sábado 03 de diciembre de 2016
Por Mario Rapoport
En tiempos finiseculares y cuando se aproximaban los festejos del Centenario la clase dominante argentina acometió con prodigalidad el dispendio de las ganancias provenientes del negocio agroexportador.
Había un país que se escondía del país y miraba a Europa como a su verdadera patria. "¡Francia!". "¡América!". "No puedo imaginarme la vida" - dice Victoria Ocampo - "sin es el ir y venir …En cuanto a mí, he oído desde la infancia en los mares de alfalfa y de trigo argentinos, rumor de versos franceses" Clemenceau afirmaba que los argentinos pudientes iban a Europa por un sí o por un no. A Francia iban casi a todos los años familias pudientes, que consumían más que sus rentas y poco a poco perdían sus propiedades. Los del mundo de la molicie derrochaban en Europa a manos llenas. Como contaba en su diario de memorias, María Rosa Oliver, su familia viajaba con una vaca en los vapores a Europa para darle mejor leche a los niños. Quizás de esas experiencias surgió la idea de los millonarios argentinos que tenían la "vaca atada."
La mayoría se desplazaban en el viejo continente en vagones particulares de capital a capital con sus largas familias, institutrices y mucamos, se instalan en los grandes palacios donde competían en un alarde de opulencia.
La mirada en lo que se refería al arte y la cultura estaba puesta en Francia y los arquitectos que trabajaron en la Argentina entre 1880 y 1910, egresaron de la Êcole des Beaux Arts de la Ciudad Luz. Las más grandes residencias particulares de Buenos Aires fueron el palacio Mercedes Castellanos de Anchorena de estilo borbónico abarrocado que, construido en 1909, tiene 120 habitaciones y hoy es sede de la Cancillería y el palacio de la familia Paz, expresión de la arquitectura Beaux-Arts,erigido en 1907 y hoy sede del Círculo Militar.
Nacido como el primer teatro de lujo en 1857, el Teatro Colón se convirtió en un ámbito del arte y la cultura ciudadana. Reducto de los sectores distinguidos fue una suerte de vidriera de sus familias. Cerró sus puertas en 1887 y se hizo un nuevo Colón, cuya construcción demandó veinte años, inaugurándose el 25 de mayo de 1908. Ser "abonado" del Teatro Colón pasó a ser una marca distintiva de quienes podían combinar lo refinado del arte con el savoir faire de la alta sociedad. Su fastuosa ornamentación recrea el imaginario de la época. Del mismo modo la revista Caras y Caretas, entre 1898 y 1941, en su primera versión, retrataba en sus fotos y artículos el oropel de esa oligarquía.
En esa larga época que se fue apagando de a poco los magnates argentinos se reunían en París y sus hijos frecuentaban escuelas privadas inglesa, en tanto la región pampeana iba sumando palacios suntuosos construidos con materiales totalmente importados en estancias de miles de hectáreas. Toda esta inversión improductiva era una exhibición petulante de despilfarro de dinero que espejaba un panorama contrastante con el resto del país.
El mundo de las letras tempranamente gestó sus propias grietas. Aquellos escritores que se consideraban europeos y que por un desventurado vivieron en estas tierras no tardaron en sentirse representantes de la civilización frente a la barbarie criolla. En clave de romanticismo Echeverría, Sarmiento y Alberdi exaltaron la ciudad y denostaron al interior gaucho, al indio y al negro y a todo lo que expresara una rémora de la hispanidad.
Según Alberdi: "En América todo lo que no es europeo es bárbaro; no hay más división que ésta: el indígena, es decir, el salvaje; y el europeo, es decir nosotros, los que hemos nacido en América y hablamos español, los que creemos en Jesucristo y no en Pillán (un cacique indígena)… Los americanos de hoy somos europeos que hemos cambiado de maestros: a la iniciativa española ha sucedido la inglesa y francesa. Pero siempre es Europa la obrera de nuestra civilización… Ya América está conquistada: es europea y, por lo mismo, inconquistable… Nosotros europeos de raza y civilización, somos los dueños de América",
Domingo F. Sarmiento coincidía con Alberdi y encomiaba la terapéutica empleada en el tratamiento de la barbarie: "…Puede ser muy injusto exterminar salvajes, sofocar civilizaciones nacientes, conquistar pueblos que están en posesión de un terreno privilegiado; pero gracias a esta injusticia, la América en lugar de permanecer abandonada a los salvajes, incapaces de progreso, está ocupada hoy por la raza caucásica, la más perfecta, la más inteligente, la más bella y la más progresiva de las que pueblan la tierra."
Luego, los escritores liberales de la Generación de 1880 cantaron loas al progreso y la modernización de Buenos Aires: Eugenio Cambaceres, Julián Martel, Francisco Sicardi, Miguel Cané, Lucio V. Mansilla, Eduardo Wilde. Cambaceres, quien fuera vicepresidente del aristocrático Club del Progreso, no ocultó su xenofobia ante el alud inmigratorio que inundaba la ciudad. Martel destiló antisemitismo y enalteció a los hombres blancos arios. Particularmente, italianos y judíos eran víctimas del prejuicio. Por su parte, Miguel Cané, asiduo concurrente al Club del Progreso y al Teatro Colón, fue crítico de la modernidad, del cosmopolitismo y autor de la Ley de Residencia que permitía la expulsión del país de los extranjeros indeseables.
