lunes 12 de diciembre de 2016
Demagogia impositiva
Política tributaria y problemas de enanismo. Lo que deja el debate sobre el impuesto a las Ganancias.
Milagro León es el protagonista central de Amores Enanos, el libro que acaba de publicar Federico Jeanmaire. El enano mide un metro cuarenta y siete centímetros y queda enamorado de Eliana, una periodista de "metro sesenta y cinco, metro setenta, más o menos", que "no era exageradamente alta". Según él, era alta, aunque no exageradamente.
Mucho más alto, muchísimo más alto en realidad, es Nicolás Laprovittola, el hijo de Margarita Stolbizer que integra la selección argentina de básquet y que este año fue incorporado por San Antonio Spurs, el equipo de la NBA en donde ya es leyenda Manu Ginóbili. Nicolás mide metro noventa y tres. Altísimo para Milagro León, para Eliana y para la gran mayoría de la población mundial. Pero de baja estatura para una liga deportiva en la que abundan jugadores que superan los dos metros. El más alto mide dos metros veintiuno. Es el serbio Boban Marjanovic y juega en Detroit Pistons.
Altura. Laprovíttola, de la selección a San Antonio con "apenas" 1,97 m
Queda claro que ser alto es una condición relativa. Como muchas otras cosas en la vida.
¿Qué será un salario alto en la Argentina?
Los diputados de los principales bloques opositores consensuaron que salarios altos son los que ganan el 10 por ciento de los trabajadores mejores pagos del país, y en el proyecto de modificación del impuesto a las Ganancias que aprobaron el martes fijaron como punto de partida, línea divisoria o mínimo no imponible, un sueldo de 44.500 pesos para un trabajador casado con dos hijos y de 33.500 en el caso de un soltero.
El criterio deriva del proyecto que había presentado el Frente para la Victoria, que atinadamente cambiaba la denominación de impuesto a las Ganancias a las personas físicas por impuesto a los altos ingresos, y establecía que quedaban gravados el 10 por ciento de los trabajadores que más ganan.
El proyecto con media sanción deja fuera del alcance del impuesto al 90 por ciento de los asalariados y autónomos, y recién comienza a gravar a los que cobran algo más del doble del salario promedio del sector privado. Según estimaciones de los que cocinaron el tema, dejarán de pagar el impuesto alrededor de 1 millón de personas, y muchos del millón que seguirá pagando se beneficiarán con una menor carga. Todo eso con un costo fiscal de 65.000 millones de pesos.
No hay duda alguna de que el impuesto estaba totalmente distorsionado. Que resultaba imprescindible modificar escalas, establecer mecanismos de actualización del mínimo no imponible y de las escalas, y eliminar injustas desgravaciones.
Pero tampoco hay duda de que en un país con un tercio de pobreza una ley que beneficia con 65.000 millones de pesos a personas con ingresos de más de 30.000 pesos (el mínimo no imponible vigente para casados con dos hijos) no merece ser calificada de progresista.
Kirchneristas, massistas, peronistas, socialistas y autodenominados progresistas despotricaban que con el proyecto que presentó el Ejecutivo iban a pagar más de dos millones de personas, y se jactan de que gracias a ellos quedarían liberados más de un millón. ¿Acaso no es razonable que en un país con 44 millones de habitantes y 16 millones de población económicamente activa, dos o incluso tres millones contribuyan con algo de su ingreso, como sucede en todos los países con sistemas tributarios avanzados?
¿En un país donde el salario promedio de los trabajadores formales del sector privado es 20.000 pesos, alguien que cobra 40.000 no tiene acaso un sueldo alto?
Ya se dijo que ser alto es una condición relativa.
"Son los voceros de una reforma regresiva... ¡Háganse cargo!", bramó el diputado oficialista Luciano Laspina en lo más caliente de la votación.
Sin pasar por alto que, si de regresividad se trata, la política económica del Gobierno nacional se caracterizó por eso, yendo al tema específico del impuesto a las Ganancias el proyecto que presentó el Gobierno también era regresivo. El mismo Laspina había dicho en una entrevista radial que con el proyecto oficialista "los trabajadores de entre 30.000 hasta 60.000, 70.000 y 80.000 van a tener una reducción sustancial"
– ¿Te parece razonable que en la Argentina, con la situación que conocemos, se le reduzca el impuesto a las Ganancias a sueldos de 60.000, 70.000 u 80.000 pesos?
– Es la primera vez que me hacen la pregunta al revés, respondió.
Por las enormes distorsiones acumuladas, entre otras varias razones, en el país se instaló la falsa idea de que el impuesto a las Ganancias a las personas físicas es demasiado gravoso. Y sobre esa base se montó desde hace tiempo la demagogia de políticos y periodistas promoviendo que el Estado alivie esa presión tributaria. Llegando al extremo de dirigentes de izquierda reclamando por la derogación del impuesto con el falaz argumento de que el salario no es ganancia, o al colmo de Mauricio Macri que prometió en campaña que ningún trabajador lo pagaría.
Hay que reconocer que la generalizada demagogia para achicar la recaudación de Ganancias tuvo como derivación positiva que a la hora de buscar la manera de financiar algo del beneficio otorgado los legisladores apuntaron a gravar parte de la renta financiera, al juego, a las mineras, a los nuevos jueces y a las ganancias extraordinarias obtenidas con las Lebac y el dólar futuro. Dinero extra que podría cubrir necesidades más imperiosas que aliviar bolsillos de 50.000, 80.000 y 100.000 pesos por mes.
Inexplicablemente, ni en el proyecto del FpV, ni en el del Frente Renovador, ni en el que finalmente tuvo media sanción, se recurre a impuestos al patrimonio, lo que debería ser prioridad absoluta si lo que en verdad se quiere es mejorar la equidad y la eficacia del sistema tributario.
El único impuesto patrimonial vigente es Bienes Personales, que recauda montos ridículamente bajos. Entre otras causas, por culpa del enanismo. Pero no del enanismo que afecta a Milagro León sino del enanismo fiscal, que es la manera que en la jerga tributaria se conoce al comportamiento de declarar mucho menos de lo que realmente se posee.
Enanismo. La política tributaria puede ser enanista.
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