidad que necesitan las fuerzas de seguridad para lanzarse sobre la protesta social. Tan importante como el armamento que está comprando la gestión de Patricia Bullrich es la pirotecnia verbal con la que apuntan y disparan Baby Etchecopar y Eduardo Feinmann. Pero también las no menos inocentes que despotrican y propalan Alejandro Fantino, Fernando Carnota, Julio Blank, Edgardo Alfano, Débora Pérez Volpin, Débora Plager, Joaquín Morales Solá, Nicolás Wiñazki, María Laura Santillán, Alfredo Leuco, Florencia Etcheves, Luis Majul y tantos otros. La represión lleva puesta sus firmas. Estos son los patrocinantes de la represión de la protesta social, los mismos que después van a lamentarse cuando lleguen los heridos y las muertes.





*   Esteban Rodríguez Alzueta es investigador de la UNQ, director del Laboratorio de estudios sociales y culturales sobre violencias urbanas (LESyC). Integrante CIAJ y miembro de la Campaña Nacional Contra la Violencia Institucional. Autor de Temor y control La máquina de la inseguridad.












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