Acunados por la clase dominante cuando no integrantes de la misma, algunos de los escritores de la Generación de 1880 eran positivistas. Entre ellos se destacaban José María Ramos Mejía, Carlos Octavio Bunge y José Ingenieros. Bajo la influencia de Spencer y Comte compartían la fe en la ciencia como instrumento para preservar el orden; partidarios del darwinismo social, suscribían el racismo social y rechazaban el legado hispánico e indígena. Miembros de la cultura hegemónica participaban de una preocupación común: la presencia de una inquietante multitud urbana de origen inmigratorio. Para Ramos Mejía, las masas constituían una fuerza irracional que debía ser neutralizada con la acción pedagógica del Estado. En tanto para Ingenieros esa multitud albergaban vagos, mendigos, locos y delincuentes que debían ser excluidos, sometidos al control social y a la selección de los flujos inmigratorios.
Un caso particular lo constituye Lucio V. Mansilla, hijo de una de las más conspicuas familias de la aristocracia terrateniente, que escribe sus Memorias en defensa de la tradición nacional y analiza la inmigración mediante una racionalización de la hostilidad hacia los extranjeros. La inmigración aparece envolviendo a la sociedad porteña, mientras en esa Babel constituida por el entrevero cosmopolita se pierden los apellidos tradicionales. Mientras las clases patricias de origen español desdeñaban el dinero, el comercio y la industria, los inmigrantes eran mercantilistas, rastacueros y trepadores.
Cuando la oligarquía aceptó el ejercicio del sufragio libre a través de la ley de voto secreto y obligatorio la composición parlamentaria a partir de 1916 experimentó un cambio debido a la presencia de miembros de la denominada "chusma"
, con muchos apellidos de origen inmigratorio. Un miembro de la oligarquía, Mariano G. Bosch, expresó hacia los recién llegados al cuerpo el menosprecio de los "mejores": "Ya por entonces el Congreso estaba lleno de chusma y guarangos inauditos. Se había cambiado el lenguaje parlamentario usual, por el habla soez de los suburbios y de los comités radicales. Las palabras que soltaban de su boca esos animales no habrían podido ser dichas nunca ni en una asamblea salvaje del África. En el Congreso ya no se pronunciaban solamente discursos, sino que se rebuznaba".
El tango mismo de origen popular y para algunos sobre todo prostibulario debió su éxito a las clases pudientes que en vez de repudiarlo lo popularizaron. Así, Jorge Luis Borges, decía en una entrevista que le hicieron a principios de 1982 en la revista El Porteño:
"Yo me acuerdo que Lugones dijo: "el tango es reptil del lupanar"… en los conventillos nunca se aceptó. Y eso lo impuso, como se sabe, la gente bien. Cuando se supo que se bailaba el tango en París, entonces, se dijo: bueno, si se baila en París, ha de ser un baile decente. Efectivamente, antes se tenía por bastante indecente, tenía figuras que venían a ser unos simulacros de coito.."
Borges no aclara por qué esos sectores sociales, tan decentes, aceptaron esa música prostibularia. En todo caso, como él mismo lo reconoce, la "gente bien" de su época (los hijos de la clase alta porteña) no se asustaron de ese origen, ellos mismo vivían esos placeres como lo relata Ricardo Guiraldes en su novela Raucho.
Concluyendo esta época, contrapuesta por otras visiones que defendían valores diferentes cercanos a los de la mayoría del pueblo, inmigrantes o criollos que aun se hacinaban en las ciudades en conventillos o vivían dura y pobremente en las inmensidades plenas de riqueza del campo argentino que pertenecía a unos pocos, en 1931 surgió la revista Sur. Patrocinada por Victoria Ocampo, una escritora de esa élite no tardó en convertirse en un referente de la cultura hegemónica. Entre los colaboradores de la revista se destacaron los argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares; y entre los extranjeros Waldo Frank, José Ortega y Gasset, Octavio Paz y Gabriela Mistral.
La revista se comprometió en los debates ideológicos de la época. Convertida en árbitro del buen gusto y, según la Ocampo en "revista de minorías", fue profundamente antiperonista y celebró el derrocamiento de Perón sumándose al alborozo con que las clases altas festejaron el golpe cívico-militar de 1955.
El que mejor trazó las ideas de la elite dominante de aquella época, desde fines del siglo XIX hasta la llegada del peronismo al poder, fue quizás un conservador como Alejandro Bunge, que pertenecía a esa elite pero resultó uno de sus principales críticos. En 1921 en un folleto publicado por la Unión Industrial Argentina clasificaba a ese sector social en cuatro tipo de individuos: los "cosmopolitas, los "internacionales", los "extranjeros" y los "doctrinarios", que en conjunto habían conseguido hacer triunfar una serie de máximas y de prejuicios que envenenaban la economía y la cultura nacional.
Los "cosmopolitas" eran aquellos que comían y vestían como en Francia o en Inglaterra. No había país del mundo en el cual se consumían, con relación a sus habitantes, en tanta diversidad y abundancia, alimentos extranjeros. Era una paradoja, en un país fértil con extensas zonas semi tropicales y ocho millones y medio de habitantes. Sus ideas económicas eran las de los economistas del siglo XVIII y su cultura espiritual estaba constituída por libros europeos.
Tanto unos como otros simpatizaban con la producción uniforme y simple y con el libre cambio y resultaban colaboradores de las política de los Estados astros. Dividían el mundo en zonas y los países debían dedicarse a producir lo que les resultaba más barato, en nuestro caso productos agrícolas y ganaderos para intercambiarlos por bienes de capital y productos manufacturados. ¿Qué naciones practican esta doctrina? – se preguntaba Bunge - ¡solamente las más atrasadas!. No se podría citar un solo país adelantado que no hubiera multiplicado los objetos de su producción y de sus industrias.
Esa era la visión de una élite que vivía en un paraíso para pocos aunque se les iba año a año como los vapores del pasado. Pero sus anclas fueron tan poderosas que con su poder económico y cultural consiguieron conservarlo en sus manos hasta el presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario