lunes 28 de noviembre de 2016
Cerebro y visión
Salud. El hombre como ser macróptico. El desarrollo de la capacidad visual en detrimento de otras funciones del cerebro, como la olfatoria.
"La visión es el tacto del espíritu".
Fernando Pessoa
Fernando Pessoa
Por Ignacio Brusco *
En los humanos, los llamados mamíferos más inteligentes, la función sensorial prioritaria es la visión. La mayoría de los mamíferos son, sin embargo, olfatorios: desde la rata hasta al perro se los considera seres "macrosmáticos", a diferencia del hombre, a quien se denomina "macróptico". Existen incluso mamíferos muy grandes, como el rinoceronte, en quienes la visión se encuentra presente de forma rudimentaria; para ellos el olfato es clave tanto como medio de reconocimiento de su territorio y del de sus enemigos como para el apareamiento y el cuidado de las crías.
La evolución de nuestro cerebro, desde los antepasados primates, fue creciendo en sentido anteroposterior; es decir, para adelante y para atrás, convirtiendo la cabeza primate simiesca triangular (por ejemplo la del homo erectus o el chimpancé) en una de formato más ovalado, como es la del homo sapiens. Este agrandamiento ocurrió a expensas de la parte anterior que nos hace más inteligentes (lóbulo frontal) y también de la parte posterior (lóbulo occipital) que sirve para la percepción y el reconocimiento consciente visual. Esta situación anatómica condicionó al hombre como ser macróptico, y es la visión una función esencial para su desarrollo y la supervivencia como especie, así como para su conducta gregaria.
David Hubel y Torsten Wiesel, ganadores del Premio Nobel en 1959.
Al mismo tiempo en que se desarrollaba la función visual, se fueron atrofiando la función olfatoria y las estructuras del cerebro que en el humano sirven para percibir los olores. Queda el lugar del olfato como un sector del sistema nervioso pequeño y casi irreconocible, rodeado del resto de cerebro que lo contiene, aunque con una relación arcaica asociada con conductas emocionales y con la memoria. A la vez, mantiene cierta relación con factores sexuales que en los animales son muy importantes para la reproducción, lo cual en el humano ha sido relacionado con la sensibilidad para perfumes y su asociación con recuerdos afectivos. Otras funciones perceptivas, como el tacto, quedaron también relegadas, aunque funcionan en paralelo y pueden desarrollarse con mucha potencia en el caso de los no videntes como una vía colateral que se sobreexpresa en caso de necesidad.
Posee mucho atractivo el sistema visual para la ciencia, dado que es el único sistema sensorial que contacta al sistema nervioso con el medio ambiente en forma directa: la retina es la única parte de nuestro sistema nervioso que se comunica con el exterior. David H. Hubel y Torsten Wiesel, en el Journal of Physiology en el año 1959, describieron la estructura funcional de la corteza visual en el humano, trabajo por el cual obtuvieron el premio Nobel. Este fue un artículo revolucionario, que mostró por primera vez la función estructurada de nuestra corteza cerebral, parangonándola a través de esa descripción con el resto de la corteza humana, considerando la importancia y el tamaño que adquirió el sector visual en el humano que permitía observar su arquitectura organizada. Estos científicos observaron una estructura ordenada, en donde por ejemplo existían zonas específicas para cada sector del espacio y otras para los colores (tonotopía). Se fueron descubriendo luego diversas zonas neuronales pequeñas que permiten reconocer submodalidades funcionales cognitivas concretas. Estas permiten, por ejemplo, reconocer una cara específica u objetos en forma consciente.
En julio de este año se describió en la revista Nature Communications el reconocimiento consciente de un fotón (mínima partícula de luz) en nuestro cerebro. Este descubrimiento revoluciona el saber sobre nuestra capacidad sensorial ya que podríamos recibir y concientizar la información del ingreso de energía cuántica muy pequeña y desconocida. Se abren múltiples expectativas, dudas y preguntas, pues se complejizan las posibilidades de nuestra capacidad de sentir. Solo se puede concluir que cuanto más se conoce, menos puede afirmarse con liviandad las premisas sobre el funcionamiento de la mente humana.
