lunes 28 de noviembre de 2016
Economía y política, la Cuba que queda
La isla sufrió décadas de bloqueo comercial. La apertura todavía tiene poco impacto en la isla.
Por Alfredo Grieco y Bavio
La Revolución introdujo cambios verdaderamente radicales. Pero no fueron siempre los que esperaban los insurrectos. El primer presidente revolucionario, Manuel Urrutia, tuvo que renunciar; el comandante Hubert Matos, héroe de la guerrilla, fue encarcelado por traición cuando se sintió traicionado. Los sospechosos de haber apoyado al anterior dictador, el impresentable Fulgencio Batista, fueron sumariamente juzgados y más velozmente ejecutados por tribunales del pueblo que resultarían sospechosos a cualquier jurista. No se convocó a elecciones: desde el triunfo revolucionario hasta 2008, el pluripartidismo es la bestia negra de Fidel Castro. El sindicalismo pasó a depender más y más del gobierno. La Revolución no se privó de recurrir a las medidas con las que los gobiernos latinoamericanos de todo signo habían cautivado a los trabajadores: aumento general de salarios y control de precios.
El resultado de estas políticas es la Cuba de hoy. El entusiasmo (la buena voluntad del Hombre Nuevo) se enfrentó a la economía. La reforma agraria se convirtió en ley y grandes latifundios de una isla que no conseguía escapar del monocultivo azucarero se convirtieron en cooperativas; empresas, bancos e industrias fueron nacionalizados. En febrero de 1960, ocurrió un hecho clave para el futuro de la isla y sus estigmas del presente. El encargado de negocios soviético Anastas Mikoyan viajó a Cuba y ofreció en nombre de Nikita Kruschev la compra de cinco millones de toneladas de azúcar en cinco años y un préstamo de cien millones de dólares para adquisición de tecnología de la URSS. Esa visita oficial auspiciada por Castro marcó que ya nada habría ser como hasta entonces en América Latina.
Azúcar. Una de las riquezas de la isla
El acuerdo con la Unión Soviética trajo a la isla petróleo crudo: las refinerías norteamericanas rehusaron procesarlo y Castro las expropió. Los Estados Unidos no compraron azúcar: Castro expropió todas las propiedades norteamericanas. En octubre de 1960, el presidente Dwight Eisenhower inició el embargo comercial que aún perdura. Los acontecimientos (una serie bien escalonada de represalias) se sucedieron vertiginosamente, según corresponde a una joven revolución, y el embargo hizo temer una invasión.
El verde oliva se convirtió en color de la isla: la sociedad se militarizó. En 2005, en las fotos de La Habana se enfrentan la anarquía de la decadencia urbana y una sociedad bien regimentada, ordenada en sus mitines o en las filas de escolares-pioneros con sus maestros-guías. La oratoria de Fidel es de barricada, o de arenga de Comandante en jefe ante un océano de tropas. Después de todo, suspendida para siempre la constitución liberal de 1940 por la que algunos habían creído luchar, ¿qué mejor modelo social que el victorioso ejército revolucionario de Hombres Nuevos? Junto con las milicias, la policía resultaba imprescindible; en cada barrio se crearon Comités de Defensa de la Revolución, para reprimir la homosexualidad y otras malas costumbres. De esta labor moralizadora hubo una autocrítica posterior.
Las ambiciones neocolonialistas norteamericanas quedaron al desnudo (nunca habían tenido falsos pudores) con el fracaso de Bahía de los Cochinos. La invasión se llevó a cabo por interpósita persona: exiliados cubanos entrenados en Guatemala, que debían encender, una vez desembarcados en su patria, una rebelión anticastrista. Los Estados Unidos habían sobreestimado el descontento en la isla y subestimado a Castro y al éxito de su militarización: las tropas sufrieron una derrota aplastante el 15 de abril de 1961.
El episodio fue propicio para que creciera la tensión entre las superpotencias; la Unión Soviética, que había amenazado con defender a Cuba frente a un ataque, envió armas. El nuevo presidente, John Fitzgerald Kennedy, que había rehusado prestar su apoyo oficial a los invasores, tuvo que enfrentar la crisis de los misiles, cuando un avión espía norteamericano descubrió en la isla la presencia de cabezas nucleares que apuntaban hacia los Estados Unidos; la Unión Soviética tuvo que retirarlos, sin importarle la mejor opinión de Castro, después de pactar a solas con los norteamericanos.
El protagonismo internacional de Castro había alcanzado un cenit: el de crear el riesgo de calentamiento de la Guerra Fría, de conflicto nuclear entre el Primer Mundo y el Segundo.
En La Habana. El secretario de Agricultura de Estados Unidos, Tom Vilsack, en un visita al mercado.
Los últimos años comenzaron a escribir otra parte de la historia. El acercamiento entre Raúl Castro y Barack Obama, la apertura de una sede diplomática en La Habana y la dinamización de la economía son parte de la historia que vendrá, ahora sin Fidel.
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