* Neurólogo. Doctor en Medicina y doctor en Filosofía. Investigador del Conicet
Cerebro y meditación
Salud. Budismo, yoga y neurociencias. El cerebro de adulto puede cambiar de forma a partir de estímulos externos. Y pueden modificar el tamaño. El concepto de la neuroplasticidad.
Por Ignacio Brusco *
"La meditación es la disolución de los pensamientos en la conciencia".
Voltaire
Voltaire
Las personas que adquieren determinada destreza (por ejemplo un pianista) desarrollan sus cortezas motoras a partir de nuevas conexiones de sus neuronas, lo cual agranda levemente sectores motores del cerebro.
Por el contrario, problemas tales como haber padecido un trauma en la vida que desencadene un estrés postraumático y ansiedad crónica al revivir la situación estresante en forma reiterada, generan una disminución del tamaño de cierta parte del cerebro que sirve para el funcionamiento de la memoria consciente, produciendo a su vez procesos de pérdida de recuerdos.
La neurociencia está avanzado en nuevos proyectos y produce una gama más interesante de estudios sobre muchas actividades que años atrás hubieran sido impensadas. Así, cuando en el año 2005 se presentó el Dalai Lama en el congreso de la Sociedad de Neurociencia de Estados Unidos (quizás el congreso más importante de neurocientíficos), muchos de los concurrentes pusieron el grito en el cielo.
Pero cuando se comunicaron los estudios que se están llevando a cabo – que implicaban imágenes funcionales del cerebro y electroencefalograma más complejos que los convencionales – la cuestión fue cambiando.
Desde los budistas y los yoguis hasta los filósofos fenomenólogos se han aplicado procesos de introspección a partir de diferentes concepciones del funcionamiento del cuerpo humano. Un estudio de la Universidad de Emory (Atlanta) analizó neurobiológicamente diferentes tipos de meditaciones, las cuales implicaban la meditación focalizada (que consiste en concentrarse en un solo punto), la meditación de conciencia plena (en la que se debe atender en forma sostenida todos los estímulos externos e internos sin distraerse por los estímulos externos) y la meditación compasiva (que considera ponerse en el lugar del otro, cultivando un sentimiento de bondad hacia terceros, sean amigos o enemigos).
Si bien los resultados fueron diferentes en cada uno de los estudios, en todas se beneficiaron áreas cerebrales intelectuales aumentando de tamaño y disminuyeron áreas relacionadas con la ansiedad tanto en su función como en su tamaño. Esto redunda en una mejoría de la funciones cognitivas y emocionales, con mejores resultados ante tests de reacción y mejoría en los procesos emocionales y en los tratamientos de problemas afectivos. Se ha planteado además una posible mejoría en la actividad celular, disminuyendo los procesos de envejecimiento de las células; es decir que la meditación podría a su vez modificar los procesos de envejecimiento cerebral.
En el mismo sentido existen estudios que muestran al yoga mitigando el estrés y aumentando el bienestar. En neuroimágenes realizadas a yoguis se aprecia un aumento de las áreas cerebrales dedicadas a la memoria y de las sustancias endógenas (una especie de clonazepam interno) que calman la ansiedad. Se plantea al yoga como apoyo posible en tratamientos de la angustia y la depresión.
Si bien el estudio neurológico de las prácticas contemplativas y el cerebro es una ciencia que recién comienza y faltan estudios a largo plazo, ya nadie duda de los beneficios que pueden generar los procesos de meditación para una vida y un cerebro más sanos.
* Neurólogo. Doctor en medicina y doctor en filosofía. Investigador del Conicet
Cerebro y memoria
Olvidos y recuerdos. Cómo recuperamos la información. Por qué es más fácil grabar los datos desconocidos que los ya conocidos. El "peaje" emocional y la memoria subjetiva.
Por Ignacio Brusco *
"La memoria, al elegir lo que conserva y lo que desecha, no sabe de casualidades."
Osvaldo Soriano
Osvaldo Soriano
Memoria es tiempo. Pero ¿cómo definir a la memoria? En el ámbito de la ciencia se la describe con frecuencia como la capacidad cerebral de recuperación de la información que albergan las neuronas. Hoy sabemos que esa recuperación puede ser inconsciente; así sucede en las instancias emocionales fuertes o durante la rememorización de las actividades motoras (como se produce por ejemplo cuando aprendemos a manejar).Existen, entonces, diferentes formas de memoria. Para ser más específicos, se la podría dividir bajo tres categorías diferentes.
La primera categoría es a la que se suele hacer referencia en lo cotidiano cuando se habla de memoria, que en la neurociencia es la denominada memoria declarativa. Esta es la que opera con datos concretos (por ejemplo qué comí ayer o qué día es hoy) y a la cual cualquier persona no especialista en el tema definiría como memoria a secas.
Aparte de la declarativa, existen otras dos memorias de carácter inconsciente que se expresan en lo que sentimos, en nuestros actos o en la toma de decisiones que hacemos en cada momento. Una de ellas es la memoria emocional. A la memoria emocional la podemos reconocer, por ejemplo, cuando, luego de un evento de estrés grave (como quedarnos encerrados en un ascensor), nos encontramos ante una experiencia similar con una situación de ansiedad y angustia sin motivo en el presente, pero que aun así descarga un relámpago simpático de estrés sobre nuestro cuerpo, semejante a un ataque de pánico. Esta respuesta de memoria emocional está mediada por una estructura cerebral llamada amígdala, que en griego significa "almendra"; es un conjunto de neuronas que se encuentra en nuestro cerebro dentro del lóbulo temporal.
La tercera categoría de memoria que podemos destacar es la de procedimiento o memoria procedural, que se expresa a través de los actos motores simples y complejos llamados "praxias" y que son trabajados por otras estructuras del encéfalo como el cerebelo. Esta memoria contiene los procedimientos que se aprenden de forma inconsciente. Por ejemplo, al jugar repetidas veces al fútbol o al ajedrez notamos cierta mejoría en la destreza de los movimientos. Esto es causado por la memoria inconsciente. Son, por eso, instancias motoras de nuestro cuerpo pero también de nuestro pensamiento.
Pero estas tres memorias no están aisladas: necesitamos un contexto emocional para recordar. Son muchas más las cosas que olvidamos o que en verdad nunca grabamos en nuestra mente. Vale la pena recordar a Funes, el memorioso personaje del cuento de Borges que recordaba todo con detalles precisos. En verdad nosotros sólo recordamos las instancias novedosas a las cuales asignamos contexto emocional, tanto positivo como negativo. Es así que no recordamos todo lo vivido sino aquello a lo que, en otras palabras, le pagamos el suficiente peaje emocional para recordar. Fue el filósofo Edmund Husserl quien dijo que la memoria trabaja en forma subjetiva, es decir, recordamos algo parecido a lo que nos sucedió pero no exactamente igual.
En un actual estudio de la Universidad de Pittsburgh se demuestra que grabamos mucho mejor la información cuando es novedosa. Contrariamente, se incorpora menos cuando tratamos de grabar algo conocido. En este recuerdo consciente trabaja otra parte de nuestro cerebro que se llama hipocampo (porque tiene forma de caballito de mar), que es una parte esencial de nuestro cerebro para incorporar nuevas memorias. Esta zona disminuye de tamaño con la edad y mucho más en cerebros envejecidos, tal como es el caso de las personas con Alzheimer, que no pueden incorporar nuevas memorias. Hoy sabemos además que las células del hipocampo se reproducen en los primeros tres años de vida, lo cual explica que hasta esa edad no recordemos casi nada (aunque no significa esto que no haya influido lo social y lo ambiental en la conformación de nuestra personalidad).
Lo cierto es que la memoria es más un proceso del olvido que del recuerdo. La memoria es la base donde se asienta nuestra formación y cultura, que es lo que nos queda cuando olvidamos la mayoría de las cosas.
* Neurólogo. Doctor en medicina y doctor en Filosofía. Investigador del Conicet